ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 DÉCIMA VÍCTIMA EL DOSSIER

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 DÉCIMA VÍCTIMA EL DOSSIER

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Décima Víctima, cada senda una sorpresa

 

1 Introducción

2 Biografía

3 Lars Krantz

4 Extracto de Memorias Borrosas, de Carlos Entrena

5 Discografía

6 Entrevista con Carlos, Lars y Per

 

1. Introducción

 

Valero Toscano

 

         Sobre otra ruta cambian las caras. Así de directa, la voz de Carlos Entrena sugería que nada es lo que parece por muy conocido que sea. Y así ha acabado siendo el legado de uno de los grupos con mayor esencia y enjundia que ha dado el pop español. Seguramente en estas páginas ya habrás leído algunos de los razonamientos que refuerzan este juicio en boca de algunos de sus protagonistas y de quiénes, con pasión de seguidores a través del tiempo, se han acercado a ellos para desentrañar algunos de los ejes creativos de Décima Víctima.

 

En 1994, Ibon Errazkin reforzaba la edición de Resumen, una recopilación de lo mejor de su carrera editada por Gasa (DRO), con un texto en el que describía a la banda como una célula creativa que trataba temas como la soledad y la separación con una melancolía y una serenidad poco frecuentes. Dando en el clavo, Ibon acertaba en una de las dianas del cuarteto. Décima Víctima nació en una época en la que su propuesta fácilmente podía provocar sentimientos encontrados hacia su música. No eran siniestros ni iban de torturados, no soñaban con el pop ni pretendían aupar la efervescencia de aquellos ochenta. Lo que simplemente parecían buscar era hacer una música rica en contenidos verbales y visuales. Transmisión y orientación, sugerencia e imaginación. Cosas que bien podían encontrarse, por esos extraños vasos comunicantes que unen a los músicos, en bandas como The Cure, Interpol, El último sueño, Colder, Family o Editors sin rechinar en la asociación.

 

Los textos que Carlos Entrena hizo para la banda parecían reflejar, de manera inusualmente cotidiana, los puntos débiles de la sensibilidad humana sin llegar al extremo, haciendo equilibrio con las palabras justo en el punto en el que se podía esperar que la historia tuviese un malogrado desenlace. Pero no, ahí era cuando la puerta se quedaba medio abierta a muchas posibilidades de recreación cobijándose en los arreglos de Lars Mertanen y el soporte rítmico de Per Mertanen y José Brena. Ahí, quizás, podría radicar parte del ineludible atractivo de sus dos elepés, sus tres singles y de su valiosísima maqueta de 1981.

 

La geografía sentimental asomaba su variedad de aspectos en canciones que bien podían servir de reflexiones de observación personal como “Escombros de un triunfo”, “Desde el acantilado” o “Sobre otra ruta”, de nerviosos pronósticos como “La voz que me persigue” o “Un hombre solo” y de latentes declaraciones de principios como “Noviembre” o “Tan lejos”. Títulos que son joyas, invitaciones a traspasar la escucha para ser, si se quiere, verosímil protagonista de varios minutos de realismo mágico sin afectaciones.

 

Así era Décima Víctima, un núcleo que apelando al anonimato supo estar en tierra de nadie en un momento en el que el pop se colgaba la etiqueta de promesa de futuro resplandeciente. Cuatro personas que sin darse cuenta consiguieron hacer canciones que de tan vivas que están parecen seguir escondiendo secretos. Escucharles es echarles de menos de corazón.

 

© Aldo Linares

 

 


2. Biografía

 

 

Décima Víctima revolucionó el panorama musical español en 1981 a través de una propuesta musical oscura e intimista que alcanzó su momento cumbre a través de temas como “Tan lejos”. Sin duda, este cuarteto hispano-sueco fue el máximo abanderando de la ‘onda oscura’ del pop estatal de los años 80.

 

En 1981 el pop madrileño entró en una etapa de ‘oscuras’ reflexiones, perdida la inocencia de sus primeros tiempos. El negro imperaba en los atuendos, y los referentes musicales apuntaban al tenebrista dark pop británico. Grupos como Joy Division, Bauhaus, Killing Joke y otros comenzaron a verse reflejados en las propuestas lanzadas por nuevas bandas que comenzaban a surgir por toda la península. El after punk comenzaba a calar en España, y en los conciertos de las nuevas formaciones imperaba el luto riguroso y ya no había lugar para los alardes de alegría. Por otra parte, a través del redescubrimiento de las viejas grabaciones de The Doors Y The Velvet Underground se comenzaba a reivindicar la psicodelia más oscura y el hieratismo musical.

 

Paradójicamente, tres de las primeras bandas que asumieron estos conceptos musicales en España (Décima Víctima, Gabinete Caligari Y Derribos Arias) surgieron tras la escisión de sendos grupos de pop colorista y jocoso: Ejecutivos Agresivos y Ella y Los Neumáticos. Del desenfado y la inocencia el pop español pasa a terrenos más tenebrosos de la mano The Cure, Siouxsie And The Banshees, Joy Division, Killing Joke…, aunque Décima Víctima más que rock gótico hacían pop denso y oscuro, y visualmente estaban más cerca de la austeridad de los largos abrigos de Echo & The Bunnymen o Joy Division que de la exageración glam y vampírica de unos Parálisis Permanente.

 

Poco antes, en el Madrid de finales de 1980, uno de los primeros grupos que surgió bajo las novedosas premisas tenebristas fue Cláusula Tenebrosa, dúo instrumental integrado por Lars y Per Mertanen, dos hermanos de nacionalidad sueca, que antes habían formado parte del grupo Ella y Los Neumáticos, donde también figuraba una jovencísima Christina Rosenvinge. Cuando Ellos y Los Neumáticos se disolvieron, los hermanos Lars y Per Mertanen formaron Cláusula Tenebrosa, que era un grupo instrumental influido por los sonidos procedentes del surf, de Duane Eddy, Joy Division y The Cure. Cuando Carlos Entrena conoció a Lars y Per, tuvo la idea de hacer un nuevo grupo con ellos, más que seguir con Cláusula Tenebrosa; entonces las canciones dejaron de ser instrumentales, y cambiaron el nombre por el de Décima Víctima. Así, en enero de 1981 nació Décima Víctima con Carlos (voz), Per (bajo) y Lars (guitarra, teclados y caja de ritmos) como integrantes.
Su sonido se caracteriza por el bajo en primer plano y la forma de cantar de Carlos Entrena, que más que cantar recita los oscuros y gélidos textos.

 

Algunos meses después de organizarse, tras epatar con su directo al público madrileño -aún poco acostumbrado a los ejercicios tenebristas- el trío original decide sustituir la caja de ritmos por la batería de José Brena, un músico debutante que consigue rematar el sonido buscado por el grupo. De esta forma, el nuevo cuarteto se encuentra ya preparado para registrar su debut discográfico, que se materializará meses más tarde mediante la edición de un single con Grabaciones Accidentales (GASA), el nuevo sello independiente auspiciado por miembros de Esclarecidos y el productor Paco Trinidad (ex-componente de Ejecutivos Agresivos también) entre otros. Aquel primer sencillo contenía los temas “El vacío”, “Sumido en la depresión” y “La razón de la discordia”, tres cortes repletos de armonías siniestras y textos oscuros y atormentados, con finos juegos de guitarra y un bajo dominante siempre en primer plano, al estilo de los británicos Joy Division.

 

Así, tras lograr consolidarse como una de las propuestas más interesantes del pop capitalino, ya en 1982 aparece un segundo EP de Décima Víctima (que, al igual que el resto de su discografía, sería publicado por GASA), un trabajo que alberga una composición magistral que pronto se convertiría en uno de los grandes hitos del pop español de los 80: “Tan lejos”, arrebatadora canción que evoca ambientes profundos y melancólicos y que se revela bastante más accesible que el resto del disco, completado con las más oscuras “Noviembre” y “El signo de la cruz”. Aquel mismo año, arropado por una minoría fiel, el grupo se entregó a la grabación de todo un álbum que se editaría pocos meses después.

