Lauryn Hill: MTV unplugged no. 2
Lauryn Hill: MTV unplugged no. 2 (Sony)
Tras haber saboreado un éxito arrasador tanto al frente de Fugees como con su primer disco en solitario, The miseducation of, Lauryn Hill decidió editar un segundo álbum en formato desenchufado que, con sus limitadísimos acordes, canciones en formato de borrador y largos soliloquios se convirtió en uno de los más grandes fracasos de la historia del pop. Aquel disco no era más que la representación más clarividente de la turbulenta vida y de la atormentada mente de su autora. Este disco es parte central de uno de los artículos publicado en el reciente Cuadernos Efe Eme, un trabajo que aquí se desmenuza con más atención.
«La gente quiere fantasía, pero lo que necesita es realidad», dice Hill en uno de los momentos recogidos en MTV Unplugged no. 2, apoyada en un taburete con un gorra azul marina de los Yankees, una chaqueta vaquera y pendientes de aro dorados. «Y yo acabo de retirarme de la parte de la fantasía», reconoce. Muchas veces eso es lo que le pedimos a nuestros artistas, que sean honestos, que digan lo que piensan, que se muestren tal cual son… Eso siempre y cuando no tenga uno que pasar por un trago como el que vivieron los espectadores que asistieron al concierto de Lauryn Hill que se recogió en este álbum, porque entonces casi es preferible la fantasía de acabados brillantes.
Tras el éxito de su primer disco, y cediendo a las presiones de su discográfica, Lauryn Hill, accedió a grabar un disco que no era el que ellos ni nadie esperaba. La cantante se acogió al formato ‘desenchufado’ promovido y amparado por el canal televisivo MTV, tan en boga en años anteriores, pero sin asumir las mismas premisas que habían adoptado los demás. Editado el 7 de mayo de 2002, MTV unplugged no. 2 había sido grabado el 21 de julio de 2001 en los estudios del Canal MTV en la plaza de Times Square en Nueva York.
MTV Unplugged no. 2 no es más que Lauryn Hill, una guitarra acústica en la que toca tres acordes y un micrófono. Pocos artistas, pasados o presentes, tendrían el coraje de darle continuidad al mayor éxito de su carrera con 106 minutos de material en bruto formado por 13 canciones totalmente nuevas nunca antes escuchadas, una introducción, un epílogo 7 largos monólogos en los que mostraba sus dudas, sus temores y sus luchas personales y artísticas.
Dejando atrás el rap y el neo-soul de sus anteriores entregas, ahora lo que interpretaba en escena eran temas folk y soul esqueléticos, que parecían dejar claro que estaba más interesada en utilizar el formato como medio para expresar sus recientes revelaciones espirituales y las lecciones de vida aprendidas en los meses anteriores que en la música en sí. El ejemplo más claro sería “So much things to say”, una canción de su suegro Bob Marley, convertida aquí en una apasionada acusación de la corrupción del mundo material perfectamente en línea con la obsesión del disco por trascender la fealdad de esta vida y buscar la salvación en la siguiente.
Entre los erráticos temas incluía, para empezar, una furiosa reflexión sobre el tiroteo de un joven negro por parte de la policía (“I find it hard to say (rebel)”). Mientras, en “Oh Jerusalem” diluía una hermosa melodía en sus interminables nueve minutos. Si “Adam lives in theory” resultaba tan larga y poco trabajada que el oyente no llegaba a poder ser seducido por su acertada secuencia de acordes, por su parte “I gotta find peace of mind” probablemente seguiría aún hoy en día si Hill no hubiera necesitado acabarla debido a un repentino e inesperado llanto.
Si acaso, se podría destacar la melodía de “Mr. intentional”, aunque en el estado embrionario en el que la presentó bien parece más poesía en verso libre acomodada a una progresión de acordes que una canción pop. El mayor reconocimiento lo obtuvo “Mystery of iniquity”, que fue nominada a un premio Grammy a la Mejor Interpretación en Solitario de Rap Femenina y que fue utilizada tiempo después por Kanye West como base sampleada para su single “All falls down”.
Aunque las canciones fuesen el complemento de sus cuitas con el mundo, donde verdaderamente se encuentra la explicación de cómo se sentía entonces es en los monólogos que ofrece entre las canciones. En el disco han quedado registradas perlas como «Antes era intérprete y ahora simplemente comparto la música que se me ha ‘dado’», «Estoy loca y desquiciada. Solía vestirme para vosotros, pero ya no hago eso», «Esto es lo que realmente soy. Aceptadme en toda mi fealdad y dolor o no me aceptéis en absoluto» o «Había creado a este personaje público, a esta ilusión pública, que me convirtió en su rehén. Ya no podía ser una persona real, porque temía a vuestra reacción como audiencia. Llegada a ese punto, tuve que dejarla morir un poco».
Cuando el público aplaude, es difícil saber si lo hace por cortesía, por aprecio genuino o porque se sienten aliviados de que el mal trago haya acabado –momentáneamente–. Eso es parte de lo que hace que el concierto sea tan fascinante como incómodo y desagradable. No es extraño, pues, que el disco recibiese críticas mayoritariamente negativas («sermones rasgueados y trituradores de almas dirigidos a enemigos no especificados» o «una depresión nerviosa en público» fueron algunos de los calificativos que le dedicaron) y que no se vendiese precisamente bien. La decepción la verbalizó mejor que nadie un profundamente decepcionado ejecutivo de su discográfica Sony, cuando aseguró que el segundo disco de Lauryn Hill «habría hecho que cualquier otro artista fuese asesinado». Dieciséis años después todavía no le ha dado continuidad.