NELLY FURTADO
Nelly Furtado, canciones desafíos
Con Loose, recientemente editado, a Nelly Furtado le ha llegado el éxito. Aprovechamos para repasar con ella su trayectoria, la de una artista que no hace mucho, en el año 2000, estaba dando su primer concierto. A la tierna edad de 20 años, acababa de firmar un contrato. “Me incluyeron en el Lilith Tour, esa gira americana sólo para mujeres, y recuerdo bien el primer día, cuando todas salimos a cantar “I Shall Be Released”, de Bob Dylan”. Allí estaba yo, con Chrissie Hynde (Pretenders), Sarah McLahan y Beth Orton, sin acabar de creérmelo”. Humilde y sorprendida, Nelly se obsesionaba con una pregunta: “¿De verdad estoy a la altura?”
La duda es razonable. Al fin y al cabo, era una artista nueva, que creció en la remota Victoria, en Vancouver, una canadiense de primera generación. Empezaba, entonces, su camino en serio, con su amplia cultura musical como mejor arma. Para certificar su eclecticismo, basta echar un vistazo a sus instrumentos (guitarra, trombón, ukelele), los idiomas en que canta (inglés, portugués, hindú), y a su disco de debut, Whoa, Nelly, que ofrecía sonido mutante y personalidad propia.
La carrera de Furtado comienza a sus 18 primaveras, cuando se presenta a un concurso de nuevos talentos en Toronto, donde abundaban las cantantes negras. Allí encuentra a su actual manager, que también representa a los Philosopher Kings, uno de los mayores superventas en Canadá. Poco después, dos miembros de este grupo, Gerald Eaton y Brian West, producen la primera maqueta de Nelly. Los resultados, bastante dignos, no acabaron de cuajar: la cantante, aún en el colegio, estaba más pendiente de un viaje a Europa (mochila al hombro) y de un curso de “escritura creativa”.
Aún así, se mantuvo en contacto con Eaton y West, que insistían en que viajase a Toronto para rematar el trabajo. Furtado hace memoria: “Los Philosopher Kings tocaron dos veces en mi ciudad, fui a los dos conciertos y ellos me pedían que grabara más maquetas. Yo decía: “no sé: tengo que escribir, practicar con la guitarra, ir a clases”. Al final, casi me obligaron. El ambiente en su estudio resultó mágico: ambos son gente sensible y llena de carisma”. La conexión artista-productores fue total. El material de esas sesiones fue la llave para obtener el primer contrato de Nelly con Dreamworks. Eaton & West (conocidos bajo el nombre artístico de Track and Field) formaban parte del trato.
Sus discos resumen el amplio abanico de influencias de Nelly. Una chica que creció con entre pop comercial -Abba, Lionel Ritchie, Madonna, Paula Abdul- sin perder el sentido crítico. Poco a poco, se fue interesando por grupos de éxito con sabor callejero como los raperos Kris Kross. De ahí pasó a New Edition (el grupo de Bobby Brown), Bel Bib Devoe, Salt-N-Peppa y Jodeci. Como una niña normal. “Cuando cumplí 12 años, una amiga me regaló un disco de Mariah Carey”. Comienzan las mezclas. La primera cinta que compró por si misma fue de TLC, que reforzaron su amor por el hip-hop. Sus años de instituto pasaron a ritmo de Ice-T, De La Soul, Digable Planets o PM Dawn.
Luego descubrió la colección de discos de su hermano mayor, rebosante de Radiohead, Oasis, Pulp, Garbage, U2 o The Verve. Ese verano, para rematar la jugada, un amigo de Londres le graba una cinta alternando artistas de siempre (como Simon & Garfunkel) con las últimas novedades (de Prodigy a Portishead). “Descubrí, a la vez, a Beatles y Smashing Pumpkins. Fue emocionante. Desde entonces, adoro la cultura pop. Con todo el corazón, de las entregas de premios a las bandas sonoras, pasando por las críticas de discos. No puedo evitarlo”. Gracias a esa obsesión, Nelly es una esponja con mucha sustancia que absorber.
