LOS DISCOS 1
LOS DISCOS: Historia y práctica de un amor obsesivo Pt.1
“Sería una tontería decir que la música me salvó o me curó, pero en mi rutina diaria (…) a lo que me agarré fue a la música. No en busca de la salvación –nada puede hacer eso por ti- sino por el consuelo de su promesa, su chisporroteo de vida, su salvaje y maravilloso arco sináptico sobre el espíritu, la mente y la carne”
Not fade away, Jim Dodge
“Y la música, toda esa música, alguna buena y alguna terrible, toda ella llena de vida, emergiendo a todo volumen de bares y lavanderías y coches, desde balcones, desde patios, en todas partes”
Tricksta, Nik Cohn
“A veces consigo captar un destello fugaz de [ese estado superior]. Por ejemplo, si escucho determinadas canciones concentrándome profundamente (…), el tiempo se destruye, y de golpe he retrocedido diez años en el tiempo, cuando las escuché por primera vez. Ese tipo de conquista del tiempo es un paso hacia la divinidad de la que os hablo”
The sex diary of Gerard Sorme, Colin Wilson
“La música és per a abandonar-me plorant a les cantonades i perquè conegui el got sense fons de l’amistat”
Pamflet de l’esperança, Enric Casassas
Los discos: ese es mi Gran Amor. El amor más grande. Los discos son mi mano en el fuego y que me muera si no es cierto. Los discos son el eje y a su alrededor gira todo. Los discos son mi verdad, la única que conozco. Mi de sujeción, mi reposo del guerrero, mi medicina, también mis armas, también mis almas, todo eso son mis discos. Es cierto: Nada amo más que a esas canciones.
Pero la gente ve el nada más y se pregunta: “¿Nada más?”. O, como suele pasar más a menudo: “¿Nada más, rata inhumana y robótica, basura execrable, lagartija sin corazón?”. Y lo único que puedo contestar es lo que sigue. El amor (mi amor) se reparte por la vida en múltiples frentes. Y esos frentes nunca son permanentes, precisamente por lo ondulante e imprevisible de la misma vida. En este simple teorema de movilidad y mutación, la única pieza no móvil son mis discos. Pues la gente –entre la que me incluyo, claro- cambia, muere, envejece, se marcha y se vuelve idiota, pero las canciones no. La vida fluye inevitablemente en nuevos meandros y nuevas situaciones, y a la vez el cuerpo humano es una coctelera de células/neuronas imprevisibles que rebotan de una a otra pared, asociándose y creando pensamientos, afectos, desafectos nuevos. Absolutamente cualquier cosa podría suceder en esta vida: el mejor amigo que enloquece; la novia que se enamora de otro; la separación fría y gelatinosa, calla- da, fruto de todo y de nada en concreto, que acontece entre viejos colegas; el piano Wurlitzer en la cabeza al salir de un bar; el inexplicable accidente de jardinería. Ante todo ello y mirando cara a cara al mundo con desafío está mi personal tuve monolito de permanencia: los discos. Por supuesto, enfrentar ambos amores (humano y musical, por decirlo de alguna forma) es una insensatez. Precisamente la esencia del primero es su fragilidad, su intensidad pasajera, su posible rompedura en cualquier momento y –especialmente- todo lo se hace como persona para evitar las fracturas, todas esas reparaciones y cable tapones y cambios que se requieren para conservarlo, y que le hacen a uno mejor persona. No niego esto. No estoy tratando de minimizarlo.
Sólo digo: Estas canciones me salvaron la vida. Esa música pop me hizo lo que soy. Muchos sucesos han modelado a cincel mi espíritu, pero ninguno con la vehemencia e intensidad de esos discos. Su influencia en lo que he acabado siendo es tan grande, tan majestuosa, que me hace enmudecer (brevemente). Darme cuenta de lo poderoso de su influjo en el devenir de las cosas que me han sucedido y esculpido fue una revelación de vital importancia. Esos discos son mi fuente de inspiración, de esperanza, y mi eje fijo. Cuando todo da vueltas a mi alrededor, el eje permanece firmemente clavado. Siempre ha sido así desde la más temprana adolescencia. Las canciones que amé y amo aún fueron mi escudo de fuerza marveliano y perenne, el vehículo que me transportó a través de los dolores. Amigos ayudaron, novias quisieron -su parte no puede ser subestimada- pero el verdadero salvavidas estaba hecho de canciones. La brújula que me hizo avanzar con orgullo y ánimo, que me prometió cosas mejores cuando me rodeaban cosas peores. Pienso en “esa música verdaderamente exhilarante, llena del pulso salvaje de la creación” (Lester Bangs, hablando de los Count 5), y veo la razón de todo lo que acontece y ha acontecido en el pasado. El motivo por el que seguir andando; y ese motivo tiene también sus razones.
