ULTRASÓNICA ARTÍCULO MASSIVE ATTACK Y CHEMICAL BROTHERS EN EL XACOBEO
Massive Attack y The Chemical Brothers, Xacobeo en el cetro del baile
¿Cuándo se le pasó el arroz a la música electrónica? ¿Antes del cambio de década? ¿Después? Lo cierto es que el gran revulsivo del rock en los 90 está en horas bajas. Tal vez nunca debió salir del underground y los clubes -donde aún se mantiene en vigor, pero con nombres ajenos al gran público-, ya que, una vez que se hicieron con las listas, empezaron a perder su capacidad de sorpresa y su creatividad.
Contar con The Chemical Brothers y Massive Attack en el Xacobeo puede ser un motivo de orgullo para Galicia, aunque lejos están de visitarnos en su mejor momento. Es más: a estas alturas poco grandioso esperamos de ellos ya. Son el pasado, aunque hay que reconocer que puestos en el cartel al lado de The Darkness -que gran chiste inflado el de estos tipos-, casi siguen pareciendo el futuro. Y eso que estamos hablando de dos de los nombres cruciales de los últimos años. Recapitulemos.
Massive Attack firmaron, en el 91, el gran disco de la música electrónica de todos los tiempos, Blue Lines, el álbum que sirvió de acta de fundación del trip-hop. Su mezcla perfecta de soul, house, funk, hip-hop y electrónica incluía la canción de mayor pegada emocional de la década, “Unfinished Sympathy”. Cierto es que, con el tiempo, hemos descubierto que Robert “3D” del Naja, Grant “Daddy G” Marshall y Andrew “Mushroom” -el núcleo del colectivo- le debían mucho a otros artistas (“Mambo” de Wally Badarou sirvió de base a “Daydreaming”, “Stratus” de Billy Cobham fue fusilado en “Safe From Harm”, incluían una versión de “Be Thankful For What You’ve Got” y se apoyaban en algo más que simples y excelentes colaboradores: Tricky, Horace Andy o Shara Nelson).
Aún así, aquel debut sigue sonando único. Después llegó Protection (94), un álbum más meloso, Mezzanine (98) el disco que, pretendidamente, fundía la electrónica con las guitarras de Radiohead -y que es su otro disco imprescindible-, y 100th Window (03), un trabajo que sólo contó con 3D y que manifestaba un cierto desarraigo y desorientación con su tiempo. Massive Attack siguen siendo únicos en directo, tal y como se pudo comprobar en su gira del año pasado en Madrid, y para quien no los ha visto nunca su capacidad de emoción permanece casi intacta.
Si Massive Attack son el grupo de los detalles, del perfeccionismo, de los ambientes densos, The Chemical Brothers son los amos de la electrónica de trazo grueso, del gran ritmo, el grupo que cualquier seguidor del rock puede bailar desaforadamente en un recinto al aire libre sin tener que pedir perdón. Vamos, pura cazalla electrónica para las masas, algo en lo que sólo sienten la competencia del bueno de Fatboy Slim.
Sitúate. Como se pudo comprobar en el Festival de Benicassim de casi cualquier año, el escenario principal arde en llamas con luz celestial y un humo espeso que va cayendo. Ocasionalmente, la niebla se abre y deja entrever imágenes de vidrieras, imaginería religiosa, cosas que parecen tan fuera de lugar ahí, justo enfrente de miles de juerguistas de fin de semana en un descampado al lado de una carretera nacional. El sonido que sale de los altavoces es un imparable ritmo de ruido marciano, duro y melódico al mismo tiempo.
Ya son más de diez años de este tipo de recuerdos confusos de noches y días pasadas sin descanso. Ya son diez años de discos y remezclas; de actuaciones en directo y de sesiones pinchando. Diez años de monumentales ganchos que atraviesan los huesos y de pulsantes chispazos electrónicos; de la fuerza de viajes psicodélicos a través de distintos estados oníricos. Diez años en los que los viajes mutaron de un rápido recorrido por su país con una caja de discos, a asombrosas giras mundiales, a festivales por todo el mundo, al abrigo de la oscuridad.
