ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BELLE AND SEBASTIAN

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BELLE AND SEBASTIAN

Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


BELLE AND SEBASTIAN  Los Cuatrocientos Golpes

   Asomaron la cabeza desde su buhardilla de Glasgow como un capricho para minorías selectas a mediados de los 90 y, al poco, se convirtieron en la más relevante banda del pop británico. Tras seis álbumes, y siendo ya unos clásicos en vida, echamos la mirada al pasado y presente de Belle and Sebastian.

  “Llámame profeta si quieres, no es ningún secreto / Tú sabes que el mundo está hecho para los hombres / No para nosotros”(“We rule the school”)

 

    El débil. La música siempre guarda un lugar privilegiado para los débiles. Muchos de los seguidores del pop integran, en ese sentido, una gran masa de desamparados sentimentales buscando balones de oxígeno y guiños de complicidad entre melodías y estribillos, enterneciéndose cuando surge uno de estos trovadores modernos capaz de diseccionar con toda precisión sus sensaciones, insertándolas en una bella composición. El raro, el incomprendido, el confundido y afligido que, de pronto, haya así una canción con quien compartir su soledad, sus sueños, sus penas y euforias privadas, y abrazarse a ella como si fuera lo único que quedase en este mundo en el que, no solo nadie lo entiende sino que, aparentemente, nadie dedicaría un minuto de su tiempo a entenderlo.

 

    Es normal por tanto, que los recovecos del indie más sensible de la pasada década se estremecieran con la aparición de “If You´re Feeling Sinister”, un frágil tratado de pop que giraba en círculos sobre la angustia vital juvenil con una conmovedora cercanía. Con él los escoceses Belle And Sebastián se daban a conocer y, entremezclando misterio, boca a boca y amor a primera vista, llegaron y calaron en la fibra sensible colectiva de esos poperos ilustrados de piel fina y permeable, siempre más vulnerables de lo que debieran, resignados que esperan cada día un gris autobús que les llevará al mismo sitio del que quieren escapar y que saben que su vida vara aún en los traumas adolescentes, sin más solución a la vista que suspirar… y luego flotar en un universo paralelo en el que suena Nick Drake, mientras se suceden las páginas de Dylan Thomas. Pero la cosa no se quedó ahí, la bola creció, un infinito dominó de fans cayó ficha tras ficha para que aquella formación semidesconocida y sus historias de bolsillo adquirieron unas dimensiones y unas adhesiones que superaban incluso al propio grupo. Éstos, abrumados en su amateurismo universitario, apenas ofrecían conciertos y jugaban al escondite con la prensa, alimentando su aureola de grupo especial de un modo radicalmente opuesto a como nos tenían acostumbrados los narcisos de una era brit que ya agonizaba.

 

    El día que mi compañero de piso de aquel entonces, un fan de grupos como Limp Bizkit, Placebo u Ocean Colour Scene, me pidió sus discos para grabar, me di cuenta de que definitivamente habían trascendido: Belle And Sebastian eran la mejor banda de pop del mundo. O no, quién sabe, pero en aquel entonces a no pocos nos gustaba pensar lo contrario.

 

 

AQUELLOS AÑOS DE INCONSCIENCIA

 

    En muchos casos la inconsciencia es la clave de la magia. No hay nada como crear por el puro placer de crear, sin detenerse en más consideraciones, para que en caso de cuajar el resultado se vea envuelto de ese algo -llamémosle encanto, llamémosle autenticidad- que nunca poseerán los productos pasados por la cadena industrial con el objetivo de vender. Me sobrevolaba esa idea cuando relataba en esta publicación las andanzas iniciales de Galaxie 500 y retorna ahora, envolvente, cuando pruebo a meterme en la piel de los Belle And Sebastián de mediados de los 90.

 

    Stuart David (bajo), Stevie Jackson (guitarra), Chris Geddes (piano y teclados), Richard Colburn (batería) Sarah Martin (voces y violín), Isobel Campbell (chelo y voces) y Mick Cooke (trompetista que colabora intermitentemente y que formará ya parte del grupo desde 1998) eran unos estudiantes escoceses de veintipocos años comandados por Stuart Murdoch (guitarra y voces), un brillante compositor obsesionado con Felt, aficionado a escribir relatos y comprimirlos en forma de bellas canciones pop. Tras participar en un curso de “negocio musical” para músicos desocupados en el Stow College’s de Glasgow, su ciudad, surge en los primeros meses de 1996 la oportunidad de poder grabar un disco en el sello creado por dicha institución. La tirada será de 1000 ejemplares en vinilo y su difusión apenas sobrepasará las fronteras de su localidad. “Tigermilk” (Electric Honey, 1996), el disco en cuestión, pasó lógicamente desapercibido para el gran público, pero varios sellos se percataron del diamante que descansaba en su interior, mientras que durante los años siguientes la última generación de cintas vírgenes se hartó de pulsar el record de su pletina y franquear sobres acolchados, para trasmitir el secreto de un elepé que se iba revalorizando en auténtica joya de coleccionista a medida que el grupo iba creciendo.

 

 

 

    Hubo que esperar hasta 1999 para la escucha “legal” de “Tigermilk”, llegando cronológicamente como un tercer álbum. Anteriormente ya todos, o casi todos, habían caído a los pies de una banda que, con el citado elepé “If You´re Feeling Sinister” y el puñado de singles editados durante 1997 y 1998, firmó una de las más admirables colecciones de canciones de los 90. Un compendio de delicadeza y preciosismo que sustentaba ese romántico juego de luces y sombras de lo cotidiano, el “ordinary” británico, que en la pluma de Stuart Murdoch alcanzó unos niveles de refinamiento asombroso. Para ello empleó una base pop con ligero devaneo folk que, inicialmente, gravitaba sobre el Bob Dylan electroacústico del periodo 64/66, suavizando su angulosa dicción con la tersura de Donovan y Nick Drake. A su vez, se embellecía con el barroquismo de Love, poseía aún parte del rastro Velvet Undeground de sus inicios y se dejaba contagiar del indie ochenteno de bandas como la troupe de Sarah Records o The Go-Betweens. La tan mencionada influencia de los Smiths (más que endeble en lo musical, afirmaría uno) siempre tuvo más que ver en su condición de “grupo para inadaptados”, si bien la banda de Stuart Murdoch oxigenaba su discurso a base de humor y ternura, frente a aquel Morrissey que no dejaba de ajustar cuentas con el mundo y pintarle nuevas capas de negro a su relación con él.

 

 

 

    “If You´re Feeling Sinister” (Jeepster, 1996) es un elepé que trascurre, con ligeras variaciones, de inicio a fin por ese clima sonoro descrito. Desde el soberbio y arrebatador arranque de la turbadora “The stars of track and field” a esa pieza final de folk, adornada de trompetas y trote de guitarras velvetianas, titulada “Judy and the dream of horses” se suceden dentro de una misma gama cromática un arsenal de formidables canciones, que hablan como una poética voz interior del peso de los remordimientos y la ligereza de los fantasmas, de no saber tomar una decisión y de mirar atrás temeroso, de construir un mundo a medida y usarlo como punto de fuga, de probar nuevas cosas y también de no querer probar ninguna más. Y si en momentos como ese delicioso himno looser titulado “Get me away from here I´m dying”, su protagonista pide que “Oh, llévame lejos que aquí que me muero / tócame un canción que me libere”, luego en la metafórica “The fox in the snow” pregunta: “Chica en la nieve, ¿a dónde vas? / ¿a buscar a alguien que lo haga? / ¿a contarle a alguien la verdad antes de que te mate?” para, finalmente, en “The boy done wrong again” terminar por confesar,  en lo que bien podría ser la síntesis emotiva del disco, que “Todo lo que quería era cantar las canciones más tristes / y si alguien las cantase conmigo seré feliz”. Pronto todas ellas serían escritas, con la mejor de las caligrafías, en multitud de carpetas estudiantiles.