Mis razones:
1) Todos esos discos son YO
Estos discos, estas partes de mí, siempre me acompañarán. Porque esos discos son YO. Jonathan Lethem lo dijo mejor, aunque refiriéndose a películas, en una sola frase de The disappointment artist: “Por favor, deja de decir que me quieres porque si no te gusta esa película no me quieres, porque yo soy esa película, esa película soy yo”. Si unes todos esos discos, como en un dibujo sorpresa hecho de puntos, el resultado soy YO. Y, por mucho asco que llegue a darme –un auto asco que, lo admito, me sobreviene más y más a menudo con los años-nunca dejaré de quererme. Sí, Records = Me. No hay punto de separación. Las dos cosas son lo mismo, aunque parezca un sofisma. Esos discos explican mis acciones, o las describen con detalle, o me describen con detalle, o provocaron aquellas acciones, o son el fondo –como ya dije en el artículo de Style Council en La Escuela Moderna #1- donde pasaron las cosas que pasaron (ver Punto 3), o son mi completa educación sobre el mundo, la gente y las cosas (ver Punto 4). Esos discos son maquetas a escala del interior de mi mente. Kits de mi cerebro.
2) La música (pop) es la más alta de las artes
Si hoy en día enumerásemos los medios de transmisión de emociones (eso es exactamente lo que el arte honesto es: Transmisión de emociones) en base a su efectividad, la música pop –o la música en general- estaría en el primer lugar. Luego estaría el cine y los comic-books. Luego la literatura. Y al final, a una distancia aplastante, la pintura y la escultura. La burra de Julie Burchill lo dijo claro en una columna del The Guardian que recuerdo leer en algún momento del año 2000: “¿Sabéis de alguien que haya cambiado su vida tras mirar un cuadro?” No. Eso no sucede. Pero miles de personas han cambiado su vida tras escuchar a un grupo. Pues la música pop reúne dos medios –o tres, si contamos la música en directo o las portadas de los discos- en uno: sonido, imagen, palabras. Un músico pop lo tiene mucho más fácil para proyectar una pasión: tiene palabras, y encima tiene un crescendo o un riff o una combinación de notas que hurga directamente en el alma. Dos emociones en una. Tres, si contamos el impacto del movimiento, el look, la pose desafiante, las ropas brillantes. Los escritores son mancos; sólo disponen de palabras para describir un espectro muy amplio de emociones. Los pintores son directamente prescindibles. La música pop es la más alta de las artes, goddamit.
