RICHMOND FONTAINE

Richmond Fontaine, el casino de los perdedores

 

“87 dólares y una conciencia culpable que empeora cuanto más lejos voy”

 

Willy Vlautin sabe de qué habla. Sabe de qué están construidas las canciones que otros hacen tan bien, pero que tan poco han vivido. Willy Vlautin lo conoce porque él sí ha vivido la cara oculta del sueño americano. Durante 10 años trabajó para una empresa de camiones, más tarde, en un almacén y, después, como pintor, seguro que soñando en que más allá tenía que haber algo mejor y distinto, lejos de la rutina.

 

Por suerte para todos los que ahora le siguen, que no para él en aquel entonces, Willy Vlautin fue un chico tímido en extremo, con dificultades para comunicarse con la gente. Eso hizo que centrase todos sus esfuerzos como adolescente en la música, en descubrir muchos grupos, muchos discos, muchas canciones, tantas que en algún momento se llegó a plantear que él también podía hacerlo si lo intentaba, aun siendo consciente de que no tenía la más mínima habilidad.

 

Ahora, doce años después de la formación de su grupo, Richmond Fontaine, cuenta ya con siete discos en su haber: Safety (1996), Miles From (1997), Lost Son (1999), Winnemucca (2002), Post To Wire (2004), The Fitzgerald (2005) y Thirteen Cities (2007). A estos siete álbumes hay que sumarles tres directos, uno descatalogado (Whiskey, Painkillers & Speed, 2002), otro que se vendía en los conciertos de su gira de 2005 (Loser’s Casino) y un tercero que se puede conseguir a través de su web www.richmondfontaine.com (Live At The Doug Fir Lounge, 2005) y, además, otro disco en el que regrabaron parte de sus dos primeros álbumes (Obliteration By Time, 2005).

 

En los últimos tiempos, desde hace tres años con Post To Wire, Richmond Fontaine goza de una cierta repercusión, algo que seguramente su líder siempre anheló, pero nunca creyó que pudiera conseguir, y menos sin vencer su timidez. Justo ahora que edita su mejor álbum en el 2007, Thirteen Cities, Willy Vlautin anuncia que puede que haya un disco más de su grupo, pero que su prioridad a partir de ahora será la narrativa, con una primera novela ya editada en castellano (Vida de motel, 2007) y una segunda (Northline) que espera turno.

 

Has comentado que la idea inicial de este disco, Thirteen Cities, era escribir sobre el Oeste y el declive de la civilización. ¿Ha resultado muy distinto al final?

            – En principio tenía una idea romántica del desierto, debido en parte a todas las películas del Oeste que veía de pequeño. Me pasé mucho tiempo en los últimos meses escuchando cosas como las bandas sonoras de Ennio Morricone, pero de una forma obsesiva, que es como hago las cosas, con los discos en modo de repetición continua. A mi novia le hubiese gustado asesinarme entonces. Estaba tan ilusionado por grabar en Tucson, Arizona, que al principio lo que pretendía era hablar del sudoeste. Sin embargo, acabé hablando de personajes que escapan tanto de sus lugares de procedencia que al final acaban por enfrentarse a sí mismos. Son personas que huyen tanto de sí mismos que acaban por sufrir un colapso o que tienen que decidir qué clase de vida van a llevar.

 

A veces es mejor mantener una imagen romántica de un lugar y no llegar a conocerlo.

            – Sí. Tengo esa idea romántica de los lugares, pero cuando empiezo a escribir, como en este caso, la parte oscura hace su aparición. Ya me hubiera gustado a mí vivir en un lugar tranquilo en las afueras de Tucson y que lo quedase reflejado en el disco fuese una versión de mí mejor que la que realmente es.

 

Al llegar allí, ¿te encontraste una ciudad como la que esperabas o sentiste algún tipo de desengaño?

            – Ya conocía el lugar de haber estado allí algunas veces antes. Incluso en una ocasión me pagaron para que tocara en una boda y estuve por allí un par de semanas. Sucedió que nuestro productor de los tres últimos discos, JD Foster, es amigo del dueño del estudio, Craig Schumacher. Como no habíamos grabado nunca fuera de nuestra ciudad, decidimos que teníamos que hacer otras cosas, así que nos fuimos allí a grabar en su estudio Wavelab. Alquilamos una pequeña casa. Por el día grabábamos y por la noche veíamos viejas películas y bebíamos tequila. Fue una experiencia maravillosa. Y también me sirvió a mí para no ser tan consciente, como en otras ocasiones, de lo importante que es contar con las canciones y las condiciones adecuadas para la banda y todo el entorno del grupo, ya que se mueve mucho dinero con cada disco. Siempre estoy nervioso por si habré hecho bien mis deberes.

