ULTRASÓNICA ARTÍCULO BOXEO Y ROCK

ULTRASÓNICA ARTÍCULO BOXEO Y ROCK

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


Rock’n’ring, golpes con ritmo

The Beatles con Muhammad Ali

El boxeo y la música han sido como la mano para el guante durante años, tal vez porque comparten más de lo que  quisieran: competición intensa, una industria que exprime al máximo el talento y luego lo abandona, la posibilidad del éxito rápido y dinero fácil y la casi seguridad de que a nadie le interesarás cuando estés abajo y tirado. 

Boxeadores que intentaron cantar

De esa estrecha y particular relación, tal vez el momento más recordado sea “Hurricane”, la canción que Bob Dylan compuso para apoyar la liberación del peso medio Rubin Carter y que dio lugar, años después, a una película interpretada por Denzel Washington. Aquel boxeador había sido encarcelado después de ser dudosamente acusado de matar a tres hombres blancos en un bar, convirtiéndose en uno de los casos judiciales más famosos por su haber derivado en una causa racial.

El boxeador más conocido de todos los tiempos, Cassius Clay -Muhammad Ali- contribuyó a la causa subiéndose al escenario en la gira Rolling Thunder Revue de Bob Dylan de 1975. Seguramente su aparición fue más celebrada que el único disco que editó, I Am The Greatest Soy el más grande-.

Joe Frazier, uno de sus clásicos adversarios, también lo intentó, sin mucho éxito, con una versión del “Knock On Wood” con un grupo que llamó Smokin’ Joe And The Knockouts -Joe Fumador y los Noqueadores-. Más suerte tuvo el púgil Joe Louis, con una decente carrera musical, en especial con “You Can Run But You Can’t Hide”, una canción basada en una de sus recomendaciones a un oponente, Billy Conn. 

La atracción de Ali

Bob Dylan era un gran aficionado al boxeo y no perdió ocasión de recordarlo dedicándole elogios a Ali en más de una ocasión. Además de “Hurricane”, también compuso la canción “Who Killed Davey Moore?”, un acertado retrato del lado más oscuro del boxeo.

Pero Muhammad Ali tuvo más de un admirador en el mundo de la música. Aunque Frank Sinatra era más amigo y seguidor de Rocky Marciano, y aunque compró una participación en los negocios del boxeador Tony Mauriello, no desaprovechó la oportunidad de acudir al Madison Square Garden en 1971 para fotografiar a Ali  en su pelea con Joe Frazier para la portada y un reportaje especial de la revista Life.

Tampoco Elvis Presley se resistió a los encantos de Muhammad Ali. En el 73 fue él el presentador del boxeador en una de sus peleas, en la que éste se presentó con un bata blanca que decía “El campeón de la gente”. A Elvis le gustaba el mundo del ring, y así lo pudo demostrar en su película de 1962 Kid Galahad.

Músicos que intentaron boxear

Ninguno de los tres grandes de la música se lanzaron al cuadrilátero, pero otros músicos sí. Bo Diddley se hizo un nombre en el circuito juvenil mientras que el capo del sello Motown, Berry Gordy, peleó profesionalmente como peso mosca en 15 combates, antes de que su carrera se viera truncada por el Ejército. No iba mal encaminado, ya que su entrenador se pasó luego a llevar la carrera del recordado Joe Frazier.

Uno de los sparring de Berry Gordy fue Jackie Wilson. Durante un tiempo peleó como peso welter, ganando algún título, hasta que su madre, cansada de las cicatrices, lo convenció de que se dedicase a la música. Curiosamente, fue su reunión con Berry Gordy para componer “Reet Petite” lo que inició su fulgurante carrera en el soul.

Marvin Gaye, desencantado de la música a finales de los 60, se ofreció como jugador profesional de fútbol a los Lions de Detroit cuando tenía 31 años, pero, al ser rechazado, se decidió por el boxeo. Durante meses entrenó en el gimnasio de su ciudad hasta que decidió grabar What’s Going On y abandonar los guantes definitivamente.

James Brown podía haberse convertido en el padrino del pugilismo, y no del soul, si hubiese continuado con su carrera tras ganar las tres peleas en las que participó como profesional. Al ver a Little Richard encima de un escenario todo cambió. Irónicamente, cuando estaba casi olvidado, a principios de los 80, su canción “Living In America” para la película Rocky IV le dio su mayor éxito en 20 años.

