NACHO UMBERT
Nacho Umbert, el cultivo diario
En los 90 encabezó Paperhouse, que tomaban su nombre de una canción de Can. Un buen día desaparecieron, dejando tras de sí un único disco de larga duración, Adiós, que los emparentaba con Low, Codeine o Red House Painters. Tras casi 15 años alejado de la música, y recuperada el ansia de componer gracias a Lambchop, Nacho Umbert reaparece este año al frente de un combo permeable llamado La Compañía con su primer e inclasificable álbum en solitario, Ay…
En primer lugar me gustaría preguntarte por qué se produjo la disolución de Paperhouse.
– Sencillamente, creo que perdimos el interés. Dejamos de disfrutar y… Adiós.
En aquel momento, de haber seguido, ¿cómo se presentaban las cosas? ¿Era fácil mantener un grupo en 1995?
– No era distinto de ahora, siempre que no esperases vivir de la música. Teníamos unas cuantas buenas canciones para un nuevo disco y la intención de la discográfica de editarlas, pero no encontramos la forma de acabarlas. Pretendíamos no repetirnos, pero nos perdimos por el camino, y adiós (otra vez).
Para quien no lo sepa, ¿qué has hecho en estos años? ¿Cuándo empiezas a pensar en la posibilidad de volver a grabar?
– Vivir mi vida como cualquiera. De música, nada de nada hasta…mmhh… ¿2005?, que es cuando me hice de nuevo con una guitarra. Pasé un par de años probando, aprendiendo de nuevo a componer canciones que no sonasen a nadie más. Cuando encontré de nuevo un lenguaje propio, llamé a Acuarela.
¿Qué tuvo que ver en ello un disco de Lambchop, cuál en concreto, y qué tiene ese álbum para lograr tal efecto?
– Ja, ja, se me ocurrió un día hablar de un disco de Lambchop que significó algo para mí, y ahora me preguntan todos por él. Fue el Is A Woman, y especialmente la primera canción, “The Daily Grow”. La escuché y me entraron unas ganas locas de tocar. Llevaba cien años sin tocar una guitarra.
¿Quiénes forman la compañía? ¿Es un grupo con el que te presentarás en directo o combinarás distintas formaciones?
– La Compañía son Refree, son también los chicos que tocan en el disco, son los amigos y la familia… Y será la banda que me acompañe en directo, sean una sola persona o varias. Todo será muy permeable.
¿Cómo hubiera sido el disco sin la colaboración de Raül Refree? Para mí es una de sus producciones más logradas.
– Creo que sin él hubiese hecho un disco más plano y seguramente más convencional. Raül ha sabido preservar la esencia de mis canciones, colocando elementos como si fuera un cirujano. Sólo le faltaba la bata blanca. Le debo mucho.
Mi canción favorita es “Cien hombres ni uno más”. ¿Qué nos puedes contar sobre ella, sobre el momento de su composición, su texto, el sonido…?
– También es mi favorita, y la de Raül. Es algo así como mi buque insignia. Tres acordes repitiéndose durante cinco minutos. Me gusta pensar que es algo así como una habanera moderna. Compuse la letra en Calella de Palafurgell, pueblo marinero, meca de habaneras y cremats. En fin, tuve que ponerle un poco de imaginación, allí ya no existe ni puerto.
¿Qué te motivó a volver a componer, en dónde encontraste la inspiración?
– Mira, yo con una guitarra en la mano no sé tocar nada que no sea mío. Tengo memoria de lagartija y no me gusta cantar en inglés, así que canto mis cosas. Así que el hecho de volver a componer fue algo relativamente normal. Otra cosa es que mole lo que haces. Para llegar a eso pasó un tiempo. Y la inspiración, yo qué sé. Todo lo que te rodea, es lo que se suele decir, ¿no?
¿Entiendes las canciones son como pequeñas historias cerradas en sí mismas? ¿Es el formato que más te convence o te sale de forma natural?
