VETUSTA MORLA 2008
Vetusta Morla, la canción de la pirámide
Vetusta Morla es una banda con una fuerza emocional directa, estremecedora, donde las palabras importan. “Las palabras que no existen nos pueden salvar”, dice una de sus letras. Empezando por el título de su debut, Un día en el mundo, que sugiere un fotograma sacado de una historia mayor, una historia épica e inabarcable que se intuye en las experiencias cotidianas, sin acabar de desvelarse, y que es el resultado de nueve años trabajando para llegar hasta aquí, con paradas en el Líbano o el Sahara.
Lleváis ya nueve años. ¿Cómo ha sido vuestra aventura hasta llegar aquí? ¿Ha sido un parto doloroso?
– Al contrario, ha sido muy placentero, entre otras cosas porque no hemos pasado los 9 años pensando en el álbum. Editar un LP completo es un horizonte que se planteó de forma factible hace unos dos años. El resto es tiempo que hemos pasado juntos: hemos estado componiendo canciones, viajando, viviendo experiencias increíbles dentro y fuera del escenario y construyendo la identidad y el universo de Vetusta Morla. Eso es definitivamente placentero y, si no fuera así, hace tiempo que la banda hubiera dejado de existir. Más que de dolor, yo hablaría de esfuerzo. Nos ha costado poner en pie este proyecto, pero a cambio contamos con la satisfacción y, casi diría el privilegio, de haberlo hecho sin dar explicaciones a nadie, tal como nos apetecía perfilar cada detalle, y poniendo toda la capacidad de emocionarnos y toda la ilusión de la que somos capaces.
¿Se puede decir también que estabais preparando bien este debut hasta sentir que era el momento?
– Desde luego, este debut lo hemos preparado a conciencia, tal como hemos hecho todo en la banda siempre. Llevamos nuestro propio ritmo y nuestra propia dirección; no abandonamos un trabajo hasta que sentimos que está verdaderamente terminado y nos sentimos plenamente contentos con él. Vamos despacio pero seguros de que cada paso damos supone para nosotros un nuevo reto y un avance aunque sea pequeño, subir un escalón en la historia particular de Vetusta Morla.
Por el camino, ¿cuántas veces os sentisteis desanimados como para dejarlo?
– Sinceramente muy pocas o quizá ninguna. Hemos tenida la suerte de que cada año nos ha sucedido algo emocionante y se nos ha planteado un nuevo desafío que nos ha mantenido ocupados. No hemos tenido épocas de hastío que nos hayan desanimado. Afortunadamente, la historia de Vetusta Morla ha sido una bendita locura desde el comienzo y a lo largo de casi una década.
¿Con cuántas compañías habéis intentado editar vuestro disco? Al final, ha tenido que salir en vuestro propio sello.
– Cuando terminamos el álbum lo presentamos a muchas discográficas, tanto multinacionales como independientes, pero finalmente creamos nuestro propio sello, Pequeño Salto Mortal. La razón era que las pocas ofertas discográficas que habíamos recibido hasta el momento no resultaban satisfactorias y no nos parecían equilibradas con respecto a la inversión que nosotros hemos hecho en el álbum. No hablamos sólo de una cuestión monetaria sino, sobre todo, de ilusión y esfuerzo; encontrar alguien que ponga en tu álbum el mismo cariño que tú mismo es muy difícil. Había alguna oferta más en ciernes pero todo iba demasiado lento y nosotros no podíamos esperar más. Posteriormente, hemos hecho de la necesidad virtud y hemos tratado de aprovechar las ventajas que tiene hacerlo todo por ti mismo. Pero no se trata de ninguna cruzada contra la industria. No descartamos en un futuro y, si se dan las circunstancias que necesitamos, trabajar con alguna discográfica. Pero sí es verdad que nos enorgullece que Pequeño Salto Mortal pueda ser nuestra aportación constructiva, nuestra idea acerca de cómo una banda puede hacer por sí misma que haya movimiento, nuestra idea acerca de cómo se puede superar cierta parálisis provocada por una “crisis” que quizá sería mejor empezar a llamar “reconversión”.
En cuanto al proceso de grabación, ¿cómo ha sido y en qué lugares fue registrado el disco?
– Comenzamos a grabar en Alameda de Cervera (Ciudad Real) en el Taller de Creación de Alfredo Martínez. Él es un artista plástico que ha montado su espacio de trabajo en una antigua bodega que reformó por completo. En ese lugar, nuestro productor Manuel Colmenero descubrió, por casualidad, una sala con una reverberación fantástica, una habitación larga y alta que conservaba la estructura de madera que antiguamente servía para encaramarse a las tinajas de vino. La configuración de esa sala ofrecía una reflexión del sonido perfecta y una sonoridad con mucho carácter. Manuel decía que aquello bien se podría llamar el ‘Abbey Road manchego’. Allí grabamos la batería, el bajo y la percusión y, además de obtener ese sonido único, sirvió como un punto de partida psicológico muy positivo que nos alejó de Madrid por unos días. De vuelta en la ciudad, completamos la grabación en los estudios Sonobox donde también invitamos a algunos músicos amigos para que grabaran unos arreglos de cuerdas y de vientos. Finalmente, completamos la instrumentación viajando a Pozuelo de Alarcón, en cuya escuela de música nos permitieron tocar y grabar un piano de cola. El resultado final recoge distintas atmósferas que para nosotros están cargadas de recuerdos y que, esperamos, para el oyente contribuyan a ese concepto de naturalidad, luz y energía que tiene el sonido general del álbum.
