THE SHANGRI-LAS
The Shangri-las, caminando sobre la arena
Como pensaba el periodista que en “Sin perdón” intentaba cubrir las noticias de los heroicos tiempos de la conquista del Oeste, hay veces que es mejor que la realidad no te estropee una buena leyenda. Es seguro que George “Shadow” Morton, personaje capital de la historia de las Shangri-Las y del rock en Nueva York en general, suscribe al cien por cien esa teoría, así que no puedo resistirme a comenzar este artículo con el cuento de hadas que le contó a Alan Betrock en su libro “Girl groups: the story of a sound”.
Cuando en 1964 George Morton todavía no era “The Shadow”, se entera de que Ellie Greenwich, una de las más exitosas compositoras de éxito de la época, no es otra que una coleguilla de barrio que él conoció como Ellie Gaye. Ni corto ni perezoso se presenta en una de las oficinas del Brill Building para hacerle una visita. Como Ellie tarda en aparecer y George no se va, un mosqueado Jeff Barry se acerca a preguntarle qué es lo que hace allí. A George no se le ocurre otra cosa que contestar que escribe hits, a lo que un vacilón Barry replica, “Vale, ¿por qué no me traes uno?”. George no se arredra y contraataca, “¿De qué estilo?”, para encontrarse con otra vacilada aún mayor, “¿Qué tal una lenta?”. George Morton no pude quedar por debajo y cierra el vacile: “Vale, nos vemos el martes que viene”.
Palabra arriba, palabra abajo casi todo el mundo concuerda en que este pequeño combate dialéctico tuvo lugar. No está tan claro el resto de la historia, pero cedámosle la palabra a su protagonista y disfrutemos: “Nunca había escrito canciones, todo era mentira. Simplemente me tocaba las narices la actitud de Jeff. Me largué, volví a Long Island y llamé a un amigo que tenía un estudio en el sótano: “Hay una compañía de discos interesada en oír mi material”.
“Él me contestó, ¡pero si tu no tienes nada que enseñar! Le dije que no se preocupara por eso y me prestó el estudio. Después llamé a otro amigo y le dije que tenía compañía de discos, un estudio y que me hacían falta músicos. Me los consiguió, así que llamé a otro para pedirle cantantes. “¿Cómo?”, me respondió. Es que tengo una compañía, estudio apalabrado… Me habló de unas chavalas que cantaban en Cambria Heigths, Queens, así que las fui a ver y les conté la misma película. Era todo mentira”.
“El caso es que arreglé todo para el domingo por la tarde. Ese día por la mañana, cuando me acercaba al estudio para llegar antes que nadie, en el momento que cruzaba las vías del tren caí en la cuenta… lo único que no tenía era una canción. Así que salí del coche y la escribí. Me llevó veintidós minutos acabarla. Cuando llegué al estudio no sabía como iban los arreglos porque todo estaba en mi cabeza. No toco ningún instrumento ni sé música. Así que le dije al pianista: “Tus tocas bom, bom, bom. Haz esto, no hagas eso. Ahora canta da, da, da…”, y así con todos. En dos horas la teníamos. Se la llevé a Jeff Barry, que estaba esperándome para romperme el corazón, pero la oyó y dijo: “¿Puedo ponérsela a alguien más?”. Entonces sí que tuve miedo”.
“Hasta ese momento todo era una broma. Así que volvió a la media hora con un tipo que tenía un ojo azul y otro castaño que no deja de preguntarme si produje y escribí el disco. No debí de creerme. Luego me dice, “¿Qué te gustaría hacer?”. “¿Qué quieres que haga?”, le respondí. “Me gustaría que escribieras canciones”, me dijo. “¿Tengo que venir aquí a escribirlas?”. “Las puedes escribir en donde quieras”. “Acepto el trabajo”. Antes de marchar me suelta: “Por cierto, el disco ese que trajiste sale en dos semanas”. El de los ojos de dos colores era Jerry Leiber y la canción “Remember (Walkin’ In the Sand)”.