En Jamaica, el boxeo tuvo siempre una atracción similar al reggae, y muchos músicos se sintieron atraídos por el ring, como, por ejemplo, el legendario Prince Buster o el mítico productor Lee ‘Scratch’ Perry, quien en sus días de púgil era conocido como ‘Little’ Perry.

Pero no sólo los músicos de color se acercaron al boxeo. La afición fue más allá de las portadas pugilísticas de músicos blancos como, por ejemplo, Let’s Dance de David Bowie, Flamingo’s de Enrique Bunbury o Peace & Love de The Pogues. Billy Joel dividió los primeros años de su carrera entre el piano y el ring. En su momento admitió que lo que le había llamado la atención era la imagen varonil del boxeo, aunque lo abandonó al descubrir que no tenía el instinto matador y después de que le rompiesen la nariz en uno de sus 22 combates.

También Chris Isaak comenzó como campeón juvenil del peso ligero, antes de aceptar una beca para marchar a Japón un par de años y descubrir que lo que realmente echaba de menos eran los primeros tiempos del rock’n’roll.

En estos últimos años se ha establecido una curiosa relación entre el rap y el mundo del boxeo. Public Enemy ya hablaban de uno de sus ídolos, Muhammad Ali, en el “Timebomb” de su debut Yo! Bumrush The Show. Mike Tyson sirvió de inspiración a “I’m Bad” de LL Cool J y a “I Think I Can Beat Mike Tyson” de Jazzy Jeff and The Fresh Prince. Pero a Tyson el grupo que realmente le gustaba era Public Enemy. En uno de sus mantos escribió el conocido “Don’t Believe The Hype” de Public Enemy y en el 89 se negó a pelear si, en lugar del himno nacional, no sonaba antes del combate el “Fight The Power” del mismo grupo. 

Canciones para una velada en el ring:  

         Bee Gees: “Saved By The Bell”

         Big Youth: “George Foreman”

         Bob Dylan: “Hurricane”

         Dennis Alcapone: “Cassius Clay”

         Elvis Costello: “TKO”

         Everything But The Girl: “Boxing And Pop Music”

         Georgie Fame: “The Ali Shuffle”

         Hazel: “Joe Louis Punch Out”

         Jo Boxers: “Boxer Beat”

         Johnny Wakelin: “Black Superman (Muhammad Ali)”

         Simon And Garfunkel: “The Boxer”

         The Supremes: “You Beat Me To The Punch”

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO RESUMEN DEL 2003

ARTÍCULOS 2004

Resumen del 2003: De guitarras y otras cosas

Johnny Cash

En estos últimos meses, la industria musical, una vez vistas las fauces del lobo, ha optado por la fusión entre las multinacionales. Por ahora, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos observan el proceso con mucho detenimiento y, casi con total seguridad, acabarán por no permitirse más uniones en aras de la libre competencia. Así que no queda más que imaginación para combatir la tan cacareada crisis.

El 2003 ha sido un año que confirma lo que viene sucediendo una temporada tras otra: se editan más discos que nunca, hay cada vez más conciertos, pero quedan muy pocos canales para difundir lo que verdaderamente merece la pena. Separar la paja del grano es ya casi una tarea heroica y, aún así, unos cuantos artistas siguen editando discos sobresalientes.

Entre los veteranos, un buen número ha cumplido y poco más: David Bowie, Neil Young, Elvis Costello, Lou Reed, Rickie Lee Jones o Iggy Pop añadieron discos dignos a su colección, pero ninguno desbancará a sus clásicos. Otros veteranos como Al Green, Elliott Murphy o Robert Wyatt sí publicaron álbumes que dejarán huella. También artistas como Joe Strummer, Nick Cave, Lloyd Cole o Ian McCulloch, que iniciaron su carrera a finales de los 70 y principios de los 80, tiraron de su libro de estilo para recuperar lo mejor de sí mismos durante el 2003.

Sin embargo, lo mejor del año tal vez haya que acreditárselo al desaparecido Johnny Cash con Unearthed, una caja de cinco compactos con parte del material registrado en los últimos años en sus celebradas sesiones con el productor y mecenas Rick Rubin, caja que se publicó a finales del mes de diciembre de tapadillo en España y con escasas copias. Calificarlo de estremecedor es poco.

