CAMPUS GALICIA ARTICULO SIMON AND GARFUNKEL

ARTÍCULOS 2004

Simon & Garfunkel, pulcro folk-rock

Old Friends, Live On Stage

El dúo folk-rock más famoso de los 60, Paul Simon y Art Garfunkel, firmó una serie de discos imprescindibles de aquellos años, empapados de armonías agradables y entonadas guitarras acústicas y eléctricas que se combinaban con la aguda pluma de Paul Simon. Siempre habitaron el extremo más pulido del espectro del folk-rock y, por ello, fueron a veces criticados por su falta de sustancia. Muchos incluso creen que Paul Simon, tanto como cantante como compositor, no llegó a florecer verdaderamente hasta que comenzó su exitosa carrera en solitario en los años 70.

Lo mejor de la producción de Simon & Garfunkel puede situarse tranquilamente al lado de lo mejor de Paul Simon, y está claro que el dúo fue progresando musicalmente a lo largo de sus cinco discos, desde las más limitadas producciones folk-rock de sus comienzos hasta los arreglos de influencias latinas y gospel que no eran más que un anticipo del eclecticismo de Simon en sus álbumes en solitario.

Evidentemente, una carrera se construye avanzando sobre un pasado, que, en el caso de Simon & Garfunkel, poco podía aventurar lo que llegarían a ser. Una década antes de su primer disco, lo que hacían no era más que emular a los Everly Brothers -ahora homenajeados con su presencia en el concierto que recoje este disco en directo-, con una actitud más juvenil si cabe aún, convirtiendo en algo más asequible los logros ya conseguidos por estos con anterioridad. Y no es que los Everly Brothers fueran la imagen de la revolución o de la experimentación.

Como Tom y Jerry tuvieron un pequeño éxito, “Hey Schoolgirl”, producto de la época en la que fue grabado, justo cuando los imitadores de Elvis Presley dirigidos a un público adolescente se hacían con el mercado.

Sus sucesivos intentos no llegaron a ninguna parte. Incluso se separaron, y Paul Simon lo intentó como compositor y ocasional intérprete bajo distintas encarnaciones. En el momento en que retomaron su colaboración, ambos estaban ya bajo la influencia del folk -muy en boga entonces gracias a, sobre todo, Bob Dylan-, aunque conservaban el instinto pop de Simon.

Su primer disco con el nombre de Simon y Garfunkel, Wednesday Morning 3 A.M., del 64, pasó desapercibido. Fue el también productor de Bob Dylan, Tom Wilson, que había sido decisivo en la reconversión eléctrica del bardo de Minessota, el que retomó una canción de aquel debut, “Sounds Of Silence” para embellecerla con guitarra eléctrica, bajo y batería.

A partir de ahí, con el single encaramándose a las listas, meses después de haber renunciado a seguir juntos, Simon & Garfunkel decidieron continuar y vivieron sus cuatro años de celebridad, siendo visitantes asiduos de las listas de éxitos con algunas de las mejores canciones folk-rock de la época, incluyendo “Homeward Bound”, “I’m A Rock” o “A Hazy Shade Of Winter”.

Los primeros discos del dúo eran un tanto erráticos, pero fueron ganando entidad al tiempo que Paul Simon agudizaba sus composiciones y al mismo tiempo que ambos se fueron aventurando y encontrando más cómodos en el estudio. Su ejecución de las canciones era tan pulcra que les costó encontrar su lugar en la era psicodélica, justo los años en los que editaron sus cinco discos.

No eran el grupo más rebelde, pero consiguieron hallar un camino para que sus canciones llegaran a diferentes segmentos de la audiencia pop y rock y a varios grupos de edad, no únicamente a los adolescentes, sin comprometer en absoluto su música. Parsley, Sage, Rosemary and Thyme, a finales del 66, fue su primer disco consistente. Bookends, en el 68, que combinaba singles previos con material nuevo, reflejaba su creciente madurez. Una de sus canciones, “Mrs. Robinson”, se convirtió en uno de los emblemas de la recordada generación de aquel año, debido sobre todo a la repercusión alcanzada por ser incluida en la banda sonora de la película El graduado.