La verdad es que para ser tan corta, apenas tres años entre sus primeros singles y los finales en Mercury, la historia de las Shangri-Las tiene tantas versiones como puntos de vista queramos adoptar. Apenas se parece lo que pueda contar Shadow Morton, la versión fantástica, a lo que digan Ellie Greeewich o Jerry Leiber, el enfoque realista que da cuenta de cómo tenían que ser ellos los que llevaran a buen término las locas ideas de Morton, y todavía menos lo que las chicas recuerdan, algo así como el cuento de la Cenicienta con final gobernado por la madrastra. En realidad cuando George Morton contacta con ellas para su mítica demo, las chicas ya habían conseguido editar un single desde que empezaran a cantar en el instituto inspiradas por Dionne Warwick, Mary Wells, los Flamingos o los Four Seasons.
Por pura insistencia adolescente, la misma que usaban para ensayar sus voces y coreografías o pedir sus discos favoritos en las emisoras, habían conseguido que a principios de 1964 una pequeña compañía, Spokane, pusiera en al calle un par de canciones a través de un contrato con una productora de nombre poco halagüeño para unas pipiolas que todavía estaban en el Instituto, Kama-Sutra Productions. Así que cuando apareció en escena nuestro amigo Shadow Morton, suponemos que desplegando todas sus artes embaucadoras, es comprensible que a las hermanas Weiss y las gemelas Ganser se les hicieran los ojos chiribitas ante la oportunidad de entrar en el mundo de sus sueños. Obviamente no tenían ni idea de en dónde se estaban metiendo, pero las chicas no eran unas peritas en dulce.
La propia Ellie Greenwich reconoce que al principio no congeniaron: “Eran bastante bastas, y el tener que tratar con ellas todos los días me ponía de los nervios. Sus gestos, su lenguaje, el chicle en la boca, las medias rotas. Nosotros les decíamos que tenían que comportarse como señoritas, y ellas no lo soportaban. Hubo un par de agarradas hasta que nos sentamos y lo solucionamos todo. Una noche tuvimos una bronca enorme en el baño de chicas del Brill Building, con gritos de toda clase. Pusimos las cosas claras, yo os necesito y vosotras a mí, así que mejor nos ponemos de acuerdo. Después de eso, todo fue como la seda. Llegaban a tiempo, cuidaban su lenguaje en la medida de lo posible y no mascaban chicle a todas horas. Pero la verdad es que eran chicas duras”.
Lo cierto es que las primeras fotos no las muestran como tales, y las falditas, blusas y peinados las asemejan a cualquiera de los inofensivos, bien que deliciosos, grupos de chicas que florecían en la época, pero a la que empezaron a sumergirse en el enrarecido mundo que proponían las operetas pop de George Morton la cosa cambió radicalmente. Los pantalones empezaron a ceñirse, las botas a subir hasta la rodilla y el ceño a fruncirse. La cosa no era para menos. Si retomamos el hilo donde lo dejamos, en la grabación de “(Remember) Walkin’ in the Sand”, encontramos todas las claves de lo mejor de la carrera de las Shangri-Las. Ahí estaban ya los elementos de lo que será la marca de fábrica del grupo: preguntas y respuestas entre las chicas, dramatismo romántico en letras y melodías, abruptos cambios de ritmo y efectos especiales: en esta ocasión sonido de olas y gaviotas para reforzar lo de “caminando en la arena”.
Puede que Jeff y Ellie, aunque no aparecieran en los créditos, tuvieran que recortar los más de cuatro minutos que duraba la maqueta original, con recitado de la “Sombra” incluido y Billy Joel al piano, y darle los últimos toques antes de presentarla al público, pero está claro que la visión no era suya. Ninguna de sus canciones, por otro lado enormes, compartían ese algo que hacía diferente las mejores producciones de Morton, esa atmósfera de callejón oscuro y tono amenazador que casaba tan poco con el molde de los clásicos girl groups y que la impactante voz de Mary Weiss parecía predestinada a materializar. La presencia de la muerte en las letras, otra de sus señas de identidad, tampoco era algo que predijera su éxito, pero el caso es que en Septiembre del ’64 “(Remember) Walking In The Sand” fue directa al Top Ten y al corazón de todos los adolescentes con problemas amorosos, que allí la mantuvieron seis semanas más. No está mal para la primera canción de un macarrilla de barrio que no sabía ni una nota de música.
