CAMPUS GALICIA ARTICULO TECHNO

CAMPUS GALICIA ARTICULO VAN MORRISON

ARTÍCULOS 1999

Van Morrison, viajero astral

Sin lugar a dudas, los recientes rumores sobre el regreso de Van Morrison lo que intentaban era atraer la atención de antiguos seguidores perdidos por el camino. Una vuelta a la forma de antaño, decían, citando el título de su nuevo disco, Back On Top –De nuevo en la cima- como la mejor de las pruebas. Otros hablaban de la recuperación de la atmósfera enrarecida de Astral Weeks y de los arreglos de viento de su etapa más aclamada, la de mediados de los 70.

Puede que estas campañas funcionen, aunque si hay algo claro es que el león de Belfast no está detrás de ellas: él deja caer su música de vez en cuando y que los demás dispongan, a poder ser sin hacer demasiado ruido. Incluso una declaración tan rotunda -y acertada- como la que da nombre al álbum se ve atemperada por versos amargamente sardónicos como los que incluye la canción que lo titula (“¿Qué puedes hacer cuando llegas a la cima y ya no tienes ya ningún sitio al que ir?”).

En esta ocasión, la sección de viento queda en las manos del reputado saxofonista Pee Wee Ellis, mientras que el alabado Fiachra Trench es quien aporta los redoblados arreglos de cuerda. De esta forma George Ivan se ve libre para continuar su viaje como sufridor peregrino del blues, que va marcando sus pasos con su propia cruz por un estrecho camino que le lleva del prodigio bucólico al relato de la amarga experiencia con el negocio musical.

El Van Morrison de Astral Weeks nunca hubiera escrito algo tan conscientemente quejumbroso como “New Biography” ni tan violento como el vapuleo descrito en el climático “Golden Autumn Day”. Lleva ya demasiado tiempo siguiendo su propio rumbo, con tanta insistencia que ya es demasiado tarde como para volver al principio y empezar de nuevo.

El glosario de influencias (Ray Charles, Sam Cooke, John Lee Hooker) y nombres recurrentes (William Blake, Mary Shelley, Chet Baker, The Chieftains) proporcionan puntos de referencia fidedignos, sobre los que ha construido un mundo particular tan reconocible, para el que el inmovilismo o la retirada nunca han sido opciones a considerar, convirtiéndose en una de las odiseas musicales más resolutas y resplandecientes de las últimas tres décadas.

“Going Down Geneva”, el corte que abre Back On Top, es una comienzo arisco y seco, una declaración de intenciones en la que la guitarra serrada de Mick Green cabalga sobre un boogie desvergonzado mientras que un Van Morrison que pasa mucho tiempo en la carretera declara sentirse lejos de casa, haciendo sonar toda una tormenta en su armónica (un grito huracanado que reaparece de vez en cuando a lo largo de todo el disco), al tiempo que se pregunta “cómo es posible que todo esto haya llegado tan lejos”.

Las dos joyas gemelas del álbum –“Philosopher’s Stone” e “In The Midnight”- le siguen. Se trata de material irrebatible: la primera, una valoración aguda y mordaz del don de los artistas (“Ni siquiera mis amigos saben que mi trabajo es convertir el plomo en oro”) y la segunda, el hermoso y controlado relato lleno de soul de un agonizante revés emocional, con un órgano humeante, la sentimental guitarra de Mick Green y la poderosa voz de Van Morrison, tan robusta y tierna como siempre.

A lo largo de todo el disco, Mick Green se revela como uno de los tesoros mejor guardados de la música actual, mientras que la voz en falsetto que habitualmente pone Brian Kennedy, una intrusión demasiado relevante en los últimos discos y en las recientes giras, ha sido relegada a un papel secundario, conservando su característico juego de contrapunto con la sequedad ronca del maestro.

