ULTRASONICA ARTÍCULOS 2007 CHRISTINA ROSENVINGE EN CONCIERTO

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2007 CHRISTINA ROSENVINGE EN CONCIERTO

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2007


 

Christina Rosenvinge en concierto

 

(Teatro Principal de A Estrada, 16 de marzo de 2007)

 

 

“Tengo problemas con todos los cables, incluso el de la plancha. Será por lo mucho que me hierve la cabeza”. Aún hoy, después de tantos años en el negocio, ver a Christina Rosenvinge sobre un escenario produce un cierto desasosiego. Al principio de su actuación en A Estrada, dentro del ciclo de conciertos Marzopop, esa sensación se confirmó. Acompañado únicamente por el multiinstrumentista Charlie Bautista, Christina se presentó tocando el piano, instrumento que reconoció haber empezado a tocar hace apenas cuatro años, y no se sabe muy bien si no quiso o no pudo comunicarse con el público en esas primeras canciones en inglés provenientes de sus últimos tres discos, los que derivan de su experiencia en Nueva York.

 

Sin embargo, desde el momento en que un espontáneo pidió en voz alta “Sábado”, la distancia y la tensión se esfumaron. Christina sonrió y empezó a improvisar algún que otro comentario entre canción y canción. Reconoció que no tocaba “Sábado” desde hacía ocho años, pero la tocó aquí y se la dedicó a ese desconocido que se la había pedido entre las sombras.

 

Su voz iba ganando a medida que avanzaba el concierto, descubriéndose como su gran arma en estos momentos, pudiendo evocar los extremos que van de P J Harvey o las cantantes francesas que tanto les gusta susurrar. Tras desaparecer con un final más intenso, volvió para hacer el “Hallelujah” de Leonard Cohen en una buena versión y “Tok, Tok”, un momento digno de Hitchcock (según ella, inspirada en una película del realizador) y el más celebrado de su último álbum.

 

   

 

Parece que la gente se había enganchado en esta segunda parte del concierto, porque tuvo que salir a hacer un segundo bis en el que declaró abierto un turno de peticiones. Su acompañante no conocía alguna de las canciones solicitadas, así que se prestó a enseñarle los acordes en ese momento, ganándose nuevos aplausos. Curiosamente, las canciones que más se le pedían al final eran las de su época con Christina y los Subterráneos, de las que no toca últimamente, pero que aquí recuperó sin preocuparle en absoluto, cerrando el concierto con “Tú por mí”. Hay quien dice que en directo se muestra fría y distante y ella asegura que tiene siempre problemas en directo con los cables. Salvo un momento dado en que la guitarra emitía extraños sonidos por un pequeño acople, en A Estrada no hizo honor a nada de esto. Puede que para desmentir la fama que le precede y escapar a su sino sólo necesite empatía con su público.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2007 BONNIE PRINCE BILLY EN CONCIERTO

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2007 BONNIE PRINCE BILLY EN CONCIERTO

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ARTÍCULOS 2007


Bonnie ‘Prince’ Billy en concierto

 

(Auditorio de Caixanova, Vigo, 3 de abril de 2007)

 

 

            ¡Quién lo iba a decir! Además de tener la oportunidad de ver en Galicia a uno de los nombres de referencia y más importantes de la escena norteamericana de los últimos lustros -por lo que hay que dar las gracias a los responsables del festival Sinsal-, Will Oldham también desmintió en Vigo los rumores que corren sobre su carácter. Puede que con los periodistas tenga un carácter huraño, pero en directo supo hacer bromas, eso sí, muy a su manera, aclarando que “Ohio sucks” o construyendo una particular teoría sobre ‘las dos caras de la moneda’, la amarga y la dulce.

 

            Es peculiar, tanto en la forma de encarar su música como en su interpretación en escena. Se oculte tras el alias que se oculte (Palace, Palace Songs, Palace Brothers, su propio nombre o Bonnie ‘Prince’ Billy, el que más saca a relucir), queda claro que en su música siempre fluye una reconstrucción del folk, del country y del blues especial, única, tanto que lo que se espera de él en directo es algo distinto, personal, y eso es justo lo que ofrece.