Las chicas se vieron inmersas en la vorágine que un pelotazo como ese conlleva: entrevistas, actuaciones en radio y televisión que llevan con la inexperiencia que se esperaba, y que Mary no recuerda con cariño: “No sabíamos nada de TV. Llevábamos faldas y blusas. No nos poníamos nada de maquillaje y brillábamos como faros. Los chavales de la audiencia distinguen perfectamente si eres un profesional o un aficionado. Y nosotras apestábamos a aficionadas”. Comprensible. Cuando las llevan a Inglaterra un mes después de su entrada en listas, Mary tiene que quedarse en casita con mamá: sólo tiene dieciseis años y no puede faltar al cole.
También empezaron a conocer la parte oculta del negocio: ¿Quién apareció cuando estaban a punto de firmar con Red Bird? Pues nada menos que un tal Artie Ripp (Kama Sutra Productions, ¿recuerdan?), blandiendo el contrato que aquellas niñas habían firmado con él. Si no había contrapartidas no habría “…Walking on the sand”. Las hubo, y Mr. Ripp pasó a cobrar royalties como productor de un disco en el que no había tenido nada que ver… a costa de los de Ellie y Morton. Ni siquiera unos viejos zorros como Leiber & Stoller y su socio en Red Bird George Goldner pudieron impedirlo. Esto no era un juego de niños, y tanto Ripp como Goldner o los mismos Leiber & Stoller eran pesos pesados con mucha historia a sus espaldas en el mundo de los negocios musicales en Nueva York, un territorio de lobos no apto para los débiles de ánimo.
Como era norma en aquellos años, un superéxito como aquel no podía desaprovecharse ni un minuto, así que ahí tenemos a nuestro novato con la difícil tarea de añadir un segundo capítulo a su historia como compositor y arreglista. Volvemos al juego leyenda vs. realidad. Disfrutemos de nuevo del relato de George: “Leiber y Stoller, que querían que colaborara con gente experimentada porque no se fiaban de mí, entraron en la oficina y dijeron: “Hey, ¿qué quieres hacer para el siguiente disco?”. Les dije que tenía una idea para una canción que se llamaba “Leader of the Pack”. No esperaba que el segundo disco tuviera que salir tan rápido, así que les dije lo primero que se me ocurrió. No existía tal canción, pero en aquel momento me pareció un buen título.
Lo rechazaron: “De ninguna manera vamos a publicar un disco titulado “Leader of The pack”, no se puede hacer un héroe de un tipo así”. Bueno, por entonces Jef Barry y yo nos habíamos hecho amigos, y me dijo: “Haz lo que te salga de las narices”. Así que reservé los Ultra-Sonic Studios otra vez y contraté al personal. Una mañana me llaman del estudio preguntándome por qué no estaba allí, que había veintidós tipos esperándome… ¡Ya sabía yo que ese día tenía algo que hacer! Le dije a mi mujer que me pasara una botella de champagne, dos puros y algo con que escribir. Me metí en la ducha, me senté, me bebí el champagne, fumé los puros y en un cartón de una camisa escribí la canción con las ceras de mis hijos. Corrí al estudio y les dije: “Tus cantas lo que va en rojo; tú, lo que está en azul….” Y eso fue todo”. A estas alturas uno no puede más que quitarse el sombrero ante tal personaje.
Por supuesto, Ellie Greenwich lo recuerda de manera más prosaica: “Estábamos todos sentados discurriendo qué hacer con el siguiente disco (de las Shangri-las), y las motos estaba muy de moda en aquel momento: todos los que tenían éxito en el ambiente musical se compraban una. Tenía que ser rosa o del color más chillón que pudieras conseguir, y para completar el cuadro tenías que tener una cazadora de cuero. Jeff y el majara de Shadow Morton no eran una excepción. Como nosotros siempre tratábamos relaciones del tipo chico-encuentra-a-chica y además andábamos por Nueva York en nuestras motos, todo salió de forma natural: alguien soltó: “¿Y si compusiéramos algo sobre motos?”. Y otro: “¿Dónde hay moteros siempre hay un líder?”
