ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BOB DYLAN NO DIRECTION HOME

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BOB DYLAN NO DIRECTION HOME

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


El enigma de Robert Zimmerman

 

Bob Dylan: No Direction Home (DVD Sony)

 

 

 Una de las cualidades más reseñables de Bob Dylan es su habilidad para mantener el enigma esencial de sí mismo. Puede participar en películas intrascendentes, editar largos libros de memorias, incluso prestar su imagen y canciones a un estúpido anuncio de ropa interior y, a pesar de ello, mantener intocable el misterio de qué fue lo que hizo que un chaval inquieto llamado Robert Zimmerman se convirtiera en el icono apodado Bob Dylan. Si Martin Scorsese tuvo en algún momento la intención de llegar al fondo con su documental de tres horas y media No Direction Home, está claro que no lo consiguió, pero eso no hace que esta película comercializada en DVD sea menos que extraordinaria y necesaria.

 

Centrada en los años históricos que le llevaron de tocar en bandas de rock’n’roll de Minnesota a finales de los 50 a su accidente de moto en 1966 -sea cierto tal percance o sólo una excusa que se inventó para desaparecer durante un tiempo-, No Direction Home incluye una buena cantidad de material de archivo. De entre lo recogido, destaca una larga y franca entrevista en cuatro jornadas con el propio Dylan (conducida por su colaborador de muchos años Jeff Rosen) y otras con muchos de los que lo conocieron entonces, como Allen Ginsberg, quien reconoce que lloró tras escuchar por primera vez “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” al descubrir que el testigo acababa de pasar a otra generación distinta a la suya.

 

Lo más destacable es que, a pesar de que Martin Scorsese se encontró con todo el material rodado cuando saltó al proyecto, éste ha convertido la película en un film propio con muchos puntos en común con el resto de su trayectoria. Como Uno de los nuestros, Toro salvaje o El aviador, se trata de una historia sobre cómo los tiempos conforman a determinadas personas y cómo éstas se echan atrás en algún momento, al menos durante un tiempo.

 

 

En más de una ocasión, Dylan sugiere que, aunque viene de una pequeña localidad llamada Hibbing, en Minnesota, aquel lugar no era su hogar, sino que se trataba de una localización en la que su cuerpo se había instalado temporalmente a la espera de alcanzar la mayoría de edad para volar. Consecuentemente con ello, Scorsese pone su énfasis en el potencial americano de reinventarse y la tristeza que puede sobrevenir cuando se logra. Rehaciéndose a sí mismo como un seguidor de Woody Guthrie, después como el producto más interesante de la escena folk de Nueva York y, más tarde, como un visionario rebelde del blues-rock y del estilo que llamarían americana -que aún estaba por inventarse-, Dylan contentaba y confundía a sus admiradores a partes iguales.

 

En la parte central del film, uno de los entrevistados articula la mística central de Dylan de la forma más sencilla posible, pero con las palabras más apropiadas: “Mientras está en el escenario, de alguna forma nos transporta con sus canciones diciéndonos que sabe algo que nosotros no sabemos”. Es la forma más llana de describir la razón de la fascinación por Dylan, del mito entre el resto de los mortales, del hombre tan atrapado en la persona que se ha creado con sus textos crípticos y su apariencia que incluso un director como Martin Scorsese sólo puede arañar la superficie de un ser extraño que parece contener el secreto más grande del mundo en su música. Da igual que lo cuente todo, porque sigue pareciendo que hay algo que se nos escapa, que no sabemos; es decir, la misma sensación que dejaba el primer volumen de sus Crónicas editado el año pasado.

 

El conflicto central de Don’t Look Back se traduce en conocer cómo se pasó en seis años de ser considerado un profeta a un paria, cómo llegó al punto de que sus fans pagasen por una entrada simplemente para abuchearlo. En la compleja narrativa por la que opta Scorsese, este aspecto se muestra hacia atrás al tiempo, mientras que los primeros años de Dylan se muestran en sentido cronológico, hacia delante. Una vez que las dicromáticas imágenes de Dylan se unen en el punto medio, conseguimos atisbar una imagen clara del enigma de Dylan: por qué sus fans se sintieron traicionados mientras a él no le importaba en absoluto lo que pudieran pensar, y cómo esa apatía sólo realimentaba la admiración hacia él.

