Benjamin Clementine: At Least for Now
MEJORES DISCOS INTERNACIONALES DEL 2015
Benjamin Clementine: At Least for Now (Barclay-Universal)
En estos días repasamos los grandes discos del 2015, los que más han gustado al responsable de Ultrasónica. Después de los tres discos gallegos, les siguen los estatales y los internacionales. El tercero de los internacionales, el primer disco de Benjamin Clementine.
El 25 de octubre de 2013, un joven de 24 años completamente desconocido en el mundo de la música y sin contrato discográfico actuaba en el reputado programa de la televisión británica Later with Jools Holland después de que los responsables de elegir los artistas de cada edición vieran un video suyo y creyeran ciegamente en él. Indefenso, se acercó al piano, tocó “Cornerstone” y todos los presentes y los telespectadores quedaron sorprendidos. Al día siguiente era el artista más compartido en Spotify. Seguramente todos repararan entonces que allí había un artista no completamente formado, pero de una intensidad desarmante que hacía que todos quedasen completamente rendidos a sus –descalzos– pies. Paul McCartney, emocionado, salió de su camerino y le dio el mejor piropo y –consejo– que se le puede decir a un recién llegado: “Nunca dejes esto”.
Es difícil pensar que Clementine no vaya a estar ahí dentro de 30 o 40 años. Podrá tener más o menos seguidores, vender más o menos discos si es que sigue en el negocio de la música, pero con total seguridad no habrá dejado de cantar. Se puede apreciar en esa pasión que pone a sus canciones y a su interpretación en directo, algo que pudieron sentir quienes asistieron a la hasta ahora única actuación que dio en España hasta la fecha (en La Mar de Músicas, Cartagena, el 22 de julio del año pasado): Clementine busca expresarse como artista y ser humano, y su objetivo no es la fama ni la celebridad.
Pero, ¿de quién estamos hablando? Benjamin Clementine vivió hasta los 17 años en una familia de ascendencia ghanesa en un barrio de Londres, una etapa de su vida de la que hoy solo quiere recordar la epifanía que supuso en su vida ver a Antony & The Johnsons en 2005 en una actuación en directo a través de la BBC. Tras otro de los habituales desencuentros con su familia, se separó de sus estrictos y religiosos padres y pasó a compartir piso con un amigo. Poco después, tras una discusión con este, se metió en un cibercafé y en la página de Easyjet compró un billete al primer destino que le salió en pantalla, París.
Llegó con una mochila y durmió durante meses donde pudo: en el suelo de casas de conocidos, al raso, en estaciones de metro, en un hostal… Sin formación musical, empezó a cantar en la calle y a los ocho meses logró juntar el dinero para comprar su primera guitarra, empezando a practicar sin haberla tocado antes. En una de esas actuaciones callejeras fue cuando lo descubrieron los productores franceses de música electrónica Lionel Bensemoun y Matthieu Gazier.
Poco después, los dos productores le grababan un primer EP, “Cornerstone” en un sello que crearon únicamente para editar sus canciones, Behind. Le buscaron algún concierto en hoteles, como uno que dio en Cannes en el que Clementine no conseguía acallar a la gente hasta que se sentó al piano y todos enmudecieron. A partir de ahí su suerte empezó a cambiar. Regresó a Londres con la intención de volver a residir en su ciudad. Tocó en el programa de Jools Holland… y le ofrecieron su primer contrato real con la discográfica Virgin que ha llevado a la grabación y edición de su primer disco, At Least for Now.
Suenan las primeras notas de “Winston Churchill’s Boy”, se desata su voz de tenor y se entiende que se asocien con él nombres como Nina Simone, Antony, Edith Piaf… Él, sin embargo, cita a Erik Satie y Luciano Pavarotti como los músicos que más le han influido, aunque también hay ecos de la bohemia de Léo Ferré o George Brassens. Desde luego, le falta mucho recorrido aún para llegar ahí, pero es lo que suele pasar con un debutante: buscamos referentes que nos ayuden a ubicarlo y, poco a poco, con los años y los discos, pasan a olvidarse convirtiéndose él en el referente para otros artistas.
En las siguientes canciones de su debut (“Condolence”, “London”, “Nemesis”, “Adiós”…) queda clara también su naturaleza portentosa y su desbordante personalidad, esa que impidió que unos cuantos productores quisieran trabajar con él. “¡Demasiado personal!”, decían, así que tuvo que decantarse por un ingeniero de sonido, Jonathan Quarmby que seguramente se limitó a recoger sus interpretaciones al piano como si se tratase de una actuación en directo en el estudio.
Desbocado, Clementine escupe dramas con las teclas del piano mientras su voz declama con pasión una especie de diario en forma de once canciones por las que se suceden los años de anonimato, penurias y conflictos, en los que tiene tanta relevancia lo que canta y toca como los espacios y silencios que le permiten respirar y que impiden que la tempestad acabe por arrasar con todo, él incluido.