Tom y Ed le han dado a la música de baile una reconversión cargada de turbo en cuatro discos que parecen el sonido de una manada de elefantes digitalizados en estampida sobre un ejército de músicos tocando el sitar. En Santiago oficiarán, una vez más, su ceremonia psicodélica reclamando el trono que un día, tanto ellos como Massive Attack, ocuparon.
The Darkness, cock-rock
La pregunta del millón: ¿se toman lo suyo con ironía o van en serio? Hasta ahora, no se han pronunciado. Tal vez les convenga, ya que así se ganan a los medios -como chiste hasta tienen un pase- y a un sector del público rock mayoritario -huérfanos desde que bandas como Queen, Def Leppard o Rainbow andan desaparecidas o desorientadas-.
Por increíble que parezca, estos machos que han recuperado el heavy más exhibicionista empezaron en una banda de techno llamada Empire, pero no se comían un rosco. Un buen día, en un karaoke de Nueva York, comprobaron que tenían más suerte interpretando el “Bohemian Rhapsody” de Queen que con sus trasnochadas canciones de sintetizadores.
El plan maestro se puso en marcha. El vocalista Justin Hawkins debía copiarle la indumentaria y los leotardos a Steven Tyler de Aerosmith, las pintas y los saltos a David Lee Roth de Van Halen y el falsete a Freddie Mercury de Queen; mientras, el resto del grupo debía acompañarle en el reciclaje del heavy AOR de finales de los 70 y principios de los 80. Acertaron. Su debut Permission To Land se instaló en el número 1 de las listas británicas en su primera semana, algo que no pasaba desde que Coldplay hicieran lo propio tres años antes.
Y ahí siguen. ¿Van de coña o son así? Da igual. Lo que es de juzgado de guardia es ponerlos en el mismo cartel que The Chemical Brothers y Massive Attack. Sucede cuando contratas a golpe de talonario y no existe un criterio. ¿Deserciones en masa hacia las barras de los alternativos? ¿El resurgir del heavy gallego? Lo veremos.
Muse, Wagner rock
Muse sí se lo toman en serio y hacen gala de ello. Lo mejor y lo peor de su música es que han llevado el rock a los extremos más grandilocuentes que uno se puede imaginar, siendo perfectamente conscientes. Es más, es justo lo que pretendían desde sus inicios.
Algo así como si La cabalgata de las Walkirias de Wagner, el Carmina Burana -sí, mira tú por donde aparece de nuevo- de Carl Orff o el Réquiem de Verdi sonaran todos juntos en un grupo de rock pasado de rosca y a todo volumen. Vamos, una pesadilla sonora para muchos que, sin embargo, atrae a mucha otra gente.
Lejos quedan ya los ecos de Radiohead y Jeff Buckley de sus primeras canciones, cuando se llamaban Gothic Plague, Fixed Penalty o Rocket Baby Dolls. A partir de ahí Matthew Bellamy, Chris Wolstenhome y Dominic Howard sólo viven para hacer música estratosférica que los sitúe en la estratosfera. Allí habita su sonido y de allí bajarán para pasarse por el Monte do Gozo, en un -de nuevo- desafortunadísimo cartel que los une a Starsailor, The Cure y David Bowie.
ULTRASÓNICA ARTÍCULO XACOBEO CONCERTOS NOVO MILENIO
Festival del Xacobeo, ¿nuevo milenio?
Ian McCulloch, de Echo & The Bunnymen: el mundo tras unas gafas de sol
¿Un gran Festival sin camping? ¿Un gran Festival con sólo cuatro conciertos cada día? ¿Un gran Festival movido por el dinero público? ¿Un gran Festival del nuevo milenio sin nombres nuevos? Decididamente, en la esquina del Noroeste peninsular las cosas son siempre de otra manera. Y no tanto como para proclamar que es mejor que Glastonbury (Ian McCulloch dixit).