Por su parte, las guitarras volvieron a brillar en los últimos doce meses. Ya van tres años de cobertura masiva en los medios que prestan atención a este tipo de música y parece que la moda no tiene fin. Como dato llamativo, significar que la mayoría de nombres reseñables vienen del otro lado del Atlántico: The Strokes, The White Stripes, My Morning Jacket, Death Cab For Cutie, The Rapture, The Jayhawks, Kings Of Leon, Calexico, Yeah, Yeah, Yeahs… Tan sólo Radiohead o la reencarnación garajera de Spiritualized cubrieron el decepcionante expediente en las Islas Británicas.

En el mundo del pop merece la pena destacar los discos editados por Belle & Sebastian, The Thrills, The Postal Service, Josh Rouse, Tahiti 80 o The Sleepy Jackson. Sin embargo, la mayor novedad es una creciente presencia de cantautores que inician su trayectoria con resultados admirables en casi todos los casos. Entre los debutantes se contaron Damien Rice, Tom McRae, Adam Masterson o la extraordinaria Dayna Kurtz, mujer de una voz inigualable y con un futuro portentoso por delante. Ed Harcourt y Richard Hawley contribuyeron a la causa con sus respectivos segundos álbumes.

La electrónica, definitivamente desaparecida de las primeras planas, ha vuelto al underground. Tan sólo Junkie XL, Richard X, LFO, Bent o Basement Jaxx intentaron el asalto a las listas. Y del estilo que vende más en los Estados Unidos, el hip-hop, pueden resaltarse las aportaciones de Gang Starr y Outkast, junto a la versión inglesa y más callejera de Dizzee Rascal.

Desde Francia nos llegó también la recuperación de la chanson a través de elementos más actuales. Si en años anteriores fueron Coralie Clement o Karen Ann los nombres que se embarcaron en esta aventura, ambas bajo la protección de Benjamin Biolay, este año han sido el propio Biolay con su segundo álbum, Jacques Dutronic o la modelo Carla Bruni, aunque en este último caso con la sencillez y la desnudez instrumental como medios.

Fuera de estos ámbitos, sorprendió en el 2003 la irrupción de la malinesa Rokia Traore, el primer álbum en conjunto de las estrellas brasileñas Arnaldo Antunes, Carlinhos Brown y Marisa Monte bajo el nombre de Tribalistas, la repercusión de la gallega Mercedes Peón fuera de nuestras fronteras, el debut de Oi Va Voi o la colaboración de Ry Cooder con Manuel Galbán.

Ya en nuestro Estado, parece que se impone definitivamente la canción en castellano. Tal vez los artistas que se expresan en nuestro idioma no sean mayoría, pero sí son los que sacan mejor partido a sus canciones. Entre ellos, Nacho Vegas, Refree, La Buena Vida o Pauline en la playa han dejado discos para el recuerdo. Las propuestas más arriesgadas de El columpio asesino o Roty 340 merecen también atención.

Junto a ellos, el rap deparó grandes discos de La Mala Rodríguez o La Excepción. En este ámbito, la mayor sorpresa vino con la aparición de artistas como Eddine Said, Silvia Amal, Sulman, Dlux, Dnoe o Las Niñas que intentaron adaptar el r’n’b o soul moderno al castellano.

Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2005 COCOROSIE EN CONCIERTO

ARTÍCULOS 2005 COCOROSIE EN CONCIERTO

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2005


CocoRosie en concierto

 

(Sala Tivoli, Utrecht, 27 de noviembre de 2005)

 

 

 

         Cuesta trabajo apartar la originalidad de la propuesta de CocoRosie de su música. Son conceptos tienden a ir ligados en su caso, incluso para quien no las tiene en aprecio. La novedad de lo que hacen aplasta a todo lo demás sin consideración, desplazando cualquier otra valoración en profundidad. Y, lo siento, y queda dicho por adelantado, me temo que aquí tampoco nos libramos.

 

         En la mayor parte de los casos, cuando alguien se acerca a un concierto de CocoRosie, lo que hay es curiosidad, una profunda necesidad de comprobar cómo es su mundo tan especial, no sólo para saber cómo se traslada su sonido al directo, sino para hallar en él alguna de las claves de tan particulares discos.

 

         En escena, al menos en esta gira, CocoRosie aparecen acompañadas de otras dos personas: una mujer vestida como un mimo se encarga de tocar instrumentos percusivos distintos a los habituales, collares, silbatos y otros aparatos, de apretar alguna tecla y poco más; la otra, una voluminosa cantante de color, se encarga de hacer con su voz alguna que otra percusión. Las dos llaman la atención sobre el escenario, pero está claro que su presencia no es imprescindible.

