BJORK DEBUT

 

BJÖRK: Debut (One Little Indian-Polygram, 1993)

 Bjork - Debut

La voz de Björk no tiene parangón: se desliza por las notas como una gota de agua a lo largo de una hoja, se vuelve brusca, muestra su vulnerabilidad y sale desbordada como si hubiera algún obstáculo que le impidiese cantar, para acabar desarmando como una soprano culminando la última aria de su vida. Tamaña voz sólo podría ser de alguien que se haya pasado su vida entera abusando del Marlboro o de alguien que viniera de un país con un idioma gutural en el que la gente tiene apellidos como Gudmundsdottir –el de la propia Björk-.  

A finales de los 80, después de haber grabado ya un disco de jazz con once años en su Islandia natal, Björk saltó a la fama de mano del excéntrico sexteto The Sugarcubes -los B-52’s europeos- donde, curiosamente, ella era la que infundía vida terrenal a tan alienígena proyecto. En aquellos tres discos su voz quedaba siempre retumbando en el aire, inundando cualquier espacio que les cediera unos minutos. 

La pasión de la islandesa, una vez disuelto el grupo, se centró en las pistas de baile. Colaboró con 808 State y se metió en un estudio con Nellee Hooper, la mitad de Soul II Soul. Cualquier idea preconcebida que se pudiera tener entonces del resultado de aquellas sesiones saltó por los aires cuando Debut asomó tímidamente para darle a la música de los clubes la dignidad que siempre había buscado, a través de una experimentación nada forzada y gracias a colocar su voz al frente y justo en el centro de todo. 

Debut es un álbum enteramente de Björk, en el que se tiene la impresión de que sus canciones habían viajado en su mente, como preciados secretos, durante años, pero en el que la colaboración de Nellee Hooper es también vital, al conseguir transformar unas ideas en bruto en un plato exótico sin que suene confuso o sobrecargado. 

Sus canciones oscilan entre un desorbitado sentimiento soul y un susurrante lamento jazz, a las que la entonación camaleónica de la voz mejor dotada y más versátil del pop les va como un guante de seda: el funk vigoroso de «Big Time Sensuality», el ambient de «One Day», el techno de «Violently Happy», el pop  intoxicante de «There’s More To Life Than This», la delicadeza arábiga de «Venus As A Boy», el jazz experimental de «The Anchor Song», la balada con arpas «Like Someone In Love», que podía haber salido de cualquier película en blanco y negro de Judy Garland, o los complejos arreglos orquestales de «Aeroplane». Aún hoy, al escucharlo, uno se siente tan lleno de gozo como el que expresa esta pequeña islandesa que un buen día demostró estar poseída por el placer en todos y cada uno de sus sentidos y de los poros de su piel.

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