La sorpresa llegó cuando la colaboración entre ambos empezó a decaer a finales de la década. Nada extraño si tenemos en cuenta que habían permanecido juntos la mayor parte de sus carreras y que ya habían disfrutado con anterioridad de periodos en solitario para explorar sus propios límites. Paul Simon se sentía limitado al trabajar siempre con el mismo colaborador y Art Garfunkel, que no escribía prácticamente nada del material en común -aunque hay que tener en cuenta que parte del atractivo del dúo estaba en su voz de tenor alto-, se sentía ensombrecido por el talento compositor de su compañero.

Su último álbum en estudio, Bridge Over Troubled Waters, además de ser su mayor éxito, se mostraba como el más ambicioso musicalmente de toda su trayectoria: por allí se dejaban caer percusiones tormentosas, arreglos orquestales diseñados con gusto en cortes como “The Boxer” o “El Condor Pasa” y los primeros pasos en el territorio de los ritmos latinos en “Cecilia”.

Desde entonces, tan sólo reuniones como el single de 1975 “My Little Town”, el concierto de 1981 en Central Park o la más reciente gira del 2003, la que sirve de base al material recogido en este doble compacto Old Friends, Live On Stage, ayudan a recordar aquellas canciones y a hacer más evidente que parte de su mérito estuvo en haber recogido como pocos el tenor reflexivo de aquellos años.

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO 50 AÑOS DE ROCK

ULTRASÓNICA ARTÍCULO 50 AÑOS DE ROCK

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


50 años de rock

         40 años de Reseña, 50 años de rock. Aventuras coetáneas y no muy distantes. En estos 50 años, muchas cosas han cambiado en el mundo de la música popular; otras, en cambio, permanecen igual que cuando Elvis Presley entró por primera vez en un estudio de grabación para adaptar las canciones de los artistas de color y cambiar el curso de la música popular para siempre. 

         Hoy hay más estilos que nunca, mas variedad de sonidos, mayor número de artistas, una infinita cantidad de referencias disponibles si tenemos en cuenta el fondo de catálogo, los conciertos se multiplican… Y, sin embargo, si sólo reparamos en lo que reflejan la mayoría de los medios de comunicación y en la tan cacareada crisis de la industria, podría parecer que estamos viviendo un periodo muy negativo. Depende de quién y cómo lo mire. 

         Si en los 50 sólo se vendía vinilo, y después se le sumó el casete, ahora es el disco compacto -y los archivos mp3- el modelo predominante en el consumo de música, aunque no el único, una vez superados otros soportes como las bovinas o el mini-disc. 

         En ellos se vende o intercambia una infinidad de estilos que se engloban bajo el epígrafe común de rock o pop. Seguirles la pista a denominaciones incomprensibles para una mayoría como shoegazing o drill’n’bass necesitan de un buen diccionario musical a mano -y los hay, sí-. Muchos se contaminan entre sí y un consumidor habitual conoce y disfruta de muchos de ellos. En los primeros tiempos era rock’n’roll y poco más. Sus márgenes se han ido ampliando y ensanchando hasta lo impensable, y buena parte de sus creadores más interesantes siguen investigando en esa línea. 

         Dicen que cada diez años ha habido una revolución o movimiento importante y crucial en la música popular. Más o menos, en el 57 triunfaba el rock’n’roll; en el 67 llegó la psicodelia con el primer verano del amor; en el 77 el punk le dio un vuelco único a todo lo existente; en el 87, el segundo verano del amor se extendió con el house -o música de baile-; y en el 97… ¿qué? Más bien nada, lo que no quiere decir que exista una crisis creativa, sino que está todo tan fragmentado que es difícil ya que un único estilo acabe por influir y destacar entre todos los demás. 

         Si a mediados de los 90, la música electrónica era la gran novedad y la gran apuesta, en los últimos tres años se ha vuelto a un rock de guitarras que parece más una contraposición a la música banal que se cuela a través de las televisiones y canales habituales que otra cosa. En cualquier caso, la creación se ha democratizado -sobre todo, después del punk- y, si antes era necesario dominar un instrumento, hoy es suficiente querer hacer música. 

          Antes, el valor era del intérprete, mientras que hoy son los pinchadiscos o DJ’s los nuevos gurus de la modernidad a base de pinchar canciones de otros artistas. Todo el mundo, además de consumidor, puede convertirse en creador, aún sin conocimientos musicales, gracias a programas informáticos o, simplemente, a mezclar discos de otros artistas. Por suerte para la música y su creatividad -aunque, probablemente, por desgracia para los ingresos de los artistas y su vanidad-, a diferencia de lo que ocurría en los 60, los ídolos de los jóvenes ya no son los músicos de rock sino, en gran medida, los deportistas y, más concretamente, los futbolistas. 