 

    En los ep´s mencionados, sin embargo, el cuadro musical del grupo va más allá en su registro. El primero de ellos, “Dog On Wheels” (Jeepster, 1997) recoge unas maquetas previas a la formación del grupo, entre las cuales se incluye una primitiva versión de “The state I am in” (regrabada, como veremos luego, en “Tigermilk”) junto a varias piezas completamente abducidas por el espíritu de Love. Mayor relevancia adquiere “Lazy Line Painter Jane” (Jeepster, 1997), cuyo tema titular, de obvias reminiscencias sixties (con ese poderoso “levantamiento” de teclados y precisas guitarras serpenteantes tan típicas de Booker T & Mg´s), cuenta con la intervención de la cantante de gospel Mónica Queer. “You made me forget my dreams” es, por su parte, una incitación –a bombo, piano y pandereta velvetianos- a relamerse las heridas en la eterna diatriba entre lo que parecía amor y finalmente solo fue sexo, mientras que “A century of Elvis” cobija un relato interpretado en spoken word sobre la base de la exquisita melodía de regusto ochenteno de “A century of fakers”, incluida ya en su siguiente ep, “3…6…9 Seconds Of Light” (Jeepster, 1997).

 

    “3…6…9 Seconds Of Light”, para muchos el mejor de los ep de esta etapa, cuenta con uno de los emblemas de Belle And Sebastian, la trepidante “Le pastie de la bourgeoisie”, todo un manifiesto de autosuficiencia nerd entre cuyas líneas se cuelan las lecturas juveniles de Judy Blume, se apela al espíritu de “El Guardián Entre El centeno” y, cómo no, Jack Kerouak termina por marcar el camino de esa huida de la mediocridad. La acompañan “Beautiful” y “Put the book back on the shelf”, ambas en la línea temática y musical de “If You´re Feeling Sinister”. Cerrará esta secuencia de ep´s en úlitmo lugar “This Is Just A Modern Rock Song” (Jeepster, 1998), cajón de la bellísima “I know where the summer goes” y del debut de Isobel como vocalista en “The gate”.

 

    Nadie que fuera fan de Belle And Sebastian se conformaba sólo con sus álbumes. Como ocurriera con los Stone Roses, Suede o los eternamente referenciados Smiths, sus ep´s contenían auténticos tesoros que no podían quedar apartados y se esfumaban en cuestión de segundos de las cubetas de las tiendas de discos. No quedaba la menor duda: Belle And Sebastian eran un grupo muy especial.

 

 

DEMOCRACIA ENVUELTA DE  FILTROS VERDES

 

  

 

    Citábamos antes los lazos “espirituales” que unían a Belle And Sebastián con The Smiths, pero la conexión se muestra harto evidente también en lo concerniente al diseño de sus trabajos. Como sucedía con aquéllos, se trata de fotografías con composiciones iconográficas de enorme simbolismo, pasadas por un filtro de color y manteniendo una cierta unidad artística. Si en el primero de ellos, “Tigermilk”, una chica amamantaba a su peluche de Winnie The Pooh (Tiger, el miedica) en una enternecedora fotografía y, en “If You´re Feeling Sinister”, otra meditaba con gesto angustiado y “El Proceso” de Kafka sobre la almohada, en su siguiente álbum “The Boy With The Arab Strap” (Jeepster, 1998) se riza el rizo. Los guiños serán a tres bandas: con el grupo Arab Strap, con The Smiths y su clásico tema “The boy with the torn to his hide” y, finalmente, con la polémica película “San Sebastián” de Derek Jarman y su clásica imagen del susodicho santo atravesado por un lanza.

 

    El “disco verde” supone el fin del monopolio compositivo de Stuart Murdoch, que delega funciones en sus compañeros, otorgando así una mayor variedad al disco. Isobel Campbell se destapa adorable con la celestial “Is it wicked not to care?” en  cuyo clip, rodado en el onírico b/n de Jean Cocteau, muestra su devoción por la figura de Jean Seberg. Por su parte, Stuart David realiza su particular genuflexión hacia el clásico “The gift” de The Velvet Underground, y en “A space boy dream” dispone su recitado sobre una espectacular tour de force rítmica guiada por la brújula blaxplotation. Stevie Jackson, por último, relata la vida y milagros de “Seymour Stein”, el fundador de Sire Records en una pieza colmada de delicadeza. Además, ese corazoncito mod que (casi) todo indie británico guarda en su interior sale a relucir con la majestuosa y radiante “Dirty dream number two” de filiación nothernsoulera. También asombran tirándose a la galaxia del space-pop colando a Claudine Longet por la vía Neu!-Stereolab en “Sleep the clock around”, mientras que con la homónima “The boy with the arab strap” trasladan esa misma estructura cuasi-monotrik en un in crescendo que no rompe jamás (eso sí, perfectamente enterrada dentro su clasicismo) a ese lugar donde se funden melancolía, euforia disimulada e indescifrable nostalgia. Es decir, puro Belle And Sebastian

 

    Con una popularidad en constante aumento (ya habitan en el top-20 de ventas y obtienen en los Brit Awards el premio a la “mejor banda revelación”), Belle And Sebastián no pueden seguir en la liga amateur y, pese a que Stuart siga escurriéndosele a la prensa, su profesionalización será inminente. En esta tesitura llega en 1999 la esperadísima reedición por parte de Jeepster de “Tigermilk”, su soberbio disco de debut considerado por muchos como el álbum más logrado del grupo. En él muestran el lado más eléctrico, en ese punto donde colisionan el Nueva York de Bob Dylan y el de Lou Reed y del que salen chispeantes maravillas como “You´re just a baby” o “I could be dreaming”. Y también sus mejores letras, las más agresivas e intimas. Por ejemplo, la segunda de éstas habla del maltrato: “¿El es el imbécil que te ha estado pegando sin dejarte salir? / nunca he hecho esta clase de cosas/ pero si ahora le mato ¿quién le va a echar de menos?”. Pero quizá las palabras más comprometidas llegan con la despechada, aunque aparentemente plácida, “Mary Jo”, dedicada a Mary Jo Kenny (la chica de la portada y antigua pareja de Stuart), a quien le dedica, como si de un “Like a rolling stone” particular se tratase, líneas como “Porque la vida nunca es triste en tus sueños / una penosa historia de acción /y los hombres que dejaste por mujeres / y los hombres que dejaste por intrigas / y los hombres que dejaste por muertos”. Si a todo ello le añadimos los coros de Isobel Campbell (su siguiente novia), pues ya se harán una idea del efecto de todo este particular salsa rosa indie.

 

   “Expectations”, con cierto aire skiffle, traza uno de esos grises relatos costumbristas de working class en los que Stuart se mueve como pez en al agua (“quieres trabajar en un C&A porque es lo que esperan / un traslado a moda de mujeres y meterle mano a Joe en el almacen”) y “I don´t love anymore” se reboza en la autosuficiencia sentimental al más puro estilo Holden Claudfield (“No, no quiero a nadie / quizá a mi hermana, quizá a mi hermanito pequeño también / si hay algo que aprendí cuando todavía era un niño es a buscarme un escondite / sí, si hay algo que aprendí cuando era un niño es a estar solo”). Sorprenden, de modo especial, con esa bizarra composición de electrónica analógica de textura retro, “Electronic renaissance” (que, irónica, dice “tú irás a las discotecas y yo escucharé a Funkadelic / chico, es el camino a seguir”), y enternecen hasta el corazón más rocoso con la hermosísima “We rule the school”. Esta última supone, a mi juicio, uno de los cinco mejores temas de su carrera, así como de los que mejor recoge ese espíritu que viaja constantemente, en fintas mentales, a la infancia para encontrar esa época en la que todo era aún posible y explicarlo “todo”. Apostaría que fue compuesta tras ver “Los Cuatrocientos Golpes” de Francois Truffaut.

