J’AIME

J’Aime, amor y sordidez

 

 

Love and Squalor es el primer álbum de J’Aime (Jaime Cristóbal, conocido por su grupo Souvenir). Precedido por el adelanto de «700.000 Records», el disco lleva la obra de J’Aime a su continuación natural después de los dos EPs («My Cigarettes» y «En la noche eterna») de la década pasada. Una evolución que amplía su, de sobra conocido, eclecticismo a terrenos nuevos y apasionantes. Su autor nos lo presenta.

 

Love and Squalor empezó como una serie de canciones con la que pretendía narrar la historia de un amor que en aquel momento (alrededor de 2015) se tambaleaba. Iniciando el más elemental de los protocolos del músico-compositor, empecé a escribir canciones sobre lo que me pasaba -lo que nos pasaba- con la esperanza de entenderlo mejor y quizá alterar el rumbo del destino. Es lo que se suele hacer. Pero también decidí recuperar canciones inacabadas o abandonadas de los años pasados en mi larga historia de amor con Patricia: canciones escritas en el fragor del primer romance, esquemas a medio acabar registrados durante épocas estables… más de veinte años dan para mucho. El relato completo, desde el inicio, hasta el ¿final?

 

En el camino, se murió nuestro amigo Roberto. Con el disco ya empezado era imposible no poder -no querer- hablar también de ese triste e inesperado golpe, así que el amor de pareja y la sordidez de los momentos difíciles incorporaron un breve capítulo adicional acerca del amor al amigo más especial de todos y la sordidez de una pérdida prematura. Curiosamente algunas de esas canciones de los 90 hablaban ya tanto de una como de la otra relación (“Real Change”). Reescribir partes, ampliar letras de entonces con la perspectiva omnisciente del narrador que ahora sabe cómo continuaría la historia, ha sido una de las experiencias más plenas que he tenido como escritor de canciones. Como si esas piezas que no acababan de encajar entonces se recolocaran ahora de manera mágica y natural.

 

Con todo, la gran mayoría de la canciones de Love and Squalor son nuevas: algunas expresan deseos inseguros de soledad (“Lonewolf”), otras son un canto casi fúnebre al final de una relación (“Tell Me Not to Weep”) y las más tardías reflexionan sobre la mediana edad y celebran el triunfo final, a pesar de todo, del amor (“From Rhinestone to Limestone”).

 

Según la melodía, según la vivencia relatada, los mimbres de cada canción emergían inconscientemente: siempre me ha gustado que los discos de J’aime sean como mixtapes multiestilo compuestas para la ocasión, y en este caso ha habido sitio para temas de pop acústico en esa vena ‘jangle’ que podrá recordar a mis admirados Forster y McLennan (“Summery Pop Feeling”, “Real Change”) pero combinada con elementos de power-pop (“Second Best”) o incluso de jazz acústico (“Lonewolf”).  Y, también, para otra veta más dramática, dominada por el sonido ‘twang’ que me obsesiona como guitarrista desde adolescente. Si el sonido Brill Building mezclado con oscuridad twangy de “Tell Me Not to Weep” le recuerda a alguien a la gran Gemma Ray habré hecho bien mi trabajo.

 

Entre estas últimas canciones, a Roberto le escribí “Right Behind Your Heart” pocos días después de su partida. Es un tema que expresa la rabia y la sensación de injusticia que sentí entonces, pero también un amor muy grande a ese casi niño que conocí cuando teníamos apenas veinte años. El resultado, en clave de guitarra trémula, orquesta y drama a lo Bad Seeds o Tindersticks, es una de las canciones de mi carrera de las que más orgulloso me siento. Y cuando no acertaba a componer esa canción de corte badalamentiano que estaba empeñado en incluir en el disco, vi la solución delante de mis ojos: grabaría una versión de una de las grandes composiciones desconocidas de Roberto, “Put Your Lips”.

 

 

Entre esos dos polos ‘jangle’ y ‘twang’ (¿se puede acuñar ya ‘twangle’ para definir esto?) en el disco he disfrutado explorando el sonido de balada años 50 y sintes (“Put Your Lips”), un country acústico en francés a medio camino entre John Prine e Iris deMent (“Toutes les femmes et aucune”), ensoñaciones entre folk funk y pop a lo Lloyd Cole (“From Rhinestone to Limestone”), una bagatela synthpop de sarcasmo a lo Magnetic Fields y amor a la música (“700.000 Records”) y dos instrumentales: uno con guiño a Los Bichos (“Sydney Creeps”) y otro que combina en clave ambiental dos de los sonidos más bellos del futuro antiguo, la guitarra pedal steel y los sintetizadores analógicos (“Media Luna”). Con todos esos colores siento que he conseguido plasmar el relato de un amor con ruptura y reparación de la manera que exactamente quería.

 

En esta aventura he contado con los mejores amigos y aliados: en primer y principal lugar Patricia, que ha soportado y apoyado mis procesos creativos y mis crisis sin abandonarme verdaderamente nunca. La tarde que dedicamos a grabar nuestro dueto (“Toutes les femmes et aucune”) y el resto de sus voces la recordaré el resto de mi vida como un bloque suspendido en el tiempo de complicidad, sonrisas y perfecta conexión silenciosa. En segundo lugar, Iñigo Pérez Artieda, que puso Estudios Lúnula a mi servicio con generosidad ilimitada y dedicó cientos de horas y su talento a que todo sonara perfecto. También Alasdair Macaulay -batería original de Tindersticks- que grabó unas prodigiosas bases rítmicas que han aupado el nivel musical del disco a la misma estratosfera. Gracias a él, además, conseguimos la soñada colaboración de Calina de la Mare, orquestadora extraordinaria que ha colaborado con Barry Adamson, Beth Orton o Emilie Simon, y que plasmó los arreglos que yo tenía en la cabeza magistralmente. Samuel Évora ‘Tamu’ ha sido mi aliado y amigo desde las primeras maquetas hasta la última nota del disco: grabando los bajos, pero también siendo consejero con su inigualable visión y sumo gusto.

 

Por último, muchos amigos maravillosos, recientes o de toda una vida, han prestado su colaboración: mi querido Germán Carrascosa (saxofones y clarinetes), el gran Antonio Galvañ (piano en “Real Change”), la voz y savoir faire de Françoiz Breut en “700.000 Records”, mi ídolo de adolescencia Charly, de Los Bichos, tocando una delicada melodía en “Sydney Creeps”, el prodigioso violinista country Eli Bishop (de la banda de Ashley Campbell), que prestó su fiddle desde Nashville para “Toutes les femmes et aucune”, y Roberto C. Meyer, rescatado de una vieja cinta de cuatro pistas para su canción “Put Your Lips”.

 

Mikel Muruzábal puso el talento de su mirada fotográfica para inmortalizar esa esa maravilla de 1932 entre tótem nativo-americano y estatua art déco que me obsesionaba, y que parece intentar iluminar un poco la gris ciudad de Pamplona desde el cielo. Y Mikel Echandi aportó maravillosamente el aire geométrico y art déco que el diseño requería. Gracias a todos ellos, y después de esta larga aventura musical de varios años, me enorgullezco de presentaros acabado mi disco Love and Squalor”.

 

 

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