MIKE FARRIS
Mike Farris, bendecido por la luz
Ésta no es la historia de un grupo de culto o de un joven pastor que resulta que escribe canciones, no. Es la historia de un tipo que está trabajando su salvación a través de una guitarra. Mike Farris no es la clase de persona que te puedas encontrar soltando el sermón desde el altar en una convención de jóvenes. Más bien al contrario, Farris sigue recuperándose de la dependencia de las sustancias químicas y del alcohol, manteniéndose limpio tres años después, mientras intenta seguir intacto un día más. Y sus canciones hablan de haber sido bendecido. Salvation in Lights -y su continuación en directo Shout! Live– son los discos que este viernes presenta por primera vez en Galicia en la Sala Capitol de Santiago acompañado por su banda rock-góspel.
Ambos discos son como una mochila viajera, que te conduce de las orillas del Río Mississippi a Nueva Orleans pasando por Memphis y dirigiéndose después más al Norte. Para ello, Farris utiliza el lenguaje de los espirituales negros, historias atemporales de almas en lucha que buscan la redención. De hecho, algunas de sus canciones parecen espirituales compuestos por esclavos, con siglos de antigüedad.
“Cuando toco música es como rezar para mí”, asegura Farris, cristiano convencido desde no hace mucho. “Estoy más cerca de Dios de lo que nunca haya estado, fuera de mi plegaria. Es la mejor manera en la que puedo reflejar lo que siento en mi corazón”. Lógico teniendo en cuenta que Farris grabó Salvation in Lights con una banda en la que están el que antes fuera bajista de Johnny Cash, Dave Roe, la cantante Ann McCrary -hija del reverendo Sam McCrary- y unos cuantos músicos más del Nashville más góspel.
En consecuencia, Farris interpreta también en directo canciones de ese estilo como “Oh Mary Don’t You Weep” o “Can’t No Grave Hold My Body Down”. Otras como “A Change Is Gonna Come” y “I’ll Take You There” le llegan desde la escena soul de los 60 que se identificaba con la lucha y la eterna búsqueda de la trascendencia y la paz a través de las canciones. “Esa música me emociona como ninguna otra”, dice Farris. “Escuchar cantar a alguien como Skip James o Mavis Staples es doloroso para mí, es espiritual, es profundo e iluminador. Es como alguien derramando algo de luz sobre el alma o lo que sea que marque a la gente”.
Canciones escritas por él como “Selah! Selah!” o “The Lonely Road” evocan al legendario sello de soul de los 60 Stax o las producciones funk de Willie Mitchell. Algunas evidencian la influencia de Tom Waits y Bob Dylan, y otras encuentran su ritmo entre las marchas de los funerales de Nueva Orleans y el trote que les imprimía Johnny Cash. “Cuando crecía teníamos cinco discos en casa, y tres de ellos eran de Johnny Cash”, continúa Farris. “No me daba cuenta de cómo esa música se iba arraigando en mi ser”.
Puede que nada refleje la experiencia vital de Farris tan exactamente como “Precious Lord, Take My Hand.” Escrita por Thomas A. Dorsey, un compositor de canciones blues obscenas que más tarde se convirtió en el ‘padre del góspel”, la canción es una súplica a que “mis pies sean guiados hacia la luz”, algo que Farris ha convertido en algo muy suyo: ha transformado ese góspel en un blues santificado rematado con explosiones jubilosas a cargo de la sección de viento y una guitarra slide. “Fue la última canción que grabamos”, dice. “Cada vez que hacíamos una sesión, lo intentaba de nuevo, hasta conseguir la toma definitiva. Sabía que tenía que estar en el disco”.
La letra del tema traza un paralelismo con la vida de Farris. Después de casi fallecer de una sobredosis accidental de pastillas y alcohol antes de cumplir los 21, el músico lanzó un grito desesperado a Dios, y éste le respondió. “Me mudé con mi padre”, recuerda. “Tenía una guitarra y aprendí a tocar solo, escribiendo canciones que me curasen. Pero tan pronto como Dios me dio ese don, salí a destruirlo”.
Así empezó un viaje de 15 años para acabar regresando hacia la luz. Siguió componiendo, formó el grupo Screamin’ Cheetah Wheelies, con el que llegó a las listas de éxito y giró por medio mundo con gente como Sheryl Crow, Dave Matthews Band, ZZ Top o The Allman Brothers Band. Pero él sabía muy bien que los locales en los que tocaba a menudo eran el último sitio en el que alguien con sus demonios interiores debería estar.
“Me conduje a ello”, asegura. “Me dije que podía ir a esos sitios y cantar para ayudar a la gente, como hizo Jesús. Pero no era lo suficientemente fuerte. Me devoró vivo”. Las adicciones volvieron en forma de venganza, y fueron parte de su vida con el grupo y, también, mientras formó parte de Double Trouble, la banda que acompañó al legendario y desaparecido guitarrista Stevie Ray Vaughn. A pesar de todo, Farris seguía manifestando su amor por aquellas canciones sureñas de inspiración góspel. “Seguían resonando en mi cabeza todo el tiempo”, asegura.
En el invierno de 2004, Farris se encontró en lo más profundo del agujero, sentado en una tumba en el funeral de un amigo. “Me di cuenta de lo cansado que estaba de haber estado escapando todos esos años, y quería volver al hogar. Justo como el hijo pródigo”, explica Farris. “Había tenido suficiente de todo eso y decidí que no iba a ser ese hombre nunca más”.
Con la ayuda de su familia y la iglesia, Farris dejó sus adicciones y pronto volvió a componer para curarse de nuevo. Al tiempo, se dio cuenta de que las nuevas canciones que estaba escribiendo iban en la tradición da aquellas canciones tan familiares que habían estado con él siempre. “Finalmente me dije que era hora de dejarse llevar por esas canciones tradicionales que habían marcado el siglo y que debía añadirles lo que estaba escribiendo, que eso era lo que quería hacer. Se me hizo muy claro”.
Ahora, canciones originales como “Devil Don’t Sleep” o “Lonely Road” sirven tanto de recordatorio de dónde ha estado Farris como para dar ánimos a sus oyentes. De esa forma, se establece un lazo entre la audiencia y el intérprete, al tiempo que lo conectan con una rica tradición de espiritualidad que recorre el folk, el góspel, el soul y el rock. “Si no fuera por la gracia de Dios, seguramente estaría muerto o deseándolo estar”, mantiene Farris. “Mi vida es el testimonio de que Dios tiene un lugar específico y especial para cada uno”, concluye Farris. “Dios utiliza a la gente, sin importarle lo rotos y desesperados que estén. Simplemente hay que rendirse a Su amor y confiar en Su gracia”.