Para los que se subieron al escenario, todo eso era lo de menos. ¿Balance? Tres días, siete conciertos para recordar, cinco olvidables y otros dos conciertos interruptus. Curioso, curioso: el mejor instante lo puso, pasando el Ecuador, el tipo que dio el peor concierto, Lou Reed, que a eso de la quinta canción se puso a divagar -y encandilar- con sus músicos en el único momento que se permitió el lujo de invocar a su leyenda.
Lou Reed perdido en el Gozo
Antes, el viernes, nos habíamos preguntado por qué unos catalanes desconocidos eran la única representación estatal -¿amigos de la productora Gamerco, quizás?- apelando a Dover y Hole. Tras ellos, la hora de The Darkness se hizo larga incluso entendiéndolos como un chiste.
Iggy Pop, iguana libre al fin
A partir de ahí llegaron tres nombres que quisieron reivindicar su momento en la historia del rock -y del dance-. Iggy Pop salió como si llevara enjaulado toda su vida, gritando, por si alguien no se había enterado, que estaba con los fucking Stooges. Así que no había “Lust For Life”, no. Que 30 años no son nada y “No Fun” fue coreado por unos 50 espectadores que, con su complicidad, subieron al escenario a robarle el micro, meterle mano y hacerse unas fotos con él. A la Iguana, el sol de la tarde sólo le inspiraba caos, locura y reclamar la paternidad del punk.
Mushroom, de Massive Attack, enredado en la red
Massive Attack hicieron el mejor concierto que en ellos es posible: elegante, sobrio y citando tanto al soul como a los experimentos menos complacientes de Radiohead. Su desconocido instrumental los situó en otra dimensión; por lo tanto, hay futuro. ¿Y qué se podía esperar de The Chemical Brothers? Que pusieran a bailar a 25.000 personas, incluso aquellas que nunca han escuchado un disco que no tenga guitarras. Si es así, cumplieron. Eso sí: vistos una vez, se les conocen todos los trucos.
Dieciséis horas más tarde, bien entrado el viernes, Starsailor intentaron que su pop bonito no quedara demasiado apagado en un gran escenario. ¿Lo consiguieron? Depende de en qué lado te sitúes. A continuación, la pesadilla sonora de Muse atronó hasta revolver las entrañas del mismo Monte do Gozo. Triunfo popular y deserción de bastantes que queríamos dormir sin que se nos apareciera el fantasma wagneriano de Matt Bellamy.
Matt Bellamy, de Muse, encantado de conocerse a sí mismo
Pedir masajes y baños turcos no debe ser una buena idea. A Lou Reed se le debió pegar el tufillo new-age, porque salió sin ganas, sin voz, con un repertorio plomizo y mal interpretado. Masacró “Perfect Day” para finalizar. Parece que sólo se encontró durante cinco minutos, los justos para dejar la sensación de que podía haber sido otra cosa. Al principio, escuchar de la boca de los siniestros “Abuelo, retírate” sólo inspiraban ganas de contestarles. Al final, hasta se les disculpaba.
Robert Smith hizo todo lo contrario. Un concierto para todos, repleto de singles, guiños al respetable, cinco canciones siniestras en homenaje a sus fans y dos horas intensas, muy intensas. Se ganó el trono del Gozo. Sus padres, entre el público, presumían de hijo. Él no daba crédito: se dedicó a fotografiar a su contenta y rendida audiencia.
Robert Smith, de The Cure, entre las sombras
Difícil papeleta para el sábado. Y para colmo, el tal Gary Jules que no aparece. A Amaral, una espectadora más, le ofrecen un bolo acústico improvisado de media hora. Acepta y canta, entre otras, el “Universal” de Lagartija Nick. Al final aparece el tal Gary Jules -“un yonkie me ha robado el piano,” explica- y sólo tiene 20 minutos de margen. Nadie se enteró.