 

    Fuera de ese bucle temporal el grupo seguía con su trayectoria y su nuevo álbum contará con un atípico ep previo: “Legal Man” (Jeepster, 2000). Bajo una cubierta que imita los diseños del clásico sello Kent, así como el cine de espías británico de los 60, su interior guarda una auténtica bomba. Belle And Sebastián de nuevo tensan el arco y lanzan la flecha directamente al centro de la diana mod con ese auténtico rompepistas que es el tema titular y que aventura una total sumersión retro del grupo. Ese single además, servía de despedida a Stuart David, responsable de “Winter wooksie” y que, en adelante,  se centrará en su proyecto Looper.

 

 

 

    Recibido con desigual entusiasmo llega su cuarto elepé “Fold Your Hands Child, You Walk Like A Peasant” (Jeepster, 2000) el sucesor natural de “The Boy With The Arab Strap” que continúa el proceso por él iniciado de “aperturismo” y democratización (a los “miembros compositores” se unirá ahora Sarah Martin, debutante con la estupenda “Waiting for the moon to rise”). Sin embargo, “Fold Your Hands…” deja claro que, más allá de alguna atrevida asociación pasada (“Electronic renaissance”, “Sleep the clock around”, etc…), Belle And Sebastian habían echado raíces lejos de esas ensaladeras generacionales tan típicas de los 90 (Beck, Stereolab, Super Furry Animals, etc…) que, en su modo lúdico de asociar sin límite estéticas musicales contrapuestas, epataban con hallazgos que revestían de novedad cosas que, quizá, no lo eran tanto. Los escoceses, sin embargo, apelaban a un refinadísimo neoclasicismo, fluido y de embriagador aroma atemporal, que entrelazaba estilos clásicos que en su momento, apenas tuvieron contacto (ciertamente pocos transitaban, en su día, de las Supremes a la Velvet Underground y de ahí a los Byrds del country rock), pero que hoy, en perspectiva, denotan una inusitada armonía. En ese sentido, Belle & Sebastián tenían mucho más que ver con Tindersticks, The Divine Comedy o Lambchop.

 

    Concretizando ya dentro del disco en cuya portada aparecen las dos componentes del grupo islandés múm, lo cierto es que, si bien con un nivel inferior a su predecesor, el abanico se abre en nuevas formas con óptimos resultados. “Don´t leave the light on baby”, por ejemplo, sigue tirando del hilo de la música negra y su sensualidad nos lleva a sus pasajes orquestados inequívocamente setenteros, “The wrong girl” cabalga de la mano de Steve Jackson por los bucles del country-pop hasta un lujoso paisaje de cuerdas y la nocturna “Beyond the sunrise” muestra la particular devoción de Isobel por Lee Hazlewood, envolviendo de tenue psicodelia sus resonancias folk y gravedad crooner. También sorprenden detalles instrumentales como ese clavicordio que aparece en “The model” o la mencionada “Waiting for the moon to rise” y que los conecta con Left Banke. Mientras tanto, “I fought in a war” responde al molde clásico del sonido “belleandsebastianano”, “Family tree” se desliza por ese encanto soft de una Isobel abducida nuevamente por la dicción difuminada de Claudine Longet,  “Women´s realm” podría ser la hermana pobre de “Dirty dream number two” y “The chalet lines” continúa esa desolada lírica-a-piano de “The fox in the snow” con un desgarrador relato sobre una mujer violada que se escapa a Londres sin denunciarlo para olvidarlo, guiada por esa pluma social de Stuart.

 

 

 

      Los ep´s “Johnathan David” y “I´m Waking Up To Us”, como siempre para Jeepster, serán sus movimientos editoriales de 2001. El primero de ellos, en su tema titular inserta, dentro de ese arrebatador trazado melódico que de nuevo  emplea el pincel barroco de Left Banke, un triángulo amoroso resuelto con ingenio (“Yo sé que a ti te gusta ella / bien, a mí también me gusta / sé que a ella le gustas tú/ no es como si me enviasen a una guerra/ hay peores cosas en el mundo”), mientras que con “The loneliness of a middle distance runner” homenajean a Tony Richards, uno de los paradigmas de ese free cinema británico que tanta influencia ha tenido en Stuart Murdoch. En “I´m waking up to us”, por su parte, supone el enésimo tributo a Arthur Lee acompañada de un par de cortes, “I love my car” y “Marx and Engles”, perfectamente olvidables. Se debe señalar que toda esta producción en ep comprendida entre 1997 a 2001 se condensaría, años después, en el lujoso doble cd “Push Barman To Open Old Wounds” (Jeepster, 2005).

 

 

AUSENCIAS QUE SE NOTAN MÁS QUE PRESENCIAS

 

 

 

      Tras la edición de la b.s.o. “Strorytelling” (Jeepster, 2002), realizada por encargo para el film homónimo del irreverente Todd Solondz (estrenada en España bajo el título “Cosas Que No Se Olvidan”) se produce una noticia clave en el devenir del grupo: Isobel Campbell abandona Belle And Sebastian. Muchos lo presentimos cuando en la histórica comparecencia de los escoceses en el Fib 2001, se podía observar como habitaba en su burbuja particular, al margen de la histeria colectiva allí vivida de la que el grupo se contagió, rompiendo cualquier estereotipo de apocamiento. Todos menos una Isobel que miraba al infinito, descolocada con su cara de niña resabida y luciendo un vestido estampado con el rostro del Dylan del 66, todo un icono de la rebeldía y del no ceder ante los deseos del público. ¿Se había alterado todo aquello demasiado como para apearse?. Isobel argumentó la falta de tiempo para compaginar el grupo y sus proyectos pero, a la vista de la evolución posterior de ambas trayectorias, da la impresión de que la fractura venía por lo artístico.

 

      Del mismo modo que, por ejemplo, lo eran Brian Jones en los Rolling Stones, Kim Deal en los Pixies o Brian Gregory en The Cramps, en el caso de Isobel estamos ante una de esas figuras que, más allá de sus aportaciones en lo puramente musical, otorgaba a la banda un espíritu y un carisma insustituible, sin las cuales el todo obviamente se iba a resentir. Con su salida, como se podrá comprobar en los siguientes trabajos, se volatilizó mucha de esa intangible fascinación que ejercía el grupo en los fans. El afrancesamiento, esa característica cinefilia de la nouvelle vague y la “ñoñería” que muchos de sus detractores echaban en cara se perdió en apenas un soplo de aire. Si se fijan, nunca más aparecerá un vocablo francés en las letras de Belle And Sebastian. ¿Pura coincidencia?. Mucho nos tememos que no.

 

         La baja de Isobel no fue el único cambio. El grupo rompe unilateralmente con su casa de toda la vida, Jeepster, y pasa a engrosar las filas del célebre sello Rough Trade. Asimismo Tony Doogan, otra de sus señas de identidad, es sorprendentemente sustituido por Trevor Horn (un productor de corte mainstream famoso por sus trabajos para Buggles, T.a.t.u., Seal o Tina Turner) y, para más inri, se pliegan al mercado y rompen con esa regla no escrita de no publicar singles de temas incluidos en el álbum. Así la saltarina y prescindible melodía de “I´m a cuckoo” ejercerá de primera ficha de la nueva etapa del grupo. El single en concreto parece un mensaje sin ira a Isobel Campbell en una de esas despedidas entre amantes tomadas con una sonrisa: “romper es triste /veo un desierto para ti y para mí/ interrumpido por la filosofía / y la esperanza de lo que podría haber sido”.