3) Esos discos no son sólo discos, sino también almacenes de recuerdos
Y esa canción no solo es una canción. Las canciones son la mejor manera de efectuar lo que solo puede definirse como un viaje místico a nuestro pasado. La intensidad y el realismo de esas visiones es tan grande que se convierte en inexplicable para cualquier persona que nunca las haya experimentado. Lo que intento decir es: Verdaderamente viajo al pasado cuando escucho algunas canciones. Estoy allí, viéndome a mí mismo, como un espectro de Canción de Navidad. Escucho a Megacity Four y estoy con mi amigo David en pantalones cortos y camiseta (¿Gruesomes? Sí, Gruesomes) y bambas de balonmano de terciopelo azul yendo hacia la playa de Castelldefels en Lambretta, durante el verano del 92. Estoy allí. Siento lo que sentía, pienso lo que pensaba, sé lo que quería, ridículo o autocompasivo o engañado, veo a mi Yo de 1992. Y no está mal, pese a sus ojos melancólicos. Y mi única manera de acercarme a aquel chico es mediante mis discos de MC4. Y, ¿por qué lo hago? “¿Por qué arrastro la delicada malla de mi mente por el suelo abollado y roto de mi pasado? …Para poder vivir; la pregunta, para mí, no tendría ni que hacerse” (BS Johnson). Para poder vivir. Para poder entender. Lo mismo me sucede con todos los demás discos… pero mejor ir abajo y coger un disco al azar, se entenderá mejor el ejemplo. ¿Qué es? Sensefield, Killed for less. Podría haber sido cualquier otro, este ya no me gusta mucho, pero es éste, hay que ser honesto, no hay otra manera de entender. Sosteniendo el álbum en las manos, veo mis años en el kiosco de Sitges, 1994, escuchándolo sin cesar, algo más gordito, mucho más confuso, bastante lleno de odio, un odio de hormiga, como diría Limonov, un odio de hormiga. Me veo con gripe febril en King’s Cross, 1996, comprando un té portátil en un café, yendo con mi hermano a ver al grupo en el Water Rats, mucho más flaco y loco, bastante más intenso. Y también 1997: Veo a Eugènia cantando “Yours is so distinctive / I can hear it from miles away…” de “Voice”, y yo diciéndole que la letra habla de su voz de papel de lija, porque yo también puedo oír esa voz cazallesca a kilómetros, y ella riéndose con truenos y dándome un collejón. Todos los años, todas las emociones: Están todas almacenadas en esos discos. Sin ellos no podría recordar. Y he de recordar siempre.
4) Esos discos son mi educación
Como dijo P.F. Sloan, “I was raised on records”. Fui educado con discos. La idea es que, para mucha gente, los discos fueron su universidad. No solo dando una idea del mundo, no solo proporcionando una dirección, no solo mediante su descripción de lo que era el vivir; las tres cosas que me dieron las letras de Jam y Clash, por ejemplo. No solo eso, sino edificando una idea de lo que es la creación humana y el arte, la capacidad que tiene el hombre de crear -cosas bellas, intensas, apasionadas, capaces de cambiar entornos, encauzar vidas- que nadie obtuvo a través de todas esas estúpidas clases de instituto. “Todos esos discos de jazz de 78 rpm (…) se quedaron conmigo”, dice de nuevo BS Johnson en Trawl, “mientras que las llamadas obras maestras de la literatura inglesa que pasaron a través de mí en la universidad dejaron sólo flatulencia y decepción”. O, como dicen los amigos de la editorial Pepitas de Calabaza: “Me cago en todo lo que estudiao”. Y nosotros también, tíos.
5) Los discos son objetos hermosos
Esto es algo incontestable, que admite con ojos apesadumbrados hasta el más acérrimo defensor de la tecnología y el formato CD. La riqueza visual que permitían los formatos 12” o 7”, tanto por espacio como por soporte, es imposible de replicar en esos risibles donuts aplastados. Y es que, como bien dijo nuestro amigo Varo en una ocasión, “yo a los cedés no les tengo respeto”. ¿Cómo podrías tenérselo, buen Varo? Son feos, enanos, suenan a laboratorio cibernético de 2001 Odisea del Espacio, son difíciles de abrir-cerrar-extraer el tríptico, solo pueden pincharse en clubs de la forma impersonal y quirúrgica que permiten sus reproductores (a esta acción debería denominársela con otro verbo: cedear, selec-cedear, cualquiera que no fuese pinchar). Y, peor, cada día son más insistentes las voces que amenazan con que algún día puede perderse toda la información que contienen. ¡Ay, la especialización y tecnificación estéril, cuanto dolor tienen que traer! En un futuro post-nuclear, si algunos de nosotros sobrevivimos -horriblemente deformados por la mutación, claro, con pichas en la frente y seis ojos- y quedan discos enteros, estoy convencido que podríamos volver a hacerlos sonar con una uña de rata y tracción a pedales. Esa es la gloria democratizante de la maquinaria orgánico-mecánico-analógica. Del mismo modo, lo máximo que podríamos hacer con un CD es colgarlo de un árbol para ahuyentar a las neopalomas carnívoras (y ni eso: mi suegro ata cedés a un árbol para asustar a los pajarillos, que los utilizan de jocoso columpio o espejo de baño).