 

 

Para confirmarlo, Scorsese vuelve una y otra vez a lo que D.A. Pennebaker rodó durante la gira británica de 1966 (que conformaría la película Don’t Look Back de aquel año), aquella serie de conciertos en los que los fans le gritaban “Judas” y “Traidor” cuando aparecía con sus músicos en formación eléctrica, los mismos que luego se convertirían en The Band. Fuera del teatro de Newcastle, donde aquella polémica actuación se vio por primera vez, los seguidores británicos de Dylan expresan el sentimiento de traición que sienten porque, según ellos, Dylan ha abandonado la tópica canción protesta, sin saber que esperaban a un Dylan que ya había desaparecido.

 

No Direction Home no desprecia totalmente ese sentimiento de pérdida. El título (Sin dirección o, también, Sin un hogar) no está ahí por accidente, ni tampoco lo están los lazos de unión entre la transformación de Dylan desde el activismo político, la muerte de Kennedy y el colapso del optimismo norteamericano que creía que una canción cantada con la suficiente fuerza y durante bastante tiempo podía cambiar el mundo.

 

La admiración de Scorsese por la música de Dylan era evidente antes de rodar esta película, pero nunca llega a desprenderse de la idea de que el éxito de Dylan trajo sus consecuencias. Mientras interpreta canciones de dudas, desilusiones, desengaños y distintas clases de confusión a todo volumen, Dylan parece sobrecogido y fuera de sí en las imágenes de 1966, en especial una interpretación a medias con Johnny Cash de “I’m So Lonesome I Could Cry”, aunque en ningún momento se mencionan las drogas (ni, tampoco, curiosamente, a su primera mujer Sarah, la madre de sus cinco hijos).

 

Parece que si todavía no había perdido su alma como otros personajes de otros films de Scorsese, al menos iba encaminado en esa dirección. Por supuesto, no era el único que se sentía así entonces; simplemente se dedicaba a construir su banda sonora. Si No Direction Home prueba algo, es que el Dylan ‘auténtico’ probablemente nunca aparecerá o, de hecho, puede que incluso no haya existido.

 

Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

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ARTÍCULOS 2006


Born To Run, la representación definitiva del sueño del rock

Bruce Springsteen: Born To Run, 30th Anniversary Edition (Sony)

 

         Está la anécdota. Aquella que dice que Bruce Springsteen idolatraba al productor Phil Spector y, después de grabar un grandioso -en todos los sentidos- Born To Run, intentó conocerlo. Se pasó por el estudio en el que el productor estaba trabajando en “Born To Be With You”, de Dion DiMucci, y asistió a una larga sesión sin obtener una sola palabra de Spector. Al final, éste se dirigió a él: “¡Si querías mi sonido, tenías que habérmelo encargado a mí!”  

         Está la emoción, la misma que consiguió que en 1975 se le pusiera la piel de gallina a todos cuantos escucharon los acordes iniciales de un disco con un principio, una parte central y un final irrepetibles: “Thunder Road”, “Born To Run” y “Jungleland”. Treinta años después la sensación permanece inalterable.  

¿Qué pasó para que en ningún otro disco como éste se conjugase la épica y la pasión? No hay más que tratar de imaginarse la escena del rock en 1974, cuando Bruce Springsteen empezó a escribir y grabar el álbum que significaría su conversión de aspirante a uno de los nombres sagrados del rock. Elvis había despuntado tan sólo unos 18 años antes y Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix y The Beatles habían fallecido o se habían desintegrado unos cuatro años antes. Bob Dylan ya llevaba un largo período en esto y, a la edad de 33 años, parecía que su momento había pasado. El peso de la historia de la música pop era algo con lo que se podía jugar y, con tanto territorio aún virgen, los grupos se sentían obligados a ver adónde podía dirigirse el rock. 

En este entorno, Springsteen todavía contaba 24 años y aún lo tenía todo por delante. Como adolescente, se le había considerado el nuevo Dylan y había grabado dos discos sin demasiada repercusión, así que todavía no era una estrella. Tenía talento y ambición a partes iguales, pero lo que le pondría por encima de los demás sería su visión. Springsteen creía como nadie más en el poder y las posibilidades del rock, lo que le condujo a lugares que pueden parecer extraños a los que han crecido con la MTV y todo lo que el punk simbolizó. Su planteamiento ingenuo, pero inspirado, tuvo su más pura expresión en Born to Run, que ahora se reedita con la excusa del 30 Aniversario, en una caja que incluye dos DVDs extra: un documental y un concierto.