El esquivo Bob Dylan
Media hora más tarde, por una esquina sale un tipo con sombrero de ala ancha y gafas de sol. No mira ni una sola vez al auditorio, no permite fotos, no deja conectar las pantallas de video. Se coloca detrás de su piano, de lado, y comienza su particular juego, el de las adivinanzas. ¿Cuántas canciones de Dylan puede uno reconocer? Cuantas más, más fan se es. Da igual: las descubras o no, son interpretaciones valiosas, muy cercanas a la raíz -country, folk, rockabilly, honky tonk…- de lo que nos ha congregado aquí. A la tercera, Dylan sale con la cabeza alta de Galicia y hasta mira una vez hacia el anfiteatro al despedirse -sin palabras, faltaría más-.
The Corrs; ¿de verdad tocaba la batería?
¿Qué pintaban ahí The Corrs, con su té al limón y sus efluvios de celta light? Gran interrogante. Su público no fue el del resto del festival, ni tampoco el que venía a ver a Echo & The Bunnymen. Ian McCulloch siempre arrogante, pleno de actitud y estilo, jugó de nuevo sus cartas: ese pitillo, esas gafas de sol, esa americana… Se le notaba suelto y juguetón. Su versión de “Walk On The Wild Side”, en la que acabó cantando “Rafael Benítez is our coach” -su entrenador, el del Liverpool, claro-, valió tanto como el 90% del concierto del autor de aquel clásico un día antes. Presentó “The Killing Moon” como la mejor canción jamás escrita y dijo aquello de que el Festival del Novo Milenio era mejor que Glastonbury. Amigo Ian, hubo cosas buenas, pero a veces conviene sacarse las gafas de sol.
ULTRASÓNICA ARTÍCULO AVIONES Y ESTRELLAS DEL ROCK
Los desmanes de las estrellas del rock en los aviones
Courtney Love y Björk
¿Hay algún extraño vínculo entre ser una estrella del rock y comportarse como un imbécil a la hora de coger un avión? Parece que sí, por lo menos en una proporción mucho mayor que en cualquier otro medio público de transporte. Puede que sean los nervios, la barra libre de la primera clase o el jet-lag, pero lo que es cierto es que los casos de artistas desquiciados avión a 10.000 metros sobre el nivel del mar o en un aeropuerto son bastantes. Repasamos los más llamativos.
PETER BUCK (REM): Según se demostró posteriormente en su aparición ante el juez, el 21 de abril de 2001, en un vuelo entre Seattle y Londres, dos días antes de un concierto en Trafalgar Square, el habitualmente tranquilo guitarrista de REM se tomó un par de pastillas para dormir aunque, y aquí comenzaron los problemas, las mezcló con alcohol. Cuando le impidieron beber más, rompió una nota de advertencia que le habían pasado, puso un compacto en la bandeja de la comida -pensando que se trataba de un reproductor de compactos-, tiró una cuchara de yogur a la tripulación y se sentó al lado de una desconocida de primera clase asegurando que era su esposa. Más adelante reconoció estar “profundamente avergonzado por el incidente”. Suponemos que ahora leerá bien los prospectos de las pastillas que se toma.
IAN BROWN (STONE ROSES): En su caso, su aparición ante el juez tuvo menos suerte. Acabó pasando cuatro meses entre rejas por lo que había hecho en un vuelo en febrero de 1998, y eso que su pecado era similar al de Peter Buck: un exceso de alcohol que acabó con Ian Brown golpeando en la puerta del servicio, gritando a la tripulación y amenazando con un expresivo “cortaré tus jodidas manos” a una azafata de British Airways.
BJÖRK: En 1996 las cosas no le fueron tan bien a la diva islandesa. Después de ser pasto de los tabloides británicos, un fan trató de enviarle una carta-bomba. Por aquellas fechas, al llegar al aeropuerto Don Muang de Bangkok, un periodista trató de sacarle unas fotos junto a su hija Sindri. Björk empezó a asestarle tales golpes que el osado reportero tuvo que ser atendido en el hospital. Las imágenes quedaron registradas y dieron la vuelta al mundo. “Esa mujer que nunca le ha pegado a nadie, pero que pierde su carácter cuando van a por su hija,” parece que fue el comentario del director Lars Von Trier para justificar haberle ofrecido el papel principal en su película Bailando en la oscuridad.
