P J HARVEY

P J Harvey, la doncella y la muerte

 

         Con la nueva perspectiva, la trayectoria de P J Harvey podría parecer un proceso premeditado de exploración y aprendiza­je. En cuatro capítulos. Un proceso que se presentaba desde la campiña inglesa con dos singles devastadores -”Dress” y “Sheela-Na-Gig”- cuando, además, los británicos habían perdido totalmen­te el rumbo en el rock y el centro del mundo musical se había trasladado de Manchester a Seattle.

 

         ¿Quién era esa airada adolescente que atacaba su guitarra con una fuerza como la que no se había visto desde los tiempos de Patti Smith? Alguien, desde luego, orgullosa y, a la vez, insegura por su condición de mujer.

 

         Bastó un primer disco –Dry (92)- para darnos cuenta de su difícil lenguaje. Sonidos recios y crudos, con la única compañía de Robert Ellis (percusión) y Steven Vaughan (bajo), y letras desde las entrañas, más gritadas que cantadas. Nada comparable en los últimos años, suficiente para que las ‘riot girrrrls’ encontraron en ella su mejor espejo, aunque la visión de estas a largo plazo fuese más limitada, si es que existía.

 

         Una temporada en la granja de sus padres ayudó a definir mejor la estructura primitiva de sus canciones. Rid Of Me (93) contaba con la producción de Steve Albini, lo que condicionó el sonido.

 

         ¿Podía existir una P J Harvey aún más esquemática y cruda a la vez? Albini lo logró, pero lo cierto es que la versión original de las canciones -aparecida a finales de ese año bajo el título de 4-Track Demos– se dirigía en esa dirección. El resultado: un par de discos tan agrios que ni la propia autora podía escucharlos de principio a fin.

 

         Ahí se apaga su voz, ayudada por un nuevo retiro en la granja paterna. Para reaparecer elige To Bring You My Love, la sorpresa de la temporada y la confirmación final del proceso. ¿Cómo podría alguien comenzar su carrera con algo como “Down By The Water”? A tal grado de perfección sólo se llega tras años de grabaciones y conciertos y un estudio detallado de las propias limitaciones.

 

         “Nací en un desierto, he estado deprimida durante años. Jesús acércate, creo que mi hora ha llegado”. Versos así necesitan de una evolución. De las guitarras encendidas a los ambientes, buscando una atmósfera especial según los sentimientos de cada composición. Del modelo Patti Smith a las comparaciones con Nick Cave o Tom Waits y la ayuda del productor Flood. Del grito desgarrado a la voz educada en muy distintos registros, buceando siempre al borde de la estabilidad emocional.

 

         Con todo ello P J Harvey se convierte en una cantante atemporal, absolutamente imprescindi­ble. Ha investigado en el blues más atormentado y se ha reinven­tado a sí misma, si es que eso es posible en un cuarto disco.

 

         Con este bagaje, P J Harvey se presentó en Madrid a finales del mes de abril y con un telonero de lujo, Tricky. En escena cinco músicos, antiguos colaboradores de Tom Waits o Nick Cave y con una media de edad de 50 años. El guitarrista Joe Gore entiende, como nadie, el nuevo sonido del grupo: a veces contenido, otras sin freno, pero siempre investigando y al servicio del nervio de cada canción. Tan rebuscado como efectivo, todo un hallazgo.

 

         Aunque el auténtico volcán en escena, una vez desprendida de su guitarra, es P J Harvey. Su nueva visión de la escenifica­ción de un concierto pasa por la actuación, la interpretación particular y diferenciada ­de cada tema según la necesidad de lo que expresa. Reclama para ella toda la atención de su audien­cia, bellamente adornada y enfundada en un negro cautiva­dor, para ponerla en tensión hasta el final de cada canción.

 

         No es una experiencia grata, sino catártica: cuando alguien aplaude, lo hace para liberarse de lo que acaba de vivir y para ayudar a la propia P J Harvey a superar el trance en el que voluntariamente se ha sumergido. De esta forma su directo se vuelve, también, absolutamente necesario.

Xavier Valiño
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