ANTONIO VEGA 1998
Antonio Vega, persiguiendo sombras
“Cierto como imaginar”
Pues sí. Todos lo intuíamos, pero necesitábamos que el propio Antonio nos lo confirmara. Sus canciones son autobiográficas, y por ellas corre el aliento de todo lo que le ha pasado en la vida. ¿Cuántos artistas hay que hayan documentado su vida tan clara y constantemente desde un principio en este Estado? Pueden contarse con los dedos de una mano, y todos ellos han sucumbido a la tentación de hablar del resto del mundo. Antonio Vega no.
Desde el principio, las vivencias de Antonio Vega ocuparon el primer y único lugar en cualquiera de sus 80 canciones. “Chica de ayer” lo atestiguaba y, por ello, desde sus inicios, y a través de los años, ha ido enganchando a más y más gente. Curiosamente, a medida que los discos de Nacha Pop encontraban mayor repercusión y los suyos en solitario eran esperados con anhelo, lo que podía haberlo convertido en el solista con mayor credibilidad y éxito, su vida personal hacía aguas. Fue la heroína, sí. Hoy puede hablar de ello con naturalidad porque está desintoxicado. Pero tampoco alardea del tema ni vende imagen de superviviente. Lo documentan las letras de sus canciones y muy, muy poco, sus declaraciones.
Quedan para el recuerdo sus mejores logros. Su primer disco en solitario, por ejemplo, el mejor de los editados hasta ahora, titulado No me iré mañana, al que siguió la colección El sitio de mi recreo, a base de baladas antiguas y con una versión de Machín. Después vino Océano de sol, en el que algunas buenas canciones quedaron enturbiadas, según propia confesión de Antonio, por la producción de Phil Manzanera, el ex-Roxy Music.
Ahora, Anatomía de una ola, más intimista, más acústico, más tranquilo, más Mediterráneo, más… Serrat. Él se manifiesta muy contento de un trabajo hecho casi totalmente en el estudio, y por eso se ha prestado por primera vez a una intensa campaña de promoción. Y aunque su estilo se depura cada vez más y es más reconocible, esta vez las canciones no ayudan del todo. Tal vez eso sea lo de menos, porque sigue hablando en primera persona, y no se le puede negar el mérito. Aunque las claves sólo se descubren en palabras del propio Antonio.
“El murmullo de tus manos”, por ejemplo, está dedicada a su cuñada Mercedes, fulminada por un cáncer, y a la que Antonio le escribió esa canción que le puso en un walkman mientras respiraba su último aliento. Hoy está enterrada con ese walkman y su canción. “Tributo a…” es un homenaje a una poetisa que siempre le gustó, Felisa Sanz, y que cree que no se valora lo suficiente.
Hay también muchas referencias a ese pasado turbulento -“en otras aguas me quise encontrar”, “y a las mismas tentaciones cedió mi voluntad”-, a su reciente ruptura con su pareja de 17 años, una de las dedicatorias del disco -“libertad, sinceridad, ilusión, esperanza…”- y, por supuesto, agradecimientos a poder contarlo todo, a poder seguir con su vida bohemia, sin más ataduras, a la que nunca renunció -“hoy soy de aquí, de donde piso”-. Mañana, ya veremos.
¿Te parece ahora, desde los años, que la aventura de Nacha Pop no fue apreciada en su momento?
– Con el tiempo la gente la ha ido valorando más. Tal vez desde una perspectiva de tiempo pasado, Nacha Pop haya adquirido la relevancia que realmente tenía en el momento. Entonces se vivió con intensidad, y hubo gente que lo vivió con nosotros muy de cerca. Desde luego que, con el tiempo, la gente lo ha descubierto y se ha manifestado la magnitud real de aquello.
El directo de Antonio Vega siempre ha sido como el de Nacha Pop, imprevisible.
– Eso es una forma muy benévola de decir que algunos bien y otros demenciales. Con el tiempo se aprende a disfrutar de los conciertos y a hacerlos bien. La clave está en volcarse y hacer que la gente lo disfrute. Ésa es la forma de encarar los directos ahora, y suele salir muy bien.
La gente reivindica ahora tus canciones del pasado con verdadero entusiasmo. De todas formas, ¿qué canción tuya te parece que no ha sido suficientemente apreciada?
– Hay muchas canciones de las que guardo un recuerdo especial o asociado a algo en concreto; te podría decir todas. Con el tiempo se han ido descubriendo las canciones y se han ido revelando, y ahora está suficientemente valorado el material de Nacha Pop y el mío en solitario.
Curioso que Nacho Béjar haya acabado siendo tu colaborador, teniendo en cuenta que siempre se citaba como tu más claro discípulo. ¿Lo seguías en la época de Sonora?
– Nos conocemos desde hace muchos años, y he seguido sus proyectos y él los míos. Siempre fue una posibilidad a tener en cuenta el hecho de que me acompañara, sobre todo porque es un gran amigo. A su lado me siento muy arropado.
Tiene que estar un poco cansado de las comparaciones contigo.