 

 

 

        Lo cierto es que “Dear Catastrophe Waitress” (Rought Trade-Sinamon, 2003) presenta un nuevo grupo. Si bien conservan la capacidad de producir bonitas canciones con un fondo de armario referencial cada vez más amplio, con este trabajo Belle And Sebastian pierden la pegada sentimental que los hizo célebres. Agradan, pero ya no conmueven; siguen gozando de un amplio número seguidores, pero ya pocos los defienden como su grupo favorito; y mientras su estilo inicial es continuado por otros (generalmente con escasa fortuna), ellos entregan un disco en el que, con acierto, el adjetivo “luminoso” se repite crítica a crítica con diferentes grados de entusiasmo. Se trata de una apuesta decidida por un pop brillante, seducido por el rebuscado mimo sixtie de bandas como Beach Boys o The Zombies y cuyo sofisticado tratamiento sonoro no logran disimular el palpable bajón de inspiración.

 

Llama la atención que uno de los mejores momentos venga dentro de la estupenda “Lord Anthony”, dueña del desolado regusto de antaño que gira, de nuevo, en torno a los días de colegio ( “el profesor no tiene control / así que los chicos se revolucionarán / y tú te quedarás callado o morirás” ). Se trata de una pieza antigua, desechada en su momento, modificada con una leve capa de maquillaje country, cuerdas y unos deliciosos coros de Sarah que acarician con ese tacto tan familiar la fibra sensible del fan. Luego, aparte de los cortes que encajan en esa línea de pop recargado y epatante (como la desternillante “Step into my office, baby” analizando las pulsiones sexuales en las oficinas o la titular “Dear catastrophe waitress”, inspirada en una camarera enfadada que Stuart conoció en el 95), el grupo se pasea agradable por el soft-funk en “If she wants me”, recuerda al primer Dylan en la miniatura acústica “Piazza, New York cather” (dedicada al jugador de beisbol Mike Piazza, a quien Stuart pregunta directamente “¿eres hetero o gay?”) o apelan al Bowie más artificioso de “Scary Monsters” en “Stay loose”. Por último, temas como las notables “Asleep on a sunbeam” y “Wrapped up in books” conectan con lo último que venía haciendo el grupo antes del gran cambio.

 

  

       

            Llegamos finalmente, tras dos años de silencio, al recién editado y continuista “The Life Pursuit” (Rough Trade-Sinamon, 2006). La mano de Tony Hoffer (Beck, Supergrass) recoge ahora el testigo de Horn en labores de producción y ya, desde “Act of the apostle part 1”, se constata que el sonido de brillante y molduras pulidas será el predominante. “Another sunny day”, el siguiente corte, con ese pop directo y de guitarras ágiles homenajeando a la homónima banda de Sarah Records, genera efectos similares a lo que fue “Imitation of life” en Rem cuando editó “Reveal”, es decir: que el oyente tenga la sensación de que estamos ante la mejor canción del grupo en años. Debería ser, sin duda, el single que continuase ese exultante “Funny little frog” en el que un Stuart, impotentemente enamorado, se muestra incapaz de encerrar su omnipresente amor dentro de una metáfora: “Eres el cuadro de  mi pared / eres mi visión en el recibidor /  eres la única a la que hablo  cuando vuelvo del trabajo / tú eres my chica y aún no lo sabes”.

 

No obstante, el nivel descenderá sensiblemente en la torpe inmersión al glam-rock de “The blues are still blue” y se precipitará completamente, tanto en la plomiza pieza final “Mornington crescent” como ese “White collar boy” que barniza de electro el pop sesentero en technicolor de su anterior disco. Equilibra la balanza “Sukie in the graveyard” que, a poco que arruguemos las voces y ennegrezcamos las guitarras, podría pasar por un tema de Paul Weller; “Song for sunshine” que nos traslada al más esplendoroso y sintetizado Steve Wonder; y, también, la sorprendente “Act of the apostle part 2”, que arranca con aroma swing y termina siendo la atmosférica continuación del tema que abre el disco. Un trabajo recomendable que, resumiendo, posiblemente supere a su inmediato predecesor pero, como era de prever, habita lejos, muy lejos, de los (ahora sí que lo podemos decir) los irrepetibles días de gloria. 

 

      Y es que me recuerda mi novia, al enseñarle un borrador de estas líneas, que cuando me conoció Belle And Sebastian eran mi grupo de pop favorito, que lo decía constantemente, que incluso cruzamos la Península para verlos en el Fib del 2001, en aquel concierto en el que poco más y nos sale el corazón del pecho. Retorna entonces a mi cabeza, tras pasar tres semanas buceando por su discografía y todos los recuerdos adheridos a ella, aquel momento a finales de los 90 en el que, apocado por el apocalíptico anuncio del fin de la juventud y tirando habitualmente de contrastadas series medias, ya me empezaba a creer eso de “que ya no se hacen disco como los de antes”. Y aparecieron ellos, inyectando las últimas energías para una post-adolescencia en la que las emociones se iban atenuando en esa gama de grises -sin arrebato, sin efervescencia, sin estridencias, en la que parece que no pasa nada, pero pasan tantas cosas- que estos muchachos reflejaron y musicaron mejor que nadie. 

 

      ¿El último gran grupo de pop?. Uy, uy, uy…

 

 

(Nota: quisiera agradecer su valiosísima ayuda en la elaboración de este artículo a Guille y Kurique, mis eternos compañeros de www.feedback-zine.com)

 

Javier Becerra (Artículo publicado originalmente en Ruta 66, nº 225)

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 ROLLING STONES RAZONES DE UNA LEYENDA

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ARTÍCULOS 2006


The Rolling Stones, razones de una leyenda

 

 

(Con motivo de sus próximos conciertos en España, repasamos las razones por las que los Rolling Stones son el máximo exponente del rock)

 

            Pocas coronas duran para siempre en el mundo del deporte y de la música y, sin embargo, hay un acuerdo generalizado en dos de ellas: Muhamad Ali (Classius Clay) fue el mejor boxeador de todos los tiempos y los Rolling Stones serán para siempre la mejor banda de rock’n’roll del mundo.

 

Al igual que Ali, ya hace bastante que los Stones han pegado su último buen derechazo y, en el año en el que la gran dama de la pantomima Mick Jagger cumple los 62, no es muy probable que ninguna de las canciones de su reciente A Bigger Band pulverice a una nueva generación y escandalice a otra de más edad, tal y como hicieron en su esplendor de los 60 y 70, aunque “Sweet Neo Con” haya traído la polémica con ella.

 

Pero, al igual que Ali, su leyenda todavía lo domina todo. Lo que consiguieron en un período que duró más o menos unos 20 años todavía representa el listón al que todos los jóvenes con ambición deben aspirar. Son el estandarte de las bandas de rock’n’roll.

 

En 1969 los Stones giraron por los EEUU bajo la denominación de El mejor grupo de rock’n’roll del mundo, y desde entonces nadie ha conseguido arrebatárselo. Fueron pioneros en el camino que lleva de los ídolos de adolescentes a estrellas de superestadios, justo el que los condujo de paso a las drogas, la muerte y su Satánica majestad, un camino que ahora parece el cliché del rock’n’roll pero que fue, de hecho, recorrido por primera vez por estas leyendas con arrugas. Hay muchas más que cinco razones por las que los Stones son los más grandes, pero aquí van cinco de las más importantes.