Born to Run es un disco singular, incluso dentro del canon Springsteen. Su mundo es el de un hiperrealismo romántico e imposible, donde lo mundano se convierte fácilmente en algo fantástico, y donde todo ocurre en cada una de sus líneas. A través de ellas, recorremos el Jersey de los primeros 70, la extraña sensación de una época que se ha ido, algo que concuerda con la descripción de Springsteen en la canción que le da título: “El parque de atracciones se alza rígido y desafiante. Los chicos se amontonan en una nube en la playa”. Podría tratarse de un par de adolescentes aburridos sentados en un parque perdiendo su tiempo, pero con la imaginería de Springsteen y un saxo que se mete hasta el tuétano, se transforma en esplendor cinematográfico.

La siguiente frase incrementa esa sensación: “Esta noche quiero morir contigo en las calles, Wendy, en un beso eterno”. De la forma en que lo cantaba en 1974, no aparentaba ser un diario confesional, sino expresionismo desquiciado, Kerouac con una botella de vino rojo en el estómago. Mientras todo el mundo se dejaba llevar sentado frente a una televisión, Springsteen veía una ópera en el asfalto y un ballet que se representaba en los callejones.

También reconoce que quiere saber si el amor es salvaje y real, pero la realidad no es un concepto de mucha ayuda en el contexto de este disco. Puede que Born to Run sea una obra maestra, pero sólo en sus propios términos. Springsteen aún no sabía mucho de las relaciones de pareja, pero tenía un instinto para el drama, y sus historias se basaban más en el argumento y las circunstancias que en las personalidades. 

 

Casi todas las canciones hablaban de la imagen mitológica central en la era del rock’n’roll, las ideas de escape y abandono. Sin embargo, era el drama lo que contaba; las historias de Springsteen no tenían nada de nuevo, aunque nadie las había contado antes mejor o había logrado que importasen más. Su historia, ya familiar, representaba más de la mitad de su poder: la promesa y el reto de la noche; el atractivo de la carretera; la búsqueda de una oportunidad que vale la pena tomar y el precio que se ha de pagar; las fronteras de la ciudad como la última y permanente frontera… 

Lo que era nuevo era la majestuosidad que Springsteen y su banda le daban a la historia. Su voz, sus palabras y la música  convertían los sueños y los fracasos que dos generaciones anteriores habían dejado atrás en algo épico que había empezado cuando el coche saltó por el precipicio en Rebelde sin causa. Uno siente que todo lo que en algún momento importó, todo lo que había que decir, está en este disco, presentado con una determinación que parecía haberse desvanecido años atrás. Los conflictos aquí relatados hablan del hombre contra su entorno social. Más adelante, una vez que Springsteen encontró su lugar en la sociedad, el conflicto pasaría a ser el del hombre contra sí mismo. 

Sus auténticas dimensiones se extienden ahora como nunca al sonido, mejorado ampliamente en esta reedición, con la primera remasterización que sufre el disco desde que se editó por primera vez en disco compacto. La épica de las mini-óperas de Phil Spector convive con una voz que nunca volvería a sonar tan poderosa y fuerte, con el añadido de un eco que parece ir un segundo por detrás de la melodía para darle mayor profundidad. 

En cuanto a los extras de esta edición, el primer DVD contiene el debut de 1975 de Bruce Springsteen en Londres, en el Hammersmith Odeon, toda una revelación. El concierto arranca con el piano y la armónica de “Thunder Road”, una escasa luz enfocando sólo a Springsteen en un escenario oscuro y Roy Bittan tocando por alguna parte detrás de él. Cuando el resto de la banda se les une, se desatan los elementos, convirtiéndose en una representación teatral, dramática y emocionante. De esta forma, se convierte en uno de los trabajos esenciales de la discografía de Springsteen. 

Wings for Wheels, el documental sobre cómo se grabó el disco, revela abundante información sobre los aspectos técnicos del disco, con demostraciones de cómo las canciones fueron evolucionando con el tiempo. Escuchar cada una de las partes separadas de la densa “Born To Run” -la guitarra acústica o el saxofón aislados, por ejemplo-, es como un curso intensivo sobre cómo mezclar las canciones. También contiene los comentarios de su autor sobre qué significa cada canción y cómo las compuso. Su propia definición se puede tomar como el mejor epílogo: “Born To Run fue el disco en el que dejé atrás mis definiciones adolescentes del amor y la libertad, marcando la línea divisoria con el resto de mi obra”.

