LAS BUENAS NOCHES
Las Buenas Noches, cultura popular
Con el centro de operaciones en Sevilla, Las Buenas Noches son uno de las grandes sorpresas -bastante desconocidas- del último lustro en la música pop española, aquella más apegada a las raíces populares. Aventuras domésticas los dio a conocer hace ahora casi tres años, y en este último año han editado Un mal día lo tiene cualquiera, álbum que vienen presentando últimamente allá donde les llaman. Intentamos descubrir con ellos las razones del encanto del grupo.
Hace ya un año del lanzamiento de vuestro segundo disco, pero parece que la gente lo va descubriendo poco a poco. ¿Cómo lo veis desde la distancia de estos meses?
– Aunque parezca ya algo lejano, como nosotros vamos tan lentamente en todo, ¡pues parece que fue ayer! La verdad es que últimamente hemos estado tocando en directo mucho los temas del disco y ya empieza a picarnos el gusanillo de hacer cosas nuevas, así que esperamos sorprender pronto al mundo con una ópera-folk interpretada íntegramente con cinco arpas de boca y una tabla de esas de escurrir y lavar la ropa que usaban nuestras abuelas. El tema será la prima de riesgo de Bielorrusia. ¡La peña lo va a flipar!
¿Os sigue sorprendiendo la respuesta de la gente cuando os conoce?
– Sí, sobre todo cuando se ponen violentos los de las primeras filas y embadurnan al del charango en alquitrán con plumas. No, en realidad es de lo más emocionante que puede pasar: nosotros nos juntamos a tocar y disfrutar con la música, y en el local no pensamos en mucho más que en esa experiencia momentánea. Luego vas y tocas esa música en directo y ves que a la gente parece realmente gustarle -o incluso emocionarle- y eso compensa toda la pesadez de, por ejemplo, moverse hasta otra ciudad para dar un concierto. Algunos niños han llegado a entrar en estado de trance…
¿Cómo concretaríais la evolución de Aventuras domésticas respecto a Un mal día lo tiene cualquiera? ¿Menos inmediatez y más exigencia en las canciones?
– Cuando sacamos Aventuras domésticas éramos un proyecto de grupo, no habíamos tocado en directo prácticamente nunca. El disco fue, de hecho, un collage sonoro casero. Había una base grabada en grupo, pero casi todo fue añadiéndose a posteriori, regrabando. En Un mal día lo tiene cualquiera hemos grabado todos juntos, y buena parte de lo que suena en cada tema es lo que salió de la mejor toma de las que hicimos. A diferencia del primer disco, en el que las canciones tenían una base a la que luego agregábamos arreglitos, en este segundo todo funciona como una unidad, como algo más orgánico, pues así es como fueron saliendo las canciones en los ensayos.
¿Ha tenido efecto en la grabación y la composición la experiencia en los dos años anteriores en el directo?
– Absolutamente. La experiencia del directo ayuda a empastar el sonido, a pulir los arreglos y matices, y a compenetrarte como grupo. También hemos iniciado en este tiempo un proceso complejo de composición colectiva, difícil en algunos aspectos pero muy gratificante en otros.
En esa evolución, ¿cuánto ha tenido que ver lo que habéis escuchado, la música que habéis descubierto en este tiempo, y cómo se introduce eso en vuestras canciones?
– Seguramente mucho. Aunque cada uno tenemos nuestras preferencias marcadas a fuego, juntos vamos descubriendo y compartiendo cosas que no habíamos oído nunca, música de todo el planeta, de todas las épocas, sin prejuicio alguno mientras sea algo que te pince por dentro. Luego, claro está, esos ritmos o cadencias van impregnando -sin que a menudo nos demos mucha cuenta- los desparrames a los que nos entregamos cuando nos juntamos.
Siempre me ha llamado la atención los ecos del folklore, incluso sudamericano, en vuestras canciones. ¿Cómo llegáis a esos sonidos?
– La música es casi infinita, y la variedad de sonoridades y armonías que han dado las muchas culturas del mundo es un estímulo continuo. Máxime ahora que gracias a internet -y al interés de alguna gente que recopila material bello y extraño que se fue grabando a lo largo del siglo XX- tenemos acceso a un archivo casi universal de la música, y muy en especial de la música popular. En ese torrente de bits hay infinidad de joyas, muchas completamente desconocidas, y cada una de ellas abre nuevas vías, agranda la sensibilidad. En estos últimos tiempos la gran influencia de la música popular global ha sido la anglosajona, que en realidad debe un gran porcentaje de su calidad a su raíz negra y africana (blues, rock, jazz). Nosotros reivindicamos no sólo esa raíz -que nos llega a todos por imposición cultural del imperio estadounidense- sino todas las demás por igual. Ya que estamos globalizados por narices, vamos a estarlo de verdad, en su sentido más amplio.
Aun así, a pesar de vuestro origen, no encuentro tanta influencia del flamenco. ¿Está ahí u os tiran más otras cosas?