 

 

 

            Solo, con su guitarra, con un enorme carisma y seguridad en sí mismo, encadena canción tras otra, dejando caer algunas de las más míticas como “Ohio River Boat Song”, “No Bad News” (de su último disco The Letting Go), “New Partner” o “I See A Darkness”. En ningún momento hace concesiones fáciles y su visión del directo puede resultar árida para quien no lo conozca de antemano -de hecho, hubo alguna que otra deserción durante el recital-. Pero, a pesar de ello, hizo subir al estrado en un par de ocasiones a Dawn McCarthy, la cantante de sus teloneros Faun Fables, para cantar junto a él varios temas, incluyendo una versión a cappella rompiendo así la monotonía que algunos le achacaban a su actuación.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 VAN MORRISON

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 VAN MORRISON

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ARTÍCULOS 2006


Van Morrison, escucha -y mira- al león

 

Live At Montreux 1974 / 1980 (DVD, Eagle Vision)

 

 

         Dicen que el propio Van Morrison está detrás de este lanzamiento, que él mismo ha escogido personalmente estos dos conciertos para lo que es su primer DVD en el mercado. Puede ser; es más, resulta más creíble que, dado su carácter, en lugar de decidirse por editar un DVD de su reciente gira, el león de Belfast haya optado por recuperar dos viejos conciertos de la década de los 70 y, además, filmados en un festival de jazz.

 

         Da igual, porque lo que cuenta son los conciertos. ¡Y qué conciertos! Dos actuaciones, de 1974 y 1980, en las que encontramos al Van Morrison impredecible, al genio, al que huye de los lugares comunes, al irreductible autor de parte del rock más personal de las últimas cuatro décadas. Ahí está, en su elemento, disfrutándolo sin que se le note en una sola mueca, y eso queda perfectamente recogido en cualquiera de los dos conciertos.

 

         Viajemos hasta 1974. Van Morrison acaba de editar uno de los mejores discos en directo de todos los tiempos, It’s Too Late To Stop Now, de 1973. Pues por increíble que parezca, el irlandés no cuenta con banda de directo para los siguientes meses. Es más: cuando recuerda que había firmado un contrato para una cita en el Festival de Montreux de 1974, Morrison llama al organizador del mismo, Claude Nobs, y le pide que le monte una banda. Tal cual.

 

         Así es cómo tres músicos que nunca habían colaborado con él acabaron siendo su banda para esta ocasión. El teclista Pete Wingfield llegó a participar en esta actuación porque la banda de blues con la que había ido al Festival tenía demasiados músicos y se encontró de repente sin trabajo. Por su parte, la sección de ritmo formada por el bajista Jerome Rimson y el batería Dallas Taylor fue contratada por su experiencia anterior con distintos grupos y su disponibilidad en el momento justo en el que se les necesitaba.

 

         Van Morrison aprovechó la oportunidad para dar un concierto y una pequeña gira después (en la que ya no estaría el batería Dallas Taylor, sustituido por Peter Van Hooke) experimentando con un acercamiento mayor al jazz que en anteriores ocasiones. Como su nuevo disco Veedon Fleece estaba aún por publicarse, y dado que había grabado gran parte de un disco llamado Mechanical Bliss que no tenía fecha de edición -y que nunca llegaría a publicarse-, el irlandés optó por un repertorio sin concesiones al público y con material nuevo, incluyendo canciones que sólo llegarían a entrar en su discografía en 1998, como parte de su disco recopilatorio de rarezas The Philosopher’s Stone.

 

Por lo tanto, aquel concierto filmado en 1974 tiene un valor indiscutible: el del testimonio de una banda que se acababa de conocer y que dio muy pocos conciertos como tal, el de un artista más escorado al jazz que nunca y el de unas canciones que, en una buena parte, pocas veces se han podido disfrutar en su interpretación.

 

El otro concierto que se presenta en este doble DVD es otra cosa. Seis años más tarde, Van Morrison compareció en el Festival de Montreux con una banda rodada en la que se encontraban, entre otros, dos de los mejores músicos de los últimos tiempos: el saxofonista Pee Wee Ellis, habitual en las grabaciones de James Brown, y el trompetista Mark Isham, conocido, sobre todo, por sus colaboraciones y como autor de exitosas bandas sonoras.

