GEMMA RAY: Gemma Ray and the Death Bell Gang (Bronze Rat)

GEMMA RAY: Gemma Ray and the Death Bell Gang (Bronze Rat)

Todo empezó con una taza de té. Gemma Ray, británica de Basildon (Essex) y residente en Berlín, se pasó a ver al vecino, Ralf Goldkind, músico que ha trabajado con Crime & The City Solution, Nina Hagen, Fantastischen Vier, Mona Mur, Fanta 4 o Lucilectric, entre otros, y quien tiene su propio estudio. Mientras paladeaban su té, educadamente, quedaron en intercambiarse archivos de sonido y ver si podían colaborar entre ambos para algo que valiese la pena y acabase siendo el noveno disco de Ray.

Después de su álbum Psychogeology (2019), en el que Ray envolvía sus canciones con abundantes coros y cuerdas, creía necesario un cambio en su sonido. Lo primero que hizo fue escribir tres palabras en letras enormes en la pared del estudio: “No Happy Shit” (“Nada de mierdas felices”). Cierto es que Ray ya había trabajado con artistas como Alan Vega, Sparks, Howe Gelb o Jon Spencer, y que Jimmy Page se cuenta entre sus más fervientes seguidores, pero hasta ahora no había ido más allá de un sonido retro levemente psicodélico y perfectamente asimilable por cualquiera. Así que, para acompañarla en el reto que se propuso, decidió contar con Kristof Hahn (Swans) y su baterista habitual, Andy Zammit, aunque pidiéndole que dejase lo que había hecho hasta ahora para perseguir percusiones minimalistas y distintas.

El título el álbum que salió de ello no engaña: Gemma Ray y la Banda de la Campana del Infierno. Más que una innovación radical en su sonido, que también, se trata sobre todo de un cambio de humor. Su escucha lo emparenta directamente con To Bring You My Love (1995), el disco favorito de buena parte de los seguidores de PJ Harvey. Sí, estamos hablando de palabras mayores porque el álbum de Ray camina en esa dirección de blues eléctrico atípico, de folk gótico o de pop noir que han sondeado de forma similar en los últimos tiempos Anna Calvi o Anna B. Savage, y en el que Harvey o Nick Cave -Ray también ha colaborado con él- pasan por ser los mayores referentes.

Desde el inicio se crea una atmósfera fantasmal a partir de pistas manipuladas de órgano, guitarra y voz y, sobre todo, mucha reverberación, que, afortunadamente, nunca degenera en una mascarada gótica. En todo momento hay algo a lo que aferrarse, y es la conmovedora voz de Ray que sigue siendo el punto fijo cálido y humano en un paisaje sonoro generalmente frío.

“No Love” aparenta ser una sentencia de muerte en la que Ray deja caer que  “las advertencias tempranas fueron claras”. La atmósfera ominosa y nihilista del primer corte deja paso a una evocación de los sesenta, con silbidos a lo Morricone y doo-wop oscuro, en “Procession”. “I Am Not Who I Am” bien podría pasar por un evangelio electrónico paranoico y la pequeña pesadilla espeluznante cargada de fuzz “All These Things” remueve las entrañas todavía más un poco después, mientras que el instrumental “Tempelhof Desert Inn” suena exactamente como sugiere su título.

Por suerte, Gemma Ray es demasiado inteligente como para no saber que todo ese hermoso horror solo puede funcionar si se le confiere algún contraste. “Howling” o “The Point that Tears” suenan incluso reconfortantes al lado del resto de las piezas. Y “Come Oblivion”, con hermosas voces triplicadas sobre acordes de teclado descendentes, es lo más cercano a la Ray que conocíamos hasta ahora.

Tras una experiencia auditiva tan espectral, intensa y fascinante, solo cabe formularse una pregunta: ¿Qué tipo de té bebieron Ray y Goldkind que acabó desencadenando un álbum como este?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *