El Gran Hotel Budapest

El Gran Hotel Budapest (Vertigo)

 

 

 

             

Wes Anderson es un autor. Pocos cineastas hay hoy que respondan tan bien a esa definición. En su caso, cine de autor no significa que tenga ínfulas intelectuales o que reniegue de las grandes audiencias. Todo lo contrario. Su visión, tan reconocible, puede llegar y llega a mucha gente.

 

 

El Gran Hotel Budapest no es una excepción. En cada plano se nota