– El flamenco nos encanta, es la música popular más poderosa e intensa que ha dado nuestro país, y casi de las tradiciones musicales más sólidas del mundo. Lo que sucede es que la tenemos demasiado cerca, sabemos lo complejo de interpretarla, de estar a la altura, y por ese respeto nos parece como un pastiche -incluso oportunista- cualquier aproximación que podamos hacer. Vemos más fácil jugar con otras músicas más lejanas por las cuales no vayan a lincharnos nada más salgamos de casa.
Se escuchan muchos instrumentos, o eso parece, en vuestros discos. ¿Probáis con todo lo que pilláis a mano? ¿Utilizáis muchos en directo?
– A lo tonto, a lo tonto, tenemos bastantes instrumentos, fundamentalmente de cuerda. Con cada uno hay que empezar de cero, pero todos aportan matices distintos. Los hemos ido adquiriendo en viajes o a través de tiendas en internet. En el local los probamos todos, a saco, pero ya en los discos se reduce el registro para que no parezca aquello el Orfeón Donostiarra de la Bandurria o la tuna de Derecho. En directo procuramos no tocar más de 87 instrumentos cada uno (a la vez).
Las imágenes que creáis son muy poderosas. ¿Qué letristas os gustan o qué tipo de letras son las que más os llaman la atención?
– Hay variedad de gustos entre nosotros; algunos letristas que admiramos podrían ser Bob Dylan, Leonard Cohen, David Byrne, Tom Zé, Tom Waits, Frank Zappa, Chicho Sánchez Ferlosio, Santiago Auserón, Laurie Anderson…
Según mi visión, junto con Pony Bravo estáis renovando el pop es castellano. ¿Qué os parece el grupo? ¿Algún otro en nuestro Estado que os interese o que veáis haciendo algo similar?
– Con Pony Bravo tenemos muchos vínculos, tanto amistosos -e incluso familiares- como de manera de hacer las cosas (curiosidad musical, autogestión, etc.). Ellos empezaron antes y se lo toman muy en serio; son para nosotros como el primo de Zumosol. Como grupo nos parecen buenísimos. En cuanto a otros grupos del país, y valga por anticipado aclarar que tampoco estamos muy al día del asunto, nos molan gente como Za!, L.A.B., Guadalupe Plata, Mansilla y los Espías, Pablo Cobollo…
Todos tenéis otros trabajos. ¿Es una buena idea mantener el grupo como algo vocacional, no profesional?
– No sabemos, no es algo que hagamos intencionadamente. Sucede que el vivir de la música es por un lado algo complicado y, al mismo tiempo, tenemos otras aficiones o profesiones, con lo que simplemente nos vamos dejando llevar.
Los dos discos han sido auto-editados y ofrecidos en libre descarga. ¿En algún momento llegasteis a contactar con una discográfica o esta fue la primera opción desde un principio? Si es así, ¿por qué?
– Nunca contactamos con ninguna discográfica; nuestra inclinación siempre ha sido la de controlar nosotros mismos lo que hiciéramos. Cuando lo haces así, no debes aceptar imposiciones de nadie, las cosas salen tal cual lo decidimos entre los cinco. También estamos apostando por una nueva manera de difundir las creaciones a través de la cultura libre y las licencias creative commons. Tanto el conocimiento como la cultura deben ser patrimonio de todos, como por otra parte también deberían serlo las demás cosas esenciales para la vida: educación, sanidad, energía, transporte, comunicaciones, etc. Nosotros apostamos modestamente por ese nuevo orden de cosas desde lo que hacemos.
Vivís separados entre dos ciudades, Madrid y Sevilla. ¿Cómo se lleva el grupo en esas condiciones?
– Es un poco follón. Entre eso y nuestros curros respectivos, las cosas van más lentas de lo habitual. Funcionamos a base de encuentros intensivos de tres o cuatro días cada tanto, y en esos ratos escasos y con la ayuda de todo tipo de estimulantes (batidos de remolacha, algarrobas en escabeche, etc.) tratamos de sacar adelante el asunto.
Por último, ¿cuál ha sido la mejor anécdota de este tiempo en el mundo de la música?
– Durante uno de estos encuentros en la casa de campo de un familiar nuestro, vivimos uno de nuestros grandes momentos. Llegamos tarde por la noche y montamos todo el tinglado, que en nuestro caso es un buen pollo. Lo dejamos todo listo para, según nos levantáramos al día siguiente, darle duro. Pero el caso es que esa noche cayó una tormenta formidable y, cuando amanecimos, la parcela entera estaba anegada de agua y la casa flotaba como en un lago. Por si fuera poco, un rayo había afectado a la instalación eléctrica y no podíamos enchufar nada, ni siquiera cocinar. Esperamos casi todo el día a ver si se arreglaba, pero no fue el caso, así que por la tarde decidimos con resignación recoger los mil bártulos y marcharnos sin haber tocado ni una sola nota. De vuelta en el coche se nos pinchó una rueda en plena autopista. Mientras cambiábamos la rueda en una cuneta, bajo la lluvia, llegamos a la conclusión de que Las Buenas Noches también podían tener Un Mal Día. En realidad, esa es nuestra especialidad.
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