GOLDFRAPP
Goldfrapp, sangre nueva para la máquina
“Tiene una sensación de algo un poco más redondo, ¿no te parece? No tan puntiagudo”. Alison Goldfrapp mira fijamente a media distancia y entorna los ojos, como si el hacerlo le permitiese describir mejor lo que ve cuando piensa sobre el autoproducido quinto álbum de Goldfrapp, Head First (La cabeza primero).
Sentado junto a ella, bastante más temprano en la mañana de lo que ninguno de los dos hubiese querido, está su mano derecha Will Gregory. Se pasa una mano por la cabeza y fija su mirada en el mismo punto. Si ambos parecen un poco sorprendidos por el álbum que han hecho, es por buena razón. “Por un lado, nos llevó seis meses escribir y grabar Head First. Algunos discos parece que sencillamente se van revelando ante ti, y nuestro trabajo como artistas es meramente seguir el camino marcado por ellos. Una canción apunta el camino hacia la siguiente, que a su vez establece las condiciones para la otra que sigue tras ésa. Y así sucesivamente”.
“Head First es uno de esos álbumes”, sugiere Will. “Ya hemos hecho antes discos con un sonido ‘animado’”, explica Alison. “Había cosas como “Ooh La La”, que eran muy de levantar las manos en el aire y tararear, pero faltaba cierta dulzura que creo que sin duda está presente en estas canciones”. Quizás cierta vulnerabilidad también.
A años luz del glamtástico sado-pop de álbumes como Black Cherry y Supernature, es una vulnerabilidad que se anuncia a sí misma en los trinos del amanecer de “Alive” (“Vivo”) y “Believer” (“Creyente”). Presagio de un estribillo de sutil euforia, en “Believer” Alison entona “Sin ti me moriría”, en lo que ella describe como una canción “sobre redescubrir el amor y volver a creer en él de nuevo”.
La vertiginosa emoción de un nuevo amor se detecta también en el tema que da título al disco, que adivina una ternura sin par hasta ahora en la voz de Alison. Si el candor de estas canciones no les hubiera convencido, entonces seguro que lo haría la forma en que están ejecutadas. El cinético euro-pop nocturno de “I Wanna Life” (“Quiero una vida”) es un complemento perfecto para la insistente voz de Alison, mientras que “Rocket” (“Cohete”) es una canción de venganza radiante y pegadiza.
Desde el asombroso falsete estilo Yma Sumac del “Pilots” (“Pilotos”) de Felt Mountain al ritmo de duendecillo saltarín patentado por Donovan de “Happiness” (“Felicidad”), Goldfrapp han tenido siempre buena mano para elegir sonidos desechados, ‘fuera de servicio’ del almacén del espacio sonoro del pasado del pop y recontextualizarlos para el modo de vida actual. Por ejemplo, el cavernoso desasosiego del “Cat People (Putting Out Fire)” de Giorgio Moroder fue el punto de partida para lo que iría evolucionando hasta convertirse en la canción más oscura de Head First, “Hunt”.
Como corresponde a una canción cuyo hipnótico pulso electrónico evoca mejor un útero de lata que el estudio de grabación al Oeste del Reino Unido donde se creó, “Shiny And Warm” (“Reluciente y cálido” habla “de esa sensación de bienestar que se obtiene cuando vas en un coche por la noche de madrugada”. Alison continúa, “He estado escuchando mucho a Suicide, en particular “Cheree », y quería echar mano de eso y explotarlo”.
¿Cuándo supieron Goldfrapp que habían terminado? Completaron un total de 13 canciones en conjunto, pero desde el principio Will y Alison se dijeron mutuamente que este álbum tendría nueve canciones en total. “Obviamente”, explica Will, “porque no se pueden meter 74 minutos de música en un CD, existe cierta tendencia entre los artistas a no editar sus ideas con tanto rigor”.
Con ocho canciones que parecían encajar como una pieza, la pieza final del rompecabezas era el deslumbrante clímax de Head First. “Queríamos hacer algo que fuese casi el opuesto a todo lo que le había precedido”, explica Alison. Y, en efecto, en “Voicething” (“Cosa de voz”) se puede escuchar un coro de Alison que se eleva, se separa y regresa como pájaros en la puesta de sol, mientras que un lento resurgir de distintos acordes rellena el espacio restante como una corriente térmica.
Habiéndose inspirado en un conjunto de influencias más dispares de lo que hasta ahora habían echado mano para cualquiera de sus álbumes anteriores, Alison y Will estaban, quizás comprensiblemente, preocupados porque Head First pudiese significar un distanciamiento demasiado grande de lo que le había precedido. La primera persona a la que se lo dieron a escuchar fue Daniel Miller, pionero de los sintetizadores con The Normal y, por supuesto, jefe del sello Mute. “Dijo que no sonaba nada parecido al resto de nuestros álbumes pero, al mismo tiempo, inconfundiblemente nuestro”, cuenta Will.
Pero, ¿no ha sido siempre así con Goldfrapp? En diez años desde que Felt Mountain anunciase su llegada, han seguido perfeccionando el arte de producir ese álbum que no sabíamos que queríamos que hiciesen. Head First no es ninguna excepción. “Es extraño, ¿verdad?” reflexiona Alison Goldfrapp. “A veces pienso ‘¿Por qué no podemos hacernos la vida más fácil y sencillamente hacer el mismo álbum una y otra vez? Pero la conclusión es que no creo que pudiésemos, incluso aunque lo intentásemos. La cuestión es que intentas descubrir sonidos y contar una historia sobre lo que pasa en tu vida. Podrías ganar más dinero encontrando una fórmula y limitándote a ella. Pero eso para nosotros no tienen ningún sentido”.