ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 TOM WAITS

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 TOM WAITS

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


Tom Waits, el conflicto se casa con el drama

 

 

         No podía ser de otro modo. Orphans: Brawlers, Bawlers And Bastards, el nuevo disco triple de Tom Waits, se convierte desde el primer minuto en un viaje musical espectacular, con parada en casi todos los géneros de la canción tradicional norteamericana. Sus 56 canciones capturan todo el amplio espectro de los poderes chamaníacos de Waits como vocalista, letrista literario, melodista romántico, arreglista innovador y pionero de mundos sónicos.

 

         Esta colección escrita y producida por Waits y su mujer y colaboradora de muchos años Kathleen Brennan contiene 30 canciones nuevas, junto a rarezas y colaboraciones con diferentes artistas del cine, la música y la literatura. La colección, compuesta y grabada en tres años, se presenta agrupada en tres bloques: Brawlers (para simplificar, el blues), Bawlers (las baladas) y Bastards (lo experimental). Blues, baladas, insectos, asesinatos y locura. O, dicho en otras palabras, todo el menú completo.

 

Acompañando su edición, Tom Waits se ha prestado a presentarlo en sus propias palabras, empezando por explicar cómo entiende él el proceso de composición. “Cuando era joven pensaba que los compositores se sentaban solos erguidos frente al piano en pequeñas habitaciones llenas de humo, con una botella y un cenicero, y que todo lo que llegaba por la ventana se transmitía a través de ellos y salía por el piano en forma de canción… Y de alguna forma misteriosa eso es justamente lo que sucede”.

 

         Nadie mejor que él debería saber qué es Orphans. “No lo sé. Orphans es un chico de la calle conduciendo un ataúd sobre un carro con grandes ruedas a través del Río Ohio, con ojos soldados fuera de sus órbitas, y un tipo buscando esposa con un petardo encendido en su oreja. Orphans tiene canciones para todas las ocasiones. Algunas fueron compuestas en medio de la confusión y grabadas de noche en un coche en movimiento; otras fueron escritas en habitaciones de hotel y grabadas en Hollywood en medio de grandes fastos. Ahí es cuando el conflicto se casa con el drama. De cualquier forma, éstas son las que sobrevivieron a la inundación y fueron rescatadas de las ramas de los árboles después de que el agua se retirase”.

 

Si definir el disco resulta complicado, al menos podría comentarnos su intención. “Kathleen y yo quisimos que el disco fuese como vaciar nuestros bolsillos sobre la mesa después de una velada jugando, desvalijándolo todo y apostando a las vacas. Nos gustan las parejas extrañas -así fue como nos juntamos-. Queríamos que Orphans fuese como un programa de radio de onda corta en el que el pasado se secuencia con el futuro, compuesto de cosas que encuentras en el suelo, en este mundo y en ningún mundo, o quizás en el próximo mundo. Cualquier cosa que te puedas imaginar que sea que sea eso”.

 

Tampoco le ha importado en esta ocasión hablar de su arma más poderosa, la voz. “En el centro de este disco está mi voz. He hecho lo mejor que he podido para hacer ruidos explosivos, gritar, sollozar, susurrar, gemir, jadear, resoplar, bramar, gimotear y seducir. Con mi voz puedo sonar como una chica, el hombre del boogie, un Theremin, un bombón de licor, un payaso, un doctor, un asesino… Puedo ser tribal. Irónico. O mostrarme trastornado. Mi voz es realmente mi instrumento”.

 

 

         Aun así, no debe ser fácil saber para su protagonista y responsable cuándo un álbum está acabado y se puede pasar página. “Si un disco funciona, debería hacerse como una muñeca casera con oropel en lugar de cabello y conchas en lugar de orejas, llenas de caramelos y dinero. O como un buen monedero de mujer con una navaja suiza y un botiquín para mordeduras de serpiente”.

 

          El triple álbum, compuesto por canciones nuevas y alguna recuperada, ha ido tomando forma poco a poco. “Juntar todo este material fue como perseguir gallinas por la playa. No se trata de buscar en el baúl y mirar qué necesitas. La mayor parte estaba perdida o enterrada bajo la casa. Algunas de las cintas las conseguí tras pagar un rescate a un fontanero en Rusia”.

 

Waits lo explica de acuerdo con su peculiar forma de entender las cosas. “Caes en la tinaja. Empezamos a escribir para salir de ella. Después escuchas y escoges y escribes en respuesta a lo que escuchas. Y grabas más. Y después te muerde una araña, vas al nido de la ardilla y haces un disco completamente diferente. Ése fue el proceso durante gran parte de los últimos tres años”.

 

         No todo fue producto del azar, sino que hay nombres y apellidos con una intervención decisiva. “Más tarde conocimos a Kart Derfler, un ingeniero mágico que trabaja en unos estudios en la parte de ciencia ficción de la ciudad. Como médico del campo de batalla, hizo un trabajo digno de Lázaro con algunas canciones y también nos grabó todo el material nuevo”.

 

         Más que nunca, el resultado toca muchos palos y muchos temas. “En Orphans hay un mambo sobre un convicto que se escapa de la cárcel con una espina de pez, un gospel de trenes sobre Charlie Whitman y John Wilkes Boothe, un blues del delta sobre un vecino inquietante, una pieza hablada sobre una mujer a la que alcanzó un rayo, un madrigal escocés del siglo XVIII sobre la rivalidad mortal entre unos hermanos, un a capella americano del campo sobre un ahorcado… También hay una canción de Jack Kerouac y un espiritual con mi propia petición en forma de oración al Señor. Hay incluso una tonada sobre un viejo monaguillo y un rockabilly sobre un joven que suplica que se le mienta”.

 

         Y, aunque parezca increíble, Waits se preocupa por lo que pensarán los demás, aunque no sin dejar caer algo de ironía sobre lo que se espera de él. “Creo que aquí vais a encontrar más partes cantadas y más para bailar de lo habitual. Pero espero que los fans que buscan más gruñidos, más trinos, más ladridos, más chirridos, tampoco se sientan decepcionados”.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

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ARTÍCULOS 2006


Jesus And Mary Chain, besos de alambre de espino 

 

En “Lost In Traslation” Sophia Coppola los rescató con una de las más bellas escenas del cine de los últimos años. Ese “Just Like Honey” recordó como aquellos insolentes y siniestros muchachos de Glasgow, quebraron los 80 a golpes de ruido y miel con el fundamental “Psychocandy”, el primer paso de una discografía repleta de joyas. ¡ojo!, que han ganado (y mucho) con el tiempo.

 

 

En 1984 Duran Duran y Spandau Ballet no solo encarnaban el horterismo musical y estético en grado sumo, sino que viajaban en limusina neo-romántica por las carreteras de las listas de éxito y el estrellato. ¿El punk?, bien gracias, un bonito recuerdo constatando que todo volvía a estar igual de mal. O peor. Era como para volver a enfadarse… y así fue. Unos cuantos metros bajo tierra Alan McGee, el jefe del mítico sello Creation, obnubilado ante el descubrimiento de unos mozalbetes escoceses llamados The Jesus And Mary Chain, decidió editar su particular bomba-lapa. “Upside Down”, devastador primer single, supuso el primer paso de un grupo con una misión: ponerlo todo patas arriba sin remisión.

 

Tras aquella polémica nomenclatura de reminiscencias religiosas, el cantante Jim Reid, su hermano William a la guitarra, el bajista Douglas Hart y un jovencísimo Bobby Guillespie (actual líder de Primal Scream) aporreando la batería empujaban a Suicide y The Stooges dentro de los barrotes del “White Light/White Heat” y los empapaban de melodías surf.  El mensaje, inserto dentro de un chorro de feedback, era claro: “con cada sonido que oigo me vuelvo loco / no me importa”. Y el efecto devastador. Nihilismo, provocación y (auto)destrucción, o lo que es lo mismo, aprehender el espíritu primigenio del rock n´roll, envolverlo en actitud punk y tamizarlo por la oscura violencia de Joy Division.

 

 

 

Con “Upside down” el himen del rock se volvía a romper. Había que celebrarlo y unos Jesus ciegos de estridente autosuficiencia, optaron por alzar el volumen lo más alto posible. La prensa especializada se deshace en elogios con ellos que fichan por la subsidiaria de Wea Blanco y Negro y, tras una programada serie de singles posteriormente recogidos en el álbum, alumbran el estratosférico “Psychocandy” (Blanco y Negro, 1985). La polaridad se repite: Stooges y Velvet Undreground por un lado, Phil Spector y Brian Wilson por el otro. Ambos sintetizados en catorce cápsulas anfetamínicas que expulsan toda la gama de pulsiones que recorre un cuerpo durante esa conflictiva adolescencia en la que uno quiere gritar, provocar, romper cristales, esconderse… pero no sabe muy bien porqué, más allá de la angustia, el vacío y el hastío que se anidan en el interior.