Pero hablábamos de la hermosura de los discos. Esas portadas enormes, a todo color, impresas sobre rígido cartón, son el perfecto complemento de la música pop que contienen. Son auténticas obras de arte, que por supuesto en La Escuela Moderna valoramos MUY por encima de todo aquello que en la escuela nos enseñaron que era verdadero arte. Lo dijo también Weller, con la ceporrez verbal que a veces le caracteriza, en su ensayo sobre estilo: “Cualquier portada francesa de los EPs de los Small Faces se mea encima de Picasso”. Lo subscribimos: esas imágenes, esas fotos, esos colores, nos hablaron. Hablaron de nos-otros. Lo vimos en el primer álbum de los Who (portada aérea o, mejor, la americana del Big Ben), en la Blue Note de Reid Miles, en el debut de los Undertones (¡Somos nosotros! We belong!), en los Nuggets y Pebbles, en los singles de Oddball, el LP de June Brides (¡Es mi casa!), el segundo álbum de los Jam (¡Es mi pueblo!), en toda la serie de Impulse, en la imagen de Decca, Motown, Studio One, Trojan, Immediate… Es cierto que lo más importante son las canciones, pero sus ropajes son esenciales para una completa apreciación del contexto y para un mayor disfrute de otros sentidos: vista, tacto y, como cualquier connoisseur de discos-libros sabe, olor. Ese olor inconfundible. Además, si es cierto que -como siempre ha sostenido Kurt Vonnegut en su defensa del contexto personal- los libros son cartas de un ser humano a otro (de lo que se deduce que cuanto más sepas de aquel otro, más vas a comprender), escuchar una canción en un iPod es como leer una carta sin remitente que nos hemos encontrado en la calle. Las palabras tendrán sentido, podrán ser poéticas, pero una alta gama de emociones nos están vetadas. El contexto lo es todo.
6) La música (pop) puede salvar al mundo
Kevin Pearce ha repetido esto hasta la extenuación. Si hay un lenguaje común que puede entender todo el mundo, que no necesita formación académica, ni cultura literaria, ni conocimientos de tecnología o matemáticas o historia del arte (y por tanto que no depende en absoluto de la clase social a la que uno pertenece, haciéndola la más revolucionaria de las artes) es la música. No hace falta dar muchos ejemplos, solo mencionar esta imagen: un niño de un año bailando. Antes de tener entendimiento, tenemos ritmo. “Al principio de todo estaba el ritmo”, decían las Slits. La música es el perfecto medio por el que llegar a la empatía, el entendimiento y la comunicación entre culturas. La música es la gran fuerza de verdadera democratización popular a nivel global. Un indígena de Papúa Oriental bailaría el “Flesh of my flesh” de Orange Juice como nosotros bailamos música brasileña o afrobeat. El pop es el gran esperanto con el que soñaron los primeros anarquistas. En el estilo de los dibujos algo cursis que aparecían en los semanarios ácratas originales podríamos imaginar a todos los proletarios del mundo bailando la conga cogidos de la cintura sobre las tripas del capitalista, derrumbada la torre de Babel, cada uno de ellos siendo capaz de saltar por encima de las cuerdas que le unen a la miseria cotidiana, que le encierran en la separación (¡Ah, la separación!), que bloquean la empatía y sostienen el schadenfreude. Y todo gracias a un par de toques de tambor y un solo de trompeta, bailando hacia la revolución, como siempre dijo Emma Goldman.
Mis primeros discos
No eran discos, eran cintas. Las grabé de cintas BASF o TDK hechas cisco de amigos mayores o conocidos. No voy a incluir los escarceos previos con el breakdance en 7º de EGB (bailando el Thriller de Michael Jackson –mi verdadera primera cinta- las bandas sonoras de Electric Boogaloo y Beat Street o el “Tour de France” de Kraftwerk, desde luego sin saber quién eran Kraftwerk), ni los discos que en EGB me gustaban de mis padres (Beatles, Creedence Clearwater Revival, Bob Dylan, Joan Baez y Simon & Garfunkel –doy gracias por tener “Scarborough Fair” como la canción que suena en mis recuerdos del piso familiar de entonces; otra gente tiene a Palito Ortega, o el Hooked on Classics–) ni mis primeros errores. Ja, mis primeros errores. Ja-ja y re-ja. Pensándolo bien, sí voy a incluirlos. Conviene dar detalles, conviene dar detalles.