 

El primer LP de Décima Víctima (Décima Víctima, GASA, 1982) constaba de 12 temas que redundaban en las atmósferas densas que ya se habían investigado en los trabajos precedentes, pero también se desmarcaba con algunos guiños de crítica social mordaz (“Otro futuro”), un velado destello de optimismo (“Fe en ti mismo”) y alguna profunda descripción subjetiva (“Desde el acantilado”). Además, incluía una composición instrumental de gran calidad: “Más allá del silencio”, que demostraba cierta amplitud en la visión musical del grupo.

 

Paradójicamente, a pesar de ser considerado ya como una de las formaciones más prometedoras de su época, Décima Víctima apenas se prodigó en directo durante aquel año; aunque más tarde, ya en 1983, terminó por saldar cuentas con el público editando dos nuevos trabajos discográficos: el maxi-single Algo en común (conformado por los temas: “Algo en común”, “Un lugar en el pasado” y “Fuera del alcance de la vista”) y su correspondiente sencillo de apoyo -todo un lujo en su ámbito- protagonizado por “Un lugar en el pasado” y el tema inédito, “Panorama esperanzador”, como apetecible segunda cara.

 

Pero, inesperadamente, aquel mismo 1983 las circunstancias se tornaron adversas para el cuarteto: el anuncio a finales de año de un futuro cambio de residencia de la familia Mertanen amenazaba interrumpir de forma brusca la carrera de Décima Víctima, que llega a anunciar su disolución a través de un concierto de despedida celebrado a finales de año en la sala Rock-Ola. Durante los primeros meses de 1984 se especula sobre un posible cambio de formación en la banda para su posterior regreso, pero ese mismo año Décima Víctima reaparece con su formación original para alborozo de sus seguidores y saca a la luz un segundo álbum, Un hombre solo, una colección de 10 canciones que se presentan provistas de un sonido más depurado y de una riqueza melódica que deja de manifiesto la madurez de la banda. La crítica especializada llegó a ensalzar con verdadera admiración el tema que daba título al celebrado álbum, que también contenía otras joyas de pop intimista como “Es sólo el comienzo” o “Tierra negra”, entre otras. Desafortunadamente, Un hombre solo también significó el punto y final de la carrera del cuarteto hispano-sueco, que se disolvería definitivamente por aquellas fechas ante el cambio de país de residencia de la familia Mertanen.

 

Años después de la disolución de Décima Víctima, su tema “Tan lejos” fue incluido en algunas antologías discográficas dedicadas a La Movida o al pop español de los años 80. Asimismo, el sello DRO editó en 1994 el CD recopilatorio Resumen, que recoge la mayor parte de la obra del cuarteto. Por otra parte, en 1991, algunos miembros del grupo se unieron de forma puntual a Alejo Alberdi y Juan Verdera bajo el nombre de Décima Víctima + Derribos Arias para ejecutar una versión del viejo tema “Europa” (original de estos últimos) dentro del álbum El chico más pálido de la playa de Gros, un disco que se editó como homenaje a Poch (ex líder de Derribos Arias, que fallecería siete años después), en el que también participaron otras grandes bandas españolas de los 80.

 

© Rafa Skam (Recopilación de material de Internet, la mayor parte de Pablo Martínez Vaquero, en www.popes80.com)

 

 

 

3. Lars Krantz

 

Valero Toscano

 

Lars Krantz nació en Estocolmo en 1959. Su familia se trasladó a España en 1973. Estudió Artes en Madrid en los primeros 80, y en 1984 regresó a Suecia. Desde entonces, ha estado relacionado con las bellas artes, con la música y con el diseño gráfico.

 

Estaba interesado en el Hollywood de los años 40, 50 y 60, interés que plasmaba en sus trabajos relacionados con el arte, la pintura y la música. Muchos de estos trabajos han sido expuestos en galerías durante los 80 y los 90, sobre todo en Suecia.

 

Su interés por la música comenzó a principios de los 70, cuando descubrió a T-Rex, Alice Cooper y Black Sabbath. Antes de que el punk le impactara en el 77, había estado escuchando a Elvis Presley, David Bowie, Lou Reed, Iggy Pop, The Doors y Johnny Cash. Inspirado por el movimiento punk, comenzó a tocar la guitarra, y en 1980 tuvo su primer grupo. Desde entonces ha mostrado preferencias por Hank Williams, Frank Sinatra, Billie Holiday, Nat ‘King’ Cole, Dean Martin, Nick Cave y Tom Waits. Su música es una mezcla de todas estas influencias.

 

© Rafa Skam (Adaptación y traducción de textos de la web de Lars Mertanen, www.larskrantz.com)

 

 

 

4. Extracto de Memorias Borrosas de Carlos Entrena

 

Alicia Lias

 

Después de la separación de Ejecutivos Agresivos estuve hablando con Lars y Per, que formaban parte de Cláusula Tenebrosa junto con Edi Clavo, de la posibilidad de hacer algo juntos. Yo ya conocía a Lars de una actuación de Ella y Los Neumáticos y Ejecutivos Agresivos en “Fresas y Nata” hacía tiempo. Como coincidíamos en la idea de grupo, pronto empezamos a ensayar en el chalé de casa de los Mertanen.

 

A Per le enseñó a tocar el bajo Ferni, de Gabinete Caligari, y lo aprendió en un tiempo récord. Era una maravilla ver tocar a los Mertanen. A veces se hacían el contrapunto uno a otro cargando de sonido con sólo dos instrumentos. Yo tarareaba hasta que escribía la letra y nos encantaban las equivocaciones; si quedaban bien, las adaptábamos al tema para romper la estructura de tres vueltas iguales separadas por estribillo y con punteo en medio. Empezamos a componer temas juntos y el primero fue “Noviembre”. La forma de hacerlos era la misma que siempre usé en Ejecutivos Agresivos: se basaba en unos acordes en que cada uno desarrollaba su parte, por eso la voz era un instrumento más con una melodía independiente.

 

La primera actuación nos presentamos sin nombre en el desaparecido Quadrophenia de San Bernardo con Lars, Per y yo controlando una caja de ritmos Roland. Poco después hablamos con Miguel Ángel Arenas (no confundir con El Capi), y nos consiguió una actuación en el Golden Village, al lado de El Escalón. La pega es que no teníamos nombre. Estuvimos rebuscando nombres en los libros de cine que había en casa de un amigo. Así surgió Décima Víctima. Más tarde haría lo mismo con el mismo libro Gabinete Caligari.

 

Empezamos a actuar a contraluz detrás de una pantalla de proyección que se subía automáticamente, llevaba un rato sonando la canción instrumental con la que solíamos abrir las actuaciones. La mayoría de la gente no se dio cuenta de que había empezado la actuación hasta que la pantalla no nos descubrió de cintura para arriba. Aquello fue un buen comienzo, el tipo de sorpresas que siempre nos encantaba dar.

 

Conocí por una amiga de la época a Eduardo Bort, guitarrista progresivo valenciano que me dijo paso a paso qué había que hacer para conseguir editar nuestros propios discos. Con el grupo Esclarecidos, nosotros y algunos conocidos se hizo una sociedad anónima que se llamó Grabaciones Accidentales. Nuestro disco registrado como el número uno del sello fue El Vacío EP, un single muy marcado por el ambiente siniestro del momento. Las voces se ralentizaron para darle más gravedad, y la mayor parte de las letras eran de Lars. Per se fue un tiempo a Suecia, y en su lugar el bajo estaba tocado por Lars (las únicas veces que no ha grabado el bajo Per en Décima Víctima fueron ésta y otro tema que no llegó a salir en que tocaba el bajo Ferni).

 

Alicia Lias

 

El siguiente disco, también de tres canciones y con Per por fin, fue “Tan lejos”. Ya teníamos un sonido mucho más definido. En estudio, Lars grababa las baterías; en vivo yo controlaba la caja de ritmos pero, como no era programable, había veces que estaba más pendiente de darle a los botones que de cantar. Se hacía cada vez más necesario darle en directo el sonido personal de una batería. Entonces nos presentaron a José Brena; era hermano de uno de los componentes de Esclarecidos, y comenzamos a ensayar con él. Se integró muy rápido: era muy simpático, amable y educado. Muchas veces fue nuestro lado más diplomático.