 

Los Jesus, absorbiendo la esencia de esos entrecruzados sentimientos y, mediante una exquisita cultura musical, buscaron la vía de escape más pop y ruidosa posible, volcándola en un disco en el que confluye el azúcar y el papel de lija a partes iguales. Unas veces observando primorosas melodías desde una borrosa lente rayada (“Just Like Honey”, “Cut Dead” O “Taste Of Cindy”), otras apelando directamente al nervio, la orgía de acoples y virulencia (“The Living End”, “Never Understand”, “My Little Underground”) “Psycochandy” se revela como una obra maestra indiscutible y los Jesus, con una serie de caóticos e incendiarios conciertos (en los que tocaban de espaldas y apenas rebasaban los veinte minutos), no hacen sino alimentar la leyenda convirtiéndose en el grupo de culto por excelencia de las Islas. Desde “Never Mind The Bollocks” nada con estribillos y melodías había sonado con tanto peligro, violencia y perversión, y, al tiempo, tan inocente, vulnerable y cercano.

 

 

 

 

Dos años después aparece “Darklands” (Blanco y Negro, 1987) y con él un giro radical en la carrera del grupo. Si muchos vieron en “Psychocandy” el “White light/White Heat” de los 80, ahora las comparaciones apuntan directamente al tercer disco de la Velvet Underground, al tiempo que se alude inevitablemente a Joy Division y The Cure. Ya desde las primeras líneas de la inaugural “Darklands” (“Voy hacia las tierras oscuras/ a hablar en verso con mi alma caótica”) queda claro que el romanticismo, la introspección y la oscuridad dominará este cambio de rumbo.

 

Desechando casi por completo la rabia predecesora (apenas visible  en “Fall” y “Down On Me”), “Darklands” nos presenta a unos Jesus resacosos del estruendo y colmando de belleza oscura y melancólica piezas como la homónima “Darklands”, “Cherry Came Too” o la preciosa “About You”. De igual modo ofrecen hits de la talla de “Happy When It Rains" o “April Skies”, aparte de los mejores textos de toda su carrera llenos de impactantes imágenes como la que titula este artículo. Escrito desde un dolorido y deprimido corazón, que se debate entre el amor y la muerte, que buscando el cielo llega al infierno y se deja empapar de gotas de lluvia, “Darklands” es uno de esos discos que en la adolescencia musican temores e inseguridades con el pestillo puesto para, luego, acompañar a uno toda la vida.

 

 

 

            Antes de grabar el siguiente álbum, los Jesus recopilan singles, caras b y rarezas en el imprescindible “Barbed Wire Kises” (Blanco y Negro, 1988). Más allá del fetiche completista esta recopilación se revela como un brillantísimo catálogo de un grupo en estado de gracia total, que igual se radicaliza (aún) mas allá del noise (“Head”, Hit”), como se embriaga en la fragilidad indie-pop (“Psychocandy”, “Don´t Ever Change”) o sorprende con particularísimas e irreverentes versiones (“Surfin´ Usa”, “Who Do You Love?”). En él se incluye un tema nuevo, “Sidewalking”, instantáneamente convertido en  clásico de la banda y delatador adelanto de un futuro inmediato que se plasmaría en “Automatic”, su tercer elepé.

 

 

 

En “Automatic” (Blanco y Negro, 1989) surgen unos renovados Jesus regodeándose y explotando muchos de los hallazgos de “Sidewalking”. La dicción chulesca y desafiante de Jim Reid se empasta con riffs infalibles, mientras el uso de  las programaciones varía sustancialmente la estética del grupo, mostrándose más sintéticos, luminosos y accesibles que nunca, gracias a la intervención del ingeniero de sonido Alan Moulder.