Mis 4 primeros errores:
– The Police: Synchronicity: Excusa: Tenía que amortizar una chapa (rosa con el logo) que me había comprado. Porque se suponía que los Police eran nueva ola, ¿no? Por eso lo adquirí. En cualquier caso da igual, dejó de gustarme cuando mi madre entró en mi habitación y me dijo que le encantaba “Every breath you take”. La vida subcultural de un teenager está basada casi por entero en odiar los discos que les gustan a tus padres, por si no lo sabíais.
– Dire Straits: Brothers in arms: No tengo la menor idea de por qué me lo compré. Me horrorizó. Si algo supe de inmediato era que aquel no era el camino; aprendí pronto la vía de mis enemigos. Todavía hoy siento escalofríos al escuchar el tema homónimo o, peor, “Money for nothing”.
– The Who: Live at Leeds: El disco de la confusión. Sabía que los Who eran correctos, porque estaban en chapas con flechas y dianas colgadas de las parkas de todos esos tipos fumadores, granudos y flequilludos que había en el bar de mi instituto. Pero, entonces, ¿por qué este disco me gustaba tan poco? Solos interminables, interludios operísticos (luego descubrí que eran extractos de Tommy, otro disco que me dio náuseas), grabado en directo (“a lo heavy”, pensé, y con razón: a mis amigos heavys de BUP les gustaba. ¡Primera Sospecha en mi corazón!), ni rastro de “My generation”… Jesús, vaya stinker; casi prefería a Duran Duran. Tuvieron que pasar meses hasta que descubrí el Rarities y me reconcilié con ellos.
– U2: The Unforgettable fire: En esto me confundió otro tipo, un mod mayor que yo (y en proceso secreto de ser exmod) al que empezaron a gustarle necedades de este calibre, malditos sean sus muertos. A esa edad no preguntas directamente nada; todo se basa en la intuición y en captar las señales y pistas que los demás dejan flotando en el aire. Y aquel mentecato dejó a U2, que yo trágicamente recogí durante unos meses. También era un disco épico, con letras importantes sobre la guerra, el mundo y BARCOS GRANDES Y ALTOS. Un cubo lleno de, sí, inmundicia. Luego al tío aquel empezaron a gustarle The Christians y Simple Minds, pero por fortuna yo ya no escuchaba. Estaba demasiado ocupado encendiendo un “unforgettable fire” donde quemar todas esas putas cintas de U2.
Mis 3 primeros aciertos (ahora sí):
– The Jam: In the city: Al escuchar esto sí me sobrevino lo que los alcohólicos llaman “un momento de claridad”, una cara de bobo, un decir “Ah, era esto”, un tembleque de piernas, un dar saltos hacia arriba sin saber por qué daba saltos hacia arriba ni por qué quería salir a la calle a dar alaridos. Tenía 14 años, por el amor de lo más Santo, y éste fue el disco que me convenció de lo que quería hacer en la vida, que me enseñó lo que era el mundo y la belleza y la pasión. No hay otra manera de decirlo: Sí, este disco me mostró lo que era la pasión. Y esas frases, que en mi cabeza resonaron como mensajes divinos: “Everything that you wanna do / Any place that you wanna go / Don’t need permission for everything that you want”. Además, al contrario que en el año 2006, entonces ese disco sonaba a “ahora”: era 1985, solo seis o siete años después de que hubiese sido grabado. In the city sonaba chocantemente actual, mío, como si relatase la era y el momento que estábamos viviendo. Y ¿sabéis qué? Aún no tengo este disco. Lo escuché en una cinta grabada durante dos o tres años, lo escuché tanto (nadie puede imaginarse el significado de la palabra tanto aquí, en un adolescente aburrido del extrarradio que aún fue de vacaciones con sus padres un año más; tanto significa continuamente, hora tras hora, todos los días) que no pude comprármelo nunca. Bah. Algún día me lo regalará alguien.
