JOSELE SANTIAGO
Josele Santiago, la brasa y el silencio
Los Enemigos son ya historia. Y el Maestro Pocero, el apodo con el que, supuestamente, se iba a presentar nuestro hombre en solitario, también. Paso, pues, a Josele Santiago con su primer disco en solitario desbordante: Las golondrinas, etcétera…
Adiós al Maestro Pocero y hola a Josele Santiago. ¿No valía ya el hermoso apodo?
– Pues lo cierto es que ya nació polemizando y no me dio más que problemas este seudónimo. Decidí usarlo mientras maduraban las canciones, intentaba conseguir un contrato decente y terminaba de encontrar a la gente adecuada para llevarlas a buen puerto.
Para este primer disco, ¿había alguna intención concreta o algo premeditado?
– Estamos aquí por las canciones; son ellas las que mandan porque son ellas las que importan. Con el tiempo aprendes a entender las cosas que te van pidiendo y es de ley que tu prioridad sea dárselas. Nacho y yo estuvimos de acuerdo en eso desde un principio, así que no tuvimos en cuenta ningún otro tipo de consideraciones. Ni siquiera la prudencia a la que se supone que obliga una deslumbrante carrera en solitario como la que me espera.
¿Te has enfrentado a los textos también de manera distinta?
– Sinceramente, creo que si se hubiera tratado de un nuevo disco de Los Enemigos también habría llenado más papeleras, aunque también es cierto que ahora no me siento presionado y me puedo tomar mi tiempo.
Me da la impresión de que las letras son sensaciones, ideas, más que relatos. ¿Cómo lo haces?
– Pero esto no es ninguna novedad. Mis letras casi nunca cuentan una historia. Describo a veces personajes, a veces situaciones. Otras canciones intentan capturar sensaciones o estados de ánimo. También puedo desarrollar un monólogo interior o explorar lo surreal superponiendo dimensiones distintas, que es algo que me encanta.
¿Hay algún letrista en España que siempre te sorprenda?
– A mí lo que me ha sorprendido ha sido el disco con que nos ha regalado este año Albert Pla, el Pepe Sales. Qué barbaridad, qué cosa más enorme.
¿Cómo te imaginas que hubiera sido el disco sin Mastretta?
– Más lineal. El invierno pasado me acerqué a fisgonear por el estudio donde Pablo Novoa andaba grabando su muy recomendable Cruza el atlántico y vi la luz. La banda era increíble y Nacho no estaba en los controles, que es donde se supone que está el productor. Él deambulaba como un poseso entre los músicos, dándoles hasta patadas, si hacía falta. Recuerdo que pensé: “Hostia, Nacho está peor de lo que parece”. Pero enseguida comprendí. Una grabación en directo requiere un equilibrio emocional muy concreto entre los músicos, que, por una parte, tenemos que estar pendientes de lo que hace el resto de la banda para mantener vivo el diálogo y, por otra, nos sentimos obligados por la responsabilidad (hay que volver a empezar si te equivocas) a tocar de manera excesivamente conservadora. Que alguien en quien confías ande por ahí en medio dando indicaciones, y, sobre todo, disfrutando y divirtiéndose con la música que va brotando facilita muchísimo el conseguir ese equilibrio y resulta fundamental para que “pasen cosas”.
Algunas canciones se pueden imaginar tocadas por Los Enemigos, pero aquí suenan de forma distinta. ¿Cómo se llegó a este sonido tan especial que remite a los discos de Mastretta o Pablo Novoa?
– Tengo todos los discos de Nacho bastante escuchados en mi casa, por la sencilla razón de que me gustan, y, la verdad, no creo que suenen ni remotamente como el de Pablo o el mío, que seguramente se parezcan un poco más, ya que al fin y al cabo la banda es la misma. Cuando tomé la decisión de disolver a Los Enemigos ya andaba pergeñando algunas de estas canciones y tenía claro que pedían otro tratamiento. No me interesaban cosas como la contundencia, la precisión o las guitarras distorsionadas. También vi que necesitaba darle un mayor protagonismo a los silencios y, en definitiva, me fui dando cuenta de que se imponía un cambio de rumbo importante.
¿Tenía que ser necesariamente la grabación en directo o fue algo espontáneo?
– Creo que cuanto más le debes a la tradición del soul, del rythm’n’blues o del jazz, más necesitas grabar en directo tu música, porque la interacción entre los músicos y la voz cantante no basta con que sea formal, tiene que ser incluso emocional y, sobre todo, tiene que ser inmediata, instantánea y viva.
En un par de canciones estás sólo con tu acústica. ¿Te encuentras cómodo así? ¿Te veremos en una gira a ti solo?
– Acústica y voz es mi día a día desde que Los Enemigos nos separamos. Claro que me siento cómodo. No descarto la idea de irme en plan superpalomo por los bares este otoño o así.
En su día me comentaste en una entrevista que, aunque tenías la impresión de que vuestra trayectoria era menos coherente, empezabas a ver que unas canciones no desentonaban con las otras. ¿Crees que sigue este disco esa coherencia?
– Creo que la coherencia aparece, como la Virgen María, sin tener que llamarla. Si la tienes que andar buscando, es que necesitas limpiar el patio.
¿Temes defraudar a alguno de tus antiguos seguidores o hay que andarse con pies de plomo?
– Con pies de plomo no creo que llegue nadie muy lejos. Estas cosas es mejor no pensarlas; al fin y al cabo no estás obligando a nadie a que se compre el disco.
¿Alguna intención de volver a producir a otros grupos como hiciste, por ejemplo, con La Rosa?
– Yo no produje a La Rosa, ese fue Fino. Yo me limitaba a estar por allí y acercarme si hacía falta a la tienda de al lado a por vino y güisqui y cosas.
¿De quién fue la idea del DVD y qué es lo que trae?
– La gente que lo ha realizado son amigos de A Coruña y alguna vez se ofrecieron para hacer videos o lo que fuera, así que les llamé, se pusieron en contacto con Virgin, y aparecieron por el estudio. Colocaron unas cámaras fijas realmente pequeñas y se quedaron por allí. Lo que se ve es la grabación del disco y las tomas escogidas son, menos “Rompes mi canción”, distintas a las del compacto. Tienes la posibilidad de aguantarme dando la brasa un rato desde mi casa, aunque, afortunadamente, dándole a un botón desaparezco. Aprovecho la ocasión para agradecerles la seriedad con que se tomaron su trabajo.
Xavier Valiño