BENICASSIM 2001

Festival Internacional de Benicassim 2001

El exitoso límite y sus principios

 

 

P J Harvey / Belle & Sebastian

(Fotos: Xavier Valiño)

         En este Estado las modas marcan pauta. Digámoslo despacio y con cuidado, para que se nos entienda. Benicassim es ya una marca con denominación de origen y, en determinados ambientes, se vende muy bien. De ahí que mucha gente quiera estar allí, aunque luego, salvo contadísimas excepciones, las cifras de venta de los grupos independientes no superen las 5000 copias.

      Así que 30000 asistentes a un festival de música independiente significa que hay una buena parte –los fieles desde su inicio- de público entendido, exigente, respetuoso y que profesa una admiración rendida por buena parte del cartel. Otros extraen de su sana curiosidad jugosos descubrimientos. Y una tercera parte, tal vez la que ayuda decisivamente a equilibrar el presupuesto, sigue la corriente y vive más lo que tiene de celebración juvenil que la música en sí.

          Para todos hay sitio, aunque el Festival debería fijarse un límite en el tope alcanzado este año. En esta edición los espacios se han quedado pequeños, así que se impone una redistribución. Para mantener la filosofía original –si, la misma que impulsa a sus responsables a rechazar con acierto a la advenediza Cadena 40- y el criterio coherente del cartel, la razón principal de su éxito, no se necesita crecer más. No cabe otro reproche, ya que el resultado, a pesar de lo que podría parecer, se traduce en una organización casi impecable y en un balance artístico excelente.        

        Unos cuantos nombres quedan ya para siempre en el recuerdo. Belle & Sebastian eran la cuenta pendiente y se saldó con matrícula. De antemano parecía imposible: un grupo que elude este tipo de acontecimientos –estuvieron en el segundo escenario por petición propia- y que luce un repertorio de pop-folk intimista, sutil y melancólico, no son el reclamo ideal para un festival al aire libre. Se presentaron sin dar crédito a lo que veían enfrente y decidieron mostrarse accesibles y participar del ambiente receptivo.

          Mogwai también están ya en el subconsciente colectivo, aunque empleando armas bien distintas. Lo suyo fue una actuación brutal –cuatro canciones en cuarenta minutos-, de cuatro tipos fríos y abrasivos, una marea sónica que convirtió el ruido en una experiencia trascendente, tanto que al acabar nadie se sentía con fuerza para aplaudir. Apabullantes. Y eso que cinco horas antes los franceses Experience habían provocado algo parecido con planteamientos similares.

      P J Harvey también toco el cielo de la luna llena. En el 99 se quedó a un paso, pero este año salió decidida a arrasar y lo consiguió. Su actuación, aún con menos electricidad de lo que en ella era habitual en otros tiempos, se tornó tensa, enérgica y pasional. El momento para el recuerdo del 2001 se lo adjudicó cuando se enfrentó sola, guitarra en mano, a una lectura más intensa aún, si cabe, de su penetrante “Rid Of Me”.

      James demostraron la razón por la que son uno de los escasos supervivientes a 20 años de desmadrado pop británico, espoleados por la veteranía -con un Tim Booth entregado y espasmódico-, clase y repertorio. Flaming Lips no dejaron indiferente a nadie, con sus sinfonías lisérgicas y sus excéntricos refuerzos visuales. También sus colegas Mercury Rev consiguieron hacer levitar a la audiencia, especialmente en su estallido psicodélico final.

Chucho

      Otros evidenciaron lo que ya sabíamos: que Ash siempre funcionan con su pop-punk enérgico y directo; que Big Star –o Alex Chilton más los Posies- suenan a clásicos sin desmelenarse; que Goldfrapp masajean la mente con sus atmósferas preciosistas; o que el combinado de funk y soul de Stereo Mc’s se engrasa mejor en vivo.

      Pulp pudieron estar a la altura de todos ellos, y a Jarvis Cocker le sobró glamour, emotividad y capacidad teatral –en un punto medio entre Raphael  y Scott Walker, su nuevo productor-, pero su concierto tomó la senda que no debía: de más a menos. Y Manic Street Preachers demostraron que su rock de estadio –con la provocación añadida de unos acordes de Guns’N’Roses- es de lo más solvente, pero le falta alma, justo lo que más odiaban cuando empezaron.

      En la carpa de baile, Fatboy Slim extrajo cazalla para las multitudes de sus platos, The Freestylers invitaron al baile desbocado, Basement Jaxx ofrecieron el mejor espectáculo con la mayor cantidad de ritmos variados y The Avalanches dieron el recital más imprevisible e incorrecto basándose en guitarrazos punk.

      Por si no nos hubiéramos enterado, Chucho, con la irresistible personalidad de Fernando Alfaro, Nacho Vegas y La Habitación Roja supieron recordarnos que aquí también hay vida después de la invasión foránea, aunque siempre se les reserve un puesto de segundones de lujo en el cartel de uno de los mejores festivales internacionales.

 

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