Peter Perrett – Sobreviviendo al naufragio
La escena de aquella tarde de verano de 2014 en A Hortiña, el pequeño parque en el que se celebra el Felipop, no era muy prometedora. Habíamos llegado a media tarde en busca de alguno de los amigos que organizan el festival y la casualidad nos hizo coincidir con la prueba de sonido con que la familia Perrett preparaba sus actuaciones. Mientras los hijos de Peter y Zena y el resto de los componentes de Strange Fruit demostraban su pericia instrumental, los padres paseaban sus cuerpos maltrechos con la despreocupada actitud del que disfruta de unas vacaciones inesperadas. Una sonrisa de satisfacción iluminaba el ajado tono vampírico de su tez facial, pero la espalda encorvada de Peter Perrett y la fragilidad general de su aspecto no presagiaban nada bueno.
Dejamos A Hortiña sin saber bien qué esperar, y las dos cuerdas rotas en las primeras canciones del concierto de esa noche, con los consiguientes parones, hacían temer lo peor. Poco a poco, sin embargo, grupo y cantante comenzaron a crecer juntos impulsados por un repertorio glorioso y el esfuerzo titánico de un Peter Perrett ahogado al final de cada canción, y que aprovechaba cada descanso para aspirar todo el aire que le cabía en sus maltratados pulmones. Las escasas doscientas personas que allí se reunieron acabaron coreando como una sola «Another Girl, Another Planet» o aullando tras una épica «The Beast», hasta llegar al clímax con la sublime «Someone Who Cares». Si alguno había olvidado que The Only Ones fueron uno de los más personales y emocionantes grupos del tumultuoso aluvión de finales de los 70, después de aquella noche iba a ser muy difícil que los volvieran a borrar de su memoria.
Texto: Carlos Rego
Mucho antes de que The Only Ones estuvieran entre sus planes, Peter Perret ya era un hombre de éxito… a su manera. Nacido en Londres a principios de los 50 en una desahogada familia de clase media, vivió el tránsito de lo Mod a lo Hippy con especial fascinación por los primeros Pink Floyd, hasta encontrar sus modelos definitivos en Dylan y Velvet Underground. Expulsado de un par de colegios, no llegaba a los veinte años cuando empezó su eterna historia de amor con Xenoulla Kakoulli, Zena. Tras chocar con el estricto padre de la novia, huyen de casa como unos Romeo y Julieta beatniks. Sólo vuelven cuando Zena queda embarazada, para casarse a regañadientes y con el contrariado beneplácito familiar. Como un presagio de dramas posteriores, el bebé no saldría adelante.
No tardarían en encontrar su sustento como traficantes de droga. Nada de camellos de poca monta, más bien importación y distribución de material de primera calidad entre clientes escogidos, primero marihuana y luego cocaína. A pesar de los periódicos encontronazos con la ley, que milagrosamente nunca les llevaron a la cárcel, el boyante negocio les permite financiar su primera intentona musical. Durante el verano de 1972 England’s Glory arreglan sus primeras grabaciones con una compañía inesperada pero premonitoria. Coinciden en los mismos locales de ensayo en los que Lou Reed prepara su presentación en el Reino Unido e Iggy & The Stooges se encaminan hacia Raw Power. Piensan a lo grande y cuando tienen material suficiente para un disco, no se conforman con presentar maquetas, sino que prensan en vinilo unas cuantas copias del posible Lp que pasean por las mejores compañías.
A pesar de los buenos oficios de una Zena que se encarga de las labores de promoción, England’s Glory no llegan más allá de 1973, decepcionados por el rechazo inesperado de EMI y la imposibilidad de mantener una formación estable. Casi habían engañado a un Nick Kent que durante unos minutos creyó estar escuchando una colección de maquetas inéditas de Lou Reed, el absoluto referente de unas canciones todavía primerizas y miméticas, pero que ya dejaban ver el magnetismo de un chaval que sabía manejar sus influencias con clase y arrogancia.
Decepcionado pero sin lamentos, Peter se concentra en sus negocios, que le permiten vivir como una estrella del rock sin serlo. Su matrimonio con Zena es de lo más abierto, con diversas relaciones extramatrimoniales consentidas y hasta un estrambótico triángulo sentimental. Aunque parezca simple cotilleo, es importante echar este vistazo a la muy singular vida privada de Peter Perrett, porque de todas estas experiencias salían los dramas que nutrían sus canciones. Era el suyo un universo aparentemente inmune al mundo exterior, en el que la música no llegó a ocupar un primer plano hasta que Zena lo instó a tomarse en serio su pretendida y en ese momento abandonada carrera musical.
Ella, por su parte, aprovecha su vida como diseñadora de ropa atrevida para contactar con Vivienne Westwood y Malcom Mclaren justo en el momento en el que éste anda planeando su asalto al mundo de la música. Peter no le da la mínima importancia a los inminentes proyectos de Malcolm, a sus ojos un manipulador que buscaba caracteres más impresionables y fáciles de manejar. Su grupo ideal tenía que saber lo que se traía entre manos y poco a poco encaja tres piezas de incalculable valor: una sección rítmica experimentada (Mike Kellie (batería) y Allan Mair (bajo) llevaban en el ajo desde los 60), y un superclase a la guitarra, los tres con la flexibilidad y la contundencia necesaria para colorear su repertorio. John Perry, guitarrista curtido en el circuito underground, era más joven, y aunque de personalidad muy diferente a la de Peter, la conexión musical fue inmediata.
