ULTRASÓNICA 1997 ENTREVISTA CON PIXIES
Pixies, un feliz accidente
“Mono ido al cielo”
Los Pixies llegaron desde Boston. Llevaban gafas de sol y escuchaban a los Stooges de Iggy Pop, tocaban sus canciones por orden alfabético en alguna de las actuaciones y hacían discos de tal ferocidad eléctrica y genio sombrío como para inspirar a Kurt Cobain a escribir “Smells Like Teen Spirit” de principio a fin. Así de fácil: fueron el grupo de garage definitivo, un hecho que la recopilación que ahora se edita Death To The Pixies intenta demostrar lo mejor que puede.
En los cinco años que van de 1987 a 1992 hicieron cinco discos de chiflada originalidad. Eran discos de brevedad neurótica y volumen destructivo, discos que se quebraban bajo el inmenso peso de su propia distorsión, pero que eran impulsados por melodías enrevesadas y una individualidad abrasiva. En resumen, eran discos que redefinieron la naturaleza de la música rock.
En el centro estaba Charles Thompson, un tipo de figura imponente cuya vida no había tenido hasta ese momento el más mínimo aliciente. Después de formar la banda en 1987 con Joey Santiago -a partir de un anuncio en el que solicitaban músicos interesados en Hüsker Dü y Peter, Paul & Mary-, cambió su nombre por el de Black Francis y se embarcó en la temeraria cruzada de hacer de los Pixies la más extraña banda de rock'n'roll que jamás nadie hubiera escuchado.
Evitó escribir de sí mismo y se obsesionó con el sexo y los relatos bíblicos y, más tarde, con los ovnis y la ciencia ficción. A veces comunicaba sus explosivas ideas en castellano, aunque más a menudo lo hacía con rabia lastimera y gritos que destrozan los nervios.
Después de Come On Pilgrim, Surfer Rosa -el disco en el que Steve Albini les grabó las guitarras con todos los micrófonos escondidos en el bombo de la batería durante más de dos semanas- y Doolittle, la sacudida de la novedad desapareció inevitablemente. Al igual que The Jesus & Mary Chain con Psychocandy habían llevado el rock'n'roll al límite y no podían hacer nada más. Bossanova y Trompe Le Monde eran aún ejercicios de ardiente ruido blanco y furia desnuda, pero nunca pudieron recapturar la atmósfera de los tres primeros.
Death To The Pixies, con 17 canciones, parece ser el recopilatorio definitivo de la banda de Boston. De todas formas, vale la pena hacerse con la edición en doble compacto, que incluye un concierto en Los Países Bajos en 1990 con 21 canciones. Al fin y al cabo, ése era el otro punto fuerte de los Pixies: también fueron una de las más grandes bandas en directo de todos los tiempos. Charles Thompson -más conocido por Black Francis o Frank Black-, y Joey Santiago nos lo cuentan.
Para empezar, me gustaría saber cómo recordáis hoy la etapa de los Pixies.
– Charles Thompson (C): Me suena a una vieja historia. Tengo la impresión de que fue hace 20 años, aunque nos separamos en enero del 93. No he vuelto a escuchar aquellos discos. No necesito volver la vista atrás. Creo saber lo que encontraré. Los recuerdos tienden a desaparecer, sé que están ahí más o menos arraigados, y eso me basta. La gente ve una actitud negativa en mí, pero no me importa. No se trata de decir ‘ésta es mi criatura’. No es algo sagrado. Es algo más práctico, un trabajo ético.
– Joey Santiago (J): Yo tengo una sensación parecida, y más si no he hablado de ello durante cuatro años. La página se ha pasado muy rápidamente. Lo dejamos tan de repente, que no he tenido tiempo para pensar. De vez en cuando escucho los discos. A mis hermanos y a mis amigos les gustan. Un día escuché Doolittle y realmente es muy bueno. El hecho de mirar atrás, de decirme que había estado en esa gran aventura, no tenía importancia: simplemente estaba escuchando un disco que era parte de nuestra obra. Aunque, honestamente, había una gran calidad musical en ese trabajo.
¿Tenéis algún tipo de nostalgia?
– C: Los Pixies nunca intentamos representar nada más que a nosotros mismos y estoy orgulloso por ello. Mientras intentábamos tomar algunas decisiones inteligentes hicimos algunos discos. Pero no siento mucho por ellos. No quiero decirle a la gente: ‘Por favor, escuchad mi música, cambiará vuestras vidas’. Nunca nos planteamos una cruzada para mejorar el rock'n'roll, nunca fue una campaña religiosa en contra de todo lo mediocre. De hecho desconozco el lugar que tenemos en la historia del rock.
¿Os planteasteis los discos o el grupo con auténtica ambición?