 

 

 

1 Mick y Keith (también conocidos como The Glimmer Twins)

 

         En el corazón de la leyenda de los Stones está el lazo profundo y fraternal entre su cantante Mick Jagger y el guitarrista Keith Richards: The Glimmer Twins. Desde luego, se trata de una relación que camina precariamente entre el amor y el odio, pero es la que, sin lugar a dudas, será la relación dominante de sus vidas. No hay más que recordar que después de las noticias de que a Jagger se le había concedido el grado de Sir por las mismas autoridades que años atrás trataron de meterlo entre rejas, Richards, según sus propias palabras, montó en cólera. Semanas después parecía feliz una vez más compartiendo escenario con él. Tal es la unión que existe entre los dos.

 

         Ambos representan dos extremos opuestos en el seno del grupo y nadie más que el batería Charlie Watts (a quien Jagger y Richards adoran) consigue llevarse amistosamente con los dos extremos. Por un lado está Jagger, el trepa social con pretensiones teatrales, el cerebro de los negocios detrás de la poderosa marca corporativa de los Stones, el que habitualmente se encuentra rodeado de jefes de estado, supermodelos, VIPs y todo el lujo del mundo a su alcance.

 

En la otra esquina se encuentra Richards, el forajido callejero del rock’n’roll. Keef, como se le conoce popularmente, estrella coches, lleva armas, arrasa hoteles… También se ha metido suficiente heroína como para mantener a todo un regimiento entonado durante meses, ha llevado su carrera al mismo tiempo que otra paralela con el alcoholismo, ha conseguido que su dientes cambiaran completamente de color, se rumorea que se ha hecho una transfusión total de sangre y todavía consigue explicar cada noche cómo se debe usar una guitarra eléctrica para lograr un estado de ánimo más elevado mientras no deja de fumar. Son polos opuestos. Y, sin embargo…

 

Y, sin embargo, todavía siguen unidos por aquello que los unió en la época en la que eran casi vecinos y se encontraron por primera vez en un colegio de Kent. “Le pregunté que quería hacer”, confesó Jagger, “y me dijo que quería ser un vaquero como Roy Rogers y tocar la guitarra. Lo de Roy Rogers no me impresionó mucho, pero lo de la guitarra sí que me interesó.” Años después, Jagger todavía no consigue entender el hecho de que sin la guitarra de Richards casi nadie se interesa por él.

 

Son como siameses a los que no les gusta estar cerca, pero que saben que cualquier intento por separarlos podría ser fatal. Nunca ha habido una pareja de cantante-guitarrista como ésta. Axl Rose y Slash, Ian Brown y John Squire, Noel y Liam Gallagher… Simples culebrones al lado de este teatro de envergadura.

 

 

2 El sexo y las drogas

 

         Por supuesto que los Rolling Stones no inventaron aquello de sexo, drogas y rock’n’roll; simplemente parece que lo hicieron a su medida. Evidentemente, pocos han logrado tanto rendimiento e infamia en la persecución de los placeres carnales o químicos. Como se podría prever, los dos líderes no podían haber tenido los mismos vicios, pero sí que tomaron direcciones distintas con la misma intensidad: Richards buscando el nirvana narcótico y Jagger empujado por un apetito sexual superior al de toda la Legión.

 

         Todos los miembros de la banda, menos el estoico batería Charlie Watts, se han visto envueltos en algún famoso drama sexual con una exquisita belleza y, a veces, con la misma exquisita belleza al mismo tiempo.

 

         La imagen más poética puede ser la de Richards esperando en su coche durante 12 horas en la puerta de una mansión de Notting Hill mientras Jagger rodaba una escena de sexo con la modelo -y entonces novia de Richards- Anita Pallenberg para la película de culto Performance, una escena tan potente que obtuvo un galardón holandés a la mejor escena pornográfica.

 

         De todas formas, hay que tener en cuenta que ésa es una aparición un tanto atípica de Richards en el catálogo de intrigas sexuales de los Stones, un papel reservado casi siempre para Jagger, sin olvidar las preferencias del bajista Bill Wyman por las adolescentes.

 

         Mientras que Richards se dedicaba a perseguir sus demonios por las noches, Jagger siempre prefirió a las damas de alcurnia. Marianne Faithfull, Anita Pallenberg, Bianca Jagger y Jerry Hall fueron las más famosas de sus conquistas, pero también ha habido otros miles de placeres desconocidos para el hombre al que más de una consideró como “el mejor amante”.

 

 

         De hecho, el joven Jagger radiaba tanto atractivo que en una de sus primeras apariciones en el show de Ed Sullivan, a principios de los 60, provocó una respuesta airada por parte de los guardianes morales en todos los Estados Unidos. ¿Su crimen? Una agitación de sus caderas. Un movimiento de los labios. Un brillo en sus ojos.

 

         Y aún hoy, mientras se acerca a la edad de las excursiones del INSERSO, continua provocando escándalos sexuales y proporcionando material para los tabloides. “El sexo es cada vez mejor”, confesó no hace mucho para explicar su promiscuidad, “mientras que las chocolatinas tienden a empeorar”.

 

         En el año 65 una revista musical, Melody Maker, apareció en su portada con la pregunta: “¿Dejaría usted que su hija saliese con un Rolling Stone?”, plateando la cuestión sexual como algo que dividía a la generación del rock de la inmediatamente precedente. Enamorarse de una estrella del rock no había sido considerado algo peligroso antes de que aparecieran los Rolling Stones, y tampoco ha vuelto a ser igual de peligroso desde entonces.

 

         Keith Richards y el guitarrista Brian Jones, mientras tanto, seguían otro código de placer diferente. El apetito de Jones por las drogas era tal que acabó consumiéndolo, consiguió que lo echaran del grupo en mayo del 69 y, tres meses después, acabó con él ahogado en su propia piscina. Todo ello antes de que el grupo descubriese la heroína. Desde entonces, ha habido tres adictos a la heroína en el grupo: Keith Richards, Charlie Watts (que no la probó hasta que el resto del grupo lo había dejado) y el sustituto de Brian Jones, Mick Taylor, quien se unió al grupo totalmente limpio y lo dejó convertido en un adicto irremediable y alcohólico. Además, claro está, hay que tener en cuenta los incidentes judiciales relacionados con las drogas.

 

 

 

3. El escándalo

 

         Un incidente destaca sobre los otros en la hoja de cargos de los Rolling Stones, ya que los enfrentó no sólo a las fuerzas de la ley y el orden, sino que puso en entredicho a una sociedad en su conjunto. En 1977, los rumores de que uno de los componentes del grupo había tenido una relación con Margaret Trudeau, la mujer del Primer Ministro de Canadá, envolvieron al grupo en una gran controversia.

 

         Sin embargo, fueron sus desmanes de diez años atrás lo que amenazaron con enzarzar a todo un país en una disputa. En 1967, después de que Keith Richards, Mick Jagger y algunos amigos hubieran pasado la tarde en la casa de campo del primero viajando con el LSD, la vivienda fue tomada al asalto por la policía. A Mick Jagger le encontraron algunas anfetaminas y algo de hachís, mientras que Keith Richards fue procesado por prestar su casa para el consumo de drogas. Tras la desmesurada exposición pública del caso, Mick Jagger fue condenado a tres meses y Keith Richards a un año de prisión.

 

         Muchos, por aquel entonces, pensaron que estas sentencias obedecían más a una caza emprendida por las instituciones y las clases dominantes para acabar con el peligroso rock’n’roll, algo que los Rolling Stones representaban como nadie. Ello dio lugar a una gran ola de protesta, que culminó con un famoso editorial del periódico Times.

 

         La prensa más populista, mientras tanto, se centraba más en el rumor tan-ridículo-que-podría-ser-cierto de que Mick Jagger le estaba haciendo un cunnilingus a su novia Marianne Faithful cuando fue detenido con la ayuda de una chocolatina Mars.