 

En esa época nos fuimos a Vigo a presentar al público los temas actuando durante una semana en un local de moda de allí. Aquello nos sirvió para saber qué temas tenían más aceptación para el público y nos ayudó a depurar nuestro primer LP.

 

La acogida del primer LP fue muy buena. José Manuel Costa, desde El País, decía que era su disco de cabecera de la época. Disfrutamos como enanos haciendo experimentos en el estudio con Jesús Gómez y Paco Trinidad, y eso se nota, aunque cuando cortaron el disco (así se llamaba al proceso de crear un molde para el vinilo) en Iberofon, recortaron graves y agudos, y perdió mucho sonido. La primera vez que lo oí en el tocadiscos de casa me deprimí bastante.

 

Seguimos actuando en Madrid de vez en cuando. Nuestra idea principal en Décima Víctima era componer y grabar, y en ese sentido estábamos encantados. En los dos años de vida del grupo grabamos dos LPs, dos EPs, un maxisingle y un single.

 

No solíamos salir de Madrid a actuar. Aparte de la semana actuando en Vigo, actuamos en Valencia un fin de semana, otro en Barcelona en la sala Metro y otro en un pueblo de Guadalajara. De hecho, en esta actuación tuvimos que correr con los gastos de transporte porque no se recaudó casi nada. Decididamente, no me atraía actuar fuera: cargar el equipo en la furgoneta, llegar al sitio de la actuación, descargar el equipo, sonorizar, estar esperando para actuar sin un sitio en el que descansar, actuar, esperar a que acabaran todos, recoger el equipo, ver si te faltaban cables, instrumentos o afinadores, esperar a que nos pagaran y volver a casa. Aquello era agotador y nunca dejó de ser así para nosotros. Sé que hay otro nivel de grupo consagrado que nunca llegamos a conocer.

 

Yo empecé a trabajar fuera de Madrid con lo que ensayar al volver los sábados se me hacía cuesta arriba. En una discusión con Lars, decidí que no haría dos cosas mal, trabajar y cantar, y que dejaría una de ellas. Como no vivíamos de la música, decidí vivir del otro trabajo y mi situación se empezó a normalizar.

 

Actuamos en Rockola la última vez en diciembre del 83. En esa actuación el sonido fue excelente gracias a las ideas de sonorización de Paco Trinidad. Nos dio mucha pena dejarlo pero el destino nos separaba y había que ser realista. Después de seis meses de aquella actuación grabamos el segundo LP. Resultó duro sin haber ensayado durante ese tiempo. Pese a todo creo que grabamos las mejores canciones de Décima Víctima.

 

En el año 1994, gracias a la insistencia de Nacho Canut, con quien no había vuelto a hablar desde hacía muchos años, se hizo una recopilación de Décima Víctima que se llamó Resumen. Las relaciones de Paco Trinidad con Grabaciones Accidentales eran tensas y él no quiso que constara en los títulos que hizo la remezcla de los temas del primer LP y la remasterización de todos los temas, consiguiendo una nitidez en las canciones que nunca antes habían tenido Décima Víctima en vinilo.

 

© Carlos Entrena


 

 

5. Discografía

 

– Maqueta (Demo) (1981)

 

– El Vacío (EP 7”) (Grabaciones Accidentales, 1982)


– Tan Lejos (EP 7”) (Grabaciones Accidentales, 1982)


– Décima Víctima (LP) (Grabaciones Accidentales, 1982)


– Detrás de la Mirada (Single 7”) (Grabaciones Accidentales, 1982)


– Algo en Común (Maxi-Single 12”) (Grabaciones Accidentales, 1983)

 

– Algo en Común (Single 7”) (Grabaciones Accidentales, 1983)

 

– Un Hombre Solo (LP) (Grabaciones Accidentales, 1984)

 

– Un Hombre Solo (Single 7”) (Grabaciones Accidentales, 1984)

 

– Resumen (CD / LP recopilatorio) (Dro, 1994)

 

 

(Ver segunda parte del dossier Décima Víctima con las entrevistas)

 

 

(NOTA: Este dossier aparece aquí por cortesía de Rafa Skam, del fanzine El Planeta Amarillo, y de los autores de cada una de sus secciones. Todas las fotos tienen su correspondiente copyright, con lo que para hacer uso de ellas debes dirigirte a sus autores)

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Jesus And Mary Chain, besos de alambre de espino 

 

En “Lost In Traslation” Sophia Coppola los rescató con una de las más bellas escenas del cine de los últimos años. Ese “Just Like Honey” recordó como aquellos insolentes y siniestros muchachos de Glasgow, quebraron los 80 a golpes de ruido y miel con el fundamental “Psychocandy”, el primer paso de una discografía repleta de joyas. ¡ojo!, que han ganado (y mucho) con el tiempo.

 

 

En 1984 Duran Duran y Spandau Ballet no solo encarnaban el horterismo musical y estético en grado sumo, sino que viajaban en limusina neo-romántica por las carreteras de las listas de éxito y el estrellato. ¿El punk?, bien gracias, un bonito recuerdo constatando que todo volvía a estar igual de mal. O peor. Era como para volver a enfadarse… y así fue. Unos cuantos metros bajo tierra Alan McGee, el jefe del mítico sello Creation, obnubilado ante el descubrimiento de unos mozalbetes escoceses llamados The Jesus And Mary Chain, decidió editar su particular bomba-lapa. “Upside Down”, devastador primer single, supuso el primer paso de un grupo con una misión: ponerlo todo patas arriba sin remisión.

 

Tras aquella polémica nomenclatura de reminiscencias religiosas, el cantante Jim Reid, su hermano William a la guitarra, el bajista Douglas Hart y un jovencísimo Bobby Guillespie (actual líder de Primal Scream) aporreando la batería empujaban a Suicide y The Stooges dentro de los barrotes del “White Light/White Heat” y los empapaban de melodías surf.  El mensaje, inserto dentro de un chorro de feedback, era claro: “con cada sonido que oigo me vuelvo loco / no me importa”. Y el efecto devastador. Nihilismo, provocación y (auto)destrucción, o lo que es lo mismo, aprehender el espíritu primigenio del rock n´roll, envolverlo en actitud punk y tamizarlo por la oscura violencia de Joy Division.

 

 

 

Con “Upside down” el himen del rock se volvía a romper. Había que celebrarlo y unos Jesus ciegos de estridente autosuficiencia, optaron por alzar el volumen lo más alto posible. La prensa especializada se deshace en elogios con ellos que fichan por la subsidiaria de Wea Blanco y Negro y, tras una programada serie de singles posteriormente recogidos en el álbum, alumbran el estratosférico “Psychocandy” (Blanco y Negro, 1985). La polaridad se repite: Stooges y Velvet Undreground por un lado, Phil Spector y Brian Wilson por el otro. Ambos sintetizados en catorce cápsulas anfetamínicas que expulsan toda la gama de pulsiones que recorre un cuerpo durante esa conflictiva adolescencia en la que uno quiere gritar, provocar, romper cristales, esconderse… pero no sabe muy bien porqué, más allá de la angustia, el vacío y el hastío que se anidan en el interior.

 

Los Jesus, absorbiendo la esencia de esos entrecruzados sentimientos y, mediante una exquisita cultura musical, buscaron la vía de escape más pop y ruidosa posible, volcándola en un disco en el que confluye el azúcar y el papel de lija a partes iguales. Unas veces observando primorosas melodías desde una borrosa lente rayada (“Just Like Honey”, “Cut Dead” O “Taste Of Cindy”), otras apelando directamente al nervio, la orgía de acoples y virulencia (“The Living End”, “Never Understand”, “My Little Underground”) “Psycochandy” se revela como una obra maestra indiscutible y los Jesus, con una serie de caóticos e incendiarios conciertos (en los que tocaban de espaldas y apenas rebasaban los veinte minutos), no hacen sino alimentar la leyenda convirtiéndose en el grupo de culto por excelencia de las Islas. Desde “Never Mind The Bollocks” nada con estribillos y melodías había sonado con tanto peligro, violencia y perversión, y, al tiempo, tan inocente, vulnerable y cercano.