– J: Seguro que, interiormente, era una forma de presión. Yo había abandonado la carrera. Venía de una familia que valoraba los títulos, así que me matriculé como medio de formar un grupo. Mentí a mi padre. Era necesario que hiciese algo serio con la música, que no fuera un mero divertimiento sin continuidad. De todas formas, si he seguido fue porque presentía que ocurriría alguna cosa.
– C: Nuestro primer objetivo era crear nuestra propia música, nuestro propio mundo, nuestro propio sonido. Después de haber escuchado muchos discos que habían desarrollado nuestra imaginación y nuestros sueños, de haber estado en muchos clubes y de darle un valor casi mágico a los discos de rock, nos propusimos montar nuestro grupo.
¿Os consideráis los dos como los miembros fundadores del grupo?
– C: Sí. Joey y yo nos encontramos en la Universidad de Massachussets, estudiando Economía. Compartíamos habitación y ahí descubrimos nuestra mutua pasión por el rock. No sabíamos muy bien qué queríamos. Su colección de discos era totalmente diferente a la mía. Nuestro único punto en común era que nunca seguíamos la moda. Sobre todo escuchábamos a los antiguos.
¿Compartís la visión de quienes dicen que el contrato y el éxito -relativo- llegaron demasiado pronto?
– C: En los Pixies nunca tuvimos que sufrir realmente. Hubo algo de trabajo anterior entre Joey y yo, pero la banda se formó inmediatamente y, a continuación, estábamos tocando en directo. El objetivo era editar un disco y sucedió en menos de un año, empezamos las giras y ya había un montón de gente que nos seguía. No quiero decir que haya sido así con Nirvana u Oasis, pero es algo extraño estar por primera vez en Europa y tener, de repente, a 5000 belgas gritando las canciones enfrente de ti. ¿En qué clase de sueño nos habíamos metido?
Siempre habéis insistido en el carácter ingenuo de vuestros comienzos.
– C: No sabíamos a qué agarrarnos. No teníamos trabajo y ninguno de los dos había estado en un grupo o en un escenario. No leíamos el Melody Maker ni chorradas de ésas, no seguíamos las modas ni nos vestíamos de negro; estábamos más atraídos por las cosas antiguas. Intentábamos aprender. Cronometrábamos cada concierto al que íbamos para saber lo que debían durar. Nos inspirábamos en lo que veíamos. ‘Death To The Pixies’ fue un lema que imprimimos en un trozo de papel que se podía arrancar para asistir a nuestros conciertos.
Vuestra educación musical parece haber sido bastante original.
– C: En la base han estado los Beatles. Tenía la colección completa de sus discos. Los dos hemos tenido conexiones con el rock desde la infancia. Era la música de nuestra época. Nacimos en 1965, el rock aún era joven, estaba convirtiéndose en algo grande. Con lo que nos pagaban, como nunca había tenido tanto dinero, compraba los discos más caros. Reuní una colección muy ecléctica. En la Universidad hice un programa en la radio del campus. Me encerraba allí entre las doce y las tres de la madrugada para poner los mismos viejos vinilos. Las únicas personas que me escuchaban eran Joe y un tipo de mi calle.
Siempre habéis tenido una gran aversión por el análisis. ¿Por qué no os gusta que se analice vuestra música?
– C: He leído hace poco una frase de Beck que decía que cada canción es como un país de este mundo, tiene sus propias leyes. Es una hermosa verdad. Cada canción que compusimos tenía sus propias leyes, pero no puedo decirte cuáles. No estaban escritas en ninguna parte.
– J: Me acuerdo de que en la época en que vivía en Boston encontré en una fiesta a un estudiante del conservatorio que estaba muy puesto en teoría musical. Tuvimos una discusión larga sobre la música y las canciones. Como no nos conocía, le hice escuchar una canción nuestra. Debía ser “Where Is My Mind?”. No entendió nada. Se burló despectivamente de nosotros y me hizo saber que no tocaba bien.
En vuestra época se os calificaba de vanguardistas. ¿Significaba algo para vosotros?
– C: Probablemente sí, con cierta ingenuidad. Grupos como Pere Ubu tenían esa reputación, y parecía algo importante. El concepto de vanguardia lo conocí por lecturas o proyecciones de películas surrealistas o expresionistas de los años 20 y 30, algunas clases de la facultad… Pero de ahí a sentirme parte de esa historia…
– J: Cuando acabamos de grabar Doolittle sentí que iniciábamos algo nuevo. Eso se confirmó más tarde, ya que algunos grupos actuales nos citan como influencias y se habla de un sonido estilo Pixies. Eso se ha incorporado a la jerga de los estudios, como antes se decía que sonaba a los Rolling Stones o a Led Zeppelin. Hace poco vi en un estudio un anuncio que pedía un guitarrista estilo Joey Santiago, y me avergoncé.
