SAM ROBERTS
Sam Roberts, cielos grises, cielos azules
“¿Quién dijo que una canción no puede salvar tu vida?”, se pregunta Sam Roberts en “Uprising Down Ander”, un elegíaco corte de su nuevo disco Chemical City. “Quien fuera que lo dijera, te estaba engañando”.
Es una afirmación arriesgada, pero no es la primera vez que Sam Roberts se la juega y se deja el corazón en un disco. Su debut (We Were Born in a Flame) estaba lleno de canciones sobre el amor, la fe, la compasión, la lucha y la trascendencia, y en el disco aparecía su ahora ya famosa declaración acerca de que él moriría por el rock’n’roll. En sus siguientes singles (“Brother Down”, “Don’t Walk Away Eileen” o “Where Have All the Good People Gone”), este músico de Montreal probó su intachable dedicación al pop pasional, al folk místico y al rock psicodélico más salvaje. Incluso los críticos mejor preparados para detectar mierda se rindieron ante él.
Con Chemical City, Roberts y su banda han conseguido una continuación más visceral y cruda, pero, paradójicamente, más ambiciosa que sus trabajos anteriores. “Hasta ahora, tengo la impresión de que preparaba de antemano cada detalle y cada nota. Esta vez, he preferido dejarlo todo más abierto para tratar de conseguir inmediatez y urgencia en todas las canciones”.
Para conseguir que la creación fluyera mejor, Roberts viajó a Holanda y a distintos lugares de África, incluyendo las islas Mauricio y Sudáfrica, la tierra natal de sus padres. Durante ese viaje, pero por fin en Australia, encontró una vieja iglesia presbiteriana en Nueva Gales del Sur, cerca de Byron Bay, y decidió que aquel era el lugar indicado -remoto, aislado- para grabar su nuevo disco.
Se le unieron sus viejos amigos: Dave Nugent (guitarra solista), Eric Fares (teclista), James Hall (bajista) y Billy Anthopoulos (batería). El coproductor Mark Howard (que trabajó anteriormente con artistas como Lucinda Williams o The Tragically Hip) llegó con todo el material de grabación necesario. Y la camaradería entre ellos aportó una evidente calidez a todo el trabajo. Roberts señala: “Vivíamos y comíamos todos juntos en la iglesia, pasábamos las mañanas en la playa y volvíamos a mediodía para ponernos a trabajar. Era idílico”.
La grabación se completó más tarde en Montreal, con el ingeniero Joseph Donovan (The Dears, The High Dials), compañero de estudios de Roberts, que se hizo cargo a partir de entonces de los controles. Se añadió también el batería Josh Trager. Pero la mayoría del álbum, y sobre todo su espectacular sonido de órgano, nacieron de la inspiración de las tomas en la iglesia australiana de Garth Hudson (el teclista de The Band) o, quizás, y realmente, de ambos.
La mayoría de las canciones de Chemical City transmite una energía contagiosa. La ya citada “Uprising Down Ander” (con la colaboración de Matt Mays, estrella del indie canadiense y también viejo amigo de Roberts) y “The Resistance” (con su preciosa frase: “We danced while the city slept” -“Bailamos mientras la ciudad dormía”-) son eufóricas. Otras canciones, como la más acústica “Bridge to Nowhere” o el psycho-pop de “Mystified, Heavy” se refieren a cuestiones más existenciales. Y el contraste es deliberado. Roberts vuelve a explicarse: “En este disco quería explorar tanto las profundidades más oscuras como los momentos más alegres de la experiencia. La tensión entre esos dos extremos es lo que más me atrae del rock’n’roll y lo que da fuerza a mis canciones favoritas”.
Entre todo esto, algunas canciones tratan lo que Roberts califica como ‘cuestiones diarias’, coronadas siempre por un rico envoltorio metafórico. La hipnótica “Mind Flood” trata sobre el proceso creativo. Y dice: “Grey skies, the waters rise, blue skies, the river dries” (“Cielos grises, el agua sube, cielos azules, el río se seca”). Y la emocionante “An American Draft Dodger in Thunder Bay” pinta el retrato de un objetor de conciencia durante la guerra de Vietnam, que podría trasladarse fácilmente a la guerra de Irak. “Precisamente sobre eso va la canción. A Canadá está llegando mucha gente desde los Estados Unidos. Simplemente, no les gusta cómo está siendo gobernado su país”.
Pero donde Chemical City es más ambicioso es en su aspecto ‘fantástico’. Desde la ilustración de la portada (de Ken Dewar) hasta canciones como “The Gate”, el himno que es el primer single del disco y que habla de un futuro en el que el mundo (un “imperio que se ha desvanecido”) estará poblado sólo por santos y por pervertidos pecadores, o “The Bootleg Saint”, llena de personajes que habitan una ciudad-estado.
Roberts admite que algunas de sus novelas favoritas, incluyendo Dr. Bloodmoney de Philip K. Dick o The Sheep Look Up de John Brunner, son una inspiración evidente para estas canciones. “La mayoría de la ciencia ficción no es más que una representación fragmentada de nuestro mundo. En realidad, no es para nada tan fantástica como parece”, apunta Roberts. Real o irreal, búsqueda o cruzada, Chemical City nos devuelve a estos ‘guerreros de la carretera’ para luchar contra el cinismo y la autocomplacencia. Resistirse es inútil, pero la salvación está asegurada.