La etapa psicodélica de The Temptations (1)
La etapa psicodélica de The Temptations (1)
Después de meses de acritud, y de que su asociación -que en algún momento había sido perfecta- se hiciera añicos sin posibilidad de encontrar una solución, Eddie Kendricks, Paul Williams, Otis Williams y Melvin Franklin rompieron todos los lazos con su voluble líder, el inmortal David Ruffin. afectado por sus problemas de ego y su exigencia de que el grupo pasase a ser David Ruffin & The Temptations. Su consumo de cocaína se había disparado y ya no cumplía con los ensayos y las reuniones de la banda, sin siquiera molestarse en hacer acto de presencia en algunos de sus conciertos.
Atrás quedaba la formación clásica del grupo vocal masculino por excelencia. Se trataba de una ruptura impensable, que dejaba atrás cuatro años inmaculados en los que habían brillado especialmente con la composición y la producción de Smokey Robinson y la voz de barítono de Ruffin al frente de éxitos tan inmortales como “People Get Ready”, “Ain’t Too Proud to Beg”, “I Wish It Would Rain” y, por supuesto, “My Girl”.
Por lo tanto, había en el ambiente una presión considerable sobre el tipo que había sido contratado para ocupar el lugar de Ruffin en el verano de 1968. Era Dennis Edwards, hijo de un predicador de Alabama, previamente en The Contours y aspirante a estrella solista. Después de todo, Edwards era un cantante diferente. Mientras Ruffin se expresaba siempre con un dolor candente en la voz, evocando penas demasiado exquisitas para ser expresadas con palabras, Edwards evocaba la furia, y su voz era un grito expresado con dientes de sierra, elemental y crudo. Su presencia alteró la delicada química de la banda, que había convertido a The Temptations en los más exitosos entre sus iguales.
Lo que sucedió a continuación bien puede definirse como una resurrección inopinada por todo lo alto. Una segunda era de grandeza que trajo consigo premios Grammy, algunos de los mayores éxitos en la historia del grupo y también, igual de importante, si no más, una serie de innovaciones estilísticas que ayudarían a marcar el rumbo de la música popular en los años venideros.
Ciertamente, no se trataba únicamente de que el grupo masculino más emblemático y característico de Motown estuviera experimentando cambios. De hecho, en los Estados Unidos y el resto del mundo aquellos fueron unos meses de grandes cambios. Una temporada de agitación y dislocación, en la que el antiguo orden se fracturaba como témpanos de hielo, dejando a una nación desorientada y donde nada era lo que había sido unos años antes.
La inocencia murió definitivamente aquel año, al igual que Martin Luther King Jr. y Bobby Kennedy, y que Malcolm X y John F. Kennedy en los años anteriores. Los jóvenes estadounidenses reclutados a la fuerza libraban una guerra que nadie parecía entender. Las ciudades explotaban con incendios y disturbios a la orden del día. Las mujeres quemaban sus sujetadores, los estudiantes quemaban sus tarjetas de reclutamiento, los negros se manifestaba por la justicia, los jóvenes se manifestaba por la paz. El LSD abría la mente de todos. La Tierra se fue a la Luna.
Y ante todo ello, el mundo de la música rock reaccionó. Amplió su ambición, trabajó por una resonancia acorde con lo que se vivía y se encargó de tener algo que decir. The Beatles se dejaron barbas y ofrecieron la revolución. Brian Wilson puso arena bajo el piano de su salón y soñó Pet Sounds. Jimi Hendrix electrificó sus guitarras, les enseñó a balar como ovejas y a aullar como espíritus perdidos. “Psicodélicas”, fue como llamaron a las experiencias del momento. Y la música que las acompañaba tomó su nombre de ahí, denominándose Rock Psicodélico.
Poco después llegaba el Soul Psicodélico, llamado en un primer momento Black Rock. Ya no tenía mucho sentido cantar a la luna en junio y sobre los bailes en las calles, sino que había que reparar en el estado del mundo, presentándolo con un sonido expansivo y experimental, basado en los efectos de sonido como la reverberación o la distorsión y alargando los temas con largas introducciones, paradas y secciones repetidas en bucle.