Su arsenal de influencias no olvida la música tradicional. A los 16, en un viaje a Portugal, da un paso de gigante en su búsqueda de una voz propia, participando en el equivalente luso a una batalla de raperos. “Me metí en el club, vi el escenario vacío y me subí. Comencé a cantar, inventándome las letras. De eso trata el hip hop: de tener un estilo propio, suficientemente sólido para improvisar. Se llama freestyling. Lo mismo pasa en la tradición del fado. Hay unas cançoes desafios que consisten en improvisar. Subes al escenario con alguien y te metes con él. Llamas vago a un colega o regañas a tu madre. Es lenguaje coloquial que exige un buen nivel de portugués”.
Otro momento de luz llegó con una visita al amigo de Londres que le grabó aquella famosa cinta: “Una noche, el padre de mi amigo puso una recopilación de música brasileña que me dejó totalmente colgada. Era el perfecto cruce de África y Portugal. La emoción y el romanticismo vienen de Portugal, el ritmo y la energía son africanos”. Nelly quiere grabar, algún día, un álbum de música brasileña cantado íntegramente en portugués.
A pesar de su voracidad, Nelly no tiene muchos precedentes musicales en la familia. Nadie que la introdujera en el soul o en la tradición portuguesa. “My madre es empleada de mantenimiento en un motel llamado Robin Hood. Mi padre es carpintero. Durante ocho años, ocho veranos, trabajé con mi madre limpiando habitaciones. Sé lo que es trabajar por dinero. Recuerdo bien mi primer cheque: lo gasté todo en ropa”.
Queda todo claro: Furtado es una chica normal, enamorada de la música. Sin muchas complicaciones: “Mi amor por la música está conectado con el exterior. Por ejemplo, de pequeña, salía de casa para cantar. Mis padres vienen de las Azores. Tienen una granja allí, de 50 acres, con vacas y todo. Es un sitio precioso. Y se parece mucho a Victoria (en Vancouver), el pueblo de Canadá donde se mudaron luego”.
Más detalles: “Mi primer recuerdo es ir de camping. Y subir en un barco. Siempre iba montada en bici. Mis amigos y yo montábamos fuertes y los defendíamos. Crecer rodeada de esa clase de belleza marca mucho tu carácter. No sé cómo, pero te marca”. Por lo visto, disparó su creatividad, una creatividad en forma de canciones.
La madre de Furtado, que alguna vez cantó en la iglesia, fue su más temprana inspiración: “Recuerdo esconderme detrás del sillón, espiando los ensayos de mi madre y un grupo de señoras. No era nada profesional, sólo cantaban para celebrar el Día de Portugal. Cuando tenía cuatro años, canté a dúo con mi madre para 300 personas. A esa edad, descubrí mi amor por el escenario”.
También había algo de música en casa: “Teníamos un equipo cutre en el salón. Y otro algo mejor en el cuarto de mis padres. Solía ir allí a escuchar el Glass Houses, de Billy Joel, una y otra vez. Lo que más me inquietaba era el sonido de cristales rotos. Traté, incluso, de samplearlo con una pequeña grabadora. Por desgracia, me caí en el intento, destrozando la cadena y un bafle”.
El sonido de cristales rotos (físicos o metafóricos) fue una constante de su adolescencia. Hoy Nelly se confiesa: “Me juntaba con lo peorcito de la escuela. La gente que tenía permiso para dormir fuera de casa y hacer lo que les diera la gana. A mí no me dejaban, aunque era una experta en burlar a mis padres. Y en meterme en líos. Tuve un periodo de pandilla femenina: mis amigas y yo éramos conocidas como ‘La Mafia Portuguesa’. Nos colábamos en fiestas, y si alguien nos caía mal se lo hacíamos saber. ¿Mi peor gamberrada? Tirar piedras, por la noche, a autobuses escolares abandonados”.
Vandalismos aparte, Furtado tocaba el trombón en la banda de la escuela, jazz de vez en cuando, y hasta imitaba coreografías de Janet Jackson con las amigas. Oyéndola discutir sobre esta música, con pasión y control de datos, seria lógico pensar que creció en una gran urbe como Los Ángeles o Nueva York. “Mi pueblo es más cosmopolita que muchas ciudades. Está poblado por canadienses de primera generación, muy ligados aún a China, India, África, Sudamérica o Portugal. Tuve contacto con muchas culturas”.