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 SCOTT WALKER

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ARTÍCULOS 2006


Scott Walter, belleza aterradora

 

The Drift (4AD-Popstock)

 

 

Tres discos en 30 años. Once años desde su anterior álbum, Tilt. Por extraño que parezca, Scott Walker no sufre de falta de inspiración. Al contrario, tiene una imaginación que necesita, al mismo tiempo, dejarla vagar y ser canalizada apropiadamente. La música que él crea necesita tiempo, mucho tiempo, para desarrollarse.

 

The Drift, su nuevo disco en este 2006, con una imaginería de “agujeros de nariz endurecidos con cocaína negra” y “Jesús de ántrax” que envuelve en un fondo sonoro de cuerdas psicóticas y percusiones estruendosas, está todo lo lejos que se pueda estar de lo que se considera música asequible; se mueve en los márgenes de lo convencional, lejos de lo que conocemos como ‘pop’ o ‘alternativo’, en una escala que sólo les es aplicable a sí mismo.

 

Ambicioso, áspero, complejo, espeluznante, de múltiples capas y lecturas, The Drift funde ladrillos de cemento sonoro con retazos de música folk, cruzando cuerdas con largos y lentos pasajes de desolación a la deriva. La voz del sexagenario Scott Walker, todavía plena en poder emocional, actúa como ancla, como centro del flujo y del reflujo; dirige y guía al oyente a través del laberinto sonoro y sus imágenes. En “Hand Me Ups”, por ejemplo, su tono llega a la cima de los agudos, mostrando una fragilidad impresionante, como un antiguo cantante de ópera que se negase a admitir la imposibilidad de alcanzar las notas de antes. El efecto, patético y aterrador, no está ahí por casualidad.

 

Sus composiciones desafían cualquier noción convencional de la canción. Esto es música rock como arte supremo, sin estructuras de estrofa-estribillo-estrofa. No hay nada simple o lineal, ni leyes, ni reglas, sólo expresión en su manifestación más pura. Es difícil encontrar puntos de referencia musicales. Sería más fácil asemejarlo a la versión auditiva del bombardeo de Guernica según Picasso o a las pinturas de Francis Bacon convertidas en banda sonora clásica. Recorrer los caminos de The Drift requiere de un conocimiento secreto, una brújula rota y una inmersión total en su mundo.

 

 

El comienzo con “Cossacks” muestra una dirección equivocada, una aurora falsa. Se inicia con unas cuerdas quejumbrosas y un riff de guitarra austero y con reverberación. La atmósfera se revela cargada de terror. Percusiones marciales y tensas notas de bajo intensifican esa sensación antes de que la voz de siempre de Scott Walker entre en escena. El texto recoge una serie de titulares de críticas mezcladas con retazos de noticias. El motivo recurrente de la voz es lo más cercano que el disco tiene a un estribillo. “Cossacks” y el corte que cierra el disco, “A Lover Loves”, son, si acaso, los momentos más cercanos a lo que se conoce como ‘canción’.

 

Tras “Cossacks” llega “Clara”, la enrevesada historia de amor de la amante de Mussolini Claretta Petacci, que pidió ser ejecutada a su lado a pesar de no haber sido condenada. Aunque se abre con una mezcla de electrónica y voces que parece encaminar el tema hacia algo que podía haber estado en el disco Scott 4, un repentino ruido acaba con todo. Por encima de una percusión atronadora cabalga una guitarra que suena como un disparo en la cabeza. Durante casi trece minutos la canción se mueve entre pasajes lúgubres y lentos y muros de sonido corrosivos. Se trata, ciertamente, de una pesadilla. Clara se retuerce, se escapa de este mundo, y quien la escucha no puede descansar; la música no se lo permite. Nunca se puede estar seguro de cuándo uno de esos crescendos traerá de nuevo alguna de las pedradas con las que sus cuerpos fueron profanados y despellejados una vez ejecutados.

 

A continuación, The Drift no se toma ningún respiro. “Jesse” es el intento de Scott Walter de asimilar lo ocurrido el 11 de septiembre yuxtaponiendo imágenes de las Torres Gemelas con el hermano gemelo nonato de Elvis Presley, con el que rey del rock mantenía conversaciones sin respuestas. Y al final, en “A Lovers Love”, el habitual fondo que en el pasado enmarcaba la hermosa voz de Walker es reemplazado por un silbido siniestro que remata cada estrofa, con los demonios conduciéndolo cada vez más hacia el abismo. Aunque el sonido es algo más ligero que en los cortes que le preceden, tampoco hay escape, no hay alivio.