Ya teníamos la pandilla y el líder, y antes de que nos diéramos cuenta, de ahí salió “Leader Of The Pack”: la chica tenía que enrrollarse con el jefe de una banda de motoristas y, por supuesto, todo el maldito rollo tenía que acabar mal”. Quizá tenga más sentido contado de esta manera, pero si tengo que leerlo, o si a alguien se le ocurre hacer una película sobre esta historia, prefiero lo de Morton, ¡a donde vamos a parar! Fuera como fuese, lo que sí es cierto es que con “Remember (Walking In The Sand)” todavía en el número seis del Billboard, “Leader Of The Pack” se cuela en las listas, en poco tiempo llega al número 1 y se queda entre los cinco más vendidos durante seis semanas.
Está claro que Jeff y Ellie sospechaban algo, perros viejos en el negocio, porque ahora sí compartían créditos con George: “Las Shangri-Las eran perfectas para este tipo de disco. Tenían la imagen y, sobre todo, ese deje nasal. También eran bastante estúpidas y pensaban que estábamos locos: nos sentábamos en el estudio probando con efectos de ruido de motos y gritando “¡Cuidado!, ¡cuidado!”. Entonces llegaba un ensordecedor sonido de un choque y un montón de cristales rotos. La mayor parte del tiempo estábamos tirados por el suelo riéndonos hasta que nos saltaban las lágrimas, y prácticamente nos tenían que sacar del estudio al acabar la sesión. Pero sabíamos que teníamos un hit”.
Puede que la clave estuviera en que, aún compartiendo las características que hicieron de “Remember…” un acontecimiento, muerte del protagonista incluida, el ambiente de “Leader…” era algo menos enrarecido, un poco más claro. Los británicos se lo tomaron en serio, llegaron a prohibirla en algunas emisoras y le dedicaron algún artículo en plan “basura adolescente” o “discos sobre la muerte”. Ya se sabe, la perniciosa influencia de la música moderna sobre los adolescentes y todo ese rollo que todavía salta a las páginas de los periódicos de vez en cuando.
Con un par de pelotazos de ese calibre, la máquina pedía mas combustible y a los mandamases de Red Bird no se les ocurre más que editar nada menos que dos singles casi simultáneamente antes de que acabe 1964. Incapaces de mantener el ritmo compositivo, tienen que echar mano de versiones rápida y descuidadamente grabadas de clásicos como “Twist and Shout”, “Maybe” o “Shout”, simple relleno, material desechable que no contenta a nadie y apenas roza las listas. Naturalmente, a Leiber y Stoller le importaban un pito este tipo de discos pop, lo suyo era el r’n’b y sólo veían el filón que tenían delante.
Durante un par de años, de 1964 a 1966 la suya fue la segunda editorial más rentable del mundo, sólo detrás de los Beatles. ¡A quién le importa que la carrera de unas chavalas de barrio se resienta! Siempre hay más a la cola. Afortunadamente, George Morton se sacó de la manga un delicioso “Give Him a Great Big Kiss” que mantenía el tipo a pesar de “traicionar” el aura trágica que se había creado en torno a las chicas, y en un tono decididamente más juguetón y ligero acabaría por convertise en otro pequeño clásico que retomarían los New York Dolls, se apropiarían nuestros Burning (“Es especial)” y Johnny Thunders interpretaría en directo hasta el fin de sus días. Inexplicablemente, “Give him a great big kiss” no surtió el efecto deseado en las listas. La gente quería dramatismo y lo iba a tener.