 

Lastrado por cierta monotonía y sensación de autoplagio, “Automatic”, aún así, se presenta como un notable e influyente trabajo, posiblemente el que más acentúa el lado “roll” de toda la trayectoria de los Jesus. Un espíritu que, sin desdeñar el arrojo melódico de “Here Comes Alice”, el clima esquizoide de “Gimme Hell” o la plácida “Crazy”, descansa fundamentalmente en temas como  “Blues For A Gun”, “Coast To Coast” o “Head On”, mezclas perfecta de aceite guitarrero y rudas bases electrónicas dando vía libre para que el rock n´roll se infiltre en la pista de baile.

 

 

 

Continuando la senda de las programaciones, los Jesus perfeccionan su alianza con Moulder mediante el magnífico single “Rollercoaster”, y dos años después regresan pletóricos con el soberbio “Honey´s Dead” (Blanco y Negro, 92). Las polémicas alusiones del single “Reverence” (“Quiero morir como Jesucristo / quiero morir como JFK”) los sitúan otra vez en el punto de mira de los guardianes de la moral y el orden, pero más allá de la provocación (¿infantil?, ¿gratuita?, ¿vacía?) inherente a los Jesus desde sus inicios, “Reverence” es todo un latigazo de electricidad que remite al espíritu agresivo, oscuro y redentor de los Stooges y, sin duda, una de sus composiciones más memorables.

 

Es la entrada de un capítulo que, lejos de suponer un salto evolutivo, parece sintetizar todo el pasado de la banda. El noise-pop de “Psychocandy”, la belleza abatida de “Darklands” y el vigor electro-rock de “Automatic” se conjugan en un híbrido, denso e hipnótico, que contiene incontestables cumbres como “Cathfire”, “Far Gone And Out” o “I Can´t Get Enough”. Con él visitan por primera vez nuestro país y las crónicas lo sitúan entre los mejores conciertos del año, mientras el adolescente autor de estas líneas literalmente lo flipa en la retransmisión que de su concierto de Madrid ofreciera Radio 3 en su día.    

 

 

 

Tras lanzar un nuevo recopilatorio (“The Sound of Speed”, la continuación de “Barbed Wire Kisses”, aunque con un resultado bastante más discreto) nos situamos ya en 1994, annus horribilis para las vacas sagradas del pop británico. Si puntales como Primal Scream, Ride o Stone Roses ofrecían entregas muy por debajo de su media y el relevo en el star-system se servía a la baja mediante el sobreinflado globo del brit-pop, los Jesus en sintonía coyuntural editan el endeble “Stoned And Dethroned” (Blanco y Negro, 1994).

 

 

 

 

 

Inicialmente planteado en formato acústico y con colaboraciones de relumbrón, al final se queda en semi-acústico y el cameo más esperado (Bob Dylan) rechaza la invitación. Sí aceptan la pérfida Hope Sandoval (Mazzy Star) para la preciosa “Sometimes Always”, posiblemente el mejor corte del disco, y Shane MacGowan (The Pogues)  en “God Help Me”. Del mismo modo que sucedió en los fiascos de las bandas antes citadas, “Stoned and Dethroned” es el típico caso de “disco que no estaría mal si fuera de cualquier otro grupo”, pero dentro de la trayectoria de los Jesus aun hoy suena adocenado, insulso y falto de inspiración. Y lo peor: su defensa sobre  escenarios españoles (en 1996, dentro de los primerizos Festimad y Fib respectivamente, donde muchos los veíamos por primera vez) empezaba a destilar un ligero olor de grupo dinosaurio, a años luz de la portentosa comparencia del año 92 y las grabaciones piratas que sus fans guardábamos como oro en paño.

 

 

 

Pero, desgraciadamente, en ese sentido las cosas siempre podrían empeorar y dos años después, de nuevo en el escenario del Fib, los Jesus escenificaron su defunción pública de una manera francamente bochornosa. Para el recuerdo de mis pesadillas particulares quedará aquel William Reid completamente borracho provocando una de las mayores dosis de vergüenza ajena que uno como fan tuvo que padecer en su vida. El motivo del mencionado esperpento era la presentación del discreto “Munki” (Sub Pop,1998), canto del cisne de una banda con el discurso agotado, agarrándose al deja vu por un lado y buscando fallidas vías de madurez por otro, para finalmente descender considerablemente su nivel hasta evaporar casi por completo la excitación. Aún así dejan en su legado, singles tan respetables como la pareja “I Love Rock N ´Roll” y “I Hate Rock N´Roll” o ese revolcón por la oscuridad del rock n´roll clásico de “Craking Up”, junto a homenajes y bromas como “Moe Tucker” o “Supertramp” y torpes intentos de enlazar la épica a su sonido como “Man On The Moon”. Afortunadamente tardaron poco en disolverse.