Llegaba el punk. The Only Ones eran demasiado mayores y resabiados como para apuntarse a un movimiento de principiantes, pero aprovecharon la gran ola para salir a flote. Lo harían a su manera, sin esperar a que nadie los viniera a buscar y empleando de nuevo las plusvalías de sus negocios para grabar y publicar un disco que llamara la atención. Y tanto que la llamó. Single de la semana en New Musical Express, Sounds y Record Mirror, «Lovers of Today»/«Peter and The Pets» comenzaría en 1977 el idilio del grupo con una prensa que apreciaba la urgencia y la crudeza requerida en aquellos tiempos turbulentos, pero también la capacidad de escribir grandes canciones de rock clásico y sencillo y tocarlas con la distinción que muchas veces faltaba en el punk más aguerrido. El desfile de discográficas con los papeles listos para firmar no tardó en comenzar. Al final, fue CBS la que se llevó al gato al agua, con un generoso contrato negociado por una Zena que, desafiante en sus tacones de aguja y maquillaje rock’n’roll, no se amilanaba ante los tiburones de traje.
Desgraciadamente, la historia de The Only Ones es la de uno de esos quiero y no puedo para los que nadie parece encontrar explicación. Tenían las canciones, la capacidad musical, el estilo, incluso la imagen de su líder, un dandy callejero que parecía la versión decadente pero atractiva de un Kevin Ayers o un Syd Barret pasados por el toque Keith Richards, melenita rubia cuidadosamente descuidada y raya en los ojos. Ni siquiera su monumental single de debut en CBS, logró el éxito que parecía seguro. Quizá ya en el comienzo de «Another Girl, Another Planet» (“Siempre flirteo con la muerte, parezco enfermo y no me importa”), estuviera una de las razones, una oscuridad que al tiempo que atrajo al público más arriesgado fue demasiado intensa para el masivo. Quizá la muy personal voz de Perrett, trémula y quejosa, o su exacerbado romanticismo no fuera plato para todas las mesas. El caso es que ninguno de sus tres fantásticos LPs vendió como esperaban. Tampoco las canciones más asequibles escogidas como singles ni las continuas giras hicieron mella en un mercado que parecía no querer saber nada de ellos.
La puntilla la pusieron la desorganización y el descontrol de esas giras incesantes, los esperados problemas personales, y el salto a la heroína de Peter, no el único consumidor del grupo, pero sí el que se entregó con más pasión. A partir de 1980, el grupo deja de existir y la debacle personal de Peter Perrett lo lleva a vivir una década prácticamente enclaustrado entre la en su día imponente y ahora decrépita casa heredada de sus padres y un sótano que terminó pareciendo más un búnker que un hogar. Los muebles art decó adquiridos en los días de gloria eran subastados o robados, y las lujosas batas de seda que tanto le gustaban lucían los agujeros provocados por su desmedida afición a quemar papel de aluminio, luego amontonado alrededor de una cama que apenas abandonaba. Era demasiado distinguido como para chutarse al estilo de su amigo Johnny Thunders, quizá la persona más cercana a él fuera de su círculo íntimo, y a cambio de huir de las clásicas enfermedades de los yonquis, terminó con los pulmones destrozados. Para más inri, Zena, su auténtico apoyo vital, empezó a acompañarle en su adicción, con lo que el desastre fue absoluto. Acoso continúo de la policía, una amenaza de los servicios sociales que a punto estuvo de costarle la custodia de uno de sus dos pequeños… Cuando alguien como Johnny Thunders tiene que darte consejos sobre el rumbo que está llevando tu vida es que de verdad has tocado fondo.
En el cambio de década, muy poco a poco y con periódicas recaídas, la familia Perrett fue recobrando su vida. Con el interés de una nueva generación de grupos y periodistas aparecieron recordatorios de su grandeza en disco (un Live más que correcto; un fantástico volumen de sus Peel Sessions, a la altura de sus mejores momentos), y video (la recopilación Faster Than Lightning). También abandonaron sus cada vez más peligrosas relaciones comerciales, y Peter en concreto recibió una señal inesperada con la muerte de Johnny Thunders: cada vez queda menos tiempo y será mejor aprovecharlo.
Por fin en 1996 aparece Woke Up Sticky a nombre de Peter Perrett & The One, un estupendo regreso que probaba la falta de caducidad de su talento compositor y la validez de un estilo inconfundible, la promesa de un nuevo capítulo en su carrera que otra vez careció de continuidad. Hubo que esperar a que Vodafone se acordara de «Another Girl, Another Planet» en 2006 para que The Only Ones volvieran a la vida. Apariciones televisivas, giras y festivales parecían anunciar nuevas grabaciones, pero su visita al Felipop, quizá más importante de lo que su modestia hacía suponer, marcó el camino a seguir. Fue el primer, y pletórico, concierto a su nombre arropado por la banda de sus hijos, que a partir de ese momento participaron también en los últimos coletazos de The Only Ones. Ellos son los que lo acompañan en How The West Was Won, el último y triunfal capítulo en más de 40 años de carrera caótica, discontinua y escasa pero siempre certera en lo estrictamente musical. La vida artística y personal de Zena y Peter parece hoy más estable que nunca, aunque la sombra de la enfermedad pulmonar crónica que comparten hace difícil pronosticar nuevas entregas en su “épica historia”. De todas maneras, sabiendo a lo que han sobrevivido, cualquiera se atreve a apostar en su contra.