TRILOGÍAS ROCK (1)

Trilogías rock, cuando el concepto es lo que importa

 

 

Algunas nacieron involuntariamente, otras se fueron haciendo por el camino y las hay que tardaron cincuenta años en completarse… ¡cuando nadie lo esperaba! Pueden tener un concepto detrás, una historia común, un lugar que las inspiró, una reconversión religiosa, evocaciones del pasado, sentimientos muy oscuros, recuerdos a los maestros, rupturas amorosas, los años de formación, versiones primerizas de canciones emblemáticas e incluso viajes alucinados y alucinógenos.  

 

No son demasiadas, pero sí que ha habido más de un artista que le he dado por grabar tres discos relacionados, admitiendo que forman una trilogía de forma implícita o explícita. Ese es el condicionante principal para que aparezcan en estas líneas y que deja fuera otras que algunos han entendido como tales pero que sus responsables nunca llegaron a reconocer -la trilogía Discipline de King Crimson, la de la muerte de Neil Young o la neoyorquina de Lou Reed-. Ahora solo toca decidir a cuál de las que siguen en las próximas líneas hay agallas para enfrentarse. [Este artículo se publica en tres partes, hoy, mañana y pasado].

 

 

– Bob Dylan: La trilogía espiritual

Atendiendo a su contenido, se pueden trazar varias trilogías en la obra de Bob Dylan: la acústica (1963-1964), la eléctrica (1965-1966), la country (1967-1970), la del tiempo y el amor -como la llamó Eduardo Izquierdo en su libro de ese título para 66rpm- (1997-2006) e incluso la de versiones de temas añejos (2015-2017). De todas, la más significativa resulta ser la que grabó entre 1979 y 1981, con Slow Train Coming, Saved y Shot of Love a raíz de un disco al año, su trilogía espiritual o evangélica. Fue su conversión al cristianismo la que derivó en algunas canciones que bien podrían pasar a engrosar el canon del mejor góspel-rock (“Gotta Serve Somebody”, “Precious Angel”, “Slow Train”, “Saved”, “Pressing On”, “Shot of Love”, “In the Summertime” o “Every Grain of Sand”), siempre que se eviten las pretensiones de predicador evangelista en alguno de sus textos.  La separación de su esposa Sara, la recepción tibia de sus anteriores discos, el desprecio a su película Renaldo y Clara o un directo que se había vuelto rutinario lo tenían desalentado. Según contó en una entrevista en 1980, fue en un hotel de Tucson tras un concierto en 1978 cuando sintió una presencia en la habitación que no podía ser más que Jesús. Tras un curso intensivo de tres meses sobre la Biblia, Dylan vio espoleada su inspiración por la fe. En los estudios Muscle Shoals graba con el mítico Jerry Wexler a la producción el primer disco de una trilogía, Slow Train Coming, el que mejores canciones encierra de los tres. Saved, menos consistente, se ve lastrado por una deficiente producción que Dylan quiere cambiar pero no le permiten. Mejorándolo, Shot of Love cierra esta etapa que, en sus directos resulta demoledora. Por si alguien lo quiere ratificar, es fácil conseguir la grabación rodada en vídeo de su actuación en Toronto el 20 de mayo de 1980, uno de sus mejores conciertos.

 

– The Cure: La trilogía oscura

Hay cierta unanimidad entre sus seguidores en considerar a Seventeen Seconds (1980), Faith (1981) y Pornography (1982) como la trilogía más clara en la obra de The Cure, la trilogía gótica. Sin embargo, si le hacemos caso a Robert Smith, la auténtica trilogía de la banda la forman Pornography (1982), Disintegration (1989) y Bloodflowers (2000). Así lo reconocía en 2002, cuando editó el DVD titulado Trilogy donde interpretaba los tres discos seguidos: “Los álbumes Pornography, Disintegration y Bloodflowers están inexorablemente vinculados por muchas razones, y la realización de Trilogy arroja luz sobre mi experiencia con The Cure”.