– The Clash: s/t: Repitamos todo lo del párrafo anterior. Añadamos un recuerdo: 15 años, balcón de mi casa, radio-casete a todo volumen –lo que no era mucho- “London’s burning” sonando a la hora en que las chicas del colegio de monjas de al lado de mi casa salían de clase y pasaban por mi calle. En mi mente yo era un fiero superhombre de otro planeta (sexy, por supuesto) trayendo La Verdad Suprema a aquellas atractivas infelices, que me miraban con shock, admiración y ganas de dar besitos. Evidentemente, lo que ellas veían en realidad era un niño bajito y algo repugnante con peinado Bruce Foxton y zapatos raros, dando saltos y haciendo el ganso epiléptico al ritmo de una especie de crujido rasgante, estático e inaudible. Yo creía ser Joe Strummer, pero ellas veían a Animal de Los Teleñecos. O, peor, a Gonzito. Quizás ésa fuese una de las primeras demostraciones prácticas que la vida me haría al respecto de mi problema dual “Realidad-Imaginación”. Tampoco tengo este disco aún, por idénticas razones que el anterior.
– The Who: Rarities: No sabéis qué alivio, cuando lo oí por primera vez, no sabéis qué alivio. El remaldito Live at Leeds me tenía taxidermizado de terror y confusión. Pensaba: “A pesar de lo que dice el libro Los Who de Ediciones Los Juglares (un clásico de iniciación para los mods 80’s ibéricos), es obvio que los Who son una bazofia”. Hasta que llegó a mis manos el Rarities, mi opinión era que los Who decididamente hacían música de hippies y padres, y de padres hippies. De hecho, un amigo de mi padre, después de una cena, incluso me dijo que le gustaba Quadrophenia. ¡Shock! ¡Horror! ¡Vergüenza! (Ver apartado Synchronicity). Por suerte, cuando ya estaba sosteniendo mis cintas 70’s de los Who sobre el aire del balcón trasero, dispuesto a mandarlas a vivir con la mierda de las gallinas del patio colindante, escuché el Rarities. No tengo ni que decir cual es la primera canción del disco: “Circles”, con ese inicio fantasmal y emocionante. La mejor canción de los Who, y quizás de la historia. El álbum continuó con “Disguises”, y yo estaba salvado, para siempre y por todos. Aún me veo en el Seat Ronda negro de mi padre, la caravana enganchada detrás, verano del 85, la cinta en el reproductor, pensando: Ésta es la música más hermosa que he oído en la vida. Y lo era. Y me pertenecía a mí. Era mi secreto. Al contrario que los dos anteriores, sí tengo este disco, pero solo porque me lo choricé de Reckless hace cinco años; de otro modo nunca hubiese reunido el valor suficiente para adquirir el disco que mejor me conozco del mundo.
Tres bastarán, aunque hay muchos otros, todos en cintas (algunas compradas, algunas grabadas –con el culo, claro) que aún conservo en una de esas cajas que están conectadas a mis lacrimales por algún tipo de complejo mecanismo; es abrir una e inmediatamente: BUA y atadura traqueal. Pero los otros, vitales para un teenager de 15: Elvis Costello My aim is true, Joe Jackson Get sharp! The Lambrettas Beat boys in the jet age, Secret Affair Business as usual, The Kinks (una de esas cintas chapuzas de gasolinera, pero era el primer LP; la compré yendo en bicicleta a un súper para guiris que había cerca del camping Cypsela donde veraneábamos), Madness Complete Madness, Monkey Business de la Trojan, Brighton 64 Haz el amor, Makin’ Time Rhythm & Soul, The Romantics, todos los demás de los Jam, y obviamente los dos discos de los que he hablado más en mi vida (y precisamente por eso no voy a extenderme aquí): The Beat I just can’t stop it y Dexys Searching for the young soul rebels… Todos esos discos me inundan de lo que The Clientele dijeron tan puntillosamente en “Losing Haringay” sobre “la sensación de 1982-ismo”, aunque en mi caso es 1986-ismo. Las vibraciones de un lugar y tiempo, Sant Boi en 1986 (las calles peatonales del Casc Antic, el mercado y las verduras esparcidas por el suelo, el olor a mojado y a río, las chicas guapas, los amigos demencia-dos por la pubertad, los bares progres aún llenos de gente extraña y fascinante…) y de una vida (la mía de adolescente), que han terminado para siempre, que ya no existen: Borrados sin solución. Sólo mediante mis discos me es posible recordar esa inconfundible sensación de 1986-ismo.
