La zona de interés
La zona de interés
Jonathan Glazer
(A24)
“Esto es el paraíso”, le comenta una madre en su primera visita al nuevo hogar de su hija refiriéndose al jardín decorado con esmero, la piscina, el invernadero y la gran casa en la que esta vive con su familia y varios sirvientes. “¡Me llaman la reina de Auschwitz!”, le contesta su hija entre carcajadas, sentada cómodamente enfrente del muro de la vergüenza que separa su casa del campo de concentración de esa localidad, donde su marido Rudolf Höss es el comandante.
En ese paraíso, del que la mujer se niega a marcharse cuando destinan temporalmente a Höss a otro destino, la familia convive con el continuo sonido de fondo de disparos, gritos de los prisioneros y las chimeneas de los hornos crematorios funcionando día y noche a escasos metros. De hecho, la madre de la protagonista, la única que parece darse cuenta del horror que rodea la supuestamente apacible vida doméstica a la sombra del campo, se marcha sin siquiera avisar a nadie a la mañana siguiente de llegar.
El director Jonathan Glazer opta por no mostrar ninguna imagen del horror ni del interior del campo, sino que su película se centra en la idílica vida familiar del comandante. Cuatro frases en boca de sus dos protagonistas principales le bastan para representar la banalidad del mal, con alguna secuencia necesaria del trabajo de Höss que da cuenta de la frialdad y meticulosidad con la que se tomaba su cometido. Con hechuras de una filmación clásica, Glazer deja su impronta de autor al inicio y final con el sonido del horror, y, después, con un fundido a rojo, los paseos de una de las hijas en blanco y negro y un epílogo filmado en la actualidad, tal vez lo menos necesario. El resto es cine mayúsculo. Desde El hijo de Saúl (László Nemes, 2015) no había habido una cinta con un enfoque tan novedoso y de efecto tan brutal y aterrador en su relato del Holocausto. Lo que no muestra tiene tanto impacto que pervive por siempre en la mente del espectador.