 

 

 

 

Dos años después aparece “Darklands” (Blanco y Negro, 1987) y con él un giro radical en la carrera del grupo. Si muchos vieron en “Psychocandy” el “White light/White Heat” de los 80, ahora las comparaciones apuntan directamente al tercer disco de la Velvet Underground, al tiempo que se alude inevitablemente a Joy Division y The Cure. Ya desde las primeras líneas de la inaugural “Darklands” (“Voy hacia las tierras oscuras/ a hablar en verso con mi alma caótica”) queda claro que el romanticismo, la introspección y la oscuridad dominará este cambio de rumbo.

 

Desechando casi por completo la rabia predecesora (apenas visible  en “Fall” y “Down On Me”), “Darklands” nos presenta a unos Jesus resacosos del estruendo y colmando de belleza oscura y melancólica piezas como la homónima “Darklands”, “Cherry Came Too” o la preciosa “About You”. De igual modo ofrecen hits de la talla de “Happy When It Rains" o “April Skies”, aparte de los mejores textos de toda su carrera llenos de impactantes imágenes como la que titula este artículo. Escrito desde un dolorido y deprimido corazón, que se debate entre el amor y la muerte, que buscando el cielo llega al infierno y se deja empapar de gotas de lluvia, “Darklands” es uno de esos discos que en la adolescencia musican temores e inseguridades con el pestillo puesto para, luego, acompañar a uno toda la vida.

 

 

 

            Antes de grabar el siguiente álbum, los Jesus recopilan singles, caras b y rarezas en el imprescindible “Barbed Wire Kises” (Blanco y Negro, 1988). Más allá del fetiche completista esta recopilación se revela como un brillantísimo catálogo de un grupo en estado de gracia total, que igual se radicaliza (aún) mas allá del noise (“Head”, Hit”), como se embriaga en la fragilidad indie-pop (“Psychocandy”, “Don´t Ever Change”) o sorprende con particularísimas e irreverentes versiones (“Surfin´ Usa”, “Who Do You Love?”). En él se incluye un tema nuevo, “Sidewalking”, instantáneamente convertido en  clásico de la banda y delatador adelanto de un futuro inmediato que se plasmaría en “Automatic”, su tercer elepé.

 

 

 

En “Automatic” (Blanco y Negro, 1989) surgen unos renovados Jesus regodeándose y explotando muchos de los hallazgos de “Sidewalking”. La dicción chulesca y desafiante de Jim Reid se empasta con riffs infalibles, mientras el uso de  las programaciones varía sustancialmente la estética del grupo, mostrándose más sintéticos, luminosos y accesibles que nunca, gracias a la intervención del ingeniero de sonido Alan Moulder.

 

Lastrado por cierta monotonía y sensación de autoplagio, “Automatic”, aún así, se presenta como un notable e influyente trabajo, posiblemente el que más acentúa el lado “roll” de toda la trayectoria de los Jesus. Un espíritu que, sin desdeñar el arrojo melódico de “Here Comes Alice”, el clima esquizoide de “Gimme Hell” o la plácida “Crazy”, descansa fundamentalmente en temas como  “Blues For A Gun”, “Coast To Coast” o “Head On”, mezclas perfecta de aceite guitarrero y rudas bases electrónicas dando vía libre para que el rock n´roll se infiltre en la pista de baile.

 

 

 

Continuando la senda de las programaciones, los Jesus perfeccionan su alianza con Moulder mediante el magnífico single “Rollercoaster”, y dos años después regresan pletóricos con el soberbio “Honey´s Dead” (Blanco y Negro, 92). Las polémicas alusiones del single “Reverence” (“Quiero morir como Jesucristo / quiero morir como JFK”) los sitúan otra vez en el punto de mira de los guardianes de la moral y el orden, pero más allá de la provocación (¿infantil?, ¿gratuita?, ¿vacía?) inherente a los Jesus desde sus inicios, “Reverence” es todo un latigazo de electricidad que remite al espíritu agresivo, oscuro y redentor de los Stooges y, sin duda, una de sus composiciones más memorables.

 

Es la entrada de un capítulo que, lejos de suponer un salto evolutivo, parece sintetizar todo el pasado de la banda. El noise-pop de “Psychocandy”, la belleza abatida de “Darklands” y el vigor electro-rock de “Automatic” se conjugan en un híbrido, denso e hipnótico, que contiene incontestables cumbres como “Cathfire”, “Far Gone And Out” o “I Can´t Get Enough”. Con él visitan por primera vez nuestro país y las crónicas lo sitúan entre los mejores conciertos del año, mientras el adolescente autor de estas líneas literalmente lo flipa en la retransmisión que de su concierto de Madrid ofreciera Radio 3 en su día.    

 

 

 

Tras lanzar un nuevo recopilatorio (“The Sound of Speed”, la continuación de “Barbed Wire Kisses”, aunque con un resultado bastante más discreto) nos situamos ya en 1994, annus horribilis para las vacas sagradas del pop británico. Si puntales como Primal Scream, Ride o Stone Roses ofrecían entregas muy por debajo de su media y el relevo en el star-system se servía a la baja mediante el sobreinflado globo del brit-pop, los Jesus en sintonía coyuntural editan el endeble “Stoned And Dethroned” (Blanco y Negro, 1994).

 

 

 

 

 

Inicialmente planteado en formato acústico y con colaboraciones de relumbrón, al final se queda en semi-acústico y el cameo más esperado (Bob Dylan) rechaza la invitación. Sí aceptan la pérfida Hope Sandoval (Mazzy Star) para la preciosa “Sometimes Always”, posiblemente el mejor corte del disco, y Shane MacGowan (The Pogues)  en “God Help Me”. Del mismo modo que sucedió en los fiascos de las bandas antes citadas, “Stoned and Dethroned” es el típico caso de “disco que no estaría mal si fuera de cualquier otro grupo”, pero dentro de la trayectoria de los Jesus aun hoy suena adocenado, insulso y falto de inspiración. Y lo peor: su defensa sobre  escenarios españoles (en 1996, dentro de los primerizos Festimad y Fib respectivamente, donde muchos los veíamos por primera vez) empezaba a destilar un ligero olor de grupo dinosaurio, a años luz de la portentosa comparencia del año 92 y las grabaciones piratas que sus fans guardábamos como oro en paño.

 

 

 

Pero, desgraciadamente, en ese sentido las cosas siempre podrían empeorar y dos años después, de nuevo en el escenario del Fib, los Jesus escenificaron su defunción pública de una manera francamente bochornosa. Para el recuerdo de mis pesadillas particulares quedará aquel William Reid completamente borracho provocando una de las mayores dosis de vergüenza ajena que uno como fan tuvo que padecer en su vida. El motivo del mencionado esperpento era la presentación del discreto “Munki” (Sub Pop,1998), canto del cisne de una banda con el discurso agotado, agarrándose al deja vu por un lado y buscando fallidas vías de madurez por otro, para finalmente descender considerablemente su nivel hasta evaporar casi por completo la excitación. Aún así dejan en su legado, singles tan respetables como la pareja “I Love Rock N ´Roll” y “I Hate Rock N´Roll” o ese revolcón por la oscuridad del rock n´roll clásico de “Craking Up”, junto a homenajes y bromas como “Moe Tucker” o “Supertramp” y torpes intentos de enlazar la épica a su sonido como “Man On The Moon”. Afortunadamente tardaron poco en disolverse.

 

  

 

Finiquitada su historia, y ya en la década presente, se han editado varios discos de especial interés. Para no iniciados es más que recomendable la recopilación “21 Singles 1984-1998” (Warner, 2002), idílica para hacerse una panorámica global del grupo y constatar que, aparte de aventajados e imaginativos arquitectos sonoros, los Jesus fueron uno de los mejores surtidores de canciones del último rock británico. Por otro lado, tanto la sensacional “The Complete John Peel Sessions” (Strange Fruit, 2000) -un impresionante documento que recoge vibrantes tomas en directo del repertorio de sus primeros trabajos-  como “Live In Concert” (Strange Fruit, 2003) –ídem de la segunda etapa, inferior pero igualmente interesante- deberían de figurar en la discografía del fan que quiera ver y sentir todas las aristas de una banda esencial en cualquier lectura de la historia del rock.