 

  

 

Finiquitada su historia, y ya en la década presente, se han editado varios discos de especial interés. Para no iniciados es más que recomendable la recopilación “21 Singles 1984-1998” (Warner, 2002), idílica para hacerse una panorámica global del grupo y constatar que, aparte de aventajados e imaginativos arquitectos sonoros, los Jesus fueron uno de los mejores surtidores de canciones del último rock británico. Por otro lado, tanto la sensacional “The Complete John Peel Sessions” (Strange Fruit, 2000) -un impresionante documento que recoge vibrantes tomas en directo del repertorio de sus primeros trabajos-  como “Live In Concert” (Strange Fruit, 2003) –ídem de la segunda etapa, inferior pero igualmente interesante- deberían de figurar en la discografía del fan que quiera ver y sentir todas las aristas de una banda esencial en cualquier lectura de la historia del rock.

 

 

 

Esencial. Mmmm… dichosa palabra. Decía sobre el pop, el periodista Nick Cohn en el mítico libro “Awopbopaloolbopalopbamboom” que “ha hecho caricaturas gigantes de la ambición, de la violencia, del amor y del inconformismo que han resultado ser las ficciones más poderosas y más precisas de este tiempo”. Palabras éstas referidas a los estandartes de su momento de redacción (Stones, Kinks, The Who…), pero perfectamente aplicables a la percepción que de los protagonistas de estas líneas tenemos algunos de estos jovenzuelos que preferimos a Primal Scream sobre Zen Guerrilla.

 

Y es que los Jesus and Mary Chain han significado, sí, “eso”: el “joder que subidón”, el “joder que bajón”, el “joderos todos” y el “qué jodido estoy” comprimidos en rutilantes espejos musicales en los que mirarse de continuo, cuando las hormonas se hayan en óptimo punto de cocción. Espejos que el paso del tiempo no ha hecho sino situarlos en  la misma lista de los Suicide, Who, Joy Division, Sex Pistols, Stones, Sonic Youth, My Bloody Valentine, etc., ese lugar donde no se discute sobre si Pleasure Beach son mejores que White Stripes, porque un simple acorde de Pj Harvey los empequeñece hasta lo invisible e irrelevante. Sí, allá donde Primal Scream ocupan ya plaza segura, al ladito Jesus and Mary Chain, y en el que Zen Guerrilla, pese a unas virtudes que nadie pone en duda, mucho me temo que nunca estarán.

 

Lo siento boss, la tenía en la recámara de mi (cada vez más devaluada) arrogancia juvenil.

 

Javier Becerra

(Ver también artículo sobre "Psychocandy" de The Jesus & Mary Chain)

(Artículo publicado originalmente en Ruta 66)

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 TALKING HEADS REEDICIONES

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ARTÍCULOS 2006


Talking Heads, Dadá y la polirritmia africana

 

77; More Songs About Buildings And Food; Fear Of Music; Remain In Light; y Speaking In Tongues

 (Todos reeditados en formato doble por Rhino-Warner)

 

 

            En la reciente recuperación del pasado post-punk, algunos han pasado de puntillas por el legado de Talking Heads. Puede que quede mejor mostrar la dirección que lleva a grupos menos conocidos o, simplemente, que Talking Heads -en especial la interacción entre David Byrne y el productor Brian Eno- fueron tan especiales que no dejaron detrás una huella fácilmente reproducible. Intentos ha habido, y desde luego que Clap Your Hands Say Yeah, Arcade Fire, Franz Ferdinand o Modest Mouse les deberían estar pagando una parte de sus derechos de autor.

 

Tal y como prueba la reciente reedición de sus primeros cinco discos -completados ahora con unas mezclas renovadas que consiguen que nos maravillemos aun más ante su sonido, además de extras, versiones, videos y grabaciones en directo que en ningún caso superan a las canciones que componían los álbumes originales-, aquellos discos se encuentran allá arriba, inalcanzables, como una de las cimas creativas más memorables de la historia del rock.