¿Quedaron muchas canciones fuera? Por ahí aparecen canciones de vuestros EPs y maquetas, ¿no?
– Así es. Cuando comenzamos a trabajar en el álbum reunimos en un CD todas las canciones que habíamos compuesto en el plazo de algo más de un año, algunas incluso, como “Saharabbey Road” estaban todavía en una fase bastante esquemática. En el CD añadimos las canciones que habíamos grabado anteriormente y nos sentamos a escucharlo. En total debían de ser unos 30 temas, de los cuales siguieron adelante 14 ó 15. Esos fueron los que trabajamos en el local de ensayo donde los grabamos para tener maquetas como punto de partida. Fue un trabajo muy cuidado e incluso hay algunos detalles que en el disco final han quedado tal como los grabamos en las demos del local. Finalmente grabamos 13 canciones en estudio y una se quedó fuera por una cuestión de narrativa de repertorio, porque lo cierto es que, aunque de forma no premeditada, las canciones en el orden en el que se escuchan parecen tener cierta coherencia interna, parecen compartir personajes y hacer referencia unas a otras. Por eso las canciones de nuestros EPs y maquetas ya no son ‘antiguas’, porque forman un nuevo engranaje, una nueva historia junto a las demás de Un día en el mundo y porque, además, siguen representando lo que es Vetusta Morla en el 2008.
¿Estáis contentos con el resultado?
– Estamos muy satisfechos con el resultado final de Un día en el mundo, orgullosos, diría yo. El éxito se debe en gran medida a nuestros productores Manuel Colmenero y Javibu Carretero, quienes entendieron, igual que nosotros, que lo que debíamos hacer en ese momento determinado era acercar el sonido en estudio al empuje emocional y el sonido natural que tratamos de transmitir en directo. Así que todos los esfuerzos fueron dirigidos a eliminar artificios e intermediarios tecnológicos y a preferir las tomas con emoción sobre las técnicamente perfectas, para conseguir la magia de que, si cierras los ojos, puedes imaginar a la banda tocando.
¿Qué es lo que no repetiríais de cara a un segundo disco?
– En cuestión de grabación y producción, casi nada. Durante el proceso hemos aprendido muchas lecciones, pero casi todas en positivo, es decir, cosas que hemos probado y que han salido bien. Otro asunto es el campo de la logística industrial de poner en pie el sello y sacar al mercado el disco. Ahí sí que hemos aprendido a trompazos. Hemos pagado muchas novatadas y hemos tomado nota de muchos errores que no debemos volver a repetir.
¿Qué motiva vuestros textos? ¿Qué es lo que os empuja a componer?
– Lo que empuja a componer es, antes de nada, sentir el impulso imparable de contar algo, tener la necesidad de expresarte o de expulsar tus propios demonios. Las letras cuentan sobre todo historias personales, cosas que nos suceden o reflexiones que hacemos sobre la realidad que nos rodea. Algunos temas que aparecen en los textos son el escepticismo, los viajes, el miedo a madurar, el hastío, el homenaje a los que saben sobrevivir y reinventarse… Pero rara vez las letras tienen un único significado. Están escritas con la esperanza de que puedan sugerir otras cosas a quien las escucha, que puedan servir como inspiración para que cada uno incorpore su experiencia y lo que siente, como pequeñas adivinanzas que cada uno tiene que resolver. Lo hacemos así porque entendemos que, aunque hacer música (o pintura, escultura o escribir) sea un acto privado, cobra su sentido completo cuando lo muestras a otros, cuando otras personas completan el significado de una obra interpretándola a través de sus propios sentimientos. Entonces una canción se convierte en algo más amplio y más hermoso que cuando salió del local de ensayo y, en cierto modo, deja de pertenecerte por completo.
¿Es difícil la dinámica en un grupo de seis personas?
– La verdad es que sí. Somos muchos para organizarnos y tenemos muchas opiniones distintas sobre cada cuestión, musical o no, que haya que resolver. Pero eso, aunque en ciertas ocasiones nos ha hecho ir más lento, en realidad es parte del espíritu de la banda, que hemos construido entre todos y que nos pertenece a todos por igual. En la dinámica del grupo nos ayudó mucho el momento en que decidimos instaurar una especie de ‘dictadura de la canción’: es la canción laque manda por encima de cualquier individualidad, es ella la que, casi como si tuviera vida propia, nos va contando qué necesita para estar completa. Los seis tratamos de trabajar para averiguar qué nos quieren decir las canciones y eso ayuda en el funcionamiento de un grupo tan amplio.