Incluso la composición de Van Morrison ha recuperado la urgencia que se había echado de menos en los últimos años. “High Summer” puede ser la más fascinante manifestación de Lucifer en el legado del blues moderno, en la que Van Morrison descubre que el diablo no anda sino en el hombre corriente. Y “Precious Time” es una optimista melodía de gospel que podría situarse a la altura de clásicos como “Bright Side Of The Road”, aunque en este caso se contrapone a un cierto aire de oscuro realismo.

Tanto en esta canción como en “Golden Autumn Day” parece que Van Morrison se ha dejado imbuir de la inspiración de su socio en la carretera Bob Dylan y de su celebrado último disco, Time Out Of Mind, al evocar un fatalismo que de alguna forma consigue mostrarse edificante. Así que no estamos ante el viejo Van de nuevo, sino que es el actual en la cima de su propio juego, algo que añorábamos desde su Hymns To The Silence al principio de la década. ¿Quién, sino, podría hacerlo de otra forma?

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO FADO

ARTÍCULOS 1999

Fado, el canto de la ciudad blanca

En las serpenteantes rúas de los barrios más tradicionales de la ciudad blanca -Alfama, Barrio Alto, Ribeira, Mouraria o Mandrágora-, el alma portuguesa se puede sentir y hasta palpar, al mismo tiempo que su forma más perfecta de manifestarse, el fado, se vuelve reconocible en cada esquina. Las tabernas y las casas de fado se reparten anárquicamente por sus calles y, cuando el sol se oculta, los aficionados se colocan una noche más delante de su público imitando a los grandes clásicos.

“Ni alegre ni triste, un episodio de intervalo”. Así definía Pessoa al fado. Es, también, la tradición sin traducción, tal y como anuncia uno de los varios carteles que salpican esas calles, expresada a través de unas canciones en las que la añoranza, el destino, la tristeza, el sino y la saudade se convierten en los referentes básicos de una cultura popular exclusivamente portuguesa, aunque de alcance universal.

El fado es, tal vez, junto al blues, el flamenco y el tango, la más perfecta comunión íntima entre una música y su lugar de origen. A través de los años se ha convertido en el mejor exponente de la angustia interna, la pasión amarga y la serena melancolía que habita en el alma de los portugueses.

En el siglo pasado la idea del cantador de fados iba asociada a las tabernas, los prostíbulos, la golfería y la imagen de los chulos. No en vano la primera fadista fue una prostituta llamada María Severa, quien, después de muerta a los 25 años, sigue conservando viva su leyenda debido, sobre todo, a sus amores con el Conde de Vimioso a mediados del XIX.

Tras sus orígenes humildes, recolectando influencias árabes y africanas, y su posterior expansión como sublimación de la canción costumbrista popular, espontánea, trágica y algo canallesca, llegó la gran Amália Rodrigues para dignificarlo y llevarlo al resto del mundo, alargando su sombra sobre toda posibilidad de evolución posterior, al igual que Gardel con el tango.

Más adelante, en su versión de Coimbra, el fado se sofistica, entra en contacto con el mundo más lírico de los poetas y se acerca a otros ritmos de raigambre atlántica, como el tango, la milonga o la habanera. Durante décadas continúa estancado, hasta que nuevas voces como Dulce Pontes, Teresa Salgueiro –de Madredeus-, Misia o Bevinda reivindican aquel legado en sus canciones, más en lo que concierne a su sentir que a la repetición de sus esquemas de composición.

Ahora, con el fin de siglo, el fado parece vivir una nueva juventud. Y la colección que ahora se edita, El canto de la ciudad blanca, aprovecha esa situación para intentar ubicar su vigencia a través de treinta y seis canciones en dos compactos en los que hay lugar para casi todas las grandes voces que en el fado han sido a excepción de, por ejemplo, nombres como Lucilia do Carmo o Alfredo Marceneiro.

Por una parte aparecen las grandes damas de la canción portuguesa, como la propia Amália Rodrigues, Hermínia Silva, Maria Teresa de Noronha o Anita Guerreiro. La ortodoxia continua en las voces de Carlos do Carmo, Paulo de Carvalho o Beatriz da Conceiçao.