 

         Sin embargo, fue el editorial de Times y la consiguiente polémica en su país los que tuvieron un peso decisivo en el proceso judicial, consiguiendo que ambos fueron puestos en libertad sin cargos tras la correspondiente apelación. Rolling Stones 2 – Poder 1. Los Rolling Stones, como decía aquella canción de Bobby Fuller versionada por The Clash, realmente lucharon contra la justicia y, al contrario que en la canción, ellos sí salieron victoriosos.

 

 

 

4. El rock’n’roll

 

         ¿No hemos mencionado aún que los Rolling Stones han compuesto parte del rock’n’roll más demoníaco y directo de la historia? Pues habrá que recodarlo, por si a alguien se le había pasado. Es difícil no parecer la Enciclopedia Británica al describir la importancia de proporciones bíblicas del modelo Stones, pero no hay forma de escapar a ello.

 

         Han escrito las mejores canciones del rock. Incluso al principio, cuando no las componían, cuando no eran más que un grupo de versiones de oscuros blues con éxito entre el público blanco (¿Qué? ¿Alguien se creía verdaderamente que The White Stripes habían inventado la idea?), les daban una dimensión de peligro que las convertía en suyas. Pero cuando su estricto manager Andrew Loog Oldham decidió que sería una buena idea que Mick Jagger y Keith Richards emularan a John Lennon y Paul McCartney componiendo, fue cuando empezaron a labrarse su leyenda.

 

         Se podrían preparar varios discos con canciones de Jagger y Richards que consiguen el extraño logro de ser personales y autobiográficas, y que, a la vez, llevan impresas la fecha de su creación. Y, sin embargo, todavía siguen siendo relevantes y contagiosas 30 años después.

 

Ya sólo los títulos destripan el signo de su tiempo, con historias de las que la mayoría de los grupos han huido: “Paint It Black” (“Píntalo de negro”), “Street Figthing Man” (“Luchador callejero”), “Sympathy For The Devil” (“Simpatía por el diablo”), “(I Can’t Get No) Satisfaction” (“(No puedo conseguir) Satisfacción”), “Let It Bleed” (“Déjalo sangrar”) o “Sister Morphine” (“Hermana Morfina”). En el momento en que Jagger se dio cuenta de que podía escribir cualquier cosa que quisiera, lo uso para componer algunos de los textos más provocadores y definitivos de la historia del rock.

 

Pero sin el Riff Humano, Jagger no hubiera sido más que un par de labios vociferando. Impulsado por el elegante pulso rítmico de Charlie Watts, Keith Richards consiguió trenzar los riffs perfectos y las melodías que definieron el rock, tan tradicionales como las de los artesanos del blues que le inspiraron y tan novedosas como las noticias de mañana. ¿Cómo lo logró? Vudú, probablemente: vudú, tabaco y güisqui de malta, convirtiéndose en una fórmula que ha inspirado varias generaciones de imitadores.

 

 

 

5. El legado

 

         Así que, Rolling Stones, os damos las gracias. Sin vuestra maligna influencia y vuestras asombrosas canciones, el rock’n’roll todavía estaría con nosotros y se iría a tiempo a la cama. Guns N’Roses os dan las gracias por los riffs y la imagen de forajidos. Happy Mondays os dan las gracias por hacer que la adición a las drogas parezca algo natural. Johnny Thunders os da las gracias por enseñarle como construirse una carrera. The Stone Roses os dan las gracias, especialmente por cómo comportarse a las puertas de un juzgado.

 

         Aerosmith y The Black Crowes os dan las gracias de verdad. The Strokes os dan las gracias. The White Stripes os dan las gracias. Black Rebel Motorcycle Club os dan las gracias. Oasis os dan las gracias. The Charlatans os dan las gracias. Los Sex Pistols y The Clash os dan las gracias, incluso muy a su pesar. De hecho, cualquiera que haya cogido en algún momento una guitarra, un micro, una batería y un bajo, y se haya atrevido por un momento con ellos, os da las gracias.

 

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 BOB DYLAN NO DIRECTION HOME

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Ultrasonica e-zine :: Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006


El enigma de Robert Zimmerman

 

Bob Dylan: No Direction Home (DVD Sony)

 

 

 Una de las cualidades más reseñables de Bob Dylan es su habilidad para mantener el enigma esencial de sí mismo. Puede participar en películas intrascendentes, editar largos libros de memorias, incluso prestar su imagen y canciones a un estúpido anuncio de ropa interior y, a pesar de ello, mantener intocable el misterio de qué fue lo que hizo que un chaval inquieto llamado Robert Zimmerman se convirtiera en el icono apodado Bob Dylan. Si Martin Scorsese tuvo en algún momento la intención de llegar al fondo con su documental de tres horas y media No Direction Home, está claro que no lo consiguió, pero eso no hace que esta película comercializada en DVD sea menos que extraordinaria y necesaria.

 

Centrada en los años históricos que le llevaron de tocar en bandas de rock’n’roll de Minnesota a finales de los 50 a su accidente de moto en 1966 -sea cierto tal percance o sólo una excusa que se inventó para desaparecer durante un tiempo-, No Direction Home incluye una buena cantidad de material de archivo. De entre lo recogido, destaca una larga y franca entrevista en cuatro jornadas con el propio Dylan (conducida por su colaborador de muchos años Jeff Rosen) y otras con muchos de los que lo conocieron entonces, como Allen Ginsberg, quien reconoce que lloró tras escuchar por primera vez “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” al descubrir que el testigo acababa de pasar a otra generación distinta a la suya.

 

Lo más destacable es que, a pesar de que Martin Scorsese se encontró con todo el material rodado cuando saltó al proyecto, éste ha convertido la película en un film propio con muchos puntos en común con el resto de su trayectoria. Como Uno de los nuestros, Toro salvaje o El aviador, se trata de una historia sobre cómo los tiempos conforman a determinadas personas y cómo éstas se echan atrás en algún momento, al menos durante un tiempo.

 

 

En más de una ocasión, Dylan sugiere que, aunque viene de una pequeña localidad llamada Hibbing, en Minnesota, aquel lugar no era su hogar, sino que se trataba de una localización en la que su cuerpo se había instalado temporalmente a la espera de alcanzar la mayoría de edad para volar. Consecuentemente con ello, Scorsese pone su énfasis en el potencial americano de reinventarse y la tristeza que puede sobrevenir cuando se logra. Rehaciéndose a sí mismo como un seguidor de Woody Guthrie, después como el producto más interesante de la escena folk de Nueva York y, más tarde, como un visionario rebelde del blues-rock y del estilo que llamarían americana -que aún estaba por inventarse-, Dylan contentaba y confundía a sus admiradores a partes iguales.

 

En la parte central del film, uno de los entrevistados articula la mística central de Dylan de la forma más sencilla posible, pero con las palabras más apropiadas: “Mientras está en el escenario, de alguna forma nos transporta con sus canciones diciéndonos que sabe algo que nosotros no sabemos”. Es la forma más llana de describir la razón de la fascinación por Dylan, del mito entre el resto de los mortales, del hombre tan atrapado en la persona que se ha creado con sus textos crípticos y su apariencia que incluso un director como Martin Scorsese sólo puede arañar la superficie de un ser extraño que parece contener el secreto más grande del mundo en su música. Da igual que lo cuente todo, porque sigue pareciendo que hay algo que se nos escapa, que no sabemos; es decir, la misma sensación que dejaba el primer volumen de sus Crónicas editado el año pasado.

