TEENAGE FANCLUB
Teenage Fanclub, la melodía perfecta
Acuérdate que es más «Fanclub» que un «Club de fans». Aprecia que están tan cerca de una democracia como una banda de rock pueda estar. Imagínate estar bajo la lluvia en el festival de Reading, escuchándoles tocar una versión perfecta del «Mr. Tambourine Man». Piensa en melodías redondas, ecos de The Beach Boys, The Beatles, Love o Big Star, en maravillosos conciertos llenos de calor y en todas las buenas cosas que deberían proporcionar un cuarteto de jóvenes armado con guitarras.
Eso eran los escoceses Boy Hairdressers, más tarde reconvertidos en Teenage Fanclub, con la leyenda detrás de que para su primer disco A Catholic Education consiguieron el dinero de los padres y un banco, todos engañados pensando que iba a ser invertido en un ordenador. Mientras su reputación subía, en los escenarios el caos y la inspiración iban con ellos a partes iguales: la batería se rompía, los altavoces se acoplaban, el grupo improvisaba en varias direcciones… Y, de repente, en pleno desorden, una de sus joyas caía del escenario.
La promesa tuvo su confirmación en noviembre del 91 con Bandwagonesque, una bomba de esta década loca. Empezaba con «ella siempre lleva vaqueros / va a comprar unos discos de Status Quo» y olía a excelencia eterna. Por ahí se llegó a decir: «Son uno de esos grupos a los que por una extraña combinación de música, hora, lugar, personalidad y buena suerte todo el mundo quiere».
Después vino Thirteen, el paso atrás. Y ahora llega Grand Prix, avalado por una extraña confianza en la melodía perfecta y un ambiente a cimas más frescas. Sus autores probablemente se encogerán de hombros y toserán pensando en el siguiente, cuando nosotros empezamos a liarnos con éste. No será una sorpresa. Teenage Fanclub no tienen razón especial para emocionarse. Ninguna lista de exigencias para clavar en la puerta de palacio después de la revolución de los jóvenes, ni deseos de mandarnos al año cero. Todo lo que tienen es el bolsillo lleno de canciones con poder de emocionar como nunca a sus adictos. Y eso es bastante, ¿no?