         Al igual que ocurría en los principios del rock, siguen existiendo dos tipos de música predominantes: la que se hace buscando el consumidor masivo, en especial el público adolescente, y el de los creadores independientes, más preocupados por la sustancia de su música que por el éxito inmediato. Si acaso, desde principios de los 80 habría que sumarle una tercera categoría: la de aquellos artistas que, después de una trayectoria inicial relevante, buscan, con la edad, acercarse a un público adulto. Los ejemplos serían numerosos: Phil Collins, Sting, Eric Clapton… 

         Los medios de comunicación, preocupados por atraer también a grandes audiencias, han ido escorando su objetivo hacia el primer tipo de consumidor, con productos que se dirigen a audiencias masivas y escasas concesiones a la tercera categoría que citábamos. Eso significa menor presencia en televisión de programas especializados, incremento de la radio fórmula y escaso índice de lectura de los medios especializados. 

         La industria, que se había mantenido prácticamente inamovible desde principios del siglo pasado, se enfrenta a su mayor reto, renovarse o morir, debido, principalmente, a la piratería y a las descargas gratuitas a través de Internet. Hasta ahora se ha optado por la concentración empresarial aunque, muy probablemente, no sea la solución. El futuro está en enfocar Internet como una ilimitada promoción y adaptarse a la venta de música por la red, aunque la mejor estrategia ha sido siempre la apuesta por nuevos valores, los únicos que pueden asegurar una viabilidad más allá del corto plazo. 

         De todas formas, los artistas más creativos nunca han desaparecido del mapa y se encuentran, en este momento, en una coyuntura favorable, valiéndose, como ya hacían en los 50, de los resquicios desaprovechados por la industria. Ellos sí han sabido comprender las oportunidades que Internet ofrece para darse a conocer. También siguen existiendo las compañías independientes, al igual que hace cinco décadas, para promover su música. Y, por si fuera poco, el círculo se cierra después de 50 años: si en el principio era la canción en single el formato en el que se comercializaba la música, un soporte que con el tiempo acabó casi por desaparecer, hoy vuelve a ser la canción, como unidad de venta e intercambio en la red, el valor de consumo y creación predominante.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO RESUMEN DEL 2003

ARTÍCULOS 2004

Resumen del 2003: De guitarras y otras cosas

Johnny Cash

En estos últimos meses, la industria musical, una vez vistas las fauces del lobo, ha optado por la fusión entre las multinacionales. Por ahora, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos observan el proceso con mucho detenimiento y, casi con total seguridad, acabarán por no permitirse más uniones en aras de la libre competencia. Así que no queda más que imaginación para combatir la tan cacareada crisis.

El 2003 ha sido un año que confirma lo que viene sucediendo una temporada tras otra: se editan más discos que nunca, hay cada vez más conciertos, pero quedan muy pocos canales para difundir lo que verdaderamente merece la pena. Separar la paja del grano es ya casi una tarea heroica y, aún así, unos cuantos artistas siguen editando discos sobresalientes.

Entre los veteranos, un buen número ha cumplido y poco más: David Bowie, Neil Young, Elvis Costello, Lou Reed, Rickie Lee Jones o Iggy Pop añadieron discos dignos a su colección, pero ninguno desbancará a sus clásicos. Otros veteranos como Al Green, Elliott Murphy o Robert Wyatt sí publicaron álbumes que dejarán huella. También artistas como Joe Strummer, Nick Cave, Lloyd Cole o Ian McCulloch, que iniciaron su carrera a finales de los 70 y principios de los 80, tiraron de su libro de estilo para recuperar lo mejor de sí mismos durante el 2003.

Sin embargo, lo mejor del año tal vez haya que acreditárselo al desaparecido Johnny Cash con Unearthed, una caja de cinco compactos con parte del material registrado en los últimos años en sus celebradas sesiones con el productor y mecenas Rick Rubin, caja que se publicó a finales del mes de diciembre de tapadillo en España y con escasas copias. Calificarlo de estremecedor es poco.