Mis 15 grupos favoritos (un epílogo gratuito):
Y esto no viene del todo a cuento, ya lo sé. Pero lo incluyo porque me sale de las narices, primero, y segundo porque me tiré una tarde entera ponderando cada opción mil veces, haciendo borrones en un papel, ejerciendo de abogado defensor y fiscal de algunos de los grupos que iban surgiendo en la conversación. Sí, conversación: Antes que alguien llame a los loqueros, no estaba solo. No hablaba con mi culo ni con personas imaginarias de siglos pasados. Estaba Eugènia conmigo. Y solo por el brasazo que le sacudí ya me siento obligado a incluir esta difícil lista. Recordad: por cada uno que se incluyó, cientos fueron rechazados con el corazón en el puño y sanglots surfeando en mis labios. Estos son los grupos cuyos discos pongo más a menudo, que surgen en los mejores y peores momentos, cuando estoy en la mejor de las compañías, que traen más recuerdos asociados, que tarareo mentalmente en público cuando me estoy aburriendo (y que instantáneamente traen paz a mi cabeza), que pincho cuando llego a casa borracho y hecho unos zorros después de una alldayer en la Barceloneta o Gràcia, que siempre me apetecerá escuchar en horas de vermú, en la ducha y en coches ajenos, que siempre grabaré a nuevos amigos.
Y no están por orden de importancia, listos.
The Who
The Jam / The Style Council
Curtis Mayfield / The Impressions
McCarthy
The Jasmine Minks
The Go-Betweens
The (English) Beat
Dexy’s Midnight Runners
Hurrah!
The Byrds
Orange Juice
Mose Allison
Mega City Four (sí, creo que sí)
Weekend / YMG y compañía
Tamla Motown (qué pasa, no podía decidirme por uno solo)
Sí, me rompe el corazón dejar fuera a los Fleshtones, The June Brides, The Pastels, Biff Bang Pow!, Gruesomes, The Kinks, The Creation, The Action, The Chills, Wolfhounds, Jimmy Webb, Superchunk, Lambchop, toda la primera Chess, Dennis Alcapone, Astrud, Makin’ Time, The Prisoners, Rain Parade, The Feelies, Gene Clark, The Smoke, The Dentists, The DB’s, The Specials, Damien Jurado, TV Personalities, Georgie Fame, Al Green, Bobby Womack, Mark Eric, Julian Cope, Fire Engines, The Free Design, Joyce, Robyn Hitchcock y los Soft Boys, XTC, CCR, Love, Townes Van Zandt, Syd Barrett y Comet Gain. Pero estarían en la lista inmediatamente posterior, seguro. ¡Oh, el remordimiento!
En cualquier caso ésta es la lista de mis 15 grupos favoritos que hago en octubre del año 2006. En diez años hablamos y vemos si ha caído alguno. Pero lo dudo, lo dudo. Dudo que halléis un amor más puro que el que yo os di.
Nota: El capítulo 2 de este artículo estará dedicado a toda la práctica de ese posesivo asunto de los discos. Almacenaje (¿caos, orden alfabético, estilos, cronológicamente?), búsqueda y captura (en ferias, en tiendas, a dealers), grabar cintas, pinchar en bares y clubs y fiestas. Y una explicación definitiva del binomio Connoiseurs / aficionados.
Kiko Amat
(Aparecido originalmente en el fanzine La Escuela Moderna y cedido gentilmente por su autor)
LOS DISCOS 2 | ULTRASÓNICA
15/10/2014 @ 13:45
[…] (Ver primera parte del artículo) […]