The Chamber Brothers lo tuvieron claro cuando en 1966 editaron “Time Has Come Today” (“El momento ha llegado hoy”), aunque la etiqueta no se les aplicó en primer lugar a ellos, sino a The 5th Dimension, cuyo pop no era precisamente ni soul ni psicodélico. Irónicamente, fue la que luego sería banda de rock progresivo, Vanilla Fudge, la primera en aproximarse al soul desde un enfoque más heavy y psicodélico. Pronto les siguieron los pasos sus primos espirituales Rotary Connection en su primer álbum, con una joven Minnie Ripperton, acercándolo más al soul y alejándolo de devaneos progresistas. Todo cristalizaría con Sly Stone, quien consiguió que esa música sonase verdaderamente audaz y agresiva, como de otra dimensión.
The Temptations supieron verlo y tomaron la iniciativa de llevar el nuevo sonido a Motown. Todo comenzó cuando uno de sus componentes, Otis Williams, acudió al productor Norman Whitfield, a quien conocía bien porque este había comenzado su vida en el mundo de la música tocando la pandereta en el primer éxito de The Temptations titulado “Come On”, cuando todavía se hacían llamar The Distants. “La música está cambiando”, le aseguró Williams a Whitfield. Y The Temptations necesitaban también cambiar de acuerdo con el sino de los tiempos. El resultado de esa entente fue una pieza llamada “Cloud Nine”, que reflejaba en su letra los comentarios sociales de la época y que pretendía superar a Sly & The Family Stone o Funkadelic jugando en su misma liga.
Probablemente ahora no sea posible apreciar plenamente la revolución que supuso esa canción en su época, la forma en que aterrizó en la música pop como un artefacto de otro planeta. De repente, el grupo al que se había oído por última vez en la radio suplicando “Please Return Your Love to Me” (“Por favor, devuélveme tu amor”) o “I Could Never Love Another (After Loving You)” (“No podría amar a otra (después de amarte a ti)”), estaba denunciando el hambre y los tiempos difíciles en los barrios más desfavorecidos de las ciudades y advirtiendo que la vía para escapar estaba “a un millón de millas de la realidad”, concretamente en la novena nube. Efectivamente, una metáfora apenas velada de las drogas.
Las guitarras zumbaban y cortaban la melodía, las congas marcaban el ritmo y su productor Norman Whitfield rompía con un mazo la arquitectura de la canción pop, deconstruyendo la estructura tradicional de los estribillos para todos los públicos y optando en su lugar por un arreglo fluido en el que cada cantante se hacía cargo de una estrofa, cuando no cantaban enfrentados unos contra otros. Cada uno de sus cinco vocalistas parecía estar en su propio mundo, haciendo lo suyo, con un estilo mucho más percutivo en las voces de acompañamiento, mientras Edwards (la voz correcta, en el lugar exacto y en el momento justo) lo anclaba todo, cantando de forma no exactamente hermosa, pero sí de conmovedora y real.
“Cloud Nine” anunciaba un enfoque rompedor en la música de The Temptations increíblemente inventiva que se convertiría en la marca de estilo de Whitfield con ellos para los próximos cinco años, haciendo que el sonido clásico de Motown resultase anacrónico y, a la vez, revitalizando la producción de la discográfica para darle nuevo impulso. Whitfield alcanzaría su apoteosis años más tarde en “Masterpiece”, un lamento por la vida en el gueto en el que cada cantante aparecía por separado, contando su historia. Prácticamente en ninguna parte de esa canción las voces se unen, una decisión creativa atrevida teniendo en cuenta que las armonías vocales eran la naturaleza intrínseca del grupo.
“Cloud Nine” representó el primer premio Grammy para Motown. Aunque, más importante que esa recompensa de la industria, era el sonido del futuro que estaba naciendo, impulsado por el wah-wah a la guitarra de Dennis Coffey y la percusión latina de Mongo Santamaria,. No habría vuelta atrás. The Temptations le dieron continuidad a esa bomba de relojería con una deslumbrante serie de singles y canciones en sus álbumes que expandieron los límites aún más allá.