Por su parte, las guitarras volvieron a brillar en los últimos doce meses. Ya van tres años de cobertura masiva en los medios que prestan atención a este tipo de música y parece que la moda no tiene fin. Como dato llamativo, significar que la mayoría de nombres reseñables vienen del otro lado del Atlántico: The Strokes, The White Stripes, My Morning Jacket, Death Cab For Cutie, The Rapture, The Jayhawks, Kings Of Leon, Calexico, Yeah, Yeah, Yeahs… Tan sólo Radiohead o la reencarnación garajera de Spiritualized cubrieron el decepcionante expediente en las Islas Británicas.

En el mundo del pop merece la pena destacar los discos editados por Belle & Sebastian, The Thrills, The Postal Service, Josh Rouse, Tahiti 80 o The Sleepy Jackson. Sin embargo, la mayor novedad es una creciente presencia de cantautores que inician su trayectoria con resultados admirables en casi todos los casos. Entre los debutantes se contaron Damien Rice, Tom McRae, Adam Masterson o la extraordinaria Dayna Kurtz, mujer de una voz inigualable y con un futuro portentoso por delante. Ed Harcourt y Richard Hawley contribuyeron a la causa con sus respectivos segundos álbumes.

La electrónica, definitivamente desaparecida de las primeras planas, ha vuelto al underground. Tan sólo Junkie XL, Richard X, LFO, Bent o Basement Jaxx intentaron el asalto a las listas. Y del estilo que vende más en los Estados Unidos, el hip-hop, pueden resaltarse las aportaciones de Gang Starr y Outkast, junto a la versión inglesa y más callejera de Dizzee Rascal.

Desde Francia nos llegó también la recuperación de la chanson a través de elementos más actuales. Si en años anteriores fueron Coralie Clement o Karen Ann los nombres que se embarcaron en esta aventura, ambas bajo la protección de Benjamin Biolay, este año han sido el propio Biolay con su segundo álbum, Jacques Dutronic o la modelo Carla Bruni, aunque en este último caso con la sencillez y la desnudez instrumental como medios.

Fuera de estos ámbitos, sorprendió en el 2003 la irrupción de la malinesa Rokia Traore, el primer álbum en conjunto de las estrellas brasileñas Arnaldo Antunes, Carlinhos Brown y Marisa Monte bajo el nombre de Tribalistas, la repercusión de la gallega Mercedes Peón fuera de nuestras fronteras, el debut de Oi Va Voi o la colaboración de Ry Cooder con Manuel Galbán.

Ya en nuestro Estado, parece que se impone definitivamente la canción en castellano. Tal vez los artistas que se expresan en nuestro idioma no sean mayoría, pero sí son los que sacan mejor partido a sus canciones. Entre ellos, Nacho Vegas, Refree, La Buena Vida o Pauline en la playa han dejado discos para el recuerdo. Las propuestas más arriesgadas de El columpio asesino o Roty 340 merecen también atención.

Junto a ellos, el rap deparó grandes discos de La Mala Rodríguez o La Excepción. En este ámbito, la mayor sorpresa vino con la aparición de artistas como Eddine Said, Silvia Amal, Sulman, Dlux, Dnoe o Las Niñas que intentaron adaptar el r’n’b o soul moderno al castellano.

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO DVD REM «PERFECT SQUARE»

ULTRASÓNICA ARTÍCULO DVD REM "PERFECT SQUARE"

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


REM: Perfect Square (Warner DVD)

Imitación a la vida

          Road Movie es el antecedente. Aquel fue un concierto seminal en la historia de REM: en su atmósfera se palpaba el ambiente opresivo del disco Monster y de la gira que le siguió. También sirvió como perfecta metáfora visual de la inercia de aquella gira que dejó a la banda muy tocada y casi desaparecida (y, en el caso del batería Bill Berry esta afirmación hay que tomarla literalmente, debido al daño que le provocó en su cerebro justo en medio de la gira).

          Sin embargo, en contra de lo que se pudiera pensar, no significó su fin desde el punto de vista creativo, ya que no sólo compusieron un nuevo disco en la carretera, el ecléctico New Adventures In Hi-Fi de 1996, sino que tuvieron tiempo para dar a la luz una nueva obra maestra tras el abandono de Bill Berry, el infravalorado disco de baja fidelidad Up. Todo ello antes de recuperar parte de su credibilidad comercial en el álbum más pop Reveal

          Perfect Square, su nuevo DVD sacado de uno de sus conciertos, es el primero que recoge material de esta última época y en él el grupo se muestra mucho más reflexivo, recuperando también canciones de sus primeros tiempos. Mientras que la decadencia del Parque de Wiesbaden Bowling Green (del que el DVD toma su nombre) marca las diferencias con el concierto más grunge que fue Road Movie, el grupo cubre sus obligaciones contractuales con una probada eficacia. Como extra se incluye un documental sobre cómo vieron los propios REM y la gente de Stirling los tres conciertos que el grupo ofreció en el castillo de aquella ciudad escocesa en el verano de 1999.  