LIAM GALLAGHER (OASIS): No uno, sino dos son los incidentes conocidos hasta el momento del menor de los Gallagher, Liam -¿quién si no?-. El primero sucedió en 1988, cuando en un vuelo entre Hong Kong y Australia, empezó a tirar la comida, insultar a la tripulación, se negó a dejar de fumar y amenazó al piloto que trató de calmarlo. Según la aerolínea, Cathay Pacific, todo se debió al “típico comportamiento de un borracho”. La compañía le tiene vetado volar con ellos. Tres años después, el 12 de enero de 2001, cuando iba a coger un vuelo desde el aeropuerto londinense de Gatwick a Rio de Janeiro, para participar en el Festival Rock In Rio, le dedicó varios gestos obscenos a la azafata que le atendía, tocándole también el trasero. Vamos, nada nuevo en él.
COURTNEY LOVE: En los últimos meses de su conducta impredecible se puede esperar cualquier cosa. Así que lo del 2 de febrero del 2003 en un avión de Virgin Atlantic en vuelo de Los Ángeles a Londres -en donde iba a participar en una gala benéfica organizada por Elton John- no cogió a nadie desprevenido. Según el informe policial, a bordo se dedicó a insultar a la tripulación, actuó de forma violenta, se negó a sentarse y ponerse el cinturón. Al día siguiente, en Londres, llamó a un fotógrafo de la revista Q y se paseó desnuda en un taxi por Londres. Dos días intensos, vaya que sí.
RONALD CHENG: Este tipo, desconocido en Occidente, pero una estrella del pop en su país, se emborrachó en la primera clase de un vuelo de Los Ángeles a Taipei, empezó a fumar, gritó obscenidades a la tripulación y se arrastró por el suelo del avión. También agarró a una azafata y la encerró en uno de los compartimentos para maletas del avión, del que la tuvo que sacar el capitán del aparato. El avión se vio forzado a aterrizar en Alaska y el ídolo del pop fue recluido en un hospital psiquiátrico.
DUFF McKAGAN (GUNS N’ ROSES): En el caso del bajista de Guns N’ Roses, lo suyo acabó en multa. Su pecado: mear en la moqueta de la primera clase de un avión 747. El precio: 20.000 dólares. Barato no es, precisamente, aunque puede que ni le importase.
DIANA ROSS: El 22 de septiembre de 1999 Diana Ross no estaba de humor. Después de que una agente del aeropuerto la cacheara, Diana Ross hizo lo propio con los pechos de la agente y le dijo: “¿Qué, te gusta?” El consenso en el aeropuerto parece que fue que no, ya que la retuvieron durante unas cuantas horas.
KYLIE MINOGUE Y MICHAEL HUTCHENCE (I.N.X.S.S.): Según quienes iban en aquel avión, a principios de los 90, los por entonces novios se lo hicieron en el servicio del avión, algo con lo que más de uno ha fantaseado alguna vez. Parece ser que la puerta del servicio se abrió y todos los que iban en primera clase pudieron verlo perfectamente. Cuando le preguntaron a Kylie, ésta comentó: “Los hechos no fueron así exactamente…” No hay constancia de si los sorprendidos espectadores aplaudieron después del espectáculo.
BRIAN FERRY: El dandy del pop se estaba echando una siesta a la vuelta de unas vacaciones con su familia en Kenia cuando le despertó un perturbado mental que había tomado el control del avión con un cuchillo y pretendía derribarlo con sus 400 ocupantes. Según él, “fue el mayor susto de mi vida”. Curiosamente, el siguiente movimiento de Ferry fue propiciar la reunión de Roxy Music. La pregunta podría parecer una tontería, pero no lo es tanto: ¿Tendría algo que ver haber visto en peligro su vida?
