JUAN PERRO
Juan Perro, en duermevela
Cantares de vela alude a las imágenes del insomnio y de esas horas en que la ciudad duerme y uno aprovecha para pensar. También bebe de la lírica tradicional. Los cantares de vela eran los cantos que, para no dormirse, improvisaban los guardianes que vigilaban las puertas de las ciudades. A Santiago Auserón, antes líder de Radio Futura y ahora más conocido como Juan Perro, le pareció una fórmula bonita para hablar de esa vigilia a la que casi se nos obliga hoy día en las grandes ciudades. Esta semana presenta este nuevo disco a ritmo de jazz reposado en Galicia. Recogemos sus palabras sin interrupciones.
Empecé a escribir Cantares de vela en madrugadas de insomnio, necesitado de averiguar para qué sirve hacer canciones hoy en día. En esas horas, los fantasmas de la realidad hablan a la imaginación, y ésta les responde. Así que, mientras la ciudad dormía, yo intentaba aclarar en lo posible mis sentimientos con respecto a la ciudad.
Lo cotidiano es un océano agitado por rachas inciertas y veloces, surcado por intereses muy ávidos. Vivimos en una red de impulsos electrónicos apremiantes, que acechan nuestro corazón con imágenes cuyo poder abruma, cuya razón se nos escapa. Se nos escapa la realidad, la razón de nuestros deseos, y con ella el pulso mismo de las canciones.
Mis canciones en estado de vigilia intentan alzarse a nivel de lo que ocurre alrededor, de los cambios en la sociedad de las telecomunicaciones. Se enfrentan a la crisis que el nuevo siglo ha abierto en la música popular, dejando atrás un siglo XX fascinado por los registros sonoros, a lo largo del cual la música afro americana ha transformado nuestra manera de hacer y disfrutar el sonido.
Los textos surgieron de la necesidad de una respuesta relativamente rápida a los fantasmas de actualidad, pero apoyada en la memoria de la tradición lírica, a la que me venía acercando en trabajos anteriores. Quería adoptar una actitud crítica que no desembocase en la desesperación. Si el porvenir está negro, tratar de aprovechar con humor nuestro conocimiento de la negritud.
Me gusta la imagen de la vela, una luz discreta y transportable, con cierta cautela, hasta el corazón de la noche. Cantares de vela, en la Edad Media, eran los que improvisaban los guardianes de la ciudad para matar el tiempo sin dormirse. Las imágenes que aparecían en los versos estaban marcadas por esos contrastes fuertes, claroscuros de lírica antigua.
Los motivos tradicionales de la canción, que son principalmente amorosos, me parecen enlazados con la trama compleja de la ciudad, de sus intereses oscuros y a menudo violentos. El amor es la especie más inmediata de política. Si encontramos la manera de hacerlo durar, quizá podamos combatir las sombras que sobre nosotros proyectan las más altas torres.
Paseando una mañana tras el rastro de un órgano viejo, me pareció intuir el sonido que iba a necesitar: los elementos que Juan Perro había puesto en juego hasta hoy -el rhythm & blues, el rock, el soul, el son cubano…- se fundirían de modo natural con mis letras de humor negro.
Me acerqué al Taller de Músicos de Barcelona a consultar con el guitarrista Jordi Bonell la hechura de algunos temas clásicos. Me pareció que la atmósfera del jazz, con su tacto en la interpretación, el vigor de sus ideas, sus sentimientos contenidos, sería el recipiente adecuado para dar con el grado de cocción que necesitaban las canciones.
Grabé unas cuantas sesiones guiado con Jordi Bonell, Javier Colina y Marc Miralta, y me llevé luego el material al estudio casero para incorporar a esa atmósfera sugestiva, que con ánimo generoso me habían proporcionado los jazzeros, la tímbrica de mis colaboradores habituales en Madrid: Javier Mora, John Parsons, Moisés Porro, Camilo Edwards, Vicente Climent…
La canción popular en España ha perdido últimamente casi toda capacidad de sugerir. Mientras se deja llevar por índices de audiencia mayoritaria, haciéndose cada vez más viciada e inútil, siguen produciéndose en la calle transformaciones sonoras que las páginas de actualidad no reflejan. Los jazzeros españoles, por ejemplo, han aprendido a manejar el compás flamenco, la clave cubana, a reinterpretar desde ellos los viejos estándares, y reclaman de los compositores de canciones savia melódica para naturalizar su fraseo.
Xavier Valiño