 

No sé si estos textos están condicionados por tu presencia en el lugar en el que querías estar. ¿Escribiste las letras antes de marchar a Arizona o lo hiciste una vez llegaste allí?

            – No, no nos lo podemos permitir. No tenemos el suficiente dinero como para dejar las cosas al azar en el estudio, así que lo tengo todo hecho antes de entrar a grabar. JD y yo hablamos mucho de los textos antes de dar las canciones por finalizadas, y me fuerza a mejorarlas. Es la suerte de tener a alguien tan inteligente como él a mi alrededor.

 

¿Había algo en el ambiente de Tucson y del Sudoeste que quisieras capturar en las canciones?

            – El estudio ya tiene una gran historia detrás: Giant Sand, Richard Wagner, Calexico, Neko Case, Luca… Tiene como un sonido claro, y yo soy un gran seguidor de todos esos grupos. Escribí las canciones con el estudio y ese sonido en mente. Nunca sabes si vas a lograr algo de ese sonido y de ese sentimiento, pero creo que hemos conseguido algo más cercano a él que si no lo hubiésemos grabado ahí.

 

A mí me da que el disco captura la atmósfera del Sudoeste, por lo menos la idea que yo tengo sin haber estado allí.

            – Lo que acabas de decir me hace feliz para el resto del día. Igual que tú, mucha gente nunca ha estado allí. De hecho, mucha gente de Tucson ni siquiera conoce las poblaciones de alrededor. Pero ése es el poder de la música: transportarte a un lugar, sin importar si ese lugar existe o no, o si has estado allí o no. Lo que esperas es que la conjunción de la música y las letras consiga algo así. Es como una película, que a veces consigue llevarte a un lugar. Es difícil para una pequeña película, pero puede darte una pequeña pincelada, y después tú construyes el resto en tu cabeza. Es lo bueno de la música, que puedes construir todo el paisaje en tu cabeza escuchando un disco.

 

¿Relata el disco realmente un viaje por 13 ciudades, de Portland a Tucson?

            – No puedo decir que es algo que sucede en todas estas ciudades diferentes. Se ha utilizado mucho la figura del vagabundo, pero mi intención era hacer un buen álbum sobre la idea de escapar para encontrar algo mejor, como dejar tu trabajo por otro, tu novia por otra con la que podrías estar mejor, o encontrar otra ciudad en la que ser más feliz… Las trece ciudades son una metáfora de la idea de viajar, de buscar, que tal vez la próxima ciudad sea mejor, cuando lo que sucede es que no estás mirando dentro de ti. Todos los personajes del disco están en un momento de transición, dándose cuenta que se están encontrando consigo mismo. Por ejemplo, el tipo de “A Ghost I Became”, que empieza a quebrarse y, a pesar de intentar seguir siendo el mismo, con la seguridad que le da lo conocido, acaba por romperse.

 

Entonces la idea de escapar aquí no difiere de la de Born To Run de Bruce Springsteen.

            – Leí en una ocasión que cuando era joven, en Born To Run, Bruce Springsteen nunca llegó a pensar adónde podían escapar sus personajes y, cuando se hizo mayor, descubrió adónde había escapado él. Mis personajes están en esa situación: no saben adónde ir o, en otros casos, están descubriendo lo que quieren, como el tipo de “$87 And A Guilty Conscience That Gets Worse The Longer I Go”, que ya no quiere saber nada del lado oscuro de la vida, tanto de su pasado como de lo que le rodea.

 

Joey Burns está ahí, Howe Gelb también, pero a mí me gusta especialmente la trompeta de Jacob Valenzuela en “The Kid From Belmont Street”, puede que mi canción favorita del álbum.

            – Sí, tuvimos suerte. Soy un grandísimo fan de Calexico. Nuestro productor JD Foster me presentó a Joey Burns y Jacob Valenzuela, y los dos quisieron participar en el disco. Fue todo un honor, porque son dos músicos excepcionales. Lo pasamos muy bien con ellos, teniendo en cuenta que no los conocía antes. La trompeta de Jacob Valenzuela en ese caso concreto es lo que da sentido a la canción. Era una pequeña canción, y entre él y mi grupo la convirtieron en algo grande. Es algo que nunca olvidaré.

 

¿Me puedes contar algo más de esa canción en concreto?