¿Os sentís halagados por comentarios como el de Kurt Cobain de que “Smells Like Teen Spirit” fue básicamente un robo a los Pixies?
– C: Soy consciente de que otra gente ha hecho comentarios halagadores acerca de mí o de nosotros, pero… no soy el más indicado para decir “¡Sí, influimos en la gente, fuimos grandes!” No es que esté en desacuerdo o intente parecer modesto, pero había cantidad de gente que no nos soportaban, y los respeto. Aunque duele si lees una crítica y alguien dice que es basura, porque es algo a lo que has dedicado tu vida. Sí me gusta que otros miembros ‘del club’ como Kurt Cobain o David Bowie hayan dicho que hemos hecho grandes discos.
¿Eso no aumenta el peso de vuestra reputación?
– C: Desde luego que es un gran piropo, pero seguramente yo también mencioné a Iggy Pop en mis entrevistas de forma muy reverencial, aunque no sé si sonábamos como Iggy Pop. Y cuando Kurt Cobain o Dave Grohl decían que intentaban copiar a los Pixies, estaban siendo modestos, porque ellos tenían su propio estilo y sonido. ¡Y mucho más éxito con las masas!
¿Cuál creéis que es el legado de los Pixies exactamente?
– C: Odio tener que hacer algo así, pero se reduce a algunos discos buenos. No me siento responsable de haber creado un sonido o una técnica nueva. The Jesus And Mary Chain, Cocteau Twins, Henry Rollins… También ellos crearon su propio espacio, y no podría decir nunca que lo que hicimos nosotros fue más allá.
¿Os causa morbo intrigar a la gente?
– C: No sé si éramos conscientes de ser algo extraño. Personalmente, yo tenía la impresión de que sonábamos más bien como los Kinks o algo así. Y, por otra parte, éramos gente normal. Nunca intentamos hacer creer a los demás que teníamos vidas extravagantes.
– J: Aportamos algo distinto, estoy seguro. Yo lo sabía y me causaba un gran placer que ciertas personas no nos comprendiesen. Lo tomaba como un cumplido. Pero eso nunca ha sido un gesto de agresividad. Nunca hemos gritado nada a la cara de nuestro público.
¿Sois uno de los escasos grupos de rock que no ha considerado útil aprovecharse de la imagen de la rebelión?
– C: Si existe una forma de rebelión en nuestra música, se expresaba a través de la partitura, frente a otros grupos que lo hacían de otras formas. Nunca se ha colocado esto en un contexto más amplio: contra los padres, la sociedad, el gobierno, la religión, esas cosas. Cantábamos para la gente, para el cielo, para nadie, vete tú a saber.
– J: Me acuerdo de la primera vez en que la gente de 4AD nos vieron. Se sorprendieron. No sé qué esperaban, que tuviéramos el pelo largo, cazadoras de cuero, gorros de lana, guantes de béisbol…
¿Y cómo os enfrentáis a la edición de este recopilatorio, Death To The Pixies?
– C: Si se vende alguna copia ganaré algo de dinero. Es difícil para mí sentir nostalgia por la música… no hace aún tanto tiempo. No sé siquiera si la gente ahí fuera siente algo de nostalgia. Aunque sí que es una especie de reconocimiento. Lo que más me ilusiona es pensar que nunca representamos a un estilo o a una moda. Estábamos tan en el vacío como una banda de rock puede estarlo. Teníamos nuestras influencias, pero acabó siendo algo personal. No era consciente: no se trataba de lo que queríamos ser, sino de lo que no queríamos ser.
¿Y qué era?
– C: Bien, hay que retroceder en el tiempo. Cuando tenía 15 años había un montón de tíos que seguían a bandas como Journey, y yo sabía que no tenía nada que ver con eso. No se trataba de estar a la moda: en ese tiempo mis amigos eran esos punks del Sur de California que escuchaban a Devo, los Ramones o lo que fuera, y yo tampoco las seguía. Escuchaba mis propios discos, que tenía más que ver con el dinero: si no tienes dinero, vas a las tiendas de discos usados.
¿Seguís en contacto con los otros miembros del grupo?
– J: David vive en el mismo barrio de los Ángeles y frecuentamos los mismos ambientes. No tengo noticias de Kim.
– C: No tengo contacto con Kim o David. Ni siquiera sé por qué sigo hablándome con Joey, aunque nosotros nos conocíamos de antes, es evidente. Nuestra relación era más fuerte que los Pixies. Puede parecer arrogante, pero tengo la sensación de que era más nuestro grupo que de Kim o David. Y lo que la gente percibe del grupo es que Joey era el sonido y yo la composición.
Si existe algo así como una historia del rock, ¿qué papel le corresponde a los Pixies?
– J: Diríamos que fue… un feliz accidente.