          Evidentemente, con la reciente edición de su álbum Greatest Hits, sería fácil considerar Perfect Square como una retrospectiva. Pero, incluso aunque entendiéramos que existía la pretensión de cerrar un ciclo, lo que aquí hay no encierra demasiadas sorpresas en cuanto al material, ya que el repertorio de éxitos de esta actuación casa perfectamente con el nivel de estrellas de estadios que han alcanzado, muy distinto a aquel del grupo más sensible y centrado en las raíces, el folk y el circuito independiente que eran antes de que todo el mundo empezara a amarles. 

          En Perfect Square, REM mantiene el ánimo alto en todo momento, espoleados por una audiencia germana que se muestra galvanizada con su sola presencia y, puede que porque estos son días más felices que aquellos de Monster, intentan darle nueva vida tanto al repertorio antiguo como al nuevo. Aún así, mientras en las canciones nuevas hay un poco de todo, algunas merecen la pena: lo mejor de todo es la exuberante y energética "Animal"; tampoco desmerece la luminosa "The Great Beyond", que aparecía en la banda sonora de Man On the Moon y que tiene una melodía contagiosa y uno de esos textos de reafirmación de la vida que Michael Stipe escribe muy de vez en cuando. Incluso la reciente y un tanto decepcionante "Bad Day", una actualización de "It’s The End Of The World As We Know It (And I Feel Fine)", la interpretan con toda la bilis y toda la intención política con la que fue compuesta. 

          La interacción de las canciones antiguas con las nuevas muestra perfectamente la metamorfosis de Michael Stipe, que ha pasado de ser un soñador introvertido al más intenso y carismático líder del rock americano actual, con una voz que muestra tanto rabia como una calidez inhabitual en un hombre de mediana edad como él. Sus movimientos epilépticos parecen haber dado paso a una actuación más controlada, en la que todo el cuerpo participa. A su lado, Peter Buck mantiene su estudiada pose dirigiéndolo todo, al tiempo que mueve energéticamente sus manos sobre el mástil de su guitarra. 

          Hay muchos momentos para el recuerdo. La siempre sorprendente "Drive", con el característico bajo oscilante de Mike Mills sobre la melodía melancólica. Una interpretación emocionante de "Daysleeper", esa perfecta oda al desencuentro con los tiempos modernos y que contiene un piano que parece acariciar una nana. E, incluso aunque deben estar hartos a estas alturas de ella, "Losing My Religion" todavía parece la mejor canción pop jamás escrita. Otras muestran alguna variación sobre la versión original, como "Nightswimming", "Electrolite" -con su piano jazz- o "She Just Wants To Be" -en una rendición catártica-. Lo mejor de todo es "Walk Unafraid", el punto álgido de Up y que se muestra aquí una estremecedora versión. 

          A medida que el sol se va ocultando, el espectáculo decae un tanto, como, por ejemplo, en "At My Most Beautiful" -homenaje descarado a los Beach Boys-, "Man On The Moon" o "Everybody Hurts", una canción tan usada en todo tipo de causas que parece haber perdido ya su contenido emocional -tampoco los mecheros encendidos ayudan-. Al final, el grupo levanta el show con el himno que ya es "Country Feedback" -la favorita de los seguidores de REM- y con la recuperación de "So Fast, So Numb". 

          El cierre no podía ser más previsible, con "It’s The End Of The World As We Know It (And I Feel Fine)", aunque también hay que tener en cuenta hace años que ya no la utilizaban para cerrar sus conciertos. Aquí no enseñan los dientes como hacían en Road Movie, pero, dentro de su contrastado buen hacer, hay suficientes elementos como para atraer tanto a los novatos como a todos aquellos que han escuchado sus canciones tantas veces al menos como ellos las han interpretado. 