 

 

 

Esencial. Mmmm… dichosa palabra. Decía sobre el pop, el periodista Nick Cohn en el mítico libro “Awopbopaloolbopalopbamboom” que “ha hecho caricaturas gigantes de la ambición, de la violencia, del amor y del inconformismo que han resultado ser las ficciones más poderosas y más precisas de este tiempo”. Palabras éstas referidas a los estandartes de su momento de redacción (Stones, Kinks, The Who…), pero perfectamente aplicables a la percepción que de los protagonistas de estas líneas tenemos algunos de estos jovenzuelos que preferimos a Primal Scream sobre Zen Guerrilla.

 

Y es que los Jesus and Mary Chain han significado, sí, “eso”: el “joder que subidón”, el “joder que bajón”, el “joderos todos” y el “qué jodido estoy” comprimidos en rutilantes espejos musicales en los que mirarse de continuo, cuando las hormonas se hayan en óptimo punto de cocción. Espejos que el paso del tiempo no ha hecho sino situarlos en  la misma lista de los Suicide, Who, Joy Division, Sex Pistols, Stones, Sonic Youth, My Bloody Valentine, etc., ese lugar donde no se discute sobre si Pleasure Beach son mejores que White Stripes, porque un simple acorde de Pj Harvey los empequeñece hasta lo invisible e irrelevante. Sí, allá donde Primal Scream ocupan ya plaza segura, al ladito Jesus and Mary Chain, y en el que Zen Guerrilla, pese a unas virtudes que nadie pone en duda, mucho me temo que nunca estarán.

 

Lo siento boss, la tenía en la recámara de mi (cada vez más devaluada) arrogancia juvenil.

 

Javier Becerra

(Ver también artículo sobre "Psychocandy" de The Jesus & Mary Chain)

(Artículo publicado originalmente en Ruta 66)

ARTÍCULOS 2005 ROCK DE LA CARCEL

ARTÍCULOS 2005 ROCK DE LA CARCEL

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2005


El rock de la cárcel

 

 

         Si el rock es expresión de energía y pasión juveniles, y a veces un suculento negocio, no es de extrañar que genere abusos vitales. Larga es su historia de tragedias personales e incidentes públicos con la ley. Aquí están algunos de los casos más curiosos.

 

         No todos los músicos rock son unos inocentones como los británicos Stone Roses, quienes, cabreados con su primera compañía de discos, pintarrajearon el coche y las oficinas de su antiguo jefe. Ni tan siquiera el temible Marilyn Manson tuvo en realidad excesivos problemas con la justicia. Tipos supuestamente más tranquilos, como Madness o The Farm, han tenido más visitas a juzgados y prisiones. Aunque las andanzas de James Brown, Keith Richards, Sid Vicious, Jim Morrison, Chuck Berry o Jerry Lee Lewis dejarían a todos los anteriores en el más absoluto ridículo.

 

         Sin ir más lejos, Chuck Berry, que tiene la ficha policial más amplia. En su adolescencia pasó dos años en prisión por hurto y robo de coches. En 1959, en la cima de su carrera, fue encarcelado tres años por abusar de una jovencita de 14, de la que él aseguraba que realmente tenía 20 años. En 1977 entró de nuevo tras las rejas por no hacer su declaración de impuestos.

 

         Los problemas con las sustancias prohibidas son ya un lugar común en el rock. El bonachón Ray Charles fue sentenciado a cinco años de prisión en 1964 por posesión de hierba y heroína. Los Rolling Stones, a pesar de ser detenidos en más de una ocasión, siempre se las ingeniaron para librarse de la cárcel en serio.

 

         Menos suerte tuvo Roky Erikson, líder de los 13th Floor Elevators, condenado por posesión de una pequeña cantidad de hachís. Se le dio a elegir entre la cárcel o un psiquiátrico; eligió la segunda opción y se escapó a los pocos días, siendo detenido de nuevo con una sustancia dudosa. Después pasó tres años interno, bajo terapia de electroshock, y ya no volvió a recuperarse nunca más.

         Jimi Hendrix, después de ser detenido en Canadá, admitió en el juicio tomar LSD, cocaína, hachís y marihuana, aunque se le procesó realmente por su adicción a la heroína. Sin embargo, el juez le absolvió de todos los cargos como regalo de Navidad.

 

         Famoso es el episodio de Paul McCartney, detenido en el aeropuerto de Tokio en 1980 con marihuana. Pasó la noche en la cárcel. En este caso, el autor de varias biografías Albert Goldman afirma en su libro Las vidas de John Lennon que todo fue un montaje de Yoko Ono, quien habría contactado con un familiar suyo, funcionario de aduanas, a fin de evitar que Paul se hospedara en el mismo hotel en el que John y Yoko habían dormido unos años antes.

 

         También cayó David Crosby, componente de Crosby, Still & Nash, tras dos detenciones en 1982 por posesión de armas y drogas, aunque sólo fue condenado por conducción peligrosa. Al año siguiente, no pudo evitar una condena de cinco años por posesión de cocaína, a pesar de intentar impresionar al jurado sollozando durante todo el juicio. Más recientemente otros músicos tuvieron que dormir entre rejas por posesión de sustancias prohibidas: Shaun Ryder de Happy Mondays, Adam Clayton de U2, Nick Cave o el mismísimo Boy George, cogido con heroína una semana después de iniciar el tratamiento médico para su desintoxicación.

 

Arrebatos que se pagan

 

         La leyenda negra de Jerry Lewis no es un mito. En 1975 fue multado con un buen puñado de dólares tras meter una pistola en la boca de su bajista. Al año siguiente fue arrestado en las puertas de Graceland, la mansión de Elvis Presley, cuando, borracho y con un arma, reclamaba al rey del rock que le mostrara su “culo sangriento”.

 

         Sid Vicious, imagen del punk, fue acusado de matar a puñaladas a su amante Nancy Spungen en el famoso hotel Chelsea de Nueva York en 1978; nunca respondió a tal acusación, ya que murió antes de una sobredosis de heroína adulterada suministrada por su propia madre.

 

         Los excesos de Jim Morrison, reflejados en la película The Doors, consiguieron que fuera condenado por exhibicionismo, comportamiento lascivo, profanación y borrachera en público, después de mostrar sus atributos e insultar repetidamente a la policía en una actuación en Miami.

 

         Otro personaje excesivo, Screamin’ Lord Sutch, se presentó en el número 10 de Downing Street de Londres con cuatro mujeres desnudas para informar al primer ministro británico de un concierto; acabó en prisión sin completar su visita. Por su parte, Dennis Wilson, el único de los Beach Boys que realmente hacía surf, fue acusado de corrupción de menores cuando la policía lo encontró en actitud poco decorosa con una menor en su camerino.

 

 

         Bien conocidos son los líos de James Brown. Tras varios intentos sin que lo enviaran tras las rejas, en 1989 lo consiguió. La primera acusación fue de intentar matar a su mujer, aunque luego ésta la retiró. Sin embargo, tuvo que responder al cargo de intentar escapar a la persecución policial a través de dos estados. Las posibilidades de una rápida excarcelación se diluyeron cuando los guardas encontraron 400.000 dólares en su celda.

 

         Otros preferían apropiarse de lo ajeno. El cantante Lew Lewis atracó a un cartero, y lo pillaron semanas después cuando entró en la oficina de Correos a comprar unos sellos. Merle Haggard, estrella del country, pasó parte de su vida entre reformatorios y prisiones, siendo condenado la última vez por atraco frustrado. Mientras, a Ozzy Osbourne lo que le iba era robar en las tiendas, pero se le notó que no era un profesional: lo detuvieron por sus huellas dactilares, ya que usaba guantes rotos.

 

         Las historias con The Clash no dejan de ser anecdóticas: Paul Simonon y Topper Headon fueron multados pos disparar a las palomas con rifles de aire comprimido, aunque luego Headon pasaría una temporada en prisión por posesión de drogas y Joe Strummer por pintar graffitis en las paredes de la sala de conciertos Dingwalls.