– Imaginé un conjunto de cuentos y me puse a ello. Fue algo relativamente natural y un estilo de lenguaje que ya empecé a utilizar en alguna de las últimas canciones de Paperhouse, nunca publicadas. No me apetecía hablar de mí, así que inventé historias de otros. Esos otros, a menudo, son un servidor disfrazado.
¿Se puede considerar este disco como una continuación de tu trabajo con Paperhouse o de alguna de sus canciones?
– De alguna manera, es como si hubiese hibernado mucho tiempo. Al despertar, recuperé la forma de hacer, pero algunas cosas habían cambiado. Creo que para bien. Recuerdo una canción, una de las últimas de Paperhouse, “Mi tía mafiosa”, con una letra canallísima, y muy en la onda de Ay… Lástima que no recuerde cómo iba… A ver si la encuentro en alguna cinta. Igual es una mierda.
¿Ha cambiado en estos años lo que quieres decir en las canciones o, más bien, la forma empleada de contarlo?
– Hoy en día me siento mucho más seguro con lo que digo. Entiendo que la edad es buena para estas cosas, y supongo que se nota. Más experiencias, menos manías, menos tonterías.
¿Han cambiado tus gustos en los últimos años o siguen siendo similares? ¿Cuáles son esos clásicos a los que te gusta volver una y otra vez?
– Los gustos no creo que hayan cambiado demasiado, aunque cada día me interesan menos los hypes indies, y más los cowboys tristes. Vuelvo a Beatles sin parar, no lo puedo remediar…
Si yo recomiendo tu disco a alguien, ¿cuáles recomendarías tú? ¿Cuáles han sido tus últimos descubrimientos?
– Llevo dos semanas escuchando a Eels sin parar. Su último disco, End Times, es grande.
¿Hay algún responsable, algún disco, algún hecho, de que Nacho Umbert iniciase en su momento una aventura en el mundo de la música?
– En la nueva etapa han influido muchos norteamericanos casi todos. Sufjan Stevens, quizás el que más. Matt Ward, Bill Callahan, Will Oldham. Soy tan original…
¿Cómo ves la escena independiente ahora en relación a la que te rodeaba cuando estabas con Paperhouse?
– Muchos más grupos, menos deudas y mucha más intención hoy en día. Es normal. En los noventa vivíamos un tanto acomplejados, mirando siempre para afuera. Aunque la verdad es que conozco a poca gente de la escena, he aterrizado hace muy poco.
Cuando desapareció Paperhouse no existía casi Internet para el mundo de la música y hoy es absolutamente imprescindible. Tú, que lo habrás vivido como seguidor durante estos años, ¿cómo valoras todo lo que representa?
– Valoro positivamente la democratización de la música, el acceso a ella que existe hoy en día a través de internet. Algunos programas de streaming están la mar de bien, blogs y revistas musicales. Pero hay que saber dónde buscar. Vivimos en un estado de sobreinformación que me satura.
Por último, ¿cuál ha sido la mejor anécdota de tu experiencia en el mundo de la música?
– Quizás no es la mejor, pero es una: llegamos al estudio de Kramer en New Jersey una noche de enero de 2005. Íbamos para grabar Adiós, con Paperhouse. Llegamos por la noche, el estudio estaba a oscuras y el tipo nos dijo que nos instalásemos donde pudiésemos, pero que no encendiésemos la luz. “Usad los sacos que espero que hayáis traído”, nos dijo. Nos tiramos por donde pudimos y cerramos los ojos. “¿Quién ronca?” Estábamos todos despiertos, y evidentemente allí había alguien más. Estiré la mano y toqué un pie. Qué susto, y qué risa. Había varios pies desconocidos. Al día siguiente nos enteramos que eran unos tipos de una banda americana y acababan de grabar allí su primer disco. No llegamos a conocerlos, se fueron muy pronto. Escuchamos su grabación y nos gustó. Hacían música muy lenta, como nosotros. La banda se llamaba Low.