 

 

Por supuesto, escuchar The Drift de madrugada con unos auriculares no es una buena idea. Se trata de un disco intenso, pavorosamente oscuro, en el que se puede escuchar, literalmente, golpes en trozos de carne putrefacta y rebuznos de asnos asustados. En él, la imaginación enferma de Scott Walker pinta el retrato de un mundo roto que grita de dolor, que se ahoga en su propio vómito, que ha perdido la fe y que no encuentra salvación.

 

Y, a pesar de toda su negra realidad, de su horrorosa imaginería y sus densas texturas musicales, la escucha de The Drift ofrece una recompensa impensable. Walker, con arrojo, ha compuesto sus nuevas melodías sin tener en cuenta ninguna concesión comercial. Puede que sólo Tom Waits o Mark Hollis de The The, en su trayectoria en solitario, se hayan apartado tanto de sus inicios pop. El listón ha quedado situado en otra dimensión, fijando un nuevo reto, modificando la noción de qué es lo se puede  conseguir con la música. La respuesta que proporciona Walker es muy simple: el único límite es el de la propia imaginación.

 

Desde luego, no hay discos así, que creen universos tan singulares, que se enfrenten a cánones y lecturas simplistas del mundo, que salgan de su universo -la música- para convertirse en idea. Tardará mucho en surgir algo igual, si es que alguna vez sucede. Lo único seguro es que nadie podrá olvidar The Drift una vez que lo escuche. De una belleza aterradora, éste es el disco más feo -y peligroso- que se podrá escuchar en muchos años.

 

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 CINEUROPA DOCUMENTALES MUSICALES

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ARTÍCULOS 2006


Cineuropa: Sonidos en celuloide

 

 

A veces suceden los milagros. Estamos en la esquina más occidental de Europa, en una región con una extensión igual que Holanda, pero con una población seis veces menor y la mitad de habitantes que Madrid. Tener una actividad cultural decente es ya todo un mérito. Conciertos, festivales o una programación estable es casi una labor de cruzados contra los elementos. Y, a pesar de todo, algunos resisten.

 

Por ejemplo, Cineuropa. Este año celebra su vigésima edición, programando en 30 días unas cinco películas en diversas salas de Santiago de Compostela. Pero no se trata de películas cualquiera, sino de filmes minoritarios, más por circunstancias ajenas a ellos mismos que por vocación, de esos que no encuentran acomodo en las salas comerciales, manteniendo como siempre, desde sus inicios, el espíritu de cine de combate, comprometido socialmente.

 

 

 

En un festival así han tenido cabida en sus anteriores ediciones algunas películas que tenían a la música como protagonista, principal o secundario. Pero este año hay una novedad muy importante: un ciclo de películas musicales, un sueño hecho realidad para muchos, entre los que, por supuesto, están y deben estar los lectores de Mondo Sonoro apoyando la iniciativa. Puede que las circunstancias del entorno hayan cambiado: se han estrenado últimamente un buen número de películas documentales que toman a la música como el elemento más importante, además de la existencia de un par de festivales a nivel estatal que tienen un lugar relevante para estos títulos.

 

En cualquier caso, hay que agradecer la iniciativa que, si todo sale bien, se convertirá en un ciclo con continuidad en las próximas ediciones. Para empezar, este año se podrán ver en Santiago dos de los documentales más premiados de los dos últimos años, centrados ambos en grandes nombres del rock alternativo: Fearless Freaks retrata, a lo largo de 10 años, la trastienda de la trayectoria de los talentosos The Flaming Lips, en una cinta cruda y sin concesiones; por otro lado, The Devil & Daniel Johnston se centra en el iconoclasta favorito del underground americano, canonizado por gente como Yo La Tengo o Nirvana, un extraño y adorable músico atrapado en un documento de desencaje mental y amor no correspondido.

 

 

También hay sitio en esta nueva sección para los clásicos. En Leonard Cohen: I Am Your Man, el canadiense abre al fin su boca para explicar su vida y obra, mientras que gente como Rufus Wainwright, Jarvis Cocker, Bono y otros le reinterpretan. En Woody Guthrie: This Machine Kills Fascists tendremos la oportunidad de seguir los pasos del rebelde cantautor folk y, por el camino, conocer la historia de la depresión USA de su tiempo. Por su parte, en Everyone Stares: The Police Inside And Out, Stewart Copeland, el batería del grupo, recupera las imágenes en Súper 8 que grabó en su día para documentar las esquinas escondidas del celebre trío nuevaolero.