 

Más madera

         También el histórico Johnny Cash fue sentenciado a 30 días de prisión por posesión de drogas en 1956, aunque quedó en libertad condicional. Diez años después, un horrendo crimen logró que lo internaran tras los barrotes: ¡formaba parte de una pandilla que se dedicaba a arrancar flores de parques públicos!

 

         Terence Trent D’Arby visitó los calabozos de las Fuerzas Armadas estadounidenses en Alemania por desertar en su etapa de soldado profesional. Por su parte, el gran cantante africano Fela Kuti siguió una vida paralela a la de Al Capone en su relación con la justicia. Amenazado, perseguido y juzgado varias veces, sólo cumplió 18 meses en prisión por delitos fiscales.

 

         Cuestión de imagen o de convicciones. El caso es que el rock tiene cierta aureola de vida al límite. Ejemplos no le faltan. Y más si pensamos en todos los que habrán escapado a la ley.

 

Xavier Valiño

(Artículo aparecido por primera vez en el Diario Vasco en 1989)

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 EN LA CUERDA FLOJA WALK THE LINE

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ARTÍCULOS 2006


En la cuerda floja, un romance escrito en las estrellas

 

 

            Ni de cerca ni de lejos era la elección más evidente. No hay más que poner juntas una fotografía contemporánea de Joaquin Phoenix y otra de Johnny Cash de mediados de los 60, cuando tenía la edad que tiene hoy Phoenix (32 años): Cash parece tener 40 años mientras que Phoenix pude pasar por poco menos de 20.

 

Las semejanzas físicas son, claro, poco menos que ninguna. Y ése es uno de los aspectos más curiosos de Walk The Line (En la cuerda floja), ya que conocemos muy bien la costumbre de los biopics de intentar conseguir, en lo que se refiere a su reparto, maximizar las posibilidades de mimetismo entre el actor y el personaje biografiado.

 

            La película de James Mangold parece funcionar al contrario, al conseguir desde el principio minimizar esas probabilidades. También sabemos los problemas que esa búsqueda del mimetismo levanta, sobre todo cuando el biografiado es alguien que vivió hace suficientemente poco para que su existencia, y sobre todo su fisonomía, haya sido documentada infinitas veces, grabada, fotografiada: se crea un efecto paradójico, ya que el espectador está siempre, incluso inconscientemente o contra su voluntad, a ‘medir’ los parecidos y las diferencias.

 

En ese caso, la neutralización de la desconfianza llega con la superposición del actor con la imagen del personaje, y no en pocas ocasiones para el propio actor -y para quien lo dirige- la emulación del personaje se torna en una prioridad tan absoluta que destroza cualquier posibilidad de reinvención o incluso de retrato: un muñeco parecido no es automáticamente un retrato; un retrato no tiene que pasar por un muñeco parecido -hablemos de pintura, fotografía o cine-.

 

 

            En el contexto de películas dedicadas a figuras de la música popular, podríamos llamar a esa confusión el ‘síndrome de Val Kilmer’, recordando su patético -y marcante, en este sentido- Jim Morrison en The Doors que Oliver Stone dirigió a comienzos de los 90. En En la cuerda floja, James Mangold y Joaquin Phoenix escapan de todo esto y lo hacen bien.

 

Vemos que este hombre (Phoenix) está en el lugar de otro (Cash), percibimos que no son nada parecidos y ya no volvemos a pensar en el asunto durante toda la película; aceptamos el juego y somos libres para ver un personaje y el desarrollo de su trabajo y su caracterización. Nos libramos nosotros, espectadores, y se libran ellos, realizador y actor, para representar un Cash que, en lugar de una instantánea de fotomatón, intenta ser un retrato, pintado, retocado, granulado -se puede escoger una expresión de éstas o otra que se quiera-; en suma, una interpretación de Johnny Cash.

 

            Obviamente, esto no significa inventar otro personaje diferente. Por el contrario, queda claro que Phoenix estudió realmente, con toda la atención, la imagen y la voz de Cash. La voz, a pesar de que no suena con el tono barítono de Cash, no la imita nada mal, y seguro que en un programa de imitación de estrellas tendría buenas posibilidades de llegar a la final.

 

Estudió sus manierismos y los gestos, su pose en el escenario, la guitarra casi a la altura de la garganta, el modo en el que torcía un poco la boca al cantar, como si estuviese haciendo un esfuerzo para contener exageraciones expresivas que escaparan de su aura de gravedad impasible. Phoenix estudió todo esto. Pero ‘todo esto’ parte de la imagen pública de Johnny Cash y fue tomado del personaje que él mismo creó, por voluntad propia, por naturaleza o por la conjunción más o menos estudiada de las dos. Es ese ‘Cash-icono’ la fuente de inspiración de Phoenix y el aspecto que fortalece los contornos más reconocibles para su personaje; el sustituto de su fisonomía, por así decir.

 

 

            No exageraríamos si dijésemos que En la cuerda floja, a partir de ahí, trabaja en dos líneas paralelas. Por un lado, está la historia de la transformación de Cash en Cash, rumbo al momento en el que John R. Cash pasa a ser Johnny Cash y a asumir un personaje; el film sitúa ese momento en el concierto de regreso en la prisión de Folsom, cuando Cash se presenta como the man in black, o el ‘Hombre de Negro’.

 

Inmediatamente antes, se ha podido ver un plano de Phoenix, en pose artificial -en ‘representación’-, preparado para asumir su estatus icónico: le dicen que todo vestido de negro dará la impresión de que va a un funeral, a lo que él responde, estudiadamente, “tal vez, tal vez”. Se trata del actor Phoenix encontrando al actor Cash, en total consciencia -de uno y del otro-.

 

            Historia de una imagen, En la cuerda floja es también la historia del cuerpo -y del espíritu- que la alimentó. ¿Cómo enfrentarse a esa relación, sus continuidades y contradicciones? Eso también es un desafío de actor. ¿Cómo transmitir lo que conocemos de Cash, esa imagen reconocible, hacia un terreno incierto y secreto, el de la vida íntima?

 

Siendo un biopic, este aspecto es central en la película de Mangold. Y se resuelve en un contrapunto: hacer del personaje un héroe vulnerable, de una rebeldía adolescente -se puede pensar en los míticos personajes de Nicholas Ray; casi se puede jurar que Phoenix también pensó en ellos-, incluso infantil, por lo menos en lo que respecta a su dependencia, a la preponderancia de las figuras maternales, a la incapacidad de comunicación con el padre o, más genéricamente, con representantes de una autoridad masculina (“¿Tiene alguna cosa contra la Fuerza Aérea? Yo sí la tengo”).

 

 

Historia de crecimiento y madurez, ésta es también una historia de cicatrices. Cash -el verdadero- preguntaba en una canción: “¿Quieren saber por qué siempre visto de negro?”. Decir que En la cuerda floja y Joaquin Phoenix dan a esa pregunta una respuesta en la que podemos creer es, tal vez, el mejor elogio que se les pueda hacer.

 

            Que se desengañe quien vaya a ver En la cuerda floja buscando un biopic de formato tradicional de Johnny Cash, pionero del rock’n’roll en los años 50, imagen rebelde de la música country en las décadas siguientes, figura tutelar de la saga ‘americana’ de los años 90, presencia casi mítica salida del Antiguo Testamento en el que se cruzan, a un tiempo, la raíz más profunda de la música tradicional norteamericana y la modernidad traída por el rock’n’roll.

 

Lo que está en el film de James Mangold, realizador interesante pero desequilibrado, capaz de lo mejor y lo peor, para quien este proyecto fue una cruzada personal que le llevó años montar, no es esa historia del superviviente que se supo mantener relevante durante medio siglo; es tan sólo la historia de la pasión de Cash y de su segunda esposa, June Carter, hija de una legendaria dinastía de la música country, contada con los requisitos melodramáticos de los que Hollywood es capaz, disfrazada del recurrente ‘ascensión y caída’ del músico desde el inicio de su carrera en los estudios Sun, bajo los auspicios del productor Sam Phillips, hasta su resurrección a finales de los 60 con el disco grabado en directo en la prisión de Folsom.

