THE POGUES: Rum, Sodomy & The Lash
LAS MEJORES PORTADAS DEL ROCK
Las raíces celtas en su propuesta folk-punk no impidieron que The Pogues tuvieran bastante repercusión a nivel internacional, hasta el punto de haber creado escuela, como es fácilmente comprobable si se escuchan a grupos como Flogging Molly, Dropkick Murphys o The Mahones. Sin embargo, aunque llevaban trabajando un par de años, con bandas anteriores que se remontan a 1977, no fue hasta 1984 que el grupo dio su primera actuación en el extranjero.
Sucedió en Múnich y, aunque este no sería más que un dato a sumar a su biografía, tiene además una relevancia decisiva para su segundo álbum Rum, Sodomy & The Lash. Allí, tras el concierto, el grupo se había reunido para celebrar aquel debut internacional, y fue entonces cuando se empezó a gestar la idea de lo que sería la portada de ese disco y parte de la imagen de la banda para los siguientes meses.
Su principal responsable fue su mánager Frank Murray, quien había convocado aquella reunión post concierto. Este rockero de Dublín, amigo personal de Phil Lynott (líder de Thin Lizzy), había comenzado su relación con la industria musical como mánager de la gira del grupo irlandés en el punto más álgido de su carrera. La experiencia que adquirió y los contactos que hizo durante ese tiempo le sirvieron después para diversificar su actividad, cuando su asociación con Thin Lizzy terminó. Fue manager en giras de Elton John, The Specials y varios más, antes de empezar a trabajar como mánager de distintos artistas como Kirsty MacColl, Glen Hansard o The Frames, entre otros. Hoy dirige su propia empresa, Hill 16 Management.
Sin embargo, su papel más relevante fue como mánager de The Pogues, convirtiéndose en una persona clave en su éxito, siempre en estrecha colaboración con el jefe de prensa del sello Stiff, Philip Hall, la persona que más creyó en el grupo. En aquel local de Múnich, con unas cuantas cervezas y conversaciones cruzadas entre varios de los componentes de la banda, Murray dejó caer el nombre de Jan Bruegel como posible inspiración para la portada del segundo álbum del grupo, añadiendo que sus caras deberían ir superpuestas a las de alguno de sus cuadros. El pintor flamenco, a quien apodaban ‘el Terciopelo’, ‘la Flor’ o ‘el Paraíso’, se dedicó a dibujar naturalezas muertas, a menudo de flores y paisajes, aunque en sus inicios se centró más bien en paisajes con escenas bíblicas o históricas.
Al escuchar aquel nombre, el batería de The Pogues, Andrew Ranken, recordó una frase que se atribuye a Winston Churchill sobre la vida en la Marina Real Británica: “No me hable de las tradiciones de la Armada Real. Son solo ron, sodomía y el látigo” (“rum, sodomy and the lash”). Murray, sorprendido ya que nunca había oído la cita, comentó que sería buena idea adoptar una imagen relacionada de alguna manera con el arte de estilo naval.
Nadie sabía muy bien cómo encarar aquella idea hasta que semanas después el bajista del grupo, Jem Finer, encontró el cuadro El naufragio de la Medusa en un libro de arte de la Universidad de Oxford. Si en algo estuvieron todos de acuerdo, es que aquella imagen les serviría para parodiar las tablas de surf y la música de aquel género tan en boga en los años 60. Sin embargo, la pintura representa algo bien distinto: una escena del naufragio de la fragata de la marina francesa Medusa, que tuvo lugar en el verano de 1816, cuando varios barcos franceses transportaban 362 pasajeros entre tropas, colonos, funcionarios y científicos al puerto de Saint-Louis, en la costa de Senegal, para colonizar aquel país que Francia había recuperado con el fin de las Guerras Napoleónicas.
La fragata estaba al mando del comandante Hugues Duroy de Chaumareys, un fervoroso monárquico que no se había hecho a la mar durante 25 años, desde los tiempos del Antiguo Régimen, y que desoyó continuamente los consejos de sus oficiales, mucho más experimentados que él. La incompetencia de Chaumareys no sólo le llevó a dejar atrás al resto de embarcaciones aprovechando que la Medusa era el navío más rápido, sino que el comandante se empeñó en seguir las sugerencias de un tal Richefort, un pasajero que aseguraba conocer a fondo aquellas aguas y que los desvió unos 100 kilómetros de su ruta.