 

En el repertorio, más amplio, incluyó algunas de las canciones que formarían parte de su siguiente álbum, Common One, pero entre las 15 canciones interpretadas hubo también lugar para alguno de los momentos que el público más recordaba de su primera década grabando en solitario: “Ballerina”, “And It Stoned Me”, “Moondance”, “Wild Night”, “Angelou” o “Listen To The Lion”.

 

En ambos, un joven Van Morrison muestra como entonces, en los primeros años de su trayectoria, se revelaba más espontáneo y magnético sobre las tablas, mucho antes de los días de su comportamiento como una diva y de sus discos de menor interés, cuando su soul celta, con efluvios de pop, jazz, rock y rhythm & blues cimentó su leyenda. Eso sí: tanto antes como ahora, su imperturbable presencia -¡no es posible atisbar ni una sonrisa!- hablan de un hombre al que sólo mueve la música.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 TOM WAITS

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 TOM WAITS

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ARTÍCULOS 2006


Tom Waits, el conflicto se casa con el drama

 

 

         No podía ser de otro modo. Orphans: Brawlers, Bawlers And Bastards, el nuevo disco triple de Tom Waits, se convierte desde el primer minuto en un viaje musical espectacular, con parada en casi todos los géneros de la canción tradicional norteamericana. Sus 56 canciones capturan todo el amplio espectro de los poderes chamaníacos de Waits como vocalista, letrista literario, melodista romántico, arreglista innovador y pionero de mundos sónicos.

 

         Esta colección escrita y producida por Waits y su mujer y colaboradora de muchos años Kathleen Brennan contiene 30 canciones nuevas, junto a rarezas y colaboraciones con diferentes artistas del cine, la música y la literatura. La colección, compuesta y grabada en tres años, se presenta agrupada en tres bloques: Brawlers (para simplificar, el blues), Bawlers (las baladas) y Bastards (lo experimental). Blues, baladas, insectos, asesinatos y locura. O, dicho en otras palabras, todo el menú completo.

 

Acompañando su edición, Tom Waits se ha prestado a presentarlo en sus propias palabras, empezando por explicar cómo entiende él el proceso de composición. “Cuando era joven pensaba que los compositores se sentaban solos erguidos frente al piano en pequeñas habitaciones llenas de humo, con una botella y un cenicero, y que todo lo que llegaba por la ventana se transmitía a través de ellos y salía por el piano en forma de canción… Y de alguna forma misteriosa eso es justamente lo que sucede”.

 

         Nadie mejor que él debería saber qué es Orphans. “No lo sé. Orphans es un chico de la calle conduciendo un ataúd sobre un carro con grandes ruedas a través del Río Ohio, con ojos soldados fuera de sus órbitas, y un tipo buscando esposa con un petardo encendido en su oreja. Orphans tiene canciones para todas las ocasiones. Algunas fueron compuestas en medio de la confusión y grabadas de noche en un coche en movimiento; otras fueron escritas en habitaciones de hotel y grabadas en Hollywood en medio de grandes fastos. Ahí es cuando el conflicto se casa con el drama. De cualquier forma, éstas son las que sobrevivieron a la inundación y fueron rescatadas de las ramas de los árboles después de que el agua se retirase”.

 

Si definir el disco resulta complicado, al menos podría comentarnos su intención. “Kathleen y yo quisimos que el disco fuese como vaciar nuestros bolsillos sobre la mesa después de una velada jugando, desvalijándolo todo y apostando a las vacas. Nos gustan las parejas extrañas -así fue como nos juntamos-. Queríamos que Orphans fuese como un programa de radio de onda corta en el que el pasado se secuencia con el futuro, compuesto de cosas que encuentras en el suelo, en este mundo y en ningún mundo, o quizás en el próximo mundo. Cualquier cosa que te puedas imaginar que sea que sea eso”.

 

Tampoco le ha importado en esta ocasión hablar de su arma más poderosa, la voz. “En el centro de este disco está mi voz. He hecho lo mejor que he podido para hacer ruidos explosivos, gritar, sollozar, susurrar, gemir, jadear, resoplar, bramar, gimotear y seducir. Con mi voz puedo sonar como una chica, el hombre del boogie, un Theremin, un bombón de licor, un payaso, un doctor, un asesino… Puedo ser tribal. Irónico. O mostrarme trastornado. Mi voz es realmente mi instrumento”.