Ellos y Whitfield, envalentonados, abordarían el racismo (“Message from a Black Man”, “Ain’t No Justice”), los niños de la calle (“Runaway Child, Running Wild”), la vida en prisión (“Slave”), Vietnam (“War”), la avaricia (“Don’t Let The Joneses Get You Down”), los convencionalismos sociales (“Law of the Land”) y otros tantos temas que rara vez se habían tocado dentro de los límites de tres minutos y medio de la típica canción soul.

Whitfield también haría caso omiso de esas mismas limitaciones. “Runaway Child Running Wild” duraba más de nueve minutos. En la línea de “Masterpice”, “Smiling Faces Sometimes”, un éxito de tres minutos de paranoia conmovedora en la interpretación de The Undisputed Truth, fue primero una sesión de improvisación sin cortapisas de 12 minutos en las manos de The Temptations, acompañados por la banda residente de Motown, The Funk Brothers.
Era ese tipo de momento único en el que se experimentaba con la flexibilidad del músculo creativo y la sensación de que todo era posible. “I Can’t Get Next to You” irrumpió en las listas impulsada por una pista rítmica oscuramente funky teñida de amenaza, misterio y blues. “Psychedelic Shack”, llevó el funk psicodélico un paso más allá. “Ball of Confusion (That’s What the World Is Today)” logró catalogar una larga lista de males sociales en una letra enmarañada que no conseguía sobreponer su sincera ira ante un mundo que iba mal. “Superstar (Remember How You Got Where You Are)” dirigía sus dardos a dos de los antiguos cantante de la banda, a lomos de un bajo vengativo y un teclado francamente cruel.
Cuando “Masterpiece” apareció en 1972, The Temptations habían vuelto a cambiar. Paul Williams había abandonado el grupo por motivos de salud mientras que Eddie Kendricks, tras fuertes choques con Otis Williams y Melvin Franklin, optaba por una carrera en solitario. Sus reemplazos fueron un tenor de voz aceitosa llamado Richard Street, que había estado en el grupo original de Otis Williams, The Distants, y un singular cantante de voz parecida a Kendricks llamado Damon Harris. Junto con Williams, Franklin y Edwards, condujeron al grupo no solo hasta el final de la era del soul psicodélico sino también hasta uno de sus cimas.
Esa catedral sónica fue, y es, “Papa Was a Rollin’ Stone”. Surge de un bajo embelesado y de un sonido profundo que va calando más con cada uno de sus 12 minutos, sostenido por unas guitarras que raspan y arañan, unas cuerdas que se elevan, tenues como apariciones fantasmagóricas, y una sección de viento a modo de advertencia. Edwards entra cuando la canción lleva ya casi cuatro minutos, cantando con los dientes apretados: “Era el tres de septiembre / Ese día lo recordaré siempre / Porque ese fue el día en que murió mi padre”. Y cantaba justo lo que le había sucedido a él. Toda una historia profética y conmovedora sobre la separación de padres e hijos.
Es la auténtica obra maestra de Norman Whitfield, casi su testamento, antes de marcharse para hacerse cargo de su propio sello Whitfield Records y dejar las labores de producción de The Temptations en manos de Jeffrey Bowen y James Carmichael. El quinteto se había cansado de su énfasis en las pistas instrumentales en detrimento de las voces, de sus retrasos en el estudio y de unos éxitos que iban menguando con cada nueva entrega con él como responsable.
No había mucho más por donde avanzar. La era del idealismo y las comunas había dado paso a otra más materialista e individualista. Se acababa la guerra de Vietnam. Las manifestaciones cesaban. Las ciudades dejaban de arder con una regularidad cíclica. La era del soul psicodélico llegaba a su fin también. Por supuesto, los guetos siguieron existiendo. Las guerras no llegaron a su fin. La música tampoco. Y la etapa psicodélica de The Tempations sigue sonando hoy a funk desgarrador después igual que entonces, plenamente vigente. Simplemente porque algunas cosas son necesarias cuando surgen y llegan para quedarse para siempre.