KIMURU 2005

Kimuru, magia y precisión

 

 

El lucense Quique Fernández Muruais sorprende a todo el mundo con un disco que, editado sin que casi nadie lo supiese, se ha convertido en la gran revelación de la temporada. Todas las naves especiales son de plástico tiene mucho y bueno por descubrir.

 

Pero, ¿de dónde viene Quique? “Por orden cronológico, formé primero Los Osos Montañosos, en el que hacíamos versiones de los 60 y los 70: Who, Dylan, MC5, Bowie, Stones, Marvin Gaye, Flaming Groovies… Después, Los Fantomas, ya en castellano y con composiciones propias y, por último, Los Comestibles, con versiones de los 80 y 90: John Cale, R.E.M., Pulp, The Divine Comedy, Bowie, Beck, Paul Weller, Iggy Pop, Madonna, Elvis Costello, Elliott Murphy, Pixies y otros.

 

Kimuru es su nueva encarnación. “Kimuru sale de la necesidad de desarrollar e intentar dar a conocer mis propias composiciones. ¿El potencial? Lo intuí levemente. A mí me gustaban, está claro, pero fue después, al advertir la respuesta de la gente que las ha escuchado, lo que me confirmó que había merecido la pena haberlas trabajado y grabado. Eso me dio confianza. Los que me conocen y me escucharon antes no se esperaban que los tiros fueran por este lado, y me hace gracia. La frase coincidente es algo así como ‘ni de coña me lo esperaba’”.

 

Su debut tiene muchas virtudes, entre ellas el desparpajo. “Aparece cortándome poco. Se trata de eso y de procurar tenerlo muy claro. Hacer lo que te gusta teniendo las ventanas abiertas a tu propia memoria musical. Olvidarse si le va a poner, o no, a la gente en general, o a alguien determinado. De si tus canciones encajan o no en los tiempos que corren. Y, por supuesto, rodearte de la gente indicada, y en eso yo sí tuve suerte. Resumiendo, hacer música con libertad suficiente. Y canciones a las que uno pueda llegar con pleno convencimiento emocional, utilizando las herramientas y los medios de los que disponga. Sin admitir injerencias de tipo artístico ni personal”.

 

A mí me trae a la memoria a gente como Parade o Germán Coppini. “Creo que distingo con claridad quien escribe en castellano, y quien escribe y trasvasa desde el inglés -y así se pierde mucha agua en el intercambio de manos-. Me interesan los primeros. Y yo me encuentro entre ellos, aunque en mi propio terreno de acción. Normalmente hago antes las letras. No creo que sea más que esa coincidencia. Coppini aparece más como ‘referencia literaria musical’ que como referente musical; eso sí, fue el alma del grupo más arriesgado que dio Galicia (Golpes Bajos). Y lo de Parade no lo veo claro, supongo que lo dirás por “¿Algún lugar común?”, una canción que hicimos a medias y grabamos Arturo Vaquero y yo en cuatro horas, un ejercicio de deconstrucción, utilizando una letra hecha y modificada, la voz, un Casio de primera comunión y una guitarra acústica”.

 

Interesa saber también en dónde encuentra su inspiración. “En las cosas que me interesan. En el amor y sus múltiples reversos. El tiempo y el viaje. En la vida y la muerte. En el fascinante espacio exterior y el inescrutable espacio interior. En asuntos exclusivamente personales. Y en una serie de chorradas de vital importancia para mí. Las dependencias emocionales y físicas. Utilizo también algunas imágenes que ven mis ojos, que muchas veces no logro descifrar o entender, pero que me ayudan a imaginar historias, o me ofrecen un punto de partida absurdo hacia lo que conozco”.

 

¿Había una idea común? “Tengo más de 200 canciones. Así que intenté integrar, mediante los textos y la voz, una serie de canciones, en apariencia diferentes estilísticamente, componiendo de nuevo para que me resultara más fácil un proyecto integral, pese a la dispersión de colores, dándole a las historias, a las frases y a las palabras, un papel principal. También buscaba intentar manejarme con pulsos de escritura diferentes, pues si algo no quería era repetir formula-canción. Traté de no escribir todas las canciones con el mismo bolígrafo, para no aburrirme a mí mismo ni a los demás”.

 

Sus canciones tienen muchos detalles sonoros que parecen pensados y estudiados al mínimo detalle. “Sí, desde la intuición. Esto se hizo en doce días. Así que no daba mucho margen a grandes reflexiones. Pero, eso sí, se trabajó teniéndolo todo muy, muy claro. A base de hablarlo y mirarlo, en tiempo récord. Y dejando, también, un espacio abierto para hacer pequeños cambios de última hora, que han aportado nuevos enfoques, desde la improvisación controlada”.

 

Ahí ha sido decisiva la colaboración de Arturo Humanoid. “Seguro. Él y yo hemos producido este trabajo. Supo respetar el espíritu de las canciones. Me entendió e hizo un gran ejercicio extra como instrumentista. Al igual que César López (bajista en Los Comestibles) o Martín Alonso (guitarra de Holywater), que tienen mucho que ver esta historia. Tres tipos listos, los muy cabrones”.

