MADREDEUS
Madredeus, el Portugal místico
Hay casos bastante evidentes que empujan a plantearse demasiadas cosas. Sucede con los portugueses Madredeus, y no es fácil hallarles respuestas. Podríamos comenzar con lo difícil que resulta tener un mínimo reconocimiento más allá de las propias fronteras, más incluso si la lengua en la que uno se expresa no es el inglés. Razones económicas, en países en los que el volumen generado por el mercado del rock es una de las principales fuentes de ingresos, imperan en el caso norteamericano o británico, con más incidencia si cabe en este último. En otros, sin olvidar la parte que nos corresponde, el chauvinismo impide aceptar cualquier otro idioma que no sea el propio o, cómo no, el inglés.
Habría que plantearse, además, la razón que lleva a no aceptar fácilmente cualquier sonido pretendidamente pop que no conlleve una sección de ritmo y el uso de guitarras eléctricas o, en el caso opuesto, música de concepción clásica que utilice voces o instrumentos eléctricos. Las pistas comienzan por la poco imaginativa programación radiofónica y continúan en el sectarismo imperante en los medios y en los propios oyentes.
Yendo más allá, también podría cuestionarse la indiferencia y desprecio mutuos entre el potencial público pop y los artistas de Portugal y nuestro Estado. Quizá la respuesta comienza por esa artificial frontera que separa a pueblos de culturas tan similares, aunque pretender ahondar desde estas líneas en ello sería entrar en arenas muy movedizas. Tan sólo se produce un mínimo intercambio entre Galicia y el Norte de Portugal y, a pesar de que algunos lo han intentado a otro nivel, casi sin pretenderlo, hasta ahora todo se reduce a sucesivos fracasos.
Por eso todo lo que sucede alrededor de Madredeus resulta más inexplicable. Cierto es que no son artistas de seguimiento masivo, pero las cotas de repercusión y respeto de las que ya gozan difícilmente serán igualadas por cualquier otro grupo del viejo continente.
Parte del camino lo tienen ya andado gracias, curiosamente, a aquello que podría suponer, a primera vista, sus más grandes limitaciones. Empezando con su idioma, el portugués, que es llevado a los límites de la poesía por la sugerente voz de su solista, Teresa Salgueiro, y que no deja de sonar como algo exótico no exento de un gran atractivo. O su renuncia a toda instrumentación eléctrica, el elemento más distintivo de una música que se vuelve así más evocadora y que la diferencia de todo lo que se produce a su alrededor. Además, )cómo no pensar que en el reciente respaldo a un grupo portugués no hay un elevado sentimiento de culpabilidad, con el que lavar nuestra mala conciencia?
Da igual. El caso es que el proyecto de Pedro Ayres Magalhaes y Rodrigo Leao -antiguos responsables de los grupos Herois do Mar y Sétima Legiao, respectivamente- se ha mantenido por sí mismo durante estos ocho años. Desde aquel día en que se reunieron por primera vez en la antigua Iglesia del Convento de Cristo, en el barrio lisboeta de Madre Deus que les dio nombre, no han dejado de investigar en la línea de las bases que sentaron, con la renuncia a la percusión y a los instrumentos eléctricos, la cristalina voz de Teresa Salgueiro, el acordeón de Gabriel Gomes y el cello de Francisco Ribeiro como elementos característicos.
Atrás quedan Os días da Madredeus, resultado de aquellos primeros ensayos en un lugar tan revelador, Existir, sin duda alguna el momento más inspirado de su trayectoria hasta el presente, y Lisboa, un doble álbum en directo grabado en el transcurso de su primera gira portuguesa.
En su última entrega, O Espírito da Paz, Teresa encarna la voz del planeta Tierra, buscando a través de sus registros la ayuda que nos puede proporcionar la tranquilidad y majestuosidad de la naturaleza. La idea, tan simple como efectiva, se sustenta en los los ajustados sonidos compuestos por el dúo Ayres–Leao.
Una vez más encontramos al sexteto innovador de los discos anteriores, que recrea, sin complejos y con la mente abierta, estilos como la tradición vocal portuguesa, el fado, el folk, la música de cámara o el minimalismo más cercano a Michael Nyman. Una vez más suenan serenos, melancólicos, contemplativos, muy portugueses. Tal vez ahí radique el motivo de su universalidad, aunque aquí aún no nos hayamos enterado.