A estas alturas Liz Weiss ya había decidido quedarse en casita y aparecer sólo para grabar los discos, no en vano había sido la voz principal en aquellas grabaciones pre Red Bird. En 1965, su hermana Mary y las gemelas Ganser se hallaban en plena vorágine de actuaciones por todos los USA, tanto en el circuito rock, con Jan & Dean, The Beach Boys, The Beatles, The Supremes, The Nashville Teens o The Byrds, como en las típicas y agotadoras revue en las que diferentes artistas viajan en el mismo autobús e interpretan sus cuatro o cinco canciones más conocidas cada noche, a veces incluso doblando en actuaciones de tarde.
Por primera vez tenían un grupo propio, y compartieron kilómetros y cachondeo con Del Shannon, Zombies, Dee Dee Sharp, Coasters, Drifters, Contours… Los más cachondos eran los Vibrations, y entre las chicas no había quien pudiera con las gemelas Ganser, en particular con Marge, el auténtico pilar del grupo. A veces eran las únicas blancas en el bus en una época en que los baños eran diferentes para blancos y negros, algo que nunca les creó ningún problema, e incluso fueron contratadas por un James Brown que se quedó de una pieza cuando comprobó la palidez de su piel.
Cobraban una miseria, les pasaban factura por horas y músicos de estudio, por la ropa y los hoteles y no veían por ningún lado los royalties que producían sus hits, se encontraban con un manager nuevo cada poco tiempo y en ocasiones no soportaban la presión. No había problema, cuando alguien fallaba era sustituida por alguna otra chica, los periodistas le llamaban Liz a Mary, o Mary a cualquier otra, la máquina no podía parar. En Londres eran admiradas por Brian Jones, Small Faces o Move, y de cuando en cuando volvían a New York a meterse en el estudio. Aquel era su año y no podían desaprovecharlo.
Los primeros lanzamientos del 65 son cosa de Jeff y Ellie. Empiezan el año con “Out in the streets”, la grabación favorita de Mary, que, aunque pasa bastante desapercibida, no deja de ser una excelente muestra de un estilo de producción quizá no tan espectacular y grandilocuente como el de Spector, pero no menos sofisticado. Cuenta Shadow Morton que Artie Butler, el arreglista de la práctica totalidad de las sesiones de las Shangri Las, era su “conexión con los músicos. Pasaba a papel mis ideas, y siempre tenía algo que añadir. ¡Y siempre fantástico! Tenía esa clase de talento. Yo soy un contador de historias. Nunca he escrito una canción, yo cuento historias”.
En Nueva York no había “wreckin’ crew”, el espectacular equipo de músicos que Phil “Pistolas” Spector reunió en Los Ángeles, pero en los discos de las Shangri Las la impecable instrumentación y los inventivos patrones rítmicos pasaban del dramatismo a lo bailable sin inmutarse, y cada nuevo single tenía un toque que lo diferenciaba del resto: el contrabajo de “Out in the streets”, el órgano de “Right now and not later”… Carecían de la monumental contundencia del muro de sonido, pero a cambio las canciones fluían más rítmicas, sin llegar a la orfebrería de la Motown, pero con cierta sofisticación callejera. Sin apenas dar tiempo a que su predecesora saliera de las listas, Greenwich y Barry ya tenían el recambio a punto, esta vez con munición más pesada.
“Give us your blessings” vuelve a ponerlas en candelero con sus truenos y su epopeya de joven pareja incapaz de conseguir la bendición paterna a su relación, cuyo amor incomprendido acaba con ellos en la tumba tras una escapada en coche. ¡Mira que eran retorcidos! Estaba claro que el fuerte de las chicas eran esas historietas de angustia adolescente en lucha con el mundo de sus progenitores elevada a la enésima potencia, el ser capaces de hacer creíble lo que en manos de otro bordearía el ridículo.
Desconocedores de lo que significaba la expresión “saturar el mercado”, en Red Bird se animan a publicar nada menos que dos LPs en el mismo año, aunque ello suponga tener que echar mano de material de relleno de segunda división para acompañar a los hits, como esa cara b de pretendido directo y sonido penoso que ocupa la mitad del primero, “Leader of the pack”. También es verdad que el segundo, “Shangri Las 65”, ofrece más satisfacciones al que no se conforme con tener sólo los singles: algunos temas menores (pero no despreciables) de Greenwich y Barry; esa crónica del descubrimiento de la lounge music que atiende por “Sophisticated Boom Boom” y demuestra que Morton también podía ser agradablemente ligero cuando se lo proponía; joyitas que hubieran merecido mejor suerte, como un “Never Again” con una de las mejores interpretaciones de Mary; e incluso una canción, también menor aunque simpática, firmada nada menos que por Levon Helm.