 

 

         Aun así, no debe ser fácil saber para su protagonista y responsable cuándo un álbum está acabado y se puede pasar página. “Si un disco funciona, debería hacerse como una muñeca casera con oropel en lugar de cabello y conchas en lugar de orejas, llenas de caramelos y dinero. O como un buen monedero de mujer con una navaja suiza y un botiquín para mordeduras de serpiente”.

 

          El triple álbum, compuesto por canciones nuevas y alguna recuperada, ha ido tomando forma poco a poco. “Juntar todo este material fue como perseguir gallinas por la playa. No se trata de buscar en el baúl y mirar qué necesitas. La mayor parte estaba perdida o enterrada bajo la casa. Algunas de las cintas las conseguí tras pagar un rescate a un fontanero en Rusia”.

 

Waits lo explica de acuerdo con su peculiar forma de entender las cosas. “Caes en la tinaja. Empezamos a escribir para salir de ella. Después escuchas y escoges y escribes en respuesta a lo que escuchas. Y grabas más. Y después te muerde una araña, vas al nido de la ardilla y haces un disco completamente diferente. Ése fue el proceso durante gran parte de los últimos tres años”.

 

         No todo fue producto del azar, sino que hay nombres y apellidos con una intervención decisiva. “Más tarde conocimos a Kart Derfler, un ingeniero mágico que trabaja en unos estudios en la parte de ciencia ficción de la ciudad. Como médico del campo de batalla, hizo un trabajo digno de Lázaro con algunas canciones y también nos grabó todo el material nuevo”.

 

         Más que nunca, el resultado toca muchos palos y muchos temas. “En Orphans hay un mambo sobre un convicto que se escapa de la cárcel con una espina de pez, un gospel de trenes sobre Charlie Whitman y John Wilkes Boothe, un blues del delta sobre un vecino inquietante, una pieza hablada sobre una mujer a la que alcanzó un rayo, un madrigal escocés del siglo XVIII sobre la rivalidad mortal entre unos hermanos, un a capella americano del campo sobre un ahorcado… También hay una canción de Jack Kerouac y un espiritual con mi propia petición en forma de oración al Señor. Hay incluso una tonada sobre un viejo monaguillo y un rockabilly sobre un joven que suplica que se le mienta”.

 

         Y, aunque parezca increíble, Waits se preocupa por lo que pensarán los demás, aunque no sin dejar caer algo de ironía sobre lo que se espera de él. “Creo que aquí vais a encontrar más partes cantadas y más para bailar de lo habitual. Pero espero que los fans que buscan más gruñidos, más trinos, más ladridos, más chirridos, tampoco se sientan decepcionados”.

 

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 THE JESUS AND MARY CHAIN

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ARTÍCULOS 2006


Jesus And Mary Chain, besos de alambre de espino 

 

En “Lost In Traslation” Sophia Coppola los rescató con una de las más bellas escenas del cine de los últimos años. Ese “Just Like Honey” recordó como aquellos insolentes y siniestros muchachos de Glasgow, quebraron los 80 a golpes de ruido y miel con el fundamental “Psychocandy”, el primer paso de una discografía repleta de joyas. ¡ojo!, que han ganado (y mucho) con el tiempo.

 

 

En 1984 Duran Duran y Spandau Ballet no solo encarnaban el horterismo musical y estético en grado sumo, sino que viajaban en limusina neo-romántica por las carreteras de las listas de éxito y el estrellato. ¿El punk?, bien gracias, un bonito recuerdo constatando que todo volvía a estar igual de mal. O peor. Era como para volver a enfadarse… y así fue. Unos cuantos metros bajo tierra Alan McGee, el jefe del mítico sello Creation, obnubilado ante el descubrimiento de unos mozalbetes escoceses llamados The Jesus And Mary Chain, decidió editar su particular bomba-lapa. “Upside Down”, devastador primer single, supuso el primer paso de un grupo con una misión: ponerlo todo patas arriba sin remisión.