El resultado, tal y como temían los oficiales, fue desastroso: el 2 de julio de 1816 la fragata encalló en un banco de arena, para desesperación de la tripulación y los pasajeros. Tras los primeros intentos infructuosos por sacar a la nave de allí, los marinos idearon una solución: construirían una gran balsa en la que depositar parte de la carga y así aligerar a la Medusa, facilitando su liberación.
Por desgracia, aquella idea fue también un fracaso, y la desesperación se apoderó de la tripulación. Tanto el comandante Chaumareys como otros marineros y pasajeros se dejaron llevar por el pánico y acabaron por entregarse al alcohol, emborrachándose y empeorando la situación, pese a los esfuerzos de los oficiales por mantener el control. Contradiciendo las normas y costumbres de la marina, el capitán utilizó los botes de salvamento para sí mismo y sus oficiales, dejando a su suerte a un grupo de unos 150 soldados a merced del mar a bordo de la balsa. El pánico se extendió entre ellos rápidamente, y poco a poco fueron suicidándose y muriendo por ahogamiento, deshidratación, violencia, enfermedades y el canibalismo al que la escasez de víveres condujo a sus supervivientes.
Cuando el Argus, otro de los barcos de aquella expedición, encontró la balsa de la Medusa, sólo quedaban con vida quince personas; cinco de ellas murieron en los días posteriores durante el traslado a Saint-Louis. En Francia la tragedia se convirtió en un escándalo, pues se acusó a la monarquía de indiferencia por el bienestar de sus súbditos y se puso en evidencia que el responsable del desastre había sido un ‘realista’ escogido a dedo pese a su ineptitud.
Apenas unos meses después de los hechos, en marzo del año siguiente, el comandante Chaumareys fue juzgado, degradado y declarado culpable en Consejo de Guerra el 7 de enero de 1817. Aunque se le retiró su cargo y sus condecoraciones navales, el noble logró evitar la pena de muerte, siendo sentenciado a tres años de prisión, debido a su pasado en la armada. Tras ese tiempo encarcelado se retiró a su castillo de Lachenaud, la residencia de su madre, en Bussières-Boffy, donde murió el 23 de noviembre de 1841 a los 78 años.
Esta terrible noticia inspiró al pintor Thédore Gerícault (Rouen 1791- París 1824) la obra más relevante de la pintura francesa del siglo XIX, Le radeau de la Méduse (La balsa de la Medusa), de 1819. Este gigantesco lienzo al óleo de 5 metros de alto por 7 de largo, se expone hoy en el museo del Louvre. No obstante, en su día el joven pintor galo, que contaba entonces con 27 años de edad, le dio a su ambiciosa obra un título diferente, Escena de un naufragio, con la intención de burlar la censura, ya que el lienzo plasmaba un tema entonces de candente actualidad que había puesto en el punto de mira a la restaurada monarquía borbónica, con Luis XVIII al frente.
Con el fin de obtener los resultados más realistas posibles, Géricault entrevistó a alguno de los supervivientes, construyó una especie de balsa en su estudio e hizo bocetos y apuntes del mar embravecido en la costa de Normandía. Además, el artista acudió a varios depósitos de cadáveres para realizar estudios anatómicos de los muertos y plasmarlos en la obra. La escena recoge el momento en que los náufragos avistan la fragata que no los recogerá. La visión es completamente dantesca, con la balsa medio deshecha por el oleaje, y los cuerpos de los muertos, putrefactos, mutilados y desperdigados por la balsa.
La obra fue compuesta expresamente de forma asimétrica, con el objeto de representar un desorden intencionado acorde con los hechos. Una línea parte del cadáver de la izquierda con las piernas en el agua y asciende hasta el marino que agita un trapo en dirección al barco que acude al rescate. Los personajes componen toda una galería de las expresiones posibles en un momento así, desde la desesperación más absoluta del anciano que da la espalda al barco, pasando por los primeros atisbos de la esperanza, hasta llegar al entusiasmo desbordado de los hombres que agitan sus camisas al horizonte.