 

         Otros de los documentales que se proyectarán se centran en festivales o una escena, en lugar de intérpretes en concreto. Así, en Glastonbury el director Julián Temple repasa 30 años del festival musical más importante del mundo con mil ojos, sin dejarse un punto por ilustrar. En Standing In The Shadows Of Motown se revisa la historia de los Funk Brothers, el grupo que se ocultaba tras las bambalinas de la discográfica Motown y que tocó en todos los grandes éxitos del sello, de Marvin Gaye a los Temptations, incluyendo también imágenes de un concierto que les reúne con Ben Harper o Me’Shell NdegéOcello.

 

 

         Por su parte, en Periféricos, rodado en Galicia por Xosé Holgado, Carlos Méndez y Tamara Blanco, se rememora la movida de Vigo de principios de los 80, con recuerdo, entre otros, a Siniestro Total o Golpes Bajos. The Refugee All Stars se centra en varios exiliados de la guerra civil de Sierra Leona que deciden montar un grupo musical para mantener su dignidad y talento intactos en un sobrecogedor y multipremiado filme.

 

         Por último, tres cintas miran hacia el gran país-continente de la música sudamericana, Brasil, consolidando los lazos de Cineuropa con aquel Estado. En Coisa mais linda: Histórias e casos de bossa nova se cuenta la historia del hermoso sonido brasileño narrada por sus protagonistas, sin ahorrar palabras ni canciones. Maria Bethania: Música y perfume se centra en una de sus grandes figuras, a la que arropan gente como Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil o Nana Caymmi. Y 2 filhos de Francisco: A história de Zezé di Camargo & Luciano es un conmovedor filme en el que un padre sueña con que sus dos hijos se conviertan en músicos, con banda sonora de Veloso, exitazo de taquilla en Brasil y nominaciones a mansalva.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 SPARKLEHORSE EN DIRECTO

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ARTÍCULOS 2006


Sparklehorse en concierto

 

(Sala Nasa, Santiago de Compostela, 26-11-2006)

 

 

Para muchos, todo lo que tenía que ver con este concierto sonaba un tanto extraño. La temprana hora, la sala, el día… Pero ya se sabe que Mark Linkous no es el tipo más afable del mundo: por algo entre sus amigos se encuentra Tom Waits y por algo vive recluido en un bosque al Norte de California como un ermitaño: las entrevistas hay que pasárselas por correo electrónico a su mánager, que se las lleva allí, le hace las preguntas, anota las respuestas y las pasa en su ordenador para hacérselas llegar posteriormente al periodista.

 

Lo que pasa es que cuando se sabe que Sparklehorse inicia una gira que lo trae por estos lares con varios fechas, uno puede pensar que su predisposición es bien otra. Puede que así sea, pero no tuvimos la suerte de apreciar esa otra posible faceta de su personalidad en Compostela. La decepción no lo fue tanto por el grupo (eran buenos, sí, a pesar del batería demasiado gesticulante y de un pedal steel guitar que casi no tocó nada escondido entre las sombras), sino por la impresión algo errónea que se llevó Mark Linkous del sonido de la sala y que lo jodió todo.

 

Se supone que el sonido le entraba muy mal por el pinganillo que llevaba en la oreja, y ya desde el principio se le veía pedir que le subieran el volumen, decir claramente que no le funcionaba el micro, que había mucho ruido de fondo en los monitores, ajustar continuamente su guitarra, etc. Se le notaba a disgusto, y nos contagió a (casi) todos. En la cuarta canción se paró y dio la impresión que se marchaba. Continuó, sí, pero saltándose algunas de las canciones que tenía preparadas diciendo bien claramente que las saltaba. De las 16 que aparecían en el listado que tenía a sus pies durante el concierto, no llegó a interpretar ni una docena.

 

 

Cumplió porque la gente había pagado y suponemos que no quería líos, pero si es otro tipo aún más divo se larga y no queda más que aguantarse. Dio las gracias a los que allí estábamos por ser pacientes y no hizo nada más que cumplir y acabar cuanto antes, sin llegar a la hora de concierto.

 

Tampoco dio la impresión de que Sparklehorse sea uno de esos grupos que impactan en directo, pero nosotros lo vimos a medio gas. Y el sonido, aunque a él le pareciera lo contrario, no era malo. La Sala Nasa no es el lujo de la Capitol, pero lo que se escuchaba está claro que era bastante mejor de lo que él pensaba.

 

Xavier Valiño
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