MUSE: En el 2000, después de haber recogido el premio a la banda revelación del año en una ceremonia de premios británica, se largaron rápidamente para el aeropuerto, donde les esperaba un jet privado que los llevaría a Munich, donde tenían concierto al día siguiente. El motor estalló en llamas en pleno vuelo y tuvieron la suerte de no estar muy lejos del aeropuerto londinense del que acababan de despegar. Salieron casi ilesos del aterrizaje de emergencia. El susto fue tal que tomaron un taxi, volvieron a la fiesta y cogieron la borrachera de sus vidas.
DIEGO EL CIGALA: Por aquí, también tenemos nuestros héroes particulares. En un vuelo Madrid-Tenerife de marzo de 2003, el cantante le pidió a la tripulación que le colgaran un traje. La azafata le explicó que no existía armario para trajes y le ofreció colgarla en la parte destinada al equipaje de mano. El cantante se negó, la insultó y la amenazó de muerte. La azafata se resguardó en la cabina de los pilotos, y Diego El Cigala empezó a golpear la puerta. A continuación, lo desalojaron del vuelo, y el cantante denunció a la compañía por discriminación racial, ya que, según él, le llamaron “gitano”.
ULTRASÓNICA ARTÍCULO RECOPILATORIOS DE FIN DE AÑO
Recopilatorios, con la resaca de fin de año
Como cada año, las compañías volvieron a hacer lo de siempre en el último trimestre del año: editar una buena colección de discos recopilatorios, cajas de varios compactos, discos de remezclas, conciertos en directo, homenajes a algún artista, acústicos, discos de versiones, de duetos, discos colectivos con lo que más ha sonado en las radio-fórmulas, megamixes, discos con lo mejor de cualquier cosa… Una excusa perfecta para saciar nuestra fiebre consumista. ¿Seguro? Repasemos.
El año discográfico se cuenta por campañas; una se inicia en febrero, de cara al verano y los bolos estivales, y la otra en agosto, de cara a la Navidad. Es en esas entrañables fiestas cuando todos los sellos discográficos se presentan con sus mejores armas en el mercado. Y lo hacen acompañados de grandes campañas publicitarias, con una especial atención hacia la televisión, donde se dejan casi todo su presupuesto, una buena pasta, en publicidad.
Lo más curioso es que, mientras el resto del año reina una tremenda competitividad entre los sellos, de cara a la época navideña -y al verano- los corazones se ablandan y todos arriman el hombro de alguna manera, cediendo o editando sus canciones en recopilaciones preparados por la competencia.
Por si fuera poco, muchas recopilaciones preparadas en los USA o el Reino Unido nunca son editadas aquí, ya que sus compañías tienen demasiado material en sus manos para promocionar o porque piensan que no tendrán unas ventas mínimas. Nada del otro mundo en un Estado en el que, esta vez, se ha quedado en el tintero, por ejemplo, la colección de Super Furry Animals.
Que nadie se crea que son los grupos más críticos con el sistema los que menos se prestan a la jugada. Repasemos. ¿Cuántos discos editaron los rebeldes Pearl Jam? Este año se les puede encontrar en las tiendas por partida triple, ya que, además de un directo acústico -el enésimo, teniendo en cuenta que antes editaron todos y cada uno de los conciertos de su anterior gira-, está disponible un grandes éxitos doble y un recopilatorio de sus caras B también doble. Y The Cure ya casi pueden presumir de ser el grupo con más recopilaciones de éxitos, singles, maxis y remezclas, a lo que se le añade este año una nueva caja de cuatro compactos con las caras B de sus singles.
Lo más rentable para las compañías es tirar del fondo del catálogo, sin tener que hacer mayor esfuerzo. A veces se hace con cierto gusto, editando cajas tan atractivas como prohibitivas para el bolsillo, como las de Nirvana, Marvin Gaye, The Mamas & The Papas, Simple Minds, Rolling Stones, The Beatles, The Faces, Bon Jovi, Michael Jackson o George Harrison de este año o toda la colección completa de los discos de Caetano Veloso.