 

Tras aquella polémica nomenclatura de reminiscencias religiosas, el cantante Jim Reid, su hermano William a la guitarra, el bajista Douglas Hart y un jovencísimo Bobby Guillespie (actual líder de Primal Scream) aporreando la batería empujaban a Suicide y The Stooges dentro de los barrotes del “White Light/White Heat” y los empapaban de melodías surf.  El mensaje, inserto dentro de un chorro de feedback, era claro: “con cada sonido que oigo me vuelvo loco / no me importa”. Y el efecto devastador. Nihilismo, provocación y (auto)destrucción, o lo que es lo mismo, aprehender el espíritu primigenio del rock n´roll, envolverlo en actitud punk y tamizarlo por la oscura violencia de Joy Division.

 

 

 

Con “Upside down” el himen del rock se volvía a romper. Había que celebrarlo y unos Jesus ciegos de estridente autosuficiencia, optaron por alzar el volumen lo más alto posible. La prensa especializada se deshace en elogios con ellos que fichan por la subsidiaria de Wea Blanco y Negro y, tras una programada serie de singles posteriormente recogidos en el álbum, alumbran el estratosférico “Psychocandy” (Blanco y Negro, 1985). La polaridad se repite: Stooges y Velvet Undreground por un lado, Phil Spector y Brian Wilson por el otro. Ambos sintetizados en catorce cápsulas anfetamínicas que expulsan toda la gama de pulsiones que recorre un cuerpo durante esa conflictiva adolescencia en la que uno quiere gritar, provocar, romper cristales, esconderse… pero no sabe muy bien porqué, más allá de la angustia, el vacío y el hastío que se anidan en el interior.

 

Los Jesus, absorbiendo la esencia de esos entrecruzados sentimientos y, mediante una exquisita cultura musical, buscaron la vía de escape más pop y ruidosa posible, volcándola en un disco en el que confluye el azúcar y el papel de lija a partes iguales. Unas veces observando primorosas melodías desde una borrosa lente rayada (“Just Like Honey”, “Cut Dead” O “Taste Of Cindy”), otras apelando directamente al nervio, la orgía de acoples y virulencia (“The Living End”, “Never Understand”, “My Little Underground”) “Psycochandy” se revela como una obra maestra indiscutible y los Jesus, con una serie de caóticos e incendiarios conciertos (en los que tocaban de espaldas y apenas rebasaban los veinte minutos), no hacen sino alimentar la leyenda convirtiéndose en el grupo de culto por excelencia de las Islas. Desde “Never Mind The Bollocks” nada con estribillos y melodías había sonado con tanto peligro, violencia y perversión, y, al tiempo, tan inocente, vulnerable y cercano.

 

 

 

 

Dos años después aparece “Darklands” (Blanco y Negro, 1987) y con él un giro radical en la carrera del grupo. Si muchos vieron en “Psychocandy” el “White light/White Heat” de los 80, ahora las comparaciones apuntan directamente al tercer disco de la Velvet Underground, al tiempo que se alude inevitablemente a Joy Division y The Cure. Ya desde las primeras líneas de la inaugural “Darklands” (“Voy hacia las tierras oscuras/ a hablar en verso con mi alma caótica”) queda claro que el romanticismo, la introspección y la oscuridad dominará este cambio de rumbo.

 

Desechando casi por completo la rabia predecesora (apenas visible  en “Fall” y “Down On Me”), “Darklands” nos presenta a unos Jesus resacosos del estruendo y colmando de belleza oscura y melancólica piezas como la homónima “Darklands”, “Cherry Came Too” o la preciosa “About You”. De igual modo ofrecen hits de la talla de “Happy When It Rains" o “April Skies”, aparte de los mejores textos de toda su carrera llenos de impactantes imágenes como la que titula este artículo. Escrito desde un dolorido y deprimido corazón, que se debate entre el amor y la muerte, que buscando el cielo llega al infierno y se deja empapar de gotas de lluvia, “Darklands” es uno de esos discos que en la adolescencia musican temores e inseguridades con el pestillo puesto para, luego, acompañar a uno toda la vida.