Fracasan en el intento de volver a colocarse en lo más alto del Billboard con su siguiente single, una aproximación al sonido Motown en la que ni Morton, ni Jeff, ni Ellie, ni siquiera Artie tienen nada que ver. No es que “Right now and not later” esté mal, ni mucho menos, pero… creo que ha quedado claro que las Shangri-Las eran otra cosa. Puede que La Sombra no se prodigara en exceso a la hora de componer, pero siempre volvía cuando la situación lo requería, y ahora era el momento.
Para rematar el año, en Diciembre alcanzan lo que sería el puesto más alto en lo que les quedaba de vida artística, el seis, con “I can never go home anymore”, que ya no es que fuera dramática sino decididamente siniestra: recitada casi en su totalidad por una voz arrepentida de haber dejado su hogar para siempre y acompañada por una espectacular y espectral sección de cuerda, de lo más triste y oscuro que uno recuerda. Puede que aquellos tres minutos doce segundos fueran la culminación de todo lo que hacía intransferible la “experiencia Shangri Las”: una estructura originalísima en la que las dramáticas pausas características de las producciones de Morton llegan al paroxismo, en la que las lágrimas de Mary Weiss hacen acto de presencia en el estudio.
Puede que influyera que en esa época las relaciones con su madre no pasaran por su mejor momento. ¿Real como la vida misma? Shadow Morton, años después: “Nunca llegué a darme cuenta del talento que tenía en mis manos. Mary y el resto de las Shangri-las tenían la habilidad de hacer mis historias creíbles. No se si habrá muchas actrices por ahí capaces de hacerlo. Si a algunas de ellas las sacaras de la pantalla y les dijeras, “convence a la gente sólo con las palabras”, fracasarían. Las Shangri-las podían con todo”.
Mientras tanto, las aguas en Red Bird bajaban revueltas. Leiber & Stoller, ya se ha dicho antes, no tenían demasiado apego a la parte pop de la compañía, y aunque fuera la que realmente la mantenía a flote, no escondían su desinterés y sus ganas de largarse con su música a otra parte. También se habla de misteriosas visitas de hombres trajeados que se encerraban con los magos del R’n’b en sus despachos para exigir no se sabe bien qué contrapartidas y a cambio de qué. Tan deseosos estaban de salir de lo que fue su casa que acabaron vendiendo su parte a George Goldner por un dólar. Tal vez ese desinterés, que se reflejaba en la falta de promoción de algunos de sus lanzamientos, y el que el dinero se quedara sabe dios en dónde pero nunca en los que realmente hacían los discos, fue el que llevó a que paulatinamente artistas y compositores se fueran buscando la vida por donde podían. Las Shangri Las aún no lo sabían, pero tampoco tardarían demasiado en buscar la puerta de salida.
Por si fueran pocos los problemas, Mercury y Spokane aparecieron para tratar de arrancar un trozo del apetitoso pastel que suponía el éxito de las Shangri-Las. Spokane no dudó en volver a poner en circulación el primer single de las chicas, aquel “Wishing Well” que había pasado desapercibido hacía un par de años, pero es que, además, Mercury había conseguido los derechos de las otras dos maquetas que por aquella misma época habían grabado, así que no se cortaron y pusieron en la calle otro single más. Demasiado material para repartirse el tiempo de radio y la atención del público.
Sea como fuere, el éxito de “I can never go home anymore” permitió reempaquetar el LP del 65 con nueva portada y nuevo título, el de la canción, que obviamente ahora aparecía también en el disco, en una de esas tácticas que todavía hoy utiliza la industria discográfica para venderte lo mismo un par de veces. Sería la última vez que podrían hacer eso con las Shangri-Las, porque a partir de ahora la cuesta abajo sería imparable. “Long live our love”, una entusiasta, bien que insulsa, tonadilla de amor hacia un soldado embarcado, todavía rondó el top 30, pero los muy superiores lanzamientos que la sucedieron no fueron capaces de arrancar el interés del público.
