OASIS
Oasis, hijos de un Dios menor
Llega la hora de poner las cosas en su sitio. De situar el fenómeno Oasis en su justo lugar. Porque Oasis son un fenómeno, el que nos suponíamos hace unos meses. Si no, ¿en que caverna habías estado invernando durante el último año como para no enterarte?
Desde que se fueron hasta Glasgow y amenazaron con quemar un local si su dueño no les dejaba actuar esa noche, su ascensión ha sido meteórica. Entre el público se encontraba Alan McGee, capo de Creation Records, que esa misma noche les firmó un contrato casi sin dejarles recobrar el aliento. Quien no supiera ver lo que venía tras «Supersonic», su single de debut, es que estaba ciego. Y, no hay porque engañarse, casi todos volvieron la espalda al grupo en sus comienzos, sobre todo la crítica estatal.
Las justificaciones pueden valer durante un rato: que si la prensa especializada inglesa nos lanza un producto nuevo cada semana, que hay que desconfiar de unos tipos tan arrogantes, que entran a saco en la historia del rock sin avergonzarse lo más mínimo…
Tampoco ayuda el montaje que se traen los hermanos Gallagher, poniendo a parir a todo el que se pone a tiro, liándose a puñetazos entre ellos o imitando episodios del pasado que creíamos bastante superados, como destrozar habitaciones de hotel, cargarse hasta las cejas de todas las sustancias prohibidas que encuentran o dejarse fotografiar en un simulacro de orgía.
Pero lo que debe contar es la música, y la sucesión de singles que acompañaron su aparición no admite réplica: «Shakermaker», «Live Forever», «Cigarettes & Alcohol» y el sublime «Whatever». Un legado aplastante que se confirmó con la edición de Definitely Maybe, el primer disco, ése al que tantos dieron la espalda. Que empleen una hora en escucharlo de nuevo, porque aún cuesta creer como alguien puede resistirse al contagio de un debut tan arrollador, con canciones tan memorables como «Digsy’s Dinner», «Slide Away», «Up In The Sky» o «Rock’n’Roll Star».
Desde entonces, Noel Gallagher, su guitarrista y compositor, no hace más que amenazar con una obra maestra y sólo dos discos más, porque no se ve más allá de ese límite -¿quién puede creérselo?-. Así demuestra su confianza en sí mismo. Pues bien, él y los que ahora los descubren, renegando de su menosprecio en el pasado tendrán que tragarse sus palabras.
Lo sentimos, Noel, pero (What’s The Story) Morning Glory no es lo que todos esperábamos ni la obra maestra prometida, aunque seguramente despachará millones de copias. El single «Roll With It» tiene más de una deuda con Status Quo, «Hello» copia frases de Gary Glitter, «Morning Glory» tiene la guitarra del «The One I Love» de R.E.M. y «Don’t Look Back In Anger» implica más que devoción por John Lennon. Hasta «Step Out», un tema que no aparece en la versión final del disco, tenía un riff de Thin Lizzy y un estribillo calcado del «Uptight» de Stevie Wonder.
Puede que tal derroche de confianza le haya jugado una mala pasada, y las escasas tres semanas que emplearon en componer y grabar el disco le hayan impedido separar la paja del grano y poner algo más de autocrítica. Todo parece un ejercicio de composición de canciones clásicas, pero falta la pegada que había en Definitely Maybe, esa que empuja a «Some Might Say» o «Hello» cuesta abajo sin freno.
Para compensar, Oasis tocan de nuevo la gloria, con esa simpleza tan suya. «Wonderwall» es el nuevo «Whatever», otro paso más en la dirección de sus idolatrados The Beatles, «Champagne Supernova» consigue volver aceptables las canciones épicas, «Cast No Shadow» demuestra que también tienen su corazón y «She’s Electric» es el as oculto del disco.
Por si alguien aún duda de la capacidad de Oasis, que acuda a sus ocho singles, cada uno con tres canciones de acompañamiento. Entre simples bocetos, que también los hay, Oasis descubren su auténtica dimensión relegando a caras B canciones que para otros supondrían su canonización: «The Master Plan», «Rockin’ Chair», «Aquiesce», «I Will Believe» o «Fade Away». Algún día serán recuperadas como temas estrella y entonces…