– El hecho de que se refirieran a mí al hablar de su música llegó a provocarle una desilusión importante. Yo pensaba que si por su trabajo no conseguía marcar las diferencias, a la hora de vernos juntos en un escenario todo el mundo las apreciaría porque resaltarían. Él tiene su gente, muestra su propia identidad, y la gente se da cuenta de ello.
¿Qué diferencias hay en el apoyo que tienes de él y el que te daba Nacho García Vega, tanto en el grupo como en la composición?
– Es otro tipo de persona, de trabajo y de respeto, pero ni mejor ni peor. Tampoco pretendo darle la forma que tenía Nacha Pop, que era más como una familia en la que la convivencia era muy estrecha. Las responsabilidades y las metas eran compartidas, así que era otro planteamiento.
Un disco homenaje en vida, el que se editó hace cuatro años, es algo extraño. ¿Qué te gusta y qué no te gusta aquel álbum?
– Lo que más me gustó fue la predisposición de todos a manifestar un cariño hacia mí. Lo que no me gustó fue el sentido de fondo que se le pretendió dar a todo. El título –Ese chico triste y solitario– tampoco era muy afortunado: lo de triste y solitario no me gusta como definición rotunda o dogmática de mi persona. Sí que me gusta estar solo para darme tiempo a mí y a mi mundo interior, lo que es una soledad agradecida, pero también tengo momentos alegres, en los que me gusta disfrutar de los amigos y gente alrededor.
No ha sido el único disco en el que tu participación ha sido más bien escasa. ¿Qué te parece el recopilatorio con tus canciones editado el año pasado?
– Está bien para ver como evolucionaron las cosas desde el punto de partida. Se adquiere una perspectiva completa y objetiva de lo que fue todo. Pero faltan cosas: yo todavía estoy esperando una recopilación que incluya cosas como “Ruidos en el desván” o “El sueño”. Pero estas colecciones siempre responden a un planteamiento comercial, y no son exactamente lo que uno quisiera.
Conozco versiones tuyas de Antonio Machín -“Ansiedad”-, Queen -“These Are The Days Of Our Lives”- y Joan Manuel Serrat. ¿Has hecho alguna más? ¿De cuál has quedado más contento?
– No, no hay más. De la que más contento he quedado es de la versión que hice de la canción de Serrat, “Romance de Curro ‘El Palmo’”.
En los últimos tiempos es bastante evidente tu acercamiento a la obra de Joan Manuel Serrat. Quién lo diría en tus inicios.
– Mi acercamiento a Serrat es consecuencia de una afinidad que tengo en el fondo con él. Siempre me han gustado sus canciones, y es alguien que me ha influido mucho y que puede aparecer por ahí inconscientemente. Serrat para mí representa el sosiego de la lengua castellana, arropado por un arreglo musical, las palabras sentadas cómodamente en la melodía y el ritmo.
También tiendes hacia otros sonidos más reposados. ¿Te ves cada día más lejos del mundo del rock?
– No, el mundo del rock está muy por encima de lo que es un ritmo de rock. Es una forma de vivir, de la que pueden surgir cosas como este disco. Depende más de un momento anímico personal que de una afinidad al estilo.
Hay una cierta imagen de ti, de persona perezosa a la hora de escribir canciones. ¿De verdad te cuesta tanto componer?
– Soy muy crítico conmigo mismo y no soy muy prolífico. Lo que pasa es que vivo con mucha intensidad cada canción a la hora de componerlas y mezclarlas, que para mí es lo verdaderamente importante: quiero que cada una de las canciones me ponga los pelos de punta, y así puedo saber que realmente tengo algo que decir.
¿Estás cada día más cerca del ideal que puedes tener en la composición de las letras?
– Cada día me siento más cerca. Aunque eso no quiere decir que lo vaya a conseguir, ni que se deba o pueda ver la meta cerca, ni tan siquiera un punto en el que se acabe. La madurez, la forma de escribir disco a disco, van perfilando un lenguaje propio y una forma que la gente identifica como algo mío, y eso es una muestra de que seguimos vivos y evolucionamos.
Lo que hay en tus canciones últimamente son muchas referencias al universo acuático. ¿Has reparado en ello?
– Es algo que está muy presente como homenaje a los medios inmensos: el agua o el vacío, con referencias a ríos, mar, olas… Es una compenetración con la idea de estar pisando la orilla del agua o del vacío.
Y también de las tentaciones del pasado.
– Me planteo siempre esa dualidad, esa psicopatía que no llega a ser patológica, como la mejor manera de autocensurarme o de darme apoyo a mí mismo.
¿Te da miedo ser autobiográfico o es la forma en la que entiendes que te expresas mejor?
– Sí, de hecho creo que es la forma que he encontrado para mí: la autobiografía, el autorretrato, la síntesis del sentido de mi vida.
Y no dejas de agradecer seguir vivo.
– Es la forma de recordar que las cosas pasan en la vida. Aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor no acaba de convencerme. El mejor tiempo siempre está por venir, siempre está por delante. Es una forma de no dejar de dar el paso siguiente, se dé como se dé.