¿Os va más el estudio de grabación o tocar en directo?
– Eso es un poco como lo de: “¿A quién quieres más, a papá o a mamá?” Cada uno es una experiencia distinta que se disfruta de un modo diferente y en la grabación de Un día en el mundo hemos aprendido mucho en el estudio y hemos vivido momentos verdaderamente mágicos. Lo que sí es verdad es que nosotros somos en origen una banda de directo: es sobre los escenarios donde nos hemos formado como músicos y donde hemos construido la personalidad de Vetusta Morla y de nuestras canciones. De hecho, hasta que terminamos este álbum, no sentíamos que ninguna grabación nuestra hiciera justicia a la pasión y la complicidad que hemos desarrollado para los conciertos. Pero ahora, finalmente directo y estudio están al mismo nivel y disfrutamos de ambos, del hechizo de ver cómo las canciones crecen y se construyen en un estudio de grabación y de la inmediatez y la energía de los directos.
Vuestro nombre ya remite a La historia interminable. ¿Algún músico, escritor y cineasta que sea referente para los seis?
– Difícilmente se puede hablar de artistas que sean referentes para los seis. Somos tremendamente diferentes, también en gustos literarios y cinematográficos. Radiohead podría ser una banda (de las pocas) que todos consideramos referente. Más allá de eso, estoy seguro que si te cito un escritor o un cineasta, cuando los demás lean la entrevista seguro que hay alguno que no está de acuerdo.
¿En qué lugares curiosos habéis tocado y cómo llegasteis hasta allí?
– Los más curiosos quizá sean Beirut y los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf (Argelia). Al Líbano acudimos invitados por el festival Anti-Crise en septiembre de 2004. Se trata de un evento que reunía a varios artistas no sólo libaneses, sino también jordanos, canadienses o franceses, por ejemplo. Nosotros fuimos la representación española del festival y tuvimos la ocasión no sólo de tocar con toda esta gente, sino también de convivir durante unos días, todos juntos en una casa otomana convertida en residencia de artistas y centro cultural que se llamaba Zico House. La experiencia fue tremenda, aunque también fue un duro golpe cuando nos llegó la noticia de la guerra de 2006, cuando Israel volvió a atacar Líbano y a cercenar las esperanzas de recuperación y de normalización del país que pudimos constatar cuando estuvimos allí. A los campamentos de refugiados saharauis fuimos invitados por una asociación para impartir unos talleres de música en la escuela de uno de los asentamientos. Por aquel entonces no conocíamos demasiado bien la problemática política ni la situación humana del pueblo saharaui desplazado. Desde aquel momento, tal fue la intensidad humana de la experiencia que nos hemos involucrado en el asunto, especialmente Guillermo, que ha trabajado en el Festival del Cine del Sahara. Fue uno de esos viajes donde se supone que eres tú quien va a ayudar y a llevar cosas, y te das cuenta al final que te llevas de vuelta mucho más, te llevas una conexión en el corazón con esa gente que durará siempre.
¿Nos podéis contar un poco vuestras colaboraciones en otros proyectos y con otras bandas?
– David (batería) forma parte entre otros de Speaklow, de Quartetoscopio, un combo de tango/clásica, y colabora en multitud de proyectos, incluido Depedro la nueva aventura de Jairo Zavala. Ha tocado con artistas de flamenco, con Amparanoia, con Muchachito Bombo Infierno… En fin, es el más activo musicalmente. Jorge (percusión) es miembro de una banda de fusión llamada Calocando. Y Juanma (guitarra y teclados), de una de funk/hip-hop llamada Funkin Donuts. Los demás también hemos estado involucrados en una serie de bandas, todos hemos dado rienda suelta a otros de nuestros intereses musicales.
¿Cuál ha sido la mejor anécdota en estos años?
– Ha habido muchas, pero una de las más emocionantes sucedió durante un concierto en Bueu (Pontevedra). Estábamos tocando una canción que se titula “Valiente” y que tiene un verso que dice “bailando hasta el apagón”. Justo en el momento en que Pucho cantó eso, hubo de verdad un apagón, la luz se fue y quedamos a oscuras. Pero la base rítmica de batería y percusión siguieron tocando como locos. El público se encendió y cuando, medio minuto después volvió la corriente, atacamos el estribillo final de la canción que fue apoteósico. Fue una de esas coincidencias asombrosas hacia las que tenemos una inexplicable atracción y lo mejor es que quedó capturado en vídeo para la posteridad.
¿Y qué objetivos se plantea el grupo después de este primer disco?
– Tocar, tocar y tocar… Devolver las canciones de Un día en el mundo al lugar de donde salieron, los escenarios, y tratar de contagiar al público la enorme ilusión que sentimos por este proyecto. Si hay suerte, entre concierto y concierto sacaremos tiempo para empezar a componer los temas del segundo álbum; de hecho, algunos ya comienzan a asomar la cabeza y a pedirnos que nos dejemos de tanta actividad extra-musical y les prestemos algo de atención.