            – Es un chaval que vive enfrente de mi casa. Se trata de una de esas situaciones en las que alguien te rompe el corazón, algo que te puede pasar una vez por mes. No tiene que ser una persona sin hogar, ni nada así. Puede ser una mujer de cuarenta años a la que ves llorando de repente hablando por el teléfono. O un chaval que puedes decir que está totalmente solo, que cuando lo ves nunca va con nadie, que viste sin estilo, no como los otros chicos, y no sabes qué hacer ante un caso así. Me rompe el corazón de verdad. Me recuerda a mí cuando era un chaval y lo que sueño es que puedo ayudarle.

 

También me gusta la historia de que Howe Gelb grabó su parte en media hora porque su mujer lo estaba esperando.

            – Ése fue otro de los momentos especiales de la grabación. No conocíamos a Howe Gelb anteriormente. Estuvo con nosotros en el estudio escuchando y dijo que tocaría el piano en “$87 And A Guilty Conscience That Gets Worse The Longer I Go”, pero que sólo disponía de media hora para hacerlo porque su mujer le estaba preparando la cena y no quería llegar tarde. Parece que ya le había fallado un par de veces. Se lo había prometido, y así lo hizo. Pero lo mismo pasó con Joey Burns, que hizo toda su colaboración en un día y medio. Yo creo que no tuvo tiempo de darse cuenta de cómo me gusta su grupo.

 

Las canciones parecen bandas sonoras para tus poemas. ¿Qué surge antes, las letras o la música?

            – En muchos casos es así. Para mí la música es como ponerle un traje a la letra. De vez en cuando aciertas con el traje adecuado para el tío adecuado. Eso es lo que hago con la música: ir probando hasta que se ajusta, hasta que tengo la banda sonora perfecta y la melodía adecuada que le dé sentido a los textos. Aunque esté en una banda de rock, me gusta pensar que se trata de una banda sonora y que puedes perderte en la historia de la canción.

 

Este nuevo álbum es bastante diferente del anterior, The Fitzgerald, que fue escrito en un hotel en Reno, Nevada.

            – Reno es donde crecí. En ambos sigo más o menos la misma idea de ser fiel a la historia. En The Fitzgerald intentamos que sonase más hermoso, más lánguido, con el pedal steel guitar, el piano, lo que anuló la rigidez de las historias de las canciones. Para el nuevo disco pensamos que los adornos no harían mejores a las canciones. Lo que se trata es de ser fiel a las canciones. Es lo bueno de estar en un grupo, que el grupo siempre pondrá las canciones por delante, intentará que sean increíbles y válidas emocionalmente.

 

Entre ambos editasteis el disco en directo Live At The Doug Fir Lounge en Internet. ¿Por qué no apareció en disco?

            – Un amigo, Larry Krane, que lleva un estudio en Pórtland, que fue el ingeniero de Post To Wire y que ha grabado un montón de discos buenos, quería registrar algo nuestro en directo. Lo pasamos bien, y creo que suena estupendamente. Pero tampoco tenía que ser un disco más de edición normal.

 

También habéis grabado algunas de vuestras canciones con un sonido más hardcore. ¿Había nostalgia de un pasado más eléctrico?

            – Queríamos comprarle nuestros dos primeros discos al tipo que tiene los derechos sobre ellos, porque su compañía más o menos se desmanteló. Pero a él no le interesaba vender nada de su antiguo catálogo, así que no sabíamos qué hacer. Al final los grabamos en una buena parte de nuevo en un estilo bastante similar a cómo aparecieron, aunque ahora somos mejores músicos. Se trataba de que la gente pudiese escuchar esos dos primeros discos, porque siempre nos preguntaban cómo podían hacerse con ellos, así que acabamos colgándolos en Internet.

 

Has publicado tu primera novela, The Motel Life (Vida de motel). De nuevo, un motel en tus creaciones. Supongo que son historias que te llegan más adentro, que te encuentras cómodo en ese imaginario.

            – Sale con Belacqua en España. Me llevó años escribirla. Si fuese una canción, encajaría perfectamente en The Fitzgerald. Habla de dos hermanos que viven en un motel en Reno y que acabaron allí a una edad muy joven porque no había nadie que cuidase de ellos. No es que sean malos tipos, pero siempre acaban metiéndose en problemas.

 

Acabas de finalizar un disco instrumental con Paul Brainard, quien toca el pedal steel guitar con Richmond Fontaine.