Algunos rompen con los tópicos de la canción triste, entre ellos Jorge Fernando, Manuel de Almeida, Joao Pedro o Joao Braga, mientras otros lo aproximan más al pueblo: Vicente de Cámara, Tereza Tarouca o Rodrigo. Pero también hay tiempo para los grandes compositores –Paulo, Ferrer Trindade, Max, Raúl Portela o Frederico de Brito- y el reflejo de la evidente relación con los poetas portugueses –Almeida Garret, Pedro Homem de Melo, Alexandre O’Neill o José Carlos Ary dos Santos-.

Tal vez el aspecto más destacable de esta colección sea la traducción de todos los textos al castellano, labor realizada por el español Carlos Pérez Álvaro, que vivió en Lisboa y sigue ligado al país vecino. Se acompaña, también, un breve glosario de términos utilizados habitualmente en las piezas propias de este género.

José Niza, psiquiatra, diputado socialista por Santarem y compositor de fados, se encarga de la erudita presentación. Esta elección tiene su razón de ser: Niza fue el autor de “E despois do adeus”, la canción que dio el pistoletazo de salida a la Revolución de los Claveles, hace ahora 25 años. Se echa en falta, eso sí, información sobre la fecha de grabación de las canciones y una pequeña biografía de cada artista.

El punto y final lo ponen, de nuevo, las palabras de Pessoa: “El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también lo abandonó. En el fado, los dioses regresan, legítimos y lejanos.”

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO KINKS

ARTÍCULOS 1999

TheKinks, reedición de unos clásicos

¿Quétienen en común, pongamos por caso, Van Halen, The Raincoats, Mot The Hoople,The Pretenders, The Fall, The Jam, Big Star, Blur, Elvis Costello, Herman’sHermits…? Nomucho, a no ser que todos han hecho versiones de alguna canción escrita en sudía por Raymond Douglas Davies, por supuesto. El repertorio de los Kinks delos años 60 es tan variado y de tal alcance que ha conseguido tener unaamplia variedad de grupos como fans. Y en el caso de The Jam o Blur le debengran parte de su razón de ser.

Labanda surgió en medio de la invasión británica de los 60 con ruidosascanciones rock, que contribuyeron a cimentar las bases del heavy-"You Really Got Me", sin ir más lejos-, pero pronto seconvirtieron en un combo de canciones nostálgicas dedicadas a reflejar elmundo londinense de aquellos años, y todo ello sin estar en sintonía con elresto del mundo musical de por aquel entonces: tan sólo Donovan estaba tambiénfuera de juego, pero Ray Davies tenía un oído más preparado para las melodíasy unas letras mucho más clarividentes.

Cuandola banda comenzó con una serie de singles de éxito que incluían "YouReally Got Me" y "All Day And All Of The Night", parecía queestaban en la cima del mundo y que habían nacido para quedarse allí. Losproblemas echaron a perder tan benévolos presagios incluyendo, en el caso deRay, crisis nerviosas, pérdida de inspiración y problemas con la bebida. Y,a pesar de todo, consiguieron legar a su compañía de discos, la máspreocupada por sacarle un rendimiento instantáneo, y al mundo entero, cincodiscos ya clásicos y un buen puñado de singles en menos de tres años.

Esosson los cinco discos que ahora se reeditan gracias a la colaboración entre susello original Castle y Mastertrax: TheKinks, Kinda Kinks, The Kinks Kontroversy, Face To Face y SomethingElse By The Kinks. Y la mejor noticia es que todos doblan su duraciónoriginal, incluyendo rarezas, caras B y versiones que no aparecían en lasediciones originales, aunque se respetan las portadas que antes tenían y sele incorporan unos acertados comentarios.

