ULTRASÓNICA2006 DISCOS SAM COOKE
Cuando Sam Cooke grabó Night Beat en tres noches de febrero de 1963, tenía claro que iba a hacer algo que no había hecho nunca, grabar un Lp como tal, no una colección de éxitos con algún número de relleno. Ni singles ni violines, sólo su voz (¿¿sólo??) acompañada por un pequeño pero extraordinario grupo que lo arroparía sutilmente: aparte de sus habituales Rene Hall y Clif White, ahí estaban nada menos que Barney Kessel, Hal Blaine, Billy Preston o el pianista Raymond Johnson impartiendo una master class a lo largo y ancho del disco.
El resultado fue deslumbrante: desde el sobrecogedor “Lost and Lookin’” que abre el disco con el simple acompañamiento de una sencilla línea de bajo y una batería acariciada, hasta un trotón “Shake, Rattle and Roll” que lo cierra, Night Beat nos muestra a un cantante de inmenso talento en la cima de su arte, pleno de facultades pero sin exhibicionismos estériles, llegando al tuétano de un repertorio con sabor a blues y gospel y regusto noctámbulo, que cuarenta y dos años después sigue sonando a gloria.
El directo desde el Harlem Square Club de Miami grabado un mes antes es otra cosa. No resulta extraño que RCA archivara las cintas de lo que se suponía iba a ser su nuevo disco, porque éste no era el Sam Cooke que ellos estaban vendiendo, no el de atildados trajes y voz sedosa apto para todos los públicos. Aquí aparecía descamisado y en medio de una audiencia hermana de raza, una audiencia galvanizada por una fuerza desatada que no deja de azuzarlos desde un escenario que Sam Cooke convertía en un auténtico púlpito profano. Una audiencia que se convierte en parte imprescindible de la celebración, al devolver multiplicado el fervor que emana del escenario en un diálogo que eleva la temperatura al límite.
El grupo de King Curtis se ve arrastrado a interpretar un repertorio infalible (“Cupid”, “Chain Gang”, “Somebody Have Mercy”, “Nothing Can Change This Love”….) en unas electrizantes versiones en clave r’n’b que dejan a las originales, enormes como son, en simple juego de niños, y la voz pierde en terciopelo lo que gana en fuego. Es imposible encontrar palabras que estén a la altura del crescendo que enlaza el final de “You Send Me”, recortado de la versión de ¡quince minutos! que interpretó en el concierto, con la explosiva interpretación de “Bring It On Home to Me”, un auténtico clímax en el que tanto el cantante como la audiencia, particularmente la femenina, a juzgar por los aullidos que recogen los micrófonos, parecen alcanzar el éxtasis. No me extraña. Veinte años después de su primera edición en vinilo, un servidor no puede evitar que sus ojos vuelvan a humedecerse y su piel a erizarse ante esta monumental celebración del poder de comunicación de una música que no tiene fecha de caducidad.
Carlos Rego