 

Al contrario que muchos de sus contemporáneos de la nueva ola, Talking Heads asumieron desde sus inicios la pulsión de la música negra, distanciándose, por lo tanto, de la carrera extenuante hacia ella en la que se convirtió la trayectoria de una parte de los grupos que se encuadraron en el post-punk. El pulso, que no el ritmo, y las texturas creadas por la banda -sobre todo, aunque no exclusivamente, con Brian Eno- proporcionaban una música sensual que funcionaba perfectamente como contrapartida a los neuróticos recitados de David Byrne. Por otro lado, sus frías yuxtaposiciones de sonidos y su forma de componer inspirada en la arquitectura reforzaban la fascinación de Byrne por lo que subyace bajo la ética del trabajo de la sociedad protestante americana y la psique desquiciada de sus personajes.

 

 

Esta impredecible conjunción de arte, ambición y nervio estaba ahí desde el primer single, “Love-Building On Fire”, que se incluyó en su debut, Talking Heads (1977). Tal vez por eso el disco, a pesar del relativo éxito de “Psycho Killer” -aquí también recogida en versión acústica- no llegó a ser entendido por un público que estaba más interesado en la explosión del punk de grupos como los Ramones, quienes compartían las tablas de escenarios como el CGBG con los Talking Heads.

 

En él están las claves del funk minimal que cimentaría su reputación e influencia: la forma nerviosa de cantar las letras inconexas por parte de Byrne; las rupturas y las alteraciones imprevistas de ritmos cruzadas gracias al teclado de Jerry Harrison; la guitarra fluctuante de Byrne acompañando con impaciencia las secuencias y el resonar funk del bajo de Tyna Weymouth; y la batería ajustada de Chris Frantz determinando el dinamismo de la banda.

 

En su segundo álbum, More Songs About Buildings And Food (1978), los trillones de ideas que encerraba sólo se logran atisbar tras repetidas escuchas, agazapadas tras la extraordinaria producción de Brian Eno, en lo que sería su primera colaboración. Los logros más relevantes aparecen en “Found A Job” o “The Good Thing”, al lograr combinar el funk sudoroso de James Brown con los riffs de guitarras de The Velvet Underground.

 

Con Fear Of Music (1979) se cerraría una etapa que les dejaba en un callejón sin salida, al haber forzado hasta el límite sus propias convenciones. Su cuarteto de canciones inicial (“I Zimbra”, “Mind”, “Cities” y “Life During Wartime”) puede considerarse como lo mejor que el grupo grabase nunca. “I Zimbra”, el corte que lo abre, marcaba la alianza entre la polirritmia africana y la poesía dadaísta. “Heaven” sería su momento más pop hasta entonces y “Drugs” un ensayo modernista a través de universos psicodélicos nunca explorados antes por el cuarteto.

 

 

Su cumbre, sin duda, llegaría en 1980. Remain In Light es hoy, todavía, un objeto único, como si hubiese llegado de parajes desconocidos y nadie aún los hubiese tocado. Los elementos entrevistos en “I Zimbra” se desarrollan ahora en toda su extensión, con alusiones al afro-funk de Fela Kuti y a las experiencias ensayadas por el alemán Holger Czukay (componente de los alemanes Can). Todavía hoy parece un disco sin ascendencia ni descendencia, del que resultaba un primitivismo contemporáneo, hipnótico, complementado por la espiritualidad vacía de las letras que evocaban una sociedad moderna sin orientación.

 

Como no podía ser de otra manera, Speaking In Tongues (1983), editado tras experiencias en solitario de cada uno de los cuatro componentes del grupo, no pudo mantener el nivel, pero no se trata para nada de un álbum fallido, sino del disco que muchos grupos siempre han querido grabar por tratar de conjugar los elementos básicos del sonido de un grupo con una mayor accesibilidad. Aquí está el funk blanco más disciplinado, tal y como era exprimido en la Europa del post-punk.

 

Sería el primero de sus discos retocado en el estudio una y otra vez, y se convertiría en el primero de sus éxitos, con “Burning Down The House” como su canción emblema y “This Must Be The Place (Naive Melody)” convertida en la más embrujadora de sus canciones, una melodía para perderse dentro. Aquí David Byrne dirigía ya su atención hacia los sentimientos comunes de la gente común, sacrificando la tensión y el absurdo que lo había caracterizado en el pasado. Nada que echase por tierra años de aventuras, pero sí el puente entre una primera etapa irrepetible y la llegada de una nueva era de mayor relevancia pública y una contenida creatividad.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 SPARKLEHORSE EN DIRECTO