Puedeque los tres primeros no pasaran de ser colecciones de singles -excelentes,eso sí-, pero a partir del cuarto, en 1966, The Kinks empezaron a hacerdiscos completos, al igual que los Beatles, los Beach Boys o los RollingStones, en una época en la que se hicieron muchos discos grandiosos yatemporales, con forma de declaraciones íntegras más que una simple colecciónde singles de éxito con algún que otro relleno.

Para probarlo están las canciones, que fueron ganando en profundidad a medida que pasaban los meses y que el éxito les rondaba. Y todo coincidió con los problemas: su hermano Dave empezó a buscarle un sustituto a Ray en la banda, las giras eran una tensión continua dentro del grupo, su compañía no se preocupaba más que por los beneficios instantáneos y su productor Shel Tamy tenía que bregar con los intentos de Ray de hacerse con el control tras la mesa de producción.

Así que, a medida que su vida personal iba cayendo en picado, sus letras empezaron a reflejar este peso, mostrando las depresiones del principio y buscando alguna forma de escapar más tarde, con el sonido mirando hacia los "viejos y buenos tiempos".

Cuando a Ray Davies le preguntaban por la melancolía de sus canciones, él respondía diciendo que no lo hacía por fastidiar, sino porque en todo el mundo encontraba la misma debilidad que él sentía. "Dellicated Follower Of Fashion" o "Well Respected Man" demuestran que Ray aprendió, poco a poco, a darle un severo repaso a las clases medias, y en ello basó buena parte del resto de su producción: de la frustración personal a su madurez como compositor sólo medió un paso.

Aunque el grupo empezaba a mostrar síntomas de sofisticación con The Kinks Kontroversy, su material realmente valioso llegó con Face To Face, cuando comenzaron a mezclar sus raíces rhythm’n’blues con escalas indias, folk, el music hall y la colaboración del clavicordio de Nicky Hopkins -también asiduo en las grabaciones de los Rolling Stones-.

Con Something Else By The Kinks dieron lo mejor de esta su primera etapa, un paso de gigante en términos de elegancia y consistencia. No hay más que escuchar el acertado relato de idolatración escolar que es "David Watts" o el dardo certero de "Harry Rag", que ahora se recogen junto a cortes extra tan exquisitos como "Wonder Boy" o "Autumn Almanac".

Ironías de la vida, sus más brillantes capítulos junto a la banda a la que Ray Davies dedicó toda su existencia se reeditan al mismo tiempo que aparece su primer disco en solitario después de 34 años, The Storyteller, un disco digno, pero que no pasa la prueba de las comparaciones, ni siquiera lo debería intentar. Ray Davies se lo ha ganado a pulso.

Xavier Valiño

CAMPUS GALICIA ARTICULO LOS NUEVOS CROONERS

ARTÍCULOS 2000

FIB: Camino sin retorno

Primal Scream en Benicassim 2000

Curioso, curioso. En un Estado en el que todos huyen de la cultura minoritaria como la peste, el festival veraniego que triunfa es el de Benicassim, consagrado a la música independiente y más al margen de los medios masivos. Y no hay excusas que valgan: a estas alturas el Festival Internacional de Benicassim tiene un público fiel que pasea la especialización como su estandarte y el elemento que le hace existir por imperiosa necesidad.

Edición del 2000: 24.000 espectadores, 700 periodistas, televisión en directo, 150 millones de oyentes a través de las ondas, 500 millones de presupuesto… Cantidades para marear, pero no para perder el Norte. A pesar de haber crecido cuantitativamente en los años anteriores –no en éste, ojo, el techo ya está marcado-, la filosofía original permanece inalterable. Y el resultado se traduce en un balance artístico satisfactorio y en una organización casi impecable: quedan en el debe los cortes a Primal Scream, Elastica, Johnny Marr’s Healers o Los Fresones Rebeldes.