 

El conflicto central de Don’t Look Back se traduce en conocer cómo se pasó en seis años de ser considerado un profeta a un paria, cómo llegó al punto de que sus fans pagasen por una entrada simplemente para abuchearlo. En la compleja narrativa por la que opta Scorsese, este aspecto se muestra hacia atrás al tiempo, mientras que los primeros años de Dylan se muestran en sentido cronológico, hacia delante. Una vez que las dicromáticas imágenes de Dylan se unen en el punto medio, conseguimos atisbar una imagen clara del enigma de Dylan: por qué sus fans se sintieron traicionados mientras a él no le importaba en absoluto lo que pudieran pensar, y cómo esa apatía sólo realimentaba la admiración hacia él.

 

 

Para confirmarlo, Scorsese vuelve una y otra vez a lo que D.A. Pennebaker rodó durante la gira británica de 1966 (que conformaría la película Don’t Look Back de aquel año), aquella serie de conciertos en los que los fans le gritaban “Judas” y “Traidor” cuando aparecía con sus músicos en formación eléctrica, los mismos que luego se convertirían en The Band. Fuera del teatro de Newcastle, donde aquella polémica actuación se vio por primera vez, los seguidores británicos de Dylan expresan el sentimiento de traición que sienten porque, según ellos, Dylan ha abandonado la tópica canción protesta, sin saber que esperaban a un Dylan que ya había desaparecido.

 

No Direction Home no desprecia totalmente ese sentimiento de pérdida. El título (Sin dirección o, también, Sin un hogar) no está ahí por accidente, ni tampoco lo están los lazos de unión entre la transformación de Dylan desde el activismo político, la muerte de Kennedy y el colapso del optimismo norteamericano que creía que una canción cantada con la suficiente fuerza y durante bastante tiempo podía cambiar el mundo.

 

La admiración de Scorsese por la música de Dylan era evidente antes de rodar esta película, pero nunca llega a desprenderse de la idea de que el éxito de Dylan trajo sus consecuencias. Mientras interpreta canciones de dudas, desilusiones, desengaños y distintas clases de confusión a todo volumen, Dylan parece sobrecogido y fuera de sí en las imágenes de 1966, en especial una interpretación a medias con Johnny Cash de “I’m So Lonesome I Could Cry”, aunque en ningún momento se mencionan las drogas (ni, tampoco, curiosamente, a su primera mujer Sarah, la madre de sus cinco hijos).

 

Parece que si todavía no había perdido su alma como otros personajes de otros films de Scorsese, al menos iba encaminado en esa dirección. Por supuesto, no era el único que se sentía así entonces; simplemente se dedicaba a construir su banda sonora. Si No Direction Home prueba algo, es que el Dylan ‘auténtico’ probablemente nunca aparecerá o, de hecho, puede que incluso no haya existido.

 

Xavier Valiño

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

ARTÍCULOS 2006 BRUCE SPRINGSTEEN BORN TO RUN

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ARTÍCULOS 2006


Born To Run, la representación definitiva del sueño del rock

Bruce Springsteen: Born To Run, 30th Anniversary Edition (Sony)

 

         Está la anécdota. Aquella que dice que Bruce Springsteen idolatraba al productor Phil Spector y, después de grabar un grandioso -en todos los sentidos- Born To Run, intentó conocerlo. Se pasó por el estudio en el que el productor estaba trabajando en “Born To Be With You”, de Dion DiMucci, y asistió a una larga sesión sin obtener una sola palabra de Spector. Al final, éste se dirigió a él: “¡Si querías mi sonido, tenías que habérmelo encargado a mí!”  

         Está la emoción, la misma que consiguió que en 1975 se le pusiera la piel de gallina a todos cuantos escucharon los acordes iniciales de un disco con un principio, una parte central y un final irrepetibles: “Thunder Road”, “Born To Run” y “Jungleland”. Treinta años después la sensación permanece inalterable.  

¿Qué pasó para que en ningún otro disco como éste se conjugase la épica y la pasión? No hay más que tratar de imaginarse la escena del rock en 1974, cuando Bruce Springsteen empezó a escribir y grabar el álbum que significaría su conversión de aspirante a uno de los nombres sagrados del rock. Elvis había despuntado tan sólo unos 18 años antes y Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix y The Beatles habían fallecido o se habían desintegrado unos cuatro años antes. Bob Dylan ya llevaba un largo período en esto y, a la edad de 33 años, parecía que su momento había pasado. El peso de la historia de la música pop era algo con lo que se podía jugar y, con tanto territorio aún virgen, los grupos se sentían obligados a ver adónde podía dirigirse el rock. 

En este entorno, Springsteen todavía contaba 24 años y aún lo tenía todo por delante. Como adolescente, se le había considerado el nuevo Dylan y había grabado dos discos sin demasiada repercusión, así que todavía no era una estrella. Tenía talento y ambición a partes iguales, pero lo que le pondría por encima de los demás sería su visión. Springsteen creía como nadie más en el poder y las posibilidades del rock, lo que le condujo a lugares que pueden parecer extraños a los que han crecido con la MTV y todo lo que el punk simbolizó. Su planteamiento ingenuo, pero inspirado, tuvo su más pura expresión en Born to Run, que ahora se reedita con la excusa del 30 Aniversario, en una caja que incluye dos DVDs extra: un documental y un concierto.

Born to Run es un disco singular, incluso dentro del canon Springsteen. Su mundo es el de un hiperrealismo romántico e imposible, donde lo mundano se convierte fácilmente en algo fantástico, y donde todo ocurre en cada una de sus líneas. A través de ellas, recorremos el Jersey de los primeros 70, la extraña sensación de una época que se ha ido, algo que concuerda con la descripción de Springsteen en la canción que le da título: “El parque de atracciones se alza rígido y desafiante. Los chicos se amontonan en una nube en la playa”. Podría tratarse de un par de adolescentes aburridos sentados en un parque perdiendo su tiempo, pero con la imaginería de Springsteen y un saxo que se mete hasta el tuétano, se transforma en esplendor cinematográfico.

La siguiente frase incrementa esa sensación: “Esta noche quiero morir contigo en las calles, Wendy, en un beso eterno”. De la forma en que lo cantaba en 1974, no aparentaba ser un diario confesional, sino expresionismo desquiciado, Kerouac con una botella de vino rojo en el estómago. Mientras todo el mundo se dejaba llevar sentado frente a una televisión, Springsteen veía una ópera en el asfalto y un ballet que se representaba en los callejones.

También reconoce que quiere saber si el amor es salvaje y real, pero la realidad no es un concepto de mucha ayuda en el contexto de este disco. Puede que Born to Run sea una obra maestra, pero sólo en sus propios términos. Springsteen aún no sabía mucho de las relaciones de pareja, pero tenía un instinto para el drama, y sus historias se basaban más en el argumento y las circunstancias que en las personalidades. 

 

Casi todas las canciones hablaban de la imagen mitológica central en la era del rock’n’roll, las ideas de escape y abandono. Sin embargo, era el drama lo que contaba; las historias de Springsteen no tenían nada de nuevo, aunque nadie las había contado antes mejor o había logrado que importasen más. Su historia, ya familiar, representaba más de la mitad de su poder: la promesa y el reto de la noche; el atractivo de la carretera; la búsqueda de una oportunidad que vale la pena tomar y el precio que se ha de pagar; las fronteras de la ciudad como la última y permanente frontera… 

Lo que era nuevo era la majestuosidad que Springsteen y su banda le daban a la historia. Su voz, sus palabras y la música  convertían los sueños y los fracasos que dos generaciones anteriores habían dejado atrás en algo épico que había empezado cuando el coche saltó por el precipicio en Rebelde sin causa. Uno siente que todo lo que en algún momento importó, todo lo que había que decir, está en este disco, presentado con una determinación que parecía haberse desvanecido años atrás. Los conflictos aquí relatados hablan del hombre contra su entorno social. Más adelante, una vez que Springsteen encontró su lugar en la sociedad, el conflicto pasaría a ser el del hombre contra sí mismo. 

