LOU REED

Lou Reed, rock adulto

 

«Cuando el demagogo en tu cabeza ha tomado el mando

y por negligencia lo que haces o dices es criticado

y la letanía de faltas es recitada un millar de veces

mejor aférrate a tus emociones».

 

         ¿Cuántas veces necesita uno sobrevivir para ser canonizado en los púlpitos de nuestra sociedad? ¿Cuántos años hay que cumplir para que la opinión sea unánime en torno a una figura y una trayectoria? Lo bueno es que Lou Reed está de vuelta de todo. Tiene su propia visión de lo sucedido, pero ha aprendido a esconderla bajo una nada sutil capa de gruesa ironía y frío distanciamiento. Allá ellos, los que le menospreciaron en su día. Los que tenían que ejercer de repartidores de perdón a cada uno de sus movimientos. Los que sólo prestaban atención a su faceta más visible y escandalosa. Los que no permitían el más mínimo desliz en los surcos abiertos de su expuesta biografía.

 

         No es un tipo fácil, domesticable. La reciente reunión de la Velvet Underground, tantas veces rumoreada como poco deseada -sí, los mitos son así de frágiles, cualquier menudencia acaba por destruirlos-, así como su posterior desintegración tuvo un único culpable: él. El héroe individualista, el protagonista coronado en los altares que no quiere renunciar a la más mínima parcela de control: de los derechos de autor a la producción.

 

         Está bien. Su generación, la de los supervivientes, ha acabado por ganarse la reputación que, o bien se han buscado, o bien les han preparado sin ningún disimulo. La de los viejos perros huraños y reacios al contacto -con los medios, no nos engañemos-. Bob Dylan, Van Morrison, Tom Waits, Neil Young… Fácil de encumbrar, fácil de cimentar.

 

         Suerte que la audiencia fiel, esa que rehuye de las páginas ocasionales en los suplementos dominicales a color, conoce la madera de los maestros. En esa extraña comunicación que se establece en el directo sobran las palabras: hay un mutuo respeto y comprensión. Y hay, sobre todo, lo único verdaderamente importante: las canciones, forjadas a base de todo eso que sirve para cimentar una leyenda negra.

 

         Por cada Berlin o un Rock’n’Roll Animal hubo siempre un Legendary Hearts o un Live In Italy. Nadie es infalible, aunque el Lou Reed que desafía desde la portada azulada de su nuevo Set The Twilight Reeling, con una mueca que podemos entender como una sonrisa, ha encontrado su lugar.

 

         El renacimiento tuvo forma de trilogía, con inspiración reconocida: una ciudad (New York), un artista (el homenaje a Andy Warhol Songs For Drella, al lado de John Cale, el otro genio motivo de tantos encuentros creativos y desencuentros apasionados) y la muerte de los amigos (como Doc Pomus en Magic & Loss).

 

         Se acabó el entretenimiento, el desgarro de la juventud, parece ser el lema. La década actual es el territorio en el que el sujeto reconocido como Louis Alan Firbank en su pasaporte se dedica a analizar su experiencia y a usarla en su propio beneficio -y en el nuestro, por extensión-. ¿No se conoce eso como madurez? De cualquier manera, para el Lou Reed expuesto al ojo público eso es rock adulto, pensando para implicar al oyente.

 

         Set The Twilight Reeling propone, a sus 52 años, guitarras contundentes, sonidos básicos y una vuelta a los medios tiempos. Todo grabado en directo en un estudio casero, con el calor de la primera toma y la técnica actual. Así se encuentra el estado anímico del puro animal del rock’n’roll, recuperado bajo tal apariencia, con la que afirma encontrarse más cómodo.

 

         No hay concesiones. Nueva York y sus historias son el argumento, del mismo modo que el Lou Reed actor descubierto por Paul Auster se dedica a improvisar ante la cámara de Blue In The Face. Laurie Anderson impulsa las escuetas declaraciones de amor y, tal vez, ese gesto casi sonriente. Y para el final, los ataques frontales, esta vez con la hipócrita derecha republicana, encarnada en el senador Robert Dole, como objetivo, en un título tan explícito como «Sexo con tus padres (hijo de puta) parte II».

 

«Tómame por lo que soy…

Una estrella nuevamente emergiendo

Explosión después de un largo hervor…

Dentro el yo rebobina

En el bolsillo del corazón…

En la vorágine de la sangre

En el músculo de mi sexo…

En el atento insensato amor

Acepto el hombre renacido y pongo el crepúsculo a rebobinar».

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