 

            En la cuerda floja muestra una pequeña parte de la historia de Cash, la parte que Hollywood habrá visto –claro- más interesante: su infancia difícil como hijo de un trabajador pobre que lo rechazó después de la muerte de su hermano mayor, su ascensión a pulso en los tiempos dorados del rock’n’roll en plena década de los 50, la forma en la que se apasionó en la carretera por June Carter y, a pesar de ya estar casado y tener hijos, el descubrimiento de haber encontrado a la mujer de su vida y la persecución hasta que ella la aceptó como esposo. Todo un romance escrito en las estrellas.

 

 

            Ya lo sabíamos de otras películas sobre estrellas del country como Loretta Lynn (Quiero ser libre, de Michael Apted, con Sissy Spacek y Tomy Lee Jones) o Patsy Cline (Dulces sueños, de Karen Reisz, con Jessica Lange y Ed Harris): la música country es el terreno propicio para el melodrama clásico, con su apego a los valores tradicionales de la familia, el escenario rural y la subida a pulso que es el refugio de las edificantes historias de ascenso al estrellato.

 

Si quisiéramos, podríamos ver ahí una ‘pureza’ original, primordial, de la familia nuclear que parece hecha a medida del conflicto clásico del melodrama, entre la razón y la emoción. Y, a pesar de que los personajes que lo inspiraron son personalidades identificadas como ‘rebeldes’ en el universo del country, En la cuerda floja es de lo más clásico que se puede imaginar en el melodrama: son las mismas historias de un amor no correspondido, de un romance lleno de obstáculos, de un corazón indomable que se busca siempre en otro sitio.

 

El título del film es, a este respecto, programático, por ser no sólo uno de los temas clásicos del músico, sino también el símbolo de todo aquello que June le pedía a Johnny para que él fuese capaz de merecerla: “Walk the line”, “apártate de las tentaciones”, “pórtate bien”. Porque sólo en el respeto a los valores tradicionales y de la ‘santidad’ de la familia nuclear su relación, que había comenzado fuera de ella, podía tener sentido, sólo así las heridas de Cash podían sanar.

 

            Pero el problema es que es en esa herida, en esa oscuridad que Cash veía, donde reside la intensidad, la energía de su obra. Aquello que nos atrae en Cash no es sólo el melodrama ‘más grande que la vida’ verídico del artista torturado, que existió realmente -la propuesta de matrimonio que Cash le hace en el escenario a June Carter, que parece invención del guionista, es absolutamente cierta-, sino que el músico era un hombre con un lado negro, oscuro.

 

Jonny Cash sentía una especial atracción por el abismo y por la tragedia humana, algo que se convirtió en justo aquello que hizo que su música captara la atención de los presos de Folsom y San Quentin, que los hiciera identificarse con las palabras que aquel hombre cantaba, con la esperanza de redención y la certeza del castigo aprendido de los viejos himnos religiosos que habían formado su gusto -y el de June- por la música desde pequeño.

 

 

            ¿Sería posible, por ejemplo, pensar en su lectura del “Hurt” de Nine Inch Nails sin comprender ese lado negro de quien ganó y perdió, gozó y sufrió, en suma, vivió, que tantas veces se situaba por encima en la música de Cash? Y es ese lado negro el que no se siente en En la cuerda floja; es ese lado negro el que queda por explorar, reducido a recursos demasiado fáciles del dolor del hijo rechazado y del marido incomprendido, al alivio de la droga y del alcohol y de las mujeres fáciles, a la caricatura del artista autodestructivo, olvidándose también de su conservadurismo, su apoyo a los derechos de los indios, su simpatía por los delincuentes o su fundamentalismo religioso.

 

Con todo, nada de confusiones: el film de James Mangold no es un ‘blanqueamiento’ de la imagen de Cash, no escamotea su tendencia autodestructiva ni trata mal (al contrario de lo que una de las hijas de su primer matrimonio pretende) a Vivian, su primera esposa, pintada no como una arpía, sino como una mujer que quería de Cash aquello que él no le podía dar a menos que dejara de ser quien era.

 

La pareja Cash-Carter estuvo presente en el proyecto y el guión desde el principio, a pesar de que la película se completó después del fallecimiento de ambos, y surgió de largas conversaciones entre ellos, respetando el realizador sus voluntades. En la cuerda floja no ‘blanquea’, pero opta por la historia edificante con final feliz, una historia de entre las muchas para las que la vida de Cash podría dar juego y que podrían ser contadas de acuerdo con los patrones de Hollywood.

 

Hay, ciertamente, honestidad en En la cuerda floja. No podía ser de otro modo, vista la inversión y la entrega que se siente de parte del equipo y de los actores, a los que, si acaso, se les puede disculpar la osadía de grabar e interpretar canciones tipo fotocopias, a imagen y semejanza de los originales, por cuanto la idea fue una imposición del supervisor musical y veterano productor T-Bone Burnett.

 

Y el film acaba por pertenecer más a Reese Witherspoon, que consigue, con un personaje más difícil de partida, hacer olvidar su imagen de actriz de comedia y colocar enfrente nuestra a June Carter de cuerpo entero, robando el protagonismo a un Joaquin Phoenix entregado al mimetismo de la fisicidad y de la energía de Cash, aunque incapaz de hacernos olvidar al actor detrás del personaje. Hay honestidad, corrección, eficacia; hay un melodrama bien hecho sobre un cantante de éxito. Pero ésa no es toda la historia del Hombre de Negro.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 JOHNNY CASH

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ARTÍCULOS 2006


Johnny Cash, espíritu muy antiguo en un cuerpo muy joven

 

 

         En las Crónicas que editó el año pasado, Bob Dylan habla de un período en el tiempo, la década de los 50, en la que sintió que Norteamérica se transformaba para siempre, de forma definitiva, irremediable. Todos los personajes que describe, los ambientes que evoca, las memorias que recupera, indican en el fin de la Norteamérica que, con sobresaltos pero en línea recta, sin desvíos, había existido desde el final de su Guerra Civil.

 

El viaje hacia el Oeste alimentado por emigrantes de todas las nacionalidades, la euforia económica de las primeras décadas del siglo XX, la Gran Depresión que le siguió, la II Guerra Mundial y los años de optimismo que llegaron después son los que Dylan describe a Martin Scorsese en el documental No Direction Home, como representando el crepúsculo de la inocencia norteamericana.

 

Años y años de convulsiones y profundas transformaciones que, con todo, mantenían inalterable la esencia de una Norteamérica a la que no podíamos aún llamar mítica. ¿Cómo llamar mito a lo que estaba todavía profundamente presente, enraizado en la vivencia de aquellos que lo habían experimentado en primera mano, de aquellos que lo tenían cicatrizado en la piel y que lo habían preservado en cancionero hecho de las vivencias cotidianas, no relegado a lectura de biblioteca?

 

Dylan, en medio de las corrientes enfrentadas, el pasado estructurado en disolución y el futuro que se comenzaba a anunciar, deambulaba por el Greenwich Village de Nueva York y fabulaba con bibliotecas, biografías, artistas del folk y todas sus historias disponibles. Como recoge en sus Crónicas, el futuro no ejercía sobre él ninguna fascinación. Le interesaba el pasado, y de él extrajo la materia prima con la que construyó la primera de sus muchas máscaras.

 

         Johnny Cash puede haber sido también un hombre de máscaras pero fue, principalmente, alguien que llevo consigo todas sus contradicciones, con todos sus valores, de ese pasado a punto de disolverse. Fue alguien que atravesó sin ceder la barrera entre el ‘antes’ y el ‘después’. Un espíritu libre en conflicto, más rebelde por la incapacidad de aplacar sus demonios interiores que por convicción; un espíritu muy antiguo en un cuerpo demasiado joven, demasiado deseoso de ceder a la tentación.