 

¿Y cuáles crees son sus elementos más personales? “Soy parte involucrada, pero me gusta pensar que son los textos, las melodías, los estribillos y los breaks finales que intento utilizar si me lo pide el lápiz. Y, por qué no, que se pueda entrever una escritura reconocible y con múltiples referentes desenfocados y superpuestos. Desparpajo emocional… Ese que, a veces, te permite sobrevolar por espacios musicales diferentes sin pegarte una gran hostia. Yo aspiro a tener mi pequeño campo de juego”.

 

Aun así, hay espacio para el compromiso en sus canciones. “Por supuesto. Con las canciones y con la vida. Todo el mundo debe de hacer lo que el cuerpo o la conciencia le pida. (Pero no veo diferencia alguna! Es para todos: trapecista, taxista, dentista o chapista. ¡Todo Dios tiene el derecho a adquirir cualquier compromiso! O más bien la obligación de adquirirlo si lo sentimos justo y necesario. En el caso de un músico, lo mínimo exigible es que tenga un compromiso sincero con sus propias canciones y lo que estas dicen. Y no me refiero a que si tienes 22 años y haces punk-rock rompe pelotas, debas partirte en tu propia cabeza una botella de cerveza. No, que nadie lo haga. Pero gritar si te pica, sí”.

 

La respuesta, por suerte, ha ido más allá de los que se preveía. “La hay, y muy buena. Me cogió un poco por sorpresa. No esperaba una reacción tan positiva -y emotiva en algún caso- de gran parte de las personas que han escuchado el disco. Siendo una edición muy limitada, el boca a boca se ha encargado de fulminar prácticamente la tirada. Y eso ha creado comentarios y buenas criticas,  la posibilidad de una difusión mayor del proyecto y darlo a conocer en un radio más amplio… De hecho, para otoño habrá una sorpresa: será definitivamente redondeando con unas canciones que iban a ser incluidas en su día y que se quedaron fuera por motivos económicos y no conceptuales, que cuadrarían el circulo de un plan no cerrado del todo. Hablo de una nueva edición que estaría respaldada, con distribución y logística, por un sello que parece muy apropiado para Kimuru”.

 

Eso supone que ya se puede pensar en un segundo disco y lo que se podría evitar. “Más que no repetir, tengo ganas de hacer algo en gallego. Si no lo hice antes, es por no haber encontrado lugar de la musicalidad del gallego dentro de la mía, en la que me sienta cómodo y reconocible como Kimuru. Pero estoy progresando en ello. De hecho ya va algo en ¿seudo-portugués?”

 

Lo que se descubre en el disco es su devoción por músicas muy distintas. “Sí, mestizaje interior. El otro me interesa menos. Llenaría varias hojas con grupos y canciones que me apasionan. Y la gran mayoría no aparecerían reflejados, ni por asomo, en un solo sonido del disco. Intento aprender, sentir y comprender de la música que me gusta. Y ésa no respeta ni estilos ni épocas. Simplemente forma parte de mi vida. Uno cuando escucha una buena canción, se la apropia para sí, la acomoda a sus deseos -futuro- o a sus recuerdos -pasado-. Por eso jamás hago diferencia entre una canción del 83 o del 2003. Me limito a disfrutarla. A veces juego a ser forense y las disecciono, pero la verdadera magia no tiene explicación. Y además, yo no soy forense”.

 

Por eso interesa saber si ha habido evolución en sus gustos musicales en los últimos años. “Realmente, no lo sé. Estoy ‘desprejuiciado’. Intento que decida el oído. Siempre me encantó escuchar buenas canciones -o lo que yo entiendo por ‘buenas canciones’-. Compro y tengo un buen número de ellas. Y esas canciones están en varios y muy distintos ámbitos y fechas. Olvido el orden de entrada; simplemente, las almaceno en la propia memoria musical. Desconozco mi evolución como oyente. Soy muy de rachas”.

 

Tal vez nos hagamos una idea por las versiones. ¿Cuáles se han resistido? “Si te refieres a Los Comestibles, se resistieron “Son Of Sam” de Elliott Smith, “I´m Your Man” de Leonard Cohen, alguna de Tom Waits y 5 o 6 más. Pero nos hicimos con las riendas de canciones magnificas, como “Babies” de Pulp, “Cold Brains” de Beck o “Becoming More Like Alfie” de The Divine Comedy y otras veintitantas”.

 

Da la impresión de que prefiere los retos a la comodidad. “Soy una persona muy activa, que busca como todo el mundo algo parecido a… paz, esa palabra que hemos convertido en imposible y estúpida. Y la busco a través de mi hiperactividad. En cuanto a la comodidad, me conformo con la necesaria para sentirme tranquilo y con las cosas mías que me reconfortan. Intento no plantearme los asuntos como retos y sí como cosas que tienen o no tienen importancia. Otra contradicción es que siempre me gustó el riesgo con la vida. Un gran misterio por resolver. Pese a que la tecnología nos permite ver con claridad en el vientre de su madre al chaval de cinco meses como se lava los dientes o leerse un TBO”.

 

Por último, queda saber cuál es su contacto con el resto de la escena gallega. “Conozco bastantes músicos gallegos; en Lugo, por ejemplo, los hay muy buenos. Ése es mi contacto, un contacto directo con la música. Estoy fuera de esa escena en la que se cuecen las cosas y de los foros donde se deshojan las margaritas. Pero tengo la suerte de poder hacer la música que me apetece y del modo que me parece. Y creo tener un plan”.

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