VALLE DE AÑISCLO, PIRINEOS
Forma parte de los míticos Pirineos. Está justo en el límite de uno de los parques nacionales más evocadores: el de Odesa y Monte Perdido. La carretera que lo cruza, de trazado imposible, es una de las más hermosas del Estado y está expresamente recomendada para hacer en bicicleta.
“Buenas. ¡Vaya recorrido! De todas las rutas que he hecho en bicicleta por carretera, no recuerdo ninguna tan espectacular como ésta.” Un ciclista se ha parado donde nosotros para contemplar una espectacular panorámica del Valle de Añisclo y nos acaba de soltar esta frase definitiva.
Estamos totalmente de acuerdo. Nos lo volveremos a cruzar un par de veces más en la ruta, pero cualquier otra cosa que digamos está de más. Este recorrido es, cuando menos, impresionante.
Nos encontramos en el Pirineo oscense, en los límites del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. El recorrido, bien conocido por los amantes de esta zona montañosa y de los Pirineos, nos lleva por el Desfiladero del Río Bellos, también conocido como Estrecho de las Cambres.
Añisclo es un profundo cañón, de fisonomía casi imposible, configurado por la erosión del Río Bellos en las montañas. Una estrecha carretera, construida en los años 40, lleva por este impresionante tajo desde Escalona a San Úrbez. Por lo de ahora, se puede hacer en coche, aunque no hay nada mejor que recorrerlo en bicicleta para apreciarlo y disfrutarlo en todo su esplendor.
Este tramo es de una única dirección y cuesta imaginarse que, en algún momento, hubiera aquí doble sentido. Incluso se está pensando en cerrarlo al tráfico rodado. Salvo en agosto, es difícil encontrar coches y los pocos que se aventuran por aquí circulan muy lentamente. Además, excepto el ascenso a Vió y Buerba, casi todo el terreno es llano o en descenso, con sólo 270 metros de desnivel, por lo que la bicicleta está más que recomendada.
Partimos de Escalona, población que está a unos diez kilómetros de Aínsa, nuestro punto de referencia en la carretera que une Huesca con Francia. A los dos kilómetros, un desvío a la izquierda nos invita a acercarnos al pueblo tradicional pirenaico de Puyarruego, ubicado en un promontorio sobre el río.
Volvemos a la carretera y dejamos atrás un camping y numerosas pozas que invitan al baño en los meses de estío. A los cuatro kilómetros del inicio de la ruta aparece un merendero, y en el kilómetro seis encontramos el descenso en 278 escalones a la fuente de Puyarruego, aguas a las que la gente del lugar atribuyen propiedades curativas.
Justo aquí comienza el tramo más espectacular, con sus paredes verticales o redondeadas por efecto de la erosión, que se despeñan en precipicios imposibles hasta el lecho del río, y en las que los arbustos crecen en la escasa tierra que existe o en las difíciles grietas de las rocas.
Durante los siete kilómetros siguientes nos detenemos una y otra vez, con cada meandro del río, con cada curva de la estrechísima carretera. Cada pocos metros hay algo nuevo que contemplar, algo que nos sorprende: los túneles, las hondonadas redondeadas en el río, algún que otro madroño, el vuelo de un águila, las cascadas cayendo desde lo alto…
En el kilómetro trece encontramos la ermita y el viejo puente románico de San Úrbez, al lado de otro construido recientemente. Desde aquí parten numerosas caminatas. La más corta se cubre en unos 25 minutos, pasa por un antiguo molino y cruza los ríos Aso y Buellos. Las más largas suben todo el desfiladero de Añisclo y enlazan con otras que permiten llegar hasta, por ejemplo, el Monte Perdido o completar toda la Transpirenaica en varias semanas.
Dos kilómetros después iniciamos el único ascenso de la ruta hasta el alto de Largueza, de dos kilómetros. Allí visitamos Vió, en un hermoso emplazamiento, con las paredes de Las Sestrales detrás y amplios valles al frente. Ya en la carretera de regreso, la que se utiliza habitualmente, y que está abierta a los valles, paramos en Buerba, con sus características casas con chimeneas de campanas y un gran fresno en la plaza central.
Circulamos por el alto, por laderas soleadas, junto a extensos carrascales. En el descenso pasamos junto al pequeño poblado de Gallisné. Tras diez kilómetros de paseo llegamos a Puyarruego y, de ahí, vuelta a Escalona. Por desgracia, al final de nuestra ruta no encontramos a nuestro amigo el ciclista, pero nos gustaría decirle que sí, que tenía toda la razón. Ha sido, sencillamente, espectacular.
(2002)