Sin embargo, lo habitual es repetir la misma colección, con escasas variaciones, una y otra vez, cambiando poco más que la portada, y para demostrarlo en estos últimos meses se pueden ver por los escaparates nuevos recopilatorios de Antonio Vega, The Jacksons, John Denver, Jackson Browne, Tina Turner, Neil Young, Seal, Kylie Minogue, Bee Gees, Triana, John Mellencamp…
Otros buscan alguna excusa más original para hacer lo mismo, centrándose en una época concreta o en canciones perdidas en caras B, como fue el caso, esta temporada, de Phil Collins, Joni Mitchell, Frank Sinatra, Jean Michel Jarre, Nick Drake, Blondie…
A su lado están los que son primerizos en este mundo, aunque seguro que no por última vez: Mikel Erentxun, Marilyn Manson, Supergrass, 10.000 Maniacs, Robbie Williams, The Long Ryders, Placebo, Groove Armada, Travis, Everclear, Korn, The Verve, Afro Celt Sound System, Café Tacuba, Keziah Jones, Wu-Tang Clan…
De poco vale que los artistas con unos ciertos principios levanten sus protestas. Muchos tienen estipulado en sus contratos la absoluta libertad para sus compañías en cuanto a la edición de toda clase de discos recopilatorios. Casi nadie es dueño de su propio catálogo. De las pocas canciones que Stone Roses grabaron para su primera compañía, Silverstone, éstos llegaron a editar hasta tres recopilatorios, utilizando incluso el trabajo artístico de John Squire. Lo cierto es que las protestas vienen acompañadas de suculentos derechos de autor que pasan a engrosar las cuentas corrientes de los compositores, así que tampoco se esfuerzan en denunciarlo.
Muchas son las fórmulas que explotan las compañías para lucrarse, aunque se les ocurran pocas innovaciones. Los recopilatorios más innecesarios son, significativamente, los de mayores ventas. Ahí estuvieron todas esas mezclas de música de discoteca de sábado noche de saga interminable (Bolero Mix X, Máquina total X…), que explican sus ventas si pensamos que ahorran a muchos pinchadiscos horas de trabajo.
Además de los discos de duetos -este año Ray Charles o Nancy Sinatra- o de tributo a un artista -Radio Futura, Steve Wynn, Depeche Mode o Echo & Th Bunnymen son los homenajeados esta temporada-, también se puede utilizar el recurso del disco en directo, otra forma de recopilar canciones, que sirve para estimular el ego de los artistas con el respaldo de su público y cerrar los paréntesis creativos de las bandas. Rolling Stones, Aimee Man, Ocean Colour Scene, Dream Theater, Queen, Phoenix o Sexy Sadie fueron los últimos ejemplos de algo que parece no tener fin.
Quedan aún las grabaciones acústicas -John Lennon-, las reediciones generalmente con añadidos -The Clash, David Bowie, Pavement, The Pogues, Jeff Buckley, Bruce Springsteen, John Lennon, Talking Heads, The Kinks, ABC, Nacha Pop-, los álbumes de versiones de otros artistas -Paul Weller, k d Lang, Joe Cocker, Molotov, David Kitt- los discos de remezclas -Depeche Mode- o de Navidad -Chris Isaak, Dianne Reeves-… Vamos, que si alguien no sabe cómo hacer rentable su negocio, ya sabe a quién dirigirse.
ULTRASÓNICA ARTÍCULO CONCIERTO RED HOT CHILI PEPPERS
El día que vi tocar a los Peppers
Exigían puntualidad y empezaron con algo de retraso. El viento pegaba fuerte pero Flea no sentía el frío y salió sin camiseta. Crónica de cómo los californianos Red Hot Chili Peppers dieron un concierto para abrir el verano-Xacobeo.
“Ahí están”. Ovación ensordecedora. Al escenario del Monte do Gozo salen Anthony Kiedis, Michael Bazary (Flea), John Frusciante y Chad Smith. Ante 30.000 personas en Santiago de Compostela van a cerrar su gira europea los Red Hot Chili Peppers. Sólo podía ser un milagro del Xacobeo. La tan cacareada exigencia de puntualidad no se cumple. Pero da igual. Ahí están.
“Can’t stop addicted to the shin dig…”. La canción dedicada por los californianos al tratamiento con ozono pone a saltar a todo el mundo y el corazón, a cientos de metros del escenario, se sale del pecho. Es difícil contenerlo. Son los Peppers. Son ellos. Has pagado los 28 euros (con la historia de pillar la entrada por Internet y no sé qué gaitas), has ido hasta Santiago (gracias otra vez, Edu), te has colado en uno de los autobuses que subían al Gozo (gracias por el descaro, Evita), has echo cola para entrar en el recinto y el sitio que has pillado está a cientos de metros del escenario (y gracias).
Pero son ellos. El “Hola, gente” de Kiedis sabe a gloria. A la chica que portaba el cartel de “Marry me, Anthony”, a gloria bendita. Se ha vuelto a dejar el pelo largo, esta vez con flequillo, el cantante de los Peppers. Sale con americana y corbata. Acabará enseñando su famoso torso. El bajista Flea, que no siente el frío, lo hace desde el primer momento. Frusciante lleva sus brazos de tatuajes quemados tapados por una camisa. En medio del concierto, se pondría un gorro. Mi cartel (que sólo era mental) ponía. “You’re my inspiration, John”.
Van cayendo las canciones. Toca repaso de grandes éxitos. La gente corea los hits: “Californication”, “Otherside”, “By the way”… Para los bises quedaría “Under the bridge” y “Give it Hawai”. Los orígenes quedan lejanos. Ya no permanece casi nada de los amigos de instituto (Kiedis y Flea) que tenían un grupo en el que salían a tocar desnudos con medias tapando lo único que no querían enseñar del todo. Frusciante era sólo un fan. Sin él, hoy simplemente no son.
Kiedis canta muy bien. Su voz suena genial en directo. Quedan en la memoria los ecos de 30.000 gargantas ladrando como él propuso desde el escenario. Es habitual (lo dicen los DVD). “Mamamaé”, canta. Y todos detrás. Quedan en la memoria las parrafadas que soltaron. Quedan los esfuerzos de Flea presentando en castellano una versión de una banda amiga de California.
Queda él mismo pidiéndole a la gente que perdonase a Bush. “Fuck George Bush”, le contestaron desde las primeras filas. Queda Frusciante dedicándole “Havana affair” a Joey Ramone (ahí sí que te ganaron, Marta). Queda Chad Smith antes de empezar los bises (dos horas clavadas duró el concierto) haciendo de las suyas en la batería. “Buddy you’re a boy…”. Momentazo.
Pero los momentos grandes, grandes de verdad, vinieron de la mano de Flea y John Frusciante. De sus cuatro manos. Uno frente al otro. Solos con el bajo y la guitarra. Sobrábamos todos. Cómo se aplaude algo así. Yo no sé. Y ahí sí era oficial: éste era un gran concierto, por encima del montaje audiovisual que derrapó al principio, por encima del pésimo sonido que iba y venía según pegase el aire, por encima de pagar los casi 30 euros para cansarse de ver invitaciones VIP colgadas de cuellos (VIP ¿de qué?), por encima de fuegos artificiales que sobran (la pirotecnia no hace falta con un grupo como éste), por encima de los parones entre canción y canción (por Dios bendito si llevan tres días repitiendo concierto en High Park, ¿qué se comentaban?), por encima de obviar un guiño como sería tocar “Cabrón”.
Allí estaba John Frusciante para hacerlo olvidar todo, de rodillas, tocando con los ojos cerrados, como si no hubiese nada más. No lo había y (casi) no lo hay.