 

 

 

            Antes de grabar el siguiente álbum, los Jesus recopilan singles, caras b y rarezas en el imprescindible “Barbed Wire Kises” (Blanco y Negro, 1988). Más allá del fetiche completista esta recopilación se revela como un brillantísimo catálogo de un grupo en estado de gracia total, que igual se radicaliza (aún) mas allá del noise (“Head”, Hit”), como se embriaga en la fragilidad indie-pop (“Psychocandy”, “Don´t Ever Change”) o sorprende con particularísimas e irreverentes versiones (“Surfin´ Usa”, “Who Do You Love?”). En él se incluye un tema nuevo, “Sidewalking”, instantáneamente convertido en  clásico de la banda y delatador adelanto de un futuro inmediato que se plasmaría en “Automatic”, su tercer elepé.

 

 

 

En “Automatic” (Blanco y Negro, 1989) surgen unos renovados Jesus regodeándose y explotando muchos de los hallazgos de “Sidewalking”. La dicción chulesca y desafiante de Jim Reid se empasta con riffs infalibles, mientras el uso de  las programaciones varía sustancialmente la estética del grupo, mostrándose más sintéticos, luminosos y accesibles que nunca, gracias a la intervención del ingeniero de sonido Alan Moulder.

 

Lastrado por cierta monotonía y sensación de autoplagio, “Automatic”, aún así, se presenta como un notable e influyente trabajo, posiblemente el que más acentúa el lado “roll” de toda la trayectoria de los Jesus. Un espíritu que, sin desdeñar el arrojo melódico de “Here Comes Alice”, el clima esquizoide de “Gimme Hell” o la plácida “Crazy”, descansa fundamentalmente en temas como  “Blues For A Gun”, “Coast To Coast” o “Head On”, mezclas perfecta de aceite guitarrero y rudas bases electrónicas dando vía libre para que el rock n´roll se infiltre en la pista de baile.

 

 

 

Continuando la senda de las programaciones, los Jesus perfeccionan su alianza con Moulder mediante el magnífico single “Rollercoaster”, y dos años después regresan pletóricos con el soberbio “Honey´s Dead” (Blanco y Negro, 92). Las polémicas alusiones del single “Reverence” (“Quiero morir como Jesucristo / quiero morir como JFK”) los sitúan otra vez en el punto de mira de los guardianes de la moral y el orden, pero más allá de la provocación (¿infantil?, ¿gratuita?, ¿vacía?) inherente a los Jesus desde sus inicios, “Reverence” es todo un latigazo de electricidad que remite al espíritu agresivo, oscuro y redentor de los Stooges y, sin duda, una de sus composiciones más memorables.

 

Es la entrada de un capítulo que, lejos de suponer un salto evolutivo, parece sintetizar todo el pasado de la banda. El noise-pop de “Psychocandy”, la belleza abatida de “Darklands” y el vigor electro-rock de “Automatic” se conjugan en un híbrido, denso e hipnótico, que contiene incontestables cumbres como “Cathfire”, “Far Gone And Out” o “I Can´t Get Enough”. Con él visitan por primera vez nuestro país y las crónicas lo sitúan entre los mejores conciertos del año, mientras el adolescente autor de estas líneas literalmente lo flipa en la retransmisión que de su concierto de Madrid ofreciera Radio 3 en su día.    

 

 

 

Tras lanzar un nuevo recopilatorio (“The Sound of Speed”, la continuación de “Barbed Wire Kisses”, aunque con un resultado bastante más discreto) nos situamos ya en 1994, annus horribilis para las vacas sagradas del pop británico. Si puntales como Primal Scream, Ride o Stone Roses ofrecían entregas muy por debajo de su media y el relevo en el star-system se servía a la baja mediante el sobreinflado globo del brit-pop, los Jesus en sintonía coyuntural editan el endeble “Stoned And Dethroned” (Blanco y Negro, 1994).

 

 

 

 

 

Inicialmente planteado en formato acústico y con colaboraciones de relumbrón, al final se queda en semi-acústico y el cameo más esperado (Bob Dylan) rechaza la invitación. Sí aceptan la pérfida Hope Sandoval (Mazzy Star) para la preciosa “Sometimes Always”, posiblemente el mejor corte del disco, y Shane MacGowan (The Pogues)  en “God Help Me”. Del mismo modo que sucedió en los fiascos de las bandas antes citadas, “Stoned and Dethroned” es el típico caso de “disco que no estaría mal si fuera de cualquier otro grupo”, pero dentro de la trayectoria de los Jesus aun hoy suena adocenado, insulso y falto de inspiración. Y lo peor: su defensa sobre  escenarios españoles (en 1996, dentro de los primerizos Festimad y Fib respectivamente, donde muchos los veíamos por primera vez) empezaba a destilar un ligero olor de grupo dinosaurio, a años luz de la portentosa comparencia del año 92 y las grabaciones piratas que sus fans guardábamos como oro en paño.