 

 

         Pero son las hermanas Bianca y Sierra Cassidy -¿Realmente son hermanas? ¿Nos creemos lo de su reencuentro en París tras haberse separado cuando eran niñas?- el centro de atención. La primera sorpresa, sus voces. Lo que se escucha en disco es todo real y casi mejorado en directo; sólo en muy contadas ocasiones distorsionan la voz con un juguete de bebés. Bianca tiene un tono cercano a Billie Holiday, mientras que Sierra aporta la dulzura y, en ocasiones, los gorgoritos operísticos. En conjunto logran algo único, melodías que parecen provenir de otra galaxia, algo que a la mayoría encandila y a algunos irrita.

 

         Cuando tocan alguna que otra canción al piano o a la acústica, se puede pensar en algo cercano al folk. Sin embargo, por lo general, al introducir arpas, cajas de música, samplers y otros cacharros, combinados con esas voces tan especiales, aquel espíritu original deja paso a otra dimensión que, lo mejor que se puede decir, es que mantiene al público en suspenso hasta el último momento.

 

 

         A todo se le suman unas proyecciones especiales por detrás y su atípica forma de presentarse, tanto en el vestuario como en su aparente timidez desde el primer momento. Cuando se muestran apegadas a su arte, CocoRosie pueden resultar cargantes, pero si se lo toman con sentido del humor y se ponen al nivel de su audiencia, como hicieron en la última parte de su actuación, entonces no se les puede reprochar nada y sólo queda disfrutar de sus canciones, por muy originales que sean.

 

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTÍCULO DAYNA KURTZ

ARTÍCULOS 2004

Dayna Kurtz, el primer vals

Postcards From Downtown (CD, Dock);

Postcards From Amsterdam (DVD, Dock);

Beautiful Yesterday (CD, Munich-Dock)

“Sé cómo encajar toda clase de ofertas despiadadas…” (“Postcards From Downtown”)

Si alguien nos pidiese que citásemos un artista que abarcase en su obra todo lo mejor de la música del siglo pasado, no lo deberíamos dudar ni un segundo: Dayna Kurtz. Y eso que estamos hablando de una mujer que sólo tiene publicado un disco, Postcards From Dowtown, del año pasado.

¿Cómo es posible? Ella diría que Postcards From Downtown es su primer álbum, aunque, si se indaga un poco más, podríamos discutirlo. Hay seguidores que guardan celosamente alguna grabación en directo; otras se pueden encontrar en páginas de subastas de Internet. Parece ser que existen, también, diversas casetes de sesiones registradas con distintos músicos y productores como Bob Power (D’Angelo, Me’shell N’degeOcello, Erykah Badu) o Craig Street (Cassandra Wilson, Joe Henry, kd Lang). Además, en la propia web de la cantante hay a la venta una grabación de un recital titulado Otherwise Luscious Life.

Todo esto quiere decir que Dayna Kurtz no es una recién llegada. Es más, lleva más de diez años dando conciertos y siguiendo la estela de los músicos de antes de que apareciera el registro sonoro: dar a conocer sus canciones y exponerlas al público. La edición de discos ha sido, hasta ahora, secundario, ni tan siquiera una meta.

Esta mujer, que se define a sí misma como un “animal de carretera” ha pasado esta última década conociendo las pequeñas salas de conciertos de su país y sus ciudades, recorriéndolo en coches de segunda mano y enfrentándose a audiencias ruidosas que no sabían quién era, pero a las que conseguía acallar desde la primera canción. Ha hecho giras sola y abriendo para otros artistas como Chris Whitley, Richie Havens, B.B. King o Ladysmith Black Mambazo.

Ya en 1997, sus compañeros, alertados por lo que se avecinaba, la eligieron mejor compositora del año y la compañía Bug Music (Johnny Cash, Ryan Adams, Buddy Guy, Los Lobos, Wilco) se hizo con los derechos de edición de sus canciones, aunque ella prefirió seguir con sus recitales o retirada en el molino en el que vive y encuentra inspiración, en una ciudad al norte del Estado de Jersey.

Si representa tan bien la música del último siglo, es porque su voz tiene el calor y el compás de las viejas divas del jazz, como Billie Holiday, Betty Carter o Nina Simone, del blues, como Bessie Smith, o del soul, como Aretha Franklin. A ello se le debe añadir el efecto dramático que sólo Tom Waits o Marianne Faithfull poseen, la belleza de los textos de Suzanne Vega, el ingenio poético de Leonard Cohen, la intensidad de Jeff Buckley y Van Morrison, ecos de Patti Smith, Laura Nyro, Joni Mitchell…

Pero, por mucho que evoque a otros, Dayna Kurtz no suena a nadie más. Además, es una excelente guitarrista, intercalando sus textos en unas melodías a ratos lánguidas, en otras ocasiones desgarradas. En los últimos tiempos le ha añadido a sus canciones el color de una guitarra slide, con lo que sus canciones se han reforzado.