¿Cansancio ante una fórmula quizá agotada? Podría ser, pero escuchados hoy en día los dos últimos singles del grupo para Red Bird no suponen ni muchísimo menos una merma de creatividad. “He cried” era una muy buena revisión de una grabación de Jay & The Americans, pero en la cara b Shadow Morton volvía al terreno en el que mejor se desenvolvía, la noche y los callejones, para contar la historia de un chaval “Dressed in black” que todavía reinaba en el corazón de su amada después de ¿muerto? En su despedida de Red Bird alcanzaría un punto de no retorno. ¿Qué podría ofrecer después de “Past, Present and future”? Aquí ni siquiera existía melodía, menos aún estribillo, simplemente una sobrecogedora narración en tres tiempos de una chica con un brutal desengaño amoroso, apoyada por un piano decididamente romántico, justo en el límite del kistch.
Algunos han creído ver en su protagonista a la víctima de una violación, algo que Mary Weiss desmiente, pero no hace falta llegar a ese extremo para sobrecogerse con ese “Don’t try to touch me, don’t try to touch me, ‘cause that will never happen again” que Mary parece vivir en carne propia. ¿Realmente se podía esperar que algo así triunfara? Mejor hubiera sido colocar “Paradise” como cara A, una espléndida composición de Harry Nilsson que también grabarían las Ronettes de Phil Spector, y que las Shangri-Las bordaron.
A estas alturas Greenwich y Barry se habían largado de Red Bird para forrarse con Neil Diamond, y lo mismo habían hecho, con desigual fortuna, Dixie Cups, Jelly Beans, Tradewinds y todo el que había podido. A finales de 1966, la compañía bajaba el telón oficialmente. Morton se las llevó a Mercury y todavía les produjo un par de agradables singles durante 1967, ninguno compuesto por su mentor y mejores de lo que normalmente se cuenta, pero no a la altura de sus mejores momentos. “The Sweet Sounds of Summer” y “Footsteps on the Roof”, todavía podrían pasar por decentes caras B, pero el pseudo-sicodélico interludio de la primera, si bien hoy suena simpático, no demostraba más que la incongruencia de intentar adaptarse a unos nuevos modos muy lejanos de su territorio conocido.
A estas alturas Margie ya había dejado el grupo y había vuelto la hermana de Mary. Todavía actuaron con frecuencia, incluso teloneando a los Beach Boys o James Brown, y siguieron apareciendo en televisión, pero Mercury parecía tener más interés en publicar discos de grandes éxitos que en que entraran de nuevo en el estudio, y como Shadow Morton acababa de pegar un buen pelotazo con Janis Ian y Vanilla Fudge, tampoco parecía tener mucho tiempo para ellas. Es fácil suponer que la presión de los casi cuatro años en las que fueron exprimidas como limones acabara pasando factura en el ánimo de unas todavía adolescentes Shangri-Las, y a finales de 1968 decidieron dejarlo.
Les esperaba la vida real, la adolescencia que quizá no habían vivido, y más tarde matrimonios, divorcios, trabajos “normales”, hijos, muertes verdaderas y no tan glamurosas como las cantadas. De todos modos no perdieron el contacto, y en 1977 estuvieron a punto de grabar un disco con Andy Paley como supervisor. Sufrieron la aparición de unas falsas Shangri-Las que se aprovecharon de los los líos legales para hacerse con el nombre, pero al final dieron un último concierto en 1989, en una de esas clásicas reuniones de oldies. Los que lo vieron cuentan que fue un éxito absoluto, las ya mujeres cantando y actuando con la misma convicción de sus años de gloria, un último triunfo en una carrera que no parecía destinada a los finales felices.
Carlos Rego
ISLAS, FAROS, TESOROS - ULTRASÓNICA
23/05/2023 @ 08:49
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