Del mismo modo, la luz refuerza esa idea de final de la travesía a la deriva, con las nubes más negras a la derecha y el cielo más luminoso en la lejanía, recortándose entre las cabezas de los marinos más destacados. La balsa, levantada por las olas, se adentra oblicuamente al interior del espacio pictórico. El barco que podría rescatarlos se presenta como un pequeño punto apenas sugerido en el horizonte. Mientras, tal y como se ve en la vela de la balsa, el viento sopla justo en la dirección contraria de la posible salvación, hacia la muerte, con un efecto claramente negativo sobre el equilibrio de fuerzas de la escena.
El mánager de The Pogues pensó que sería una buena idea superponer las caras de los componentes de la aventurera tripulación irlandesa sobre los protagonistas de esta pintura que habla de locura, escorbuto y muerte. Así se lo hicieron saber al responsable del sello Stiff, Dave Robinson, aunque creían que a este no le haría ninguna gracia. Sin embargo, le gustó tanto que le encargó inmediatamente el trabajo a su director artístico Simon Ryan, quien se había encargado hasta entonces de toda la parte artística de The Pogues. Este viajó hasta París y consiguió una reproducción de 30 centímetros de largo por 35 de ancho a cambio de 400 euros.
A través de un amigo, Ryan contactó con el pintor Peter Mennim, quien sería el encargado de superponer los retratos de los músicos a la pintura. Mennim solía trabajar entonces diseñando carteles de películas, cubiertas de libros y carteleras, aunque se había especializado en encargos difíciles como ilustrador por su facilidad para trabajar en cualquier estilo. Según recuerda hoy, las instrucciones fueron verbales y muy escasas: “La balsa de la Medusa con las cabezas de los componentes de The Pogues en el lugar de las originales”.
A partir de ese momento, Mennim tuvo que tomar todas las decisiones respecto al diseño. Estaba acostumbrado a hacer un boceto bastante detallado en bruto que mostraba a sus clientes para que estos lo modificaran y aprobaran, pero no fue así en este caso. El artista trabajó sobre la reproducción del original adecuada al formato de una cubierta de un vinilo, pintando directamente por encima.
Concertó una cita con el grupo y los fotografió por separado en un estudio de grabación de Camden. Aunque era consciente de que no se trataba del lugar ideal, al menos contó con un par de horas para retratarlos. A Mennim lo habían alertado sobre la reputación de la banda, pero se encontró con cinco músicos amables y que cooperaron en la sesión. De todas formas, todos se encontraban bastante cansados de la juerga de la noche anterior y no hubo casi conversación entre ellos. En cuanto a Philip Chevron, su guitarrista, no le tomó fotos porque aún no lo habían incorporado como miembro fijo de la banda, con lo que tampoco apareció en la portada. Su cantante, Shane McGowan, ni siquiera se presentó aquel día en el estudio. Posteriormente le proporcionaron unas cuantas imágenes de promoción de McGowan para que seleccionara una, y con eso y los retratos que les había tomado hizo su trabajo.
En cuanto a la pintura de Mennim que acabó en la portada, la última vez que la vio fue cuando se la pidieron para reproducirla. Él lo considera un robo. “Se venden los derechos de autor o la licencia de uso de una ilustración, pero no el original”. Hoy la obra cuelga de una de las paredes de Frank Murray, el mánager que acompañó a The Pogues en su primer concierto en el extranjero y de quien partió la idea.
Para celebrar el lanzamiento del disco, el grupo invitó a la prensa a bordo del buque de guerra HMS Belfast, atracado en el Támesis. Allí tocaron varias canciones del álbum, vestidos de piratas del siglo XVII, de la misma guisa que aparecen retratados en la contraportada y en la funda interior del disco. La única bebida que se sirvió a bordo fue ron y, por increíble que parezca dada su reputación, el grupo permaneció sobrio: cuando quisieron probar el alcohol, los periodistas de publicaciones musicales como Melody Maker y NME se lo habían bebido todo. Entre el mareo y lo bebido, varios de ellos empezaron a vomitar, y uno incluso se cayó por la borda. La fiesta terminó cuando la policía apareció para rescatarlo. La presentación había acabado de forma muy distinta a la odisea de la balsa que les había inspirado.
Idea: Frank Murray
Diseñador: Simon Ryan
Ilustrador: Peter Mennim
Fecha de edición: agosto de 1985
Discográfica: Stiff
Productor: Elvis Costello
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