 

En 1982, The Cure editaba Pornography, uno de los trabajos más desoladores jamás grabados, que se abría con la frase “No importa si todos morimos”, el arquetipo de disco gótico, y que surgió de una necesidad de Smith: “Tenía dos posibilidades entones: suicidarme o grabar un disco y sacar lo que tenía dentro de mí”. Siete años después, tras convertirse en un grupo que también contaba con canciones pop de éxito, la banda publicaba Disintegration, un álbum de temática sombría marcado por la preocupación de Robert Smith por su entrada en la treintena, por su incomodidad ante su creciente fama –algo que intentó lidiar consumiendo LSD– y por cómo el abuso del alcohol estaba afectando a su amigo y compañero Laurence Tolhurst, y con una línea de apertura (“Creo que está oscuro y parece llover”) que lo equiparaba a su homólogo al inicio de la década. Diez años más tarde, la formación repetiría estado de ánimo en Bloodflowers, más centrado en este caso en una marcada nostalgia por el tiempo ya pasado.

 

 

– David Bowie: La trilogía berlinesa

Tras grabar Station to Station (1976), consumido por la cocaína y con problemas legales detrás, Bowie marchó a vivir a Suiza y, de allí, directamente a Berlín, donde quiso imbuirse de la pujante escena musical de la Alemania del Oeste. “Durante muchos años, Berlín me había atraído como una especie de situación parecida a un santuario. Era una de las pocas ciudades donde podía moverme en virtual anonimato. Estaba en la quiebra, era barato vivir. Por alguna razón, a los berlineses simplemente no les importaba”. Influenciado por el krautrock y Kraftwerk, su mudanza se tradujo en una de sus épocas más creativas, trabajando en sus tres siguientes discos con Brian Eno, moviéndose entre lo experimental y lo accesible, con ecos de post-punk, la nueva ola y la música industrial. En realidad, solo Heroes fue grabado enteramente en Berlín y el productor de los tres es Tony Visconti, no Eno, junto al propio Bowie. Low (1977), grabado en gran parte en Francia, abría en su segunda cara una faceta experimental y oscura en su música que explotaría en sus dos siguiente discos. Heroes (1977), más positivo, se convirtió en el más exitoso de los tres gracias sobre todo al tema titular, y Lodger (1978), registrado realmente en Suiza y Nueva York, fue el álbum en el que se abría a sonidos de distintas procedencias, entre la nueva ola y las músicas del mundo.

 

– Donal Fagen: La trilogía The Nightfly

Mientras Donal Fagen fue editando tres discos al margen de Steely Dan, nadie reparó en que se trataba de una trilogía. Sin embargo, en 2007 su propio autor decidió presentarlos como los había concebido, en una caja llamada Nightfly Trilogy -con pistas adicionales-. En aquel momento comentó que los tres álbumes “se han convertido en un relato sobre mi vida. Concebí The Nightfly (1981) en un momento de juventud, en Kamakiriad (1993) se percibe la madurez y Morph the Cat (2006) trata sobre el final de la vida. Se han convertido en una trilogía, tres discos que merecen estar siempre juntos”. Efectivamente, The Nightfly, el más popular de los tres, recogía historias de un niño que creció en los años 50 y 60, con el recuerdo especial para aquellos programas de radio nocturnos que solía escuchar. Kamakiriad, con la ayuda de su colega de Steely Dan Walter Becker, era un ciclo de ocho canciones sobre un viaje en un coche de alta gama, el Kamakiri -mantis religiosa, en japonés-. Y Morph the Cat era el colofón, menos inspirado, centrado en “la muerte de la cultura, la muerte de la política y el principio del fin de mi vida”, como reconoció a The New York Times.

 

 

– Frank Zappa: La trilogía Joe’s Garage

Tras la edición de Sheik Yerbouti (1979), Frank Zappa compuso dos canciones, “Joe’s Garage” y “Catholic Girls”, destinadas a un single. En el estudio se sumergió en una serie de largas improvisaciones que dieron forma a más de un álbum y, tras atisbar en ellas una historia, lo convirtió en una ópera rock en tres partes que acabó siendo editada en dos discos a finales de 1979. El narrador, el “Escrutador Central”, cuenta la historia de un adolescente, Joe, que monta una banda de garage mientras el gobierno se prepara para criminalizar la música. Joe entra en una espiral de consumo de drogas, enfermedades, prácticas sexuales inusuales con electrodomésticos y religiones falsas que acaban con él en prisión y que, posteriormente, lo conducen a la locura. Sus canciones, retratando esa esquizofrenia, se pasean por estilos como el rock, el blues, el doo wop, el pop, el jazz, el lounge o el reggae. Pero, por si por algo destaca, es por el uso de la xenocronía, una técnica de grabación que toma material musical previo, especialmente solos de guitarra de tomas suyas en directo, superponiéndolo a las composiciones nuevas.

 

 

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