 

 

 

Pero, desgraciadamente, en ese sentido las cosas siempre podrían empeorar y dos años después, de nuevo en el escenario del Fib, los Jesus escenificaron su defunción pública de una manera francamente bochornosa. Para el recuerdo de mis pesadillas particulares quedará aquel William Reid completamente borracho provocando una de las mayores dosis de vergüenza ajena que uno como fan tuvo que padecer en su vida. El motivo del mencionado esperpento era la presentación del discreto “Munki” (Sub Pop,1998), canto del cisne de una banda con el discurso agotado, agarrándose al deja vu por un lado y buscando fallidas vías de madurez por otro, para finalmente descender considerablemente su nivel hasta evaporar casi por completo la excitación. Aún así dejan en su legado, singles tan respetables como la pareja “I Love Rock N ´Roll” y “I Hate Rock N´Roll” o ese revolcón por la oscuridad del rock n´roll clásico de “Craking Up”, junto a homenajes y bromas como “Moe Tucker” o “Supertramp” y torpes intentos de enlazar la épica a su sonido como “Man On The Moon”. Afortunadamente tardaron poco en disolverse.

 

  

 

Finiquitada su historia, y ya en la década presente, se han editado varios discos de especial interés. Para no iniciados es más que recomendable la recopilación “21 Singles 1984-1998” (Warner, 2002), idílica para hacerse una panorámica global del grupo y constatar que, aparte de aventajados e imaginativos arquitectos sonoros, los Jesus fueron uno de los mejores surtidores de canciones del último rock británico. Por otro lado, tanto la sensacional “The Complete John Peel Sessions” (Strange Fruit, 2000) -un impresionante documento que recoge vibrantes tomas en directo del repertorio de sus primeros trabajos-  como “Live In Concert” (Strange Fruit, 2003) –ídem de la segunda etapa, inferior pero igualmente interesante- deberían de figurar en la discografía del fan que quiera ver y sentir todas las aristas de una banda esencial en cualquier lectura de la historia del rock.

 

 

 

Esencial. Mmmm… dichosa palabra. Decía sobre el pop, el periodista Nick Cohn en el mítico libro “Awopbopaloolbopalopbamboom” que “ha hecho caricaturas gigantes de la ambición, de la violencia, del amor y del inconformismo que han resultado ser las ficciones más poderosas y más precisas de este tiempo”. Palabras éstas referidas a los estandartes de su momento de redacción (Stones, Kinks, The Who…), pero perfectamente aplicables a la percepción que de los protagonistas de estas líneas tenemos algunos de estos jovenzuelos que preferimos a Primal Scream sobre Zen Guerrilla.

 

Y es que los Jesus and Mary Chain han significado, sí, “eso”: el “joder que subidón”, el “joder que bajón”, el “joderos todos” y el “qué jodido estoy” comprimidos en rutilantes espejos musicales en los que mirarse de continuo, cuando las hormonas se hayan en óptimo punto de cocción. Espejos que el paso del tiempo no ha hecho sino situarlos en  la misma lista de los Suicide, Who, Joy Division, Sex Pistols, Stones, Sonic Youth, My Bloody Valentine, etc., ese lugar donde no se discute sobre si Pleasure Beach son mejores que White Stripes, porque un simple acorde de Pj Harvey los empequeñece hasta lo invisible e irrelevante. Sí, allá donde Primal Scream ocupan ya plaza segura, al ladito Jesus and Mary Chain, y en el que Zen Guerrilla, pese a unas virtudes que nadie pone en duda, mucho me temo que nunca estarán.

 

Lo siento boss, la tenía en la recámara de mi (cada vez más devaluada) arrogancia juvenil.

 

Javier Becerra

(Ver también artículo sobre "Psychocandy" de The Jesus & Mary Chain)

(Artículo publicado originalmente en Ruta 66)

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