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ARTÍCULOS 2006


Sparklehorse en concierto

 

(Sala Nasa, Santiago de Compostela, 26-11-2006)

 

 

Para muchos, todo lo que tenía que ver con este concierto sonaba un tanto extraño. La temprana hora, la sala, el día… Pero ya se sabe que Mark Linkous no es el tipo más afable del mundo: por algo entre sus amigos se encuentra Tom Waits y por algo vive recluido en un bosque al Norte de California como un ermitaño: las entrevistas hay que pasárselas por correo electrónico a su mánager, que se las lleva allí, le hace las preguntas, anota las respuestas y las pasa en su ordenador para hacérselas llegar posteriormente al periodista.

 

Lo que pasa es que cuando se sabe que Sparklehorse inicia una gira que lo trae por estos lares con varios fechas, uno puede pensar que su predisposición es bien otra. Puede que así sea, pero no tuvimos la suerte de apreciar esa otra posible faceta de su personalidad en Compostela. La decepción no lo fue tanto por el grupo (eran buenos, sí, a pesar del batería demasiado gesticulante y de un pedal steel guitar que casi no tocó nada escondido entre las sombras), sino por la impresión algo errónea que se llevó Mark Linkous del sonido de la sala y que lo jodió todo.

 

Se supone que el sonido le entraba muy mal por el pinganillo que llevaba en la oreja, y ya desde el principio se le veía pedir que le subieran el volumen, decir claramente que no le funcionaba el micro, que había mucho ruido de fondo en los monitores, ajustar continuamente su guitarra, etc. Se le notaba a disgusto, y nos contagió a (casi) todos. En la cuarta canción se paró y dio la impresión que se marchaba. Continuó, sí, pero saltándose algunas de las canciones que tenía preparadas diciendo bien claramente que las saltaba. De las 16 que aparecían en el listado que tenía a sus pies durante el concierto, no llegó a interpretar ni una docena.

 

 

Cumplió porque la gente había pagado y suponemos que no quería líos, pero si es otro tipo aún más divo se larga y no queda más que aguantarse. Dio las gracias a los que allí estábamos por ser pacientes y no hizo nada más que cumplir y acabar cuanto antes, sin llegar a la hora de concierto.

 

Tampoco dio la impresión de que Sparklehorse sea uno de esos grupos que impactan en directo, pero nosotros lo vimos a medio gas. Y el sonido, aunque a él le pareciera lo contrario, no era malo. La Sala Nasa no es el lujo de la Capitol, pero lo que se escuchaba está claro que era bastante mejor de lo que él pensaba.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 SCOTT WALKER

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ARTÍCULOS 2006


Scott Walter, belleza aterradora

 

The Drift (4AD-Popstock)

 

 

Tres discos en 30 años. Once años desde su anterior álbum, Tilt. Por extraño que parezca, Scott Walker no sufre de falta de inspiración. Al contrario, tiene una imaginación que necesita, al mismo tiempo, dejarla vagar y ser canalizada apropiadamente. La música que él crea necesita tiempo, mucho tiempo, para desarrollarse.

 

The Drift, su nuevo disco en este 2006, con una imaginería de “agujeros de nariz endurecidos con cocaína negra” y “Jesús de ántrax” que envuelve en un fondo sonoro de cuerdas psicóticas y percusiones estruendosas, está todo lo lejos que se pueda estar de lo que se considera música asequible; se mueve en los márgenes de lo convencional, lejos de lo que conocemos como ‘pop’ o ‘alternativo’, en una escala que sólo les es aplicable a sí mismo.

 

Ambicioso, áspero, complejo, espeluznante, de múltiples capas y lecturas, The Drift funde ladrillos de cemento sonoro con retazos de música folk, cruzando cuerdas con largos y lentos pasajes de desolación a la deriva. La voz del sexagenario Scott Walker, todavía plena en poder emocional, actúa como ancla, como centro del flujo y del reflujo; dirige y guía al oyente a través del laberinto sonoro y sus imágenes. En “Hand Me Ups”, por ejemplo, su tono llega a la cima de los agudos, mostrando una fragilidad impresionante, como un antiguo cantante de ópera que se negase a admitir la imposibilidad de alcanzar las notas de antes. El efecto, patético y aterrador, no está ahí por casualidad.