            – Se llama Northline, y es otro libro mío del que hemos hecho esa banda sonora de sólo unos 30 minutos. Siempre me han gustado mucho los discos instrumentales y, también, el músico que toca con nosotros el pedal steel guitar, Paul Brainard, así que fue como darle una oportunidad a él de crear una hermosa atmósfera que no fuera country ni nada así. El libro aún no se ha publicado en los Estados Unidos, porque lleva mucho tiempo editar los libros, pero ya está previsto que salga dentro de un año.

 

¿Es cierto que te gustaban mucho The Jam?

            – ¡Me puse a llorar desconsoladamente cuando supe lo de su separación! Y nunca había estado en Inglaterra ni nada así, pero supongo que se trata de lo mismo que hablábamos antes. Paul Weller me transportó a la Inglaterra de la clase trabajadora de entonces. Yo tenía un póster del grupo en mi habitación. Había una tienda en mi ciudad en la que iba consiguiendo todo lo que editaron. También me gustaban The Clash, pero The Jam era como mi grupo en el Instituto. No me puedo creer que Weller fuera tan joven cuando compuso esas canciones. ¡Yo casi no podía atar mis zapatos a esa edad!

 

No parece que se haya trasladado a tu música.

– Ya sé que no se nota mucho en mi música, que siempre he hecho más o menos lo mismo. Una de mis grandes influencias fue siempre el grupo X, de Los Ángeles. Mi hermano se marchó de casa a los 12 años y se fue a vivir a Los Ángeles, y me enviaba discos de todos estos grupos country-punk-rock como Rank And File, Green On Red, The Long Ryders, The Blasters, Jason & The Scorchers… Había un grupo en Reno que sonaba como ellos, The Boston Rangers, y yo iba a todos sus conciertos a verlos y lo comentaba en el periódico del instituto. Supongo que ahí me entraron las ganas de componer mis propias canciones. El cantante, que murió seis semanas después de que le descubrieran un cáncer, componía todas sus canciones en un pequeño refugio. Cuando empecé a componer quise hacerlo en el mismo lugar, pero tuve que esperar tres años y medio hasta que estuvo libre. ¡Soy un idiota!

 

Curioso…

            – Déjame que te cuente otra historia. Un día estaba en el lago Tahoe, en Reno, y había una hermosa muchacha escocesa pelirroja de unos 17 años. Me atreví a preguntarle cuál era su grupo favorito, y me contestó que Japan. No tenía ni idea de quiénes eran. Le pregunté si era un grupo, y supongo que en ese momento me vio como un gran perdedor. Yo no había visto una chica más guapa ni con una voz tan bonita. Estaba obsesionado con la música entonces, mucho más de lo que lo estoy ahora, tanto que perdía el sentido hablando de música. Volví a casa y llamé a todas las tiendas de discos. Sólo una de ellas tenía uno de sus álbumes, así que cogí mi bici e hice 10 kilómetros para comprar Gentleman Take Polaroids. Nunca había escuchado nada así y me cansé de pincharlo pensando que podría estar en Escocia con una chica tan guapa como aquella. Era la clase de música que no pensé que me podría gustar… Mi padre viajó a Inglaterra en una ocasión y me trajo dos discos, uno de The Pogues –Rum, Sodomy & The Lashy otro de The Jam, ya que eran dos de los cinco recomendados por la tienda aquella semana. Después decía que había sido uno de los grandes errores de su vida, porque yo pinchaba aquel disco de The Pogues continuamente. Me amenazó con romperlo si lo ponía una vez más.

 

¿Cuál fue el momento definitivo en el que quisiste hacerte músico?

            – Los discos eran mi felicidad cuando era un adolescente. No creo que nunca tuviera ninguna habilidad musical. Tuve una infancia tan dura, por ser tremendamente tímido y tener miedo de hablar con la gente, que la música me ayudó a sobrellevarlo, así que sólo quería estar en un cartel con el nombre de mi grupo ahí, viajar en una furgoneta y tener uno de mis discos entre los otros discos de una tienda. No me importaba tocar en el club más pequeño, viajar en la furgoneta más cutre y que mi disco se vendiese en la tienda más remota, aunque lo tuviesen en el almacén. Eso es lo que siempre quise: ser parte de ello. Tiene gracia, porque la música implica tener que estar delante de la gente.

 

Ahora, una vez que lo has conseguido, ¿qué te queda por hacer?

            – Más que nada, lo que me gustaría es seguir escribiendo novelas, ya que lo que más me llena es escribir historias. Sé que es difícil hacer una buena historia, y si hiciera una buena sería el tipo más feliz. Tal vez grabemos otro disco más como Richmond Fontaine y también me gustaría editar más discos instrumentales.

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