En Postcards From Downtown, el álbum que la presenta en sociedad, despliega todo su arsenal. Desde el estribillo lleno de rabia de “Miss Liberty” al emocionante blues de “Last Good Taste”, del contagioso vals “Fred Astaire” a la balada country “Just Like Jack”, Dayna Kurtz utiliza su amplio registro vocal y su desbordante guitarra para mostrarse en todo su esplendor.

Hasta ahora Dayna Kurtz puede haber sido el secreto mejor guardado de la música americana, pero con Postcards From Downtown el secreto se ha revelado en toda su magnitud a todo aquel que quiera descubrirlo. Lo que hace de este disco algo tan especial no es sólo su voz y su guitarra, sino su habilidad para contar historias y para escoger los instrumentos adecuados para que emitan los sonidos más adecuados en el momento justo. Lo que sitúa a Postcards From Downtown en una liga diferente es que, como las mejores novelas negras americanas, puede olerse, saborearse y sentirse.

Está impregnado de peligro, sexo voraz y personajes desquiciados que protagonizan cada una de sus postales dando vida a un paisaje de confusión doloroso. La tensión que se apodera de la atmósfera desde que suena el violonchelo de la canción que lo abre, “Fred Astaire”, nunca decae. Los protagonistas de sus canciones se muestran desesperados, buscando alguien o algo a lo que agarrarse, aunque la mayor parte del tiempo sólo consiguen asirse al fino aire. Algunas veces, incluso acaban ahogándose con sus botas puestas, como en “Somebody Leave A Light On.”

Por suerte, una vez que se ha descubierto parece que no va a volver a desaparecer durante tanto tiempo. Recientemente acaba de editarse un DVD titulado Postcards From Ámsterdam que incluye la actuación que el pasado 5 de junio ofreció en la Sala Paradiso de Ámsterdam. El recital fue grabado por técnicos holandeses -conviene recordar que, hasta el momento, ése es el país en el que mejor respuesta encuentra- y, junto a sus habituales Dave Richards al bajo y Randy Crafton a la batería, aparece el músico holandés Roel Spanjers tocando teclado y acordeón.

Por si fuera poco, está recién editado su segundo disco oficial, Beautiful Yesterday. En él, Dayna Kurtz acude tanto a las canciones compuestas por ella, emocionantes una vez más, como a las versiones de gente tan distinta como Leonard Cohen, Prince o Billie Holiday. En todas, tanto las que mejor salen paradas del envite como aquellas que le quedan más lejanas, sorprende, y eso es algo de lo que pocos artistas pueden presumir. Por lo tanto, parece viva la llama de contar con amigos, conocidos y autores de verdad, lejos de los oropeles, y seguir siendo el secreto más estimulante de la música norteamericana actual sólo al alcance de quien va más allá.

Xavier Valiño

ULTRASÓNICA ARTÍCULO 50 AÑOS DE ROCK

ULTRASÓNICA ARTÍCULO 50 AÑOS DE ROCK

ULTRASÓNICA

ARTÍCULOS 2004


50 años de rock

         40 años de Reseña, 50 años de rock. Aventuras coetáneas y no muy distantes. En estos 50 años, muchas cosas han cambiado en el mundo de la música popular; otras, en cambio, permanecen igual que cuando Elvis Presley entró por primera vez en un estudio de grabación para adaptar las canciones de los artistas de color y cambiar el curso de la música popular para siempre. 

         Hoy hay más estilos que nunca, mas variedad de sonidos, mayor número de artistas, una infinita cantidad de referencias disponibles si tenemos en cuenta el fondo de catálogo, los conciertos se multiplican… Y, sin embargo, si sólo reparamos en lo que reflejan la mayoría de los medios de comunicación y en la tan cacareada crisis de la industria, podría parecer que estamos viviendo un periodo muy negativo. Depende de quién y cómo lo mire. 

         Si en los 50 sólo se vendía vinilo, y después se le sumó el casete, ahora es el disco compacto -y los archivos mp3- el modelo predominante en el consumo de música, aunque no el único, una vez superados otros soportes como las bovinas o el mini-disc. 