Sus auténticas dimensiones se extienden ahora como nunca al sonido, mejorado ampliamente en esta reedición, con la primera remasterización que sufre el disco desde que se editó por primera vez en disco compacto. La épica de las mini-óperas de Phil Spector convive con una voz que nunca volvería a sonar tan poderosa y fuerte, con el añadido de un eco que parece ir un segundo por detrás de la melodía para darle mayor profundidad. 

En cuanto a los extras de esta edición, el primer DVD contiene el debut de 1975 de Bruce Springsteen en Londres, en el Hammersmith Odeon, toda una revelación. El concierto arranca con el piano y la armónica de “Thunder Road”, una escasa luz enfocando sólo a Springsteen en un escenario oscuro y Roy Bittan tocando por alguna parte detrás de él. Cuando el resto de la banda se les une, se desatan los elementos, convirtiéndose en una representación teatral, dramática y emocionante. De esta forma, se convierte en uno de los trabajos esenciales de la discografía de Springsteen. 

Wings for Wheels, el documental sobre cómo se grabó el disco, revela abundante información sobre los aspectos técnicos del disco, con demostraciones de cómo las canciones fueron evolucionando con el tiempo. Escuchar cada una de las partes separadas de la densa “Born To Run” -la guitarra acústica o el saxofón aislados, por ejemplo-, es como un curso intensivo sobre cómo mezclar las canciones. También contiene los comentarios de su autor sobre qué significa cada canción y cómo las compuso. Su propia definición se puede tomar como el mejor epílogo: “Born To Run fue el disco en el que dejé atrás mis definiciones adolescentes del amor y la libertad, marcando la línea divisoria con el resto de mi obra”.

Xavier Valiño

ULTRASONICA ARTÍCULOS 2006 SCOTT WALKER

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ARTÍCULOS 2006


Scott Walter, belleza aterradora

 

The Drift (4AD-Popstock)

 

 

Tres discos en 30 años. Once años desde su anterior álbum, Tilt. Por extraño que parezca, Scott Walker no sufre de falta de inspiración. Al contrario, tiene una imaginación que necesita, al mismo tiempo, dejarla vagar y ser canalizada apropiadamente. La música que él crea necesita tiempo, mucho tiempo, para desarrollarse.

 

The Drift, su nuevo disco en este 2006, con una imaginería de “agujeros de nariz endurecidos con cocaína negra” y “Jesús de ántrax” que envuelve en un fondo sonoro de cuerdas psicóticas y percusiones estruendosas, está todo lo lejos que se pueda estar de lo que se considera música asequible; se mueve en los márgenes de lo convencional, lejos de lo que conocemos como ‘pop’ o ‘alternativo’, en una escala que sólo les es aplicable a sí mismo.

 

Ambicioso, áspero, complejo, espeluznante, de múltiples capas y lecturas, The Drift funde ladrillos de cemento sonoro con retazos de música folk, cruzando cuerdas con largos y lentos pasajes de desolación a la deriva. La voz del sexagenario Scott Walker, todavía plena en poder emocional, actúa como ancla, como centro del flujo y del reflujo; dirige y guía al oyente a través del laberinto sonoro y sus imágenes. En “Hand Me Ups”, por ejemplo, su tono llega a la cima de los agudos, mostrando una fragilidad impresionante, como un antiguo cantante de ópera que se negase a admitir la imposibilidad de alcanzar las notas de antes. El efecto, patético y aterrador, no está ahí por casualidad.

 

Sus composiciones desafían cualquier noción convencional de la canción. Esto es música rock como arte supremo, sin estructuras de estrofa-estribillo-estrofa. No hay nada simple o lineal, ni leyes, ni reglas, sólo expresión en su manifestación más pura. Es difícil encontrar puntos de referencia musicales. Sería más fácil asemejarlo a la versión auditiva del bombardeo de Guernica según Picasso o a las pinturas de Francis Bacon convertidas en banda sonora clásica. Recorrer los caminos de The Drift requiere de un conocimiento secreto, una brújula rota y una inmersión total en su mundo.

 

 

El comienzo con “Cossacks” muestra una dirección equivocada, una aurora falsa. Se inicia con unas cuerdas quejumbrosas y un riff de guitarra austero y con reverberación. La atmósfera se revela cargada de terror. Percusiones marciales y tensas notas de bajo intensifican esa sensación antes de que la voz de siempre de Scott Walker entre en escena. El texto recoge una serie de titulares de críticas mezcladas con retazos de noticias. El motivo recurrente de la voz es lo más cercano que el disco tiene a un estribillo. “Cossacks” y el corte que cierra el disco, “A Lover Loves”, son, si acaso, los momentos más cercanos a lo que se conoce como ‘canción’.

 

Tras “Cossacks” llega “Clara”, la enrevesada historia de amor de la amante de Mussolini Claretta Petacci, que pidió ser ejecutada a su lado a pesar de no haber sido condenada. Aunque se abre con una mezcla de electrónica y voces que parece encaminar el tema hacia algo que podía haber estado en el disco Scott 4, un repentino ruido acaba con todo. Por encima de una percusión atronadora cabalga una guitarra que suena como un disparo en la cabeza. Durante casi trece minutos la canción se mueve entre pasajes lúgubres y lentos y muros de sonido corrosivos. Se trata, ciertamente, de una pesadilla. Clara se retuerce, se escapa de este mundo, y quien la escucha no puede descansar; la música no se lo permite. Nunca se puede estar seguro de cuándo uno de esos crescendos traerá de nuevo alguna de las pedradas con las que sus cuerpos fueron profanados y despellejados una vez ejecutados.

 

A continuación, The Drift no se toma ningún respiro. “Jesse” es el intento de Scott Walter de asimilar lo ocurrido el 11 de septiembre yuxtaponiendo imágenes de las Torres Gemelas con el hermano gemelo nonato de Elvis Presley, con el que rey del rock mantenía conversaciones sin respuestas. Y al final, en “A Lovers Love”, el habitual fondo que en el pasado enmarcaba la hermosa voz de Walker es reemplazado por un silbido siniestro que remata cada estrofa, con los demonios conduciéndolo cada vez más hacia el abismo. Aunque el sonido es algo más ligero que en los cortes que le preceden, tampoco hay escape, no hay alivio.

 

 

Por supuesto, escuchar The Drift de madrugada con unos auriculares no es una buena idea. Se trata de un disco intenso, pavorosamente oscuro, en el que se puede escuchar, literalmente, golpes en trozos de carne putrefacta y rebuznos de asnos asustados. En él, la imaginación enferma de Scott Walker pinta el retrato de un mundo roto que grita de dolor, que se ahoga en su propio vómito, que ha perdido la fe y que no encuentra salvación.

 

Y, a pesar de toda su negra realidad, de su horrorosa imaginería y sus densas texturas musicales, la escucha de The Drift ofrece una recompensa impensable. Walker, con arrojo, ha compuesto sus nuevas melodías sin tener en cuenta ninguna concesión comercial. Puede que sólo Tom Waits o Mark Hollis de The The, en su trayectoria en solitario, se hayan apartado tanto de sus inicios pop. El listón ha quedado situado en otra dimensión, fijando un nuevo reto, modificando la noción de qué es lo se puede  conseguir con la música. La respuesta que proporciona Walker es muy simple: el único límite es el de la propia imaginación.

 

Desde luego, no hay discos así, que creen universos tan singulares, que se enfrenten a cánones y lecturas simplistas del mundo, que salgan de su universo -la música- para convertirse en idea. Tardará mucho en surgir algo igual, si es que alguna vez sucede. Lo único seguro es que nadie podrá olvidar The Drift una vez que lo escuche. De una belleza aterradora, éste es el disco más feo -y peligroso- que se podrá escuchar en muchos años.

 

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