OPORTO, PORTUGAL
Oporto, el Portugal humilde
Se dice en Portugal que «Coimbra canta, Braga reza, Lisboa presume y Oporto trabaja». Y mientras los lisboetas llaman a los habitantes de Oporto tripeiros -comedores de callos y tripas-, éstos llaman a los de Lisboa alfacinhas -comedores de lechugas-. Puede que por ello la idea de una Oporto dura, comercial y trabajadora sea la más común. No hay más que darse una vuelta por el puerto o por sus barrios más típicos para comprobar que la vida allí no tiene mucho que ver con el resto de la Unión Europea más avanzada.
Pero sus habitantes también saben divertirse y gozar de la ciudad y sus entornos, sobre todo de la ribera del Duero en su encuentro con el Atlántico. Sus fértiles tierras y sus suaves colinas, cargadas de viñedos, recuerdan bastante a la verde y húmeda Galicia y algo hay también en el carácter de su gente que se descubre en el trato y su humor escéptico. El mejor momento para conocer ese carácter festivo y vital es la noche de San Juan (23 a 24 de junio), cuando todos los habitantes se lanzan a las calles para bailar, cantar y pegar a sus vecinos con martillos de plástico o cualquier cosa que encuentran.
Como se puede suponer, uno de los mayores atractivos turísticos de Oporto son sus bodegas, que se encuentran al otro lado del río, en Vila Nova de Gaia, y que se encargan de comercializar para el mundo los vinos de Oporto y el vinho verde.
Llegar hasta allí, cruzando al otro lado del río, es ya toda una experiencia. De los cinco puentes, el de D. Luis I, es el más espectacular, con dos niveles y una altura más que respetable: 60 metros. El de Dona Maria Pia, por el que pasa el tren, fue construido por Eiffel y le sirvió para experimentar antes de levantar la torre parisina. Y de los dos más recientes, el de la Arrábida tiene el mayor arco de hormigón del mundo.
Ya en Vila Nova de Gaia hay más de 60 bodegas, la mayor parte del siglo XVIII, en las que se pueden catar sus vinos y seguir el proceso de elaboración totalmente gratis. El problema es que cada una tiene un horario muy particular y la experiencia depende bastante del humor del encargado. Además, nadie se salva del intento de venta al final, a precios más altos que en las tiendas.
Un dato curioso tiene la bodega de la Companhia Velha: las botellas se distribuyen a lo largo de 6 kilómetros de túneles que fueron construidos para la vía férrea, pero, como lo hicieron en sentido equivocado, ahora son utilizados de depósito de los vinos de la zona.
Entre los dos puentes antiguos se encuentra el Oporto más auténtico, el núcleo antiguo que no sabe nada de planes urbanísticos ni de subvenciones de la Unión Europea. Allí hay una interminable colección de callejuelas y barrios de las clases más pobres de la ciudad, en la que se mezclan casas ruinosas y cobertizos.
Este laberinto de calles medievales, que vale la pena recorrer con detenimiento, se encuentra al Sur de Sao Bento, más abajo de la Catedral, y allí se puede comprobar como el barrio, de esos que ya no se pueden encontrar en casi ningún otro lugar, ha ido creciendo hacia arriba y en pendiente hasta llegar al Cais da Ribeira, donde están las tabernas más típicas y los bares de los pescadores, y en el que lentamente se empiezan a ubicar otro tipo de bares y restaurantes a la caza del turista.
En la Calzada de Vandoma y las calles que la rodean, los sábados se instalan centenares de puestos de chatarra, baratijas y comida, convirtiéndose en el rastro más cutre de toda la Península y, a la vez, puede que el más atractivo.
Por supuesto que están también los monumentos, aunque no sea lo más interesante de la ciudad. El Convento de Santa Clara (Largo 1º de decembro) destaca por su portada renacentista y su excesiva decoración interior. En la Iglesia de Sao Francisco (Plaza Infante Don Henriques) se invirtieron más de 200 kilos de oro en sus tallas, y su sótano encierra un inacabable osario. Lo más interesante de la Iglesia de los Clérigos (Rúa do Carmo) es su Torre barroca, una de las más altas de Portugal, con sus 75 metros, a la que se puede subir para tener la mejor vista de la ciudad.
Para los que gustan de los azulejos hay varios edificios imprescindibles: la Estación de Sao Bento (Rúa Sao Bento de la Vitoria) -con motivos dedicados a la historia del transporte y la batalla de Aljubarrota-, la Iglesia do Carmo (Rúa do Carmo), la Capela das Almas (Rúa de Santa Catarina), la Iglesia de Santo Ildefonso (Plaza de Batalha) y la Catedral (Sé, Avda. D. Alfonso Henriques), en la que los azulejos son la presencia más destacada del claustro gótico.
Entre los museos más interesantes está el Museo Etnográfico (Plaza Sao Joao Novo), situado en una impresionante mansión aristocrática y con una brillante colección de juguetes y casas de muñecas, el Museo de Guerra Junqueiro, bella mansión de un poeta con estupendos jardines, y el Museo de Arte Moderna de la Fundación Gulbenkiam (en la Casa Serralves, a 7 km. del centro). Sorprende también el edificio de la Bolsa (Plaza Infante Don Henriques), sobre todo por su recargado salón árabe, incluso a pesar de los superlativos del guía, y por el patio, aunque en este caso se puede visitar sin compañía y sin pagar.
Otra ruta interesante es la de los viejos cafés, que pasa obligatoriamente por el Majestic (Rúa de Santa Catarina, 112), el Imperial (Plaza Almeida Garret) y el Brasileira (Rúa do Bonjardim, 116). Para acabar, es muy recomendable también hacer una visita a la vieja y preciosa librería Lelo e Irmaos que se encuentra en la Rúa Carmelitas 144.
DATOS ÚTILES:
Alojamiento:
– Pousada de Juventude (Rúa Rodrigues Lobo, 98)
– Pensao Astoria (Rúa Arnaldo Gama, 56)
– Pensao Mondariz (Rúa do Cimo da Vila, 139)
– Pensao Estoril (Rúa de Cedofeita, 193)
Restaurantes:
– Rúa Cima de Vila y Travessa do Carmo (en el puerto)
– Rúa da Almada (en la Ribeira)
Copas:
– Zona del Cais da Ribeira: Rúa de Fonte Taurina, Rúa de Sao Joao
– Coqueiro: música brasileña (Avda. Boavista, 1588)
– Disco Aniki-Bobó: conciertos pop-rock (Rúa de Fonte Taurina, 36)
– Cafe Douro: curiosa fauna estudiantil (Praza Parada Leitao, 41)