         En ellos se vende o intercambia una infinidad de estilos que se engloban bajo el epígrafe común de rock o pop. Seguirles la pista a denominaciones incomprensibles para una mayoría como shoegazing o drill’n’bass necesitan de un buen diccionario musical a mano -y los hay, sí-. Muchos se contaminan entre sí y un consumidor habitual conoce y disfruta de muchos de ellos. En los primeros tiempos era rock’n’roll y poco más. Sus márgenes se han ido ampliando y ensanchando hasta lo impensable, y buena parte de sus creadores más interesantes siguen investigando en esa línea. 

         Dicen que cada diez años ha habido una revolución o movimiento importante y crucial en la música popular. Más o menos, en el 57 triunfaba el rock’n’roll; en el 67 llegó la psicodelia con el primer verano del amor; en el 77 el punk le dio un vuelco único a todo lo existente; en el 87, el segundo verano del amor se extendió con el house -o música de baile-; y en el 97… ¿qué? Más bien nada, lo que no quiere decir que exista una crisis creativa, sino que está todo tan fragmentado que es difícil ya que un único estilo acabe por influir y destacar entre todos los demás. 

         Si a mediados de los 90, la música electrónica era la gran novedad y la gran apuesta, en los últimos tres años se ha vuelto a un rock de guitarras que parece más una contraposición a la música banal que se cuela a través de las televisiones y canales habituales que otra cosa. En cualquier caso, la creación se ha democratizado -sobre todo, después del punk- y, si antes era necesario dominar un instrumento, hoy es suficiente querer hacer música. 

          Antes, el valor era del intérprete, mientras que hoy son los pinchadiscos o DJ’s los nuevos gurus de la modernidad a base de pinchar canciones de otros artistas. Todo el mundo, además de consumidor, puede convertirse en creador, aún sin conocimientos musicales, gracias a programas informáticos o, simplemente, a mezclar discos de otros artistas. Por suerte para la música y su creatividad -aunque, probablemente, por desgracia para los ingresos de los artistas y su vanidad-, a diferencia de lo que ocurría en los 60, los ídolos de los jóvenes ya no son los músicos de rock sino, en gran medida, los deportistas y, más concretamente, los futbolistas. 

         Al igual que ocurría en los principios del rock, siguen existiendo dos tipos de música predominantes: la que se hace buscando el consumidor masivo, en especial el público adolescente, y el de los creadores independientes, más preocupados por la sustancia de su música que por el éxito inmediato. Si acaso, desde principios de los 80 habría que sumarle una tercera categoría: la de aquellos artistas que, después de una trayectoria inicial relevante, buscan, con la edad, acercarse a un público adulto. Los ejemplos serían numerosos: Phil Collins, Sting, Eric Clapton… 

         Los medios de comunicación, preocupados por atraer también a grandes audiencias, han ido escorando su objetivo hacia el primer tipo de consumidor, con productos que se dirigen a audiencias masivas y escasas concesiones a la tercera categoría que citábamos. Eso significa menor presencia en televisión de programas especializados, incremento de la radio fórmula y escaso índice de lectura de los medios especializados. 

         La industria, que se había mantenido prácticamente inamovible desde principios del siglo pasado, se enfrenta a su mayor reto, renovarse o morir, debido, principalmente, a la piratería y a las descargas gratuitas a través de Internet. Hasta ahora se ha optado por la concentración empresarial aunque, muy probablemente, no sea la solución. El futuro está en enfocar Internet como una ilimitada promoción y adaptarse a la venta de música por la red, aunque la mejor estrategia ha sido siempre la apuesta por nuevos valores, los únicos que pueden asegurar una viabilidad más allá del corto plazo. 

         De todas formas, los artistas más creativos nunca han desaparecido del mapa y se encuentran, en este momento, en una coyuntura favorable, valiéndose, como ya hacían en los 50, de los resquicios desaprovechados por la industria. Ellos sí han sabido comprender las oportunidades que Internet ofrece para darse a conocer. También siguen existiendo las compañías independientes, al igual que hace cinco décadas, para promover su música. Y, por si fuera poco, el círculo se cierra después de 50 años: si en el principio era la canción en single el formato en el que se comercializaba la música, un soporte que con el tiempo acabó casi por desaparecer, hoy vuelve a ser la canción, como unidad de venta e intercambio en la red, el valor de consumo y creación predominante.

Xavier Valiño

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