 

Sus composiciones desafían cualquier noción convencional de la canción. Esto es música rock como arte supremo, sin estructuras de estrofa-estribillo-estrofa. No hay nada simple o lineal, ni leyes, ni reglas, sólo expresión en su manifestación más pura. Es difícil encontrar puntos de referencia musicales. Sería más fácil asemejarlo a la versión auditiva del bombardeo de Guernica según Picasso o a las pinturas de Francis Bacon convertidas en banda sonora clásica. Recorrer los caminos de The Drift requiere de un conocimiento secreto, una brújula rota y una inmersión total en su mundo.

 

 

El comienzo con “Cossacks” muestra una dirección equivocada, una aurora falsa. Se inicia con unas cuerdas quejumbrosas y un riff de guitarra austero y con reverberación. La atmósfera se revela cargada de terror. Percusiones marciales y tensas notas de bajo intensifican esa sensación antes de que la voz de siempre de Scott Walker entre en escena. El texto recoge una serie de titulares de críticas mezcladas con retazos de noticias. El motivo recurrente de la voz es lo más cercano que el disco tiene a un estribillo. “Cossacks” y el corte que cierra el disco, “A Lover Loves”, son, si acaso, los momentos más cercanos a lo que se conoce como ‘canción’.

 

Tras “Cossacks” llega “Clara”, la enrevesada historia de amor de la amante de Mussolini Claretta Petacci, que pidió ser ejecutada a su lado a pesar de no haber sido condenada. Aunque se abre con una mezcla de electrónica y voces que parece encaminar el tema hacia algo que podía haber estado en el disco Scott 4, un repentino ruido acaba con todo. Por encima de una percusión atronadora cabalga una guitarra que suena como un disparo en la cabeza. Durante casi trece minutos la canción se mueve entre pasajes lúgubres y lentos y muros de sonido corrosivos. Se trata, ciertamente, de una pesadilla. Clara se retuerce, se escapa de este mundo, y quien la escucha no puede descansar; la música no se lo permite. Nunca se puede estar seguro de cuándo uno de esos crescendos traerá de nuevo alguna de las pedradas con las que sus cuerpos fueron profanados y despellejados una vez ejecutados.

 

A continuación, The Drift no se toma ningún respiro. “Jesse” es el intento de Scott Walter de asimilar lo ocurrido el 11 de septiembre yuxtaponiendo imágenes de las Torres Gemelas con el hermano gemelo nonato de Elvis Presley, con el que rey del rock mantenía conversaciones sin respuestas. Y al final, en “A Lovers Love”, el habitual fondo que en el pasado enmarcaba la hermosa voz de Walker es reemplazado por un silbido siniestro que remata cada estrofa, con los demonios conduciéndolo cada vez más hacia el abismo. Aunque el sonido es algo más ligero que en los cortes que le preceden, tampoco hay escape, no hay alivio.

 

 

Por supuesto, escuchar The Drift de madrugada con unos auriculares no es una buena idea. Se trata de un disco intenso, pavorosamente oscuro, en el que se puede escuchar, literalmente, golpes en trozos de carne putrefacta y rebuznos de asnos asustados. En él, la imaginación enferma de Scott Walker pinta el retrato de un mundo roto que grita de dolor, que se ahoga en su propio vómito, que ha perdido la fe y que no encuentra salvación.

 

Y, a pesar de toda su negra realidad, de su horrorosa imaginería y sus densas texturas musicales, la escucha de The Drift ofrece una recompensa impensable. Walker, con arrojo, ha compuesto sus nuevas melodías sin tener en cuenta ninguna concesión comercial. Puede que sólo Tom Waits o Mark Hollis de The The, en su trayectoria en solitario, se hayan apartado tanto de sus inicios pop. El listón ha quedado situado en otra dimensión, fijando un nuevo reto, modificando la noción de qué es lo se puede  conseguir con la música. La respuesta que proporciona Walker es muy simple: el único límite es el de la propia imaginación.

 

Desde luego, no hay discos así, que creen universos tan singulares, que se enfrenten a cánones y lecturas simplistas del mundo, que salgan de su universo -la música- para convertirse en idea. Tardará mucho en surgir algo igual, si es que alguna vez sucede. Lo único seguro es que nadie podrá olvidar The Drift una vez que lo escuche. De una belleza aterradora, éste es el disco más feo -y peligroso- que se podrá escuchar en muchos años.

 

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