LILA DOWNS
Lila Downs, amor con amor se paga
“Traigo penas en el alma”
Tras cuatro discos, Lila Downs es una de las principales referencias de la música mexicana, o, más bien, fronteriza, ya que se crió entre Minnesota y las montañas de Sierra Madre, en Oaxaca. La Cantina: entre copa y copa… es el disco que más se acerca a sus raíces mexicanas y el disco que, dice, siempre quiso grabar desde que tenía ocho años.
¿En qué momento tu interés por el rock empezó a decaer y te empezaste a interesar por tu lado indígena?
– No me considero una seguidora del rock. La influencia que tuve desde pequeña fue la música de los años 60, de artistas como Bob Dylan, etc. La parte indígena la fui redescubriendo cuando tomaba cursos durante la carrera de Antropología; fue en la Universidad donde me di cuenta del gran valor de mi niñez y mi cultura.
Tengo entendido que a los ocho años ya cantabas mariachis. ¿Cierras un círculo con La Cantina?
– Éste es el disco que yo he querido grabar desde que tenía 8 años. Pero creo que no hubiera podido hacerlo antes porque estas canciones hay que sentirlas verdaderamente para poder interpretarlas.
Es curioso que algunas canciones de este disco hayan permanecido fieles a la estructura de la canción y otras se acerquen más al blues y al jazz. ¿Había esa intención?
– No fue algo premeditado, sino que se fue dando en el estudio, en los ensayos, en la preparación de las canciones. Yo quería ofrecer mi manera muy personal de interpretar estas canciones pero, al mismo tiempo, respetar, en otros casos, la simplicidad de ciertas canciones que forman parte del repertorio ranchero tradicional.
¿Cómo combinan las rancheras de La cantina con el tema de la toma de poder por las mujeres, que siempre ha estado en tu música?
– Es una buena pregunta, porque la canción ranchera tiene la reputación de ser muy machista y, generalmente, trata del despecho de un hombre hacia una mujer. Pero yo siempre he creído que el reverso también puede suceder, es decir, que la mujer sea la que le canta al despecho y a la traición de un hombre, y que cambien los papeles. ¿Por qué no?
Algo que gusta de tu música es la mezcla de elementos sociales y espirituales. No parece fácil. ¿Cómo te lo planteas?
– Hay una parte del ser humano que a veces escondemos -y no tiene que ser religioso a nivel de institución- pero que tiene una fuerza espiritual que es necesaria para poder enfrentarnos a este mundo lleno de injusticias. En México hay muchas injusticias, pero también somos un pueblo con tradiciones milenarias que nos dan la fuerza para seguir adelante.
¿Cómo consigues llegar a sentir tus raíces y expresarlas sin que sientas que las estás explotando?
– Con mucha honestidad y con humildad.
Supongo que la cultura mexicana en los Estados Unidos es casi invisible, ¿no? Me imagino que tu música les ayuda a recuperar esas raíces.
– Hace algunos años era más difícil de palpar lo mexicano en Estados Unidos. Ahora, la cultura mexicana está presente en todas partes, ya sea en la comida, en el idioma o en la música. Además de que los mexicanos se han convertido en la mayor población de inmigrantes en los últimos diez años. Creo que mucha gente ha redescubierto así la parte indígena de su historia.
Has vivido tres realidades culturales: la indígena, la ‘gringa’ y la mestiza. ¿Cuándo se manifiestan en ti cada una y cuál es la que vives más intensamente?
– No me he puesto a pensar mucho en esta situación. Creo que todo depende del momento y del lugar en el que esté. Lo que si es cierto es que me siento más contenta cuando estoy en Oaxaca, cerca de mi familia, de mi madre, de los olores y colores de mi tierra.
¿Cómo llevas la relación entre la antropóloga y la música que hay en ti? Tengo entendido que has escrito una tesis doctoral. ¿Puedes decirnos algo del tema?
– Sigo teniendo mucha curiosidad por conocer cosas de otras culturas y tratar de aplicarlas a mi trabajo. La tesis fue una experiencia muy linda para mí al investigar sobre el trabajo de los textiles de la comunidad Triqui en Oaxaca. Aprendí mucho de su visión del mundo, de su manera de concebir la vida.
En eso y en la recuperación de las raíces, tu carrera es similar a la de Susana Baca. ¿La conoces? ¿Qué te parece?
– Sí, la conozco muy bien. Hemos trabajado juntas como parte de una gira hace algunos años. Le tengo un profundo respeto a Susana Baca porque lleva mucho tiempo trabajando en su proyecto de recuperación de la música afro-peruana.
Es curioso que habitualmente tu banda se componga de músicos de muy distintas procedencias. ¿Es fruto de la casualidad? ¿Aprendes más siendo así?
– El hecho de que ahora tengamos una banda de músicos de diferentes partes del mundo fue cosa del destino. No fue algo planeado, sino que se fue dando poco a poco. Estamos muy contentos con el resultado porque cada uno de los músicos aporta su estilo y conocimiento muy personal al grupo, y el resultado es que todos nos nutrimos de lo que hace el equipo.
Me da la impresión de que eres una persona muy curiosa, así que supongo que escuchas mucha música.
– Me gusta escuchar de todo un poco: jazz, ópera, música del Brasil, música tradicional de México y de otras partes del mundo.
Tengo entendido que en una época viajaste siguiendo a Grateful Dead de un lado a otro, aunque no parece que su influencia esté en tu música.
– Está claro que una vez que te vuelves hippie, nunca dejas de serlo.
¿Sigues buscando aún en la identidad?
– Las raíces más profundas de mi música están en Oaxaca (México), pero siempre hay una búsqueda constante procurando ser una persona mejor.
Leí en una ocasión que morías un poco cada vez que interpretabas tu música. ¿Cuánta cuerda te queda aún?
– Yo sólo espero que tenga más vida para poder seguir cantando.