 

En En la cuerda floja, la película sobre una parte de su vida realizada por James Mangold que recientemente se ha estrenado, el puente entre esos dos tiempos está claro. El ‘antes’ está marcado por la infancia en los campos de Arkansas, en los himnos gospel aprendidos con su madre, está en la familia Carter que lo acompaña desde joven a través de la radio de casa, como premonición del ‘anillo de fuego’ que lo uniría a June Carter.

 

 

El ‘después’ es aquella música demasiado agreste para ser country y demasiado adulta para ser rock’n’roll. Todo ello configura un mundo con un cuadro de referencias viejas de un siglo en descalabro y Johnny Cash atravesándolo cual personificación excesiva del conflicto latente. Love, God, Murder Amor, Dios, Muerte-, como reza el título de uno de sus más famosos recopilatorios. Rock’n’roll y redención, resumimos nosotros.

 

Cristo y Jesse James. Johnny Cash encarnó la vieja Norteamérica que Dylan veía desaparecer. Nacido en el seno de una familia de agricultores sobreviviendo al abrigo del new deal de Roosevelt -criado para apoyar a los supervivientes más necesitados de la Gran Depresión-, creció educado en el temor a la justicia de Dios y respetando una jerarquía de valores donde cosas como la honra, el trabajo y la dignidad aparecían en lugar preponderante.

 

Cantaba himnos gospel con su madre, aprendía a dar los primeros acordes con un vecino y tenía como compañía insustituible la radio que su padre había comprado para informarse de las crecidas del Mississipi. Años después, con todo, mientras cumplía el servicio militar en Alemania, período en el que compuso sus primeras canciones, no se deshizo de su inspiración de salmos bíblicos: “He matado a un hombre en Reno sólo por verlo morir”, es lo que dicen los primeros versos de “Folsom Prison Blues”, escrita tras ver un documental sobre la prisión que se convertiría para él en una imagen de marca.

 

Es la vieja Norteamérica construida con una mano sobre la Biblia  y la otra sobre el revólver: pecado y redención. Cristo y Jesse James. Johnny Cash partido por la mitad, un Johnny Cash que transporta la vieja América hacia la nueva que surge y que, por eso mismo, nunca se encontraría verdaderamente encuadrado en ella.

 

Inició su carrera en los estudios Sun de Memphis, los mismos en los que empezaron Elvis Presley o Jerry Lee Lewis. Abandonó el gospel ‘obligado’ por el productor Sam Phillips y, con los Tennessee Two -el bajista Marshall Grant y el guitarrista Luther Perkins-, creó un sonido áspero y agresivo que le debería garantizar un lugar en la historia como precursor del rock’n’roll.

 

Así lo dice la rudeza que empleaba en el country, así lo dicen las canciones grabadas con Elvis Presley, Jerry Lee Lewis o Roy Orbison, así lo dice la histeria de las fans adolescentes y los singles destacados en las listas de ventas. Cash, con todo, sería inmortalizado como el nombre más grande del country -la música antigua- y, sobre todo, como un artista por encima de distinciones de género musical. Así lo dictó el genio, un genio unánime, un genio controvertido e inquietante.

 

 

Lo vemos en el escenario: guitarra en diagonal, con el cuerpo erguido y el brazo apuntando al público, mientras con su mirada penetrante, viva y enigmática, desafiaba a todo los que lo observaban desde la platea. Kris Kristofferson diría a este respecto: “Era un terror divino, y se convirtió en el Padre de nuestro país”.

 

Lo escuchamos en disco: una voz granítica, aparentemente poco dotada, aunque inmediatamente reconocible y con una expresión inimitable. “No sé de dónde venían esas voces de Dios, no sé quién las sustituirá”, suspiró Nick Cave a la revista Mojo, comentando su muerte el 12 de septiembre de 2003. Su renacimiento al final de su carrera en las manos del productor Rick Rubin, etapa en la que le escuchamos robar para sí canciones como “Personal Jesus” de Depeche Mode, “One” de U2 o “Hurt” de Nine Inch Nails, sólo amplifica el suspiro.

 

Acompañamos la biografía: el hombre movido a anfetaminas desde su primera actuación y que, décadas después de deshacerse del hábito que casi le cuesta la vida y la carrera, decía sentir falta de energía, del vértigo que la droga le daba a su música. El ‘Hombre de Negro’ que, en la canción que le inmortalizó el apodo, cantaba: “Voy de negro por los pobres y los maltratados que viven en el lado hambriento de la ciudad”. “¿Por qué de negro? ¿Vas a algún funeral?”, le preguntan varias veces en la película En la cuerda floja. Respuesta invariable: “Tal vez, tal vez”.

 

El cantante respetado por los conservadores que cuenta como discos más vendidos dos actuaciones en directo en prisiones de alta seguridad (Live At Folsom Prison y Live At St. Quentin) y el músico de una generación anterior que, por su mismo calado moral, es adoptado por la joven contra-cultura americana como uno de los suyos.

 

La rebeldía de los discos en directo, la empatía generada con los prisioneros y las provocaciones a la autoridad en lo alto de un escenario así lo atestiguan. Cantó a la fe de una forma tan convencida como encarnó el crimen, y fue un hombre tan deseoso de la redención como consciente de la imposibilidad de ceder a la tentación: “Walk The Line”, una de sus canciones más famosas, es la confesión de eso mismo.

 

Y, por fin -que es una forma de volver al inicio-, el clasicista revolucionario, héroe no declarado del rock’n’roll, dictó el destino que tendría que seguir inevitablemente, para que todo tenga sentido, a la familia más importante e impoluta de la música country, la Carter Family. En la cuerda floja es la historia de amor de Johnny Cash y June Carter, con la vida de Cash, sus convulsiones y contradicciones como plano de fondo revelador.

 

James Mangold, el realizador de En la cuerda floja reconoció recientemente haberse centrado en un período específico de la vida de Cash, desde la infancia hasta sus primeros tres lustros de carrera, para “representar una imagen de él que, en cierta forma, fue apagada”. Viendo el film sabemos que no sólo fue por eso. En la cuerda floja es, primero, una historia de amor y, sólo después, la de una carrera.

 

 

 

El hecho es que entre la entrada en los estudios Sun, en 1955, y el concierto grabado en la prisión de Folsom, en 1968, Johnny Cash se asentó en el universo de la música popular como uno de sus máximos símbolos. A pesar de que el renacimiento en la década de los 90 fue la confirmación definitiva de que nos encontrábamos ante un genio mayor, sólo lo que grabó en aquellos años le habría asegurado la inmortalidad.

 

En ellos, y en la película que ahora se estrena, encontramos todo aquello que componte la cosmología cashiana: la infancia pasada entre la radio y el libro de cánticos de su madre, las marcas dejadas por un padre severo y alcohólico y, principalmente, la muerte de su hermano pequeño, culpa cristiana que, como señala el film, nunca más lo abandonará. La perseverancia en continuar una carrera musical cuando todos los caminos, de las puertas de los estudios a la oposición de su primera mujer, parecían cerrados.

 

Éste es el hombre que, al entrar en una sala de grabación, tres días después de la muerte de June Carter, exclamó: “No desisto, no creo en desistir”. Los excesos de una vida en los primeros pasos del rock’n’roll, pasada en largas giras por los Estados Unidos en pequeños coches y mantenida a base de dosis industriales de anfetaminas y cerveza. La prisión y la drogodependencia. El amor obsesivo por June Carter, que sobrepasa los convencionalismos, que superó el espacio y el tiempo y que, al fin, acaba por ser su salvación.

 

En a cuerda floja es la historia del camino al éxito de una de las voces más singulares de la música norteamericana, de la turbulencia que la creó y, por fin, de su redención y matrimonio con June Carter. En 1968, cuando atraviesa las puertas de la prisión de Folsom, es ya el ‘Hombre de Negro’, donde conviven lo sagrado más profundo y el profano más visceral, el músico que revolucionó la música country y vivió intensamente los escenarios, la música, la cerveza, la droga y los desacatos con los pioneros del rock’n’roll. Es el héroe de los fuera de la ley y una voz respetada por los puritanos. Es la Biblia y Jesse James con una guitarra colgada del cuello: el espíritu de la vieja Norteamérica perpetuándose de la mejor manera posible.

 

Xavier Valiño

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