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO CONCIERTO RED HOT CHILI PEPPERS

ULTRASÓNICA ARTÍCULO CONCIERTO RED HOT CHILI PEPPERS

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


El día que vi tocar a los Peppers


Exigían puntualidad y empezaron con algo de retraso. El viento pegaba fuerte pero Flea no sentía el frío y salió sin camiseta. Crónica de cómo los californianos Red Hot Chili Peppers dieron un concierto para abrir el verano-Xacobeo.

“Ahí están”. Ovación ensordecedora. Al escenario del Monte do Gozo salen Anthony Kiedis, Michael Bazary (Flea), John Frusciante y Chad Smith. Ante 30.000 personas en Santiago de Compostela van a cerrar su gira europea los Red Hot Chili Peppers. Sólo podía ser un milagro del Xacobeo. La tan cacareada exigencia de puntualidad no se cumple. Pero da igual. Ahí están.

“Can’t stop addicted to the shin dig…”. La canción dedicada por los californianos al tratamiento con ozono pone a saltar a todo el mundo y el corazón, a cientos de metros del escenario, se sale del pecho. Es difícil contenerlo. Son los Peppers. Son ellos. Has pagado los 28 euros (con la historia de pillar la entrada por Internet y no sé qué gaitas), has ido hasta Santiago (gracias otra vez, Edu), te has colado en uno de los autobuses que subían al Gozo (gracias por el descaro, Evita), has echo cola para entrar en el recinto y el sitio que has pillado está a cientos de metros del escenario (y gracias).  

Pero son ellos. El “Hola, gente” de Kiedis sabe a gloria. A la chica que portaba el cartel de “Marry me, Anthony”, a gloria bendita. Se ha vuelto a dejar el pelo largo, esta vez con flequillo, el cantante de los Peppers. Sale con americana y corbata. Acabará enseñando su famoso torso. El bajista Flea, que no siente el frío, lo hace desde el primer momento. Frusciante lleva sus brazos de tatuajes quemados tapados por una camisa. En medio del concierto, se pondría un gorro. Mi cartel (que sólo era mental) ponía. “You’re my inspiration, John”.

Van cayendo las canciones. Toca repaso de grandes éxitos. La gente corea los hits: “Californication”, “Otherside”, “By the way”… Para los bises quedaría “Under the bridge” y “Give it Hawai”. Los orígenes quedan lejanos. Ya no permanece casi nada de los amigos de instituto (Kiedis y Flea) que tenían un grupo en el que salían a tocar desnudos con medias tapando lo único que no querían enseñar del todo. Frusciante era sólo un fan. Sin él, hoy simplemente no son. 

Kiedis canta muy bien. Su voz suena genial en directo. Quedan en la memoria los ecos de 30.000 gargantas ladrando como él propuso desde el escenario. Es habitual (lo dicen los DVD). “Mamamaé”, canta. Y todos detrás. Quedan en la memoria las parrafadas que soltaron. Quedan los esfuerzos de Flea presentando en castellano una versión de una banda amiga de California.

Queda él mismo pidiéndole a la gente que perdonase a Bush. “Fuck George Bush”, le contestaron desde las primeras filas. Queda Frusciante dedicándole “Havana affair” a Joey Ramone (ahí sí que te ganaron, Marta). Queda Chad Smith antes de empezar los bises (dos horas clavadas duró el concierto) haciendo de las suyas en la batería. “Buddy you’re a boy…”. Momentazo.

Pero los momentos grandes, grandes de verdad, vinieron de la mano de Flea y John Frusciante. De sus cuatro manos. Uno frente al otro. Solos con el bajo y la guitarra. Sobrábamos todos. Cómo se aplaude algo así. Yo no sé. Y ahí sí era oficial: éste era un gran concierto, por encima del montaje audiovisual que derrapó al principio, por encima del pésimo sonido que iba y venía según pegase el aire, por encima de pagar los casi 30 euros para cansarse de ver invitaciones VIP colgadas de cuellos (VIP ¿de qué?), por encima de fuegos artificiales que sobran (la pirotecnia no hace falta con un grupo como éste), por encima de los parones entre canción y canción (por Dios bendito si llevan tres días repitiendo concierto en High Park, ¿qué se comentaban?), por encima de obviar un guiño como sería tocar “Cabrón”.  

Allí estaba John Frusciante para hacerlo olvidar todo, de rodillas, tocando con los ojos cerrados, como si no hubiese nada más. No lo había y (casi) no lo hay.

Belén López

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