Cartel. Contar con Oasis en el plantel de artistas significa una seguridad que permite dedicarse a grupos aún más minoritarios. Así que de menos calidad en la programación, nada. Más bien todo lo contrario: posibilidades así no se pueden tener todos los días, por lo que la mayoría intentan convencer a una audiencia respetuosa, pero crítica, de sus propuestas. Arriesgadas unas, desconocidas otras, creativas todas, y con un amplio margen por delante, del que Benicassim se convierte en punto de partida a ese sendero que ya no tiene vuelta atrás.

Oasis. Sólo uno de los hermanos Gallagher, Liam, se dignó en pisar el escenario. Noel ya no es más que el mito a imitar. Lo hace su guitarrista de reemplazo, como un clon -y lo hace también Johnny Marr al frente de su nueva banda, demostrando como el maestro ha pasado a imitar al alumno-. Lo que ahora representan los de Manchester, cuando Liam decide concluir un concierto, es un gigantesco karaoke, poniendo en evidencia que los Oasis del 2000 poco tienen que ver con la banda que hace cuatro años conquistó el mundo. Eso sí, los sustitutos se ganan el sueldo con su perfecta clonación, y cuando Liam canta “Rock’n’Roll Star” el mundo le da la razón: ha conseguido su sueño, con la arrogancia y la chulería como elementos indisolubles a tal condición.

Primal Scream. Si los Rolling Stones sonaran como deberían en este cambio de milenio, se llamarían Primal Scream. La mejor banda rock del mundo, ni más, ni menos. Tienen la actitud punk, los riffs del Keith Richards más bastardo, la química del verano del amor, la imagen de Joe Strummer y la fuerza de una locomotora desbocada. Suenan peligrosos, sucios, vanguardistas, clásicos, primitivos, agresivos, eléctricos… Incitan a la rebelión y consiguen la unanimidad en la acción y en el baile. Bobby Gillespie es la instantánea de Benicassim 2000, al menos la que nos gustaría recordar.

Richard Ashcroft sin The Verve. El nerviosismo dio paso a una confirmación. Sin su anterior grupo, Richard Ashcroft pierde fuelle: sus acompañantes no dejan de ser meros mercenarios. Pero jugó con las cartas marcadas: ennegreció su inmaculado sonido con coros soul y gospel y, al final, consiguió que su reblandecido sonido diera el pego. Triunfo por insistencia y convencimiento.

Escenario Maravillas. En un escenario tan grande, consagrado en su mayoría a las propuestas más rock, casi todos brillaron por debajo de las expectativas. Sólo merecen una mención Six By Seven –penúltima regeneración del rock británico-, Autor de Lucie –delicadeza entre tanta pretenciosidad- y la excelente voz de la cantante de Morcheeba, un grupo demasiado dirigido a las audiencias mayoritarias.

Grupos estatales. Los Planetas arribaron con una actuación anterior olvidable y, en el 2000, casi consiguen hacerlo inolvidable. Aún habrá tiempo para superarse, porque el Festival es suyo. Sexy Sadie tienen ya bastantes clásicos coreables y Astrud reconvirtieron la ironía y la sencillez en su mérito –“gracias por venir a vernos a nosotros y no a Onasis; al menos nosotros hemos venido los dos”-.

Escenario “Viaje a los sueños polares”-“Urbe.es”. Con la única pretensión de disfrutar, agradar y convencer, la mayoría de sus inquilinos ocasionales fueron los grandes triunfadores: Saint Etienne y su pop lujoso y lujurioso, Pizzicato Five al borde del delirio bailable y Gonzales como el trío más canalla e incorrecto de los tres días. No estuvieron solos: Mojave 3, Baxendale, Pop Tarts, Le Hammond Inferno –y la consigna “Move Your MP3s”, guiño al subconsciente colectivo en tiempos de piratería masiva en red-…

Dos momentos para el recuerdo. Richard Ashcroft y sus diez minutos en acústico y eléctrico de un “Bitter Sweet Symphony” glorioso, y Moloko, con veinte minutos de un “Sing It Back” en acústico, eléctrico y versión dance que aún seguiremos bailando por mucho tiempo.

Xavier Valiño

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