Todo lo que importa sucede en las canciones

Fernando Navarro: Todo lo que importa sucede en las canciones

(Pepitas de calabaza)

 

 

Canciones para un naufragio. Bien podría haber sido este el título de la segunda novela de Fernando Navarro, tras Martha. Música para el recuerdo. De hecho, el mismo autor cita este título cuando expone su idea de recoger en una casete “un combo de mis temas preferidos para lloriquear en silencio y beber birras solo en un piso con paredes de gotelé mientras evito comerme la cabeza con lo que voy a hacer con mi vida, si es que hago algo”.

 

En Todo lo que importa sucede en las canciones, Navarro da cuenta de una crisis existencial, cuando deja a su mujer y se instala solo en un piso, lejos de su hijo, visitando habitualmente la consulta de una psicóloga y con otra mujer con la que encuentra lazos de unión a través de la música: “Ya no sé si arrastro la crisis de los treinta o me he adelantado a la de los cuarenta. Tal vez me mueva entre ambas, enlazando una con otra, como esas canciones que saben hilar los buenos pinchadiscos, sin espacios en blanco. Todo seguido para dar sentido al título de mi propio disco: Hombre en crisis permanente”.

 

Su repaso por la relación con su mujer, su hijo, su madre, la nueva amistad/amor lo va desgranando en quince capítulos, cada uno con un título de una canción de músicos como Bob Dylan -por partida doble, al inicio y al final, cerrando el círculo-, Aretha Franklin, Elvis Presley, Roy Orbison, Patti Smith, Tom Waits, Warren Zevon, Neil Young o Tom Petty. Hay en casi todos los capítulos referencias a esos cantantes, a sus canciones, desgranando a veces su contenido y otras revestidos con comentarios de entrevistas -reales- que el propio Navarro les hizo.

 

Todas las pone en perspectiva con el proceso por el que está pasando. Sirva, como ejemplo, estas líneas del capítulo titulado “Are You Alright”, un tema de Lucinda Williams, que enlaza con su dolor al cantar: “Es un dolor rudo, exigente, intenso. Arrastra algunas palabras, ajustándolas al remolque de su férrea mandíbula para medir el peso exacto de su carga. No hay víctimas ni tampoco un llamamiento de socorro en su voz. Simplemente es la descripción al detalle de una aflicción, con perspectiva documentalista y con toda la magnitud de la dura realidad. Su dolor empasta con mi tristeza, esa nube seca que me rodea”.

 

El repaso, que deja claro que “Una cosa es hablar de música y otra vivir”, se cierra con un final algo esperanzador. “¿Puede la música salvarme la vida? Menuda pregunta para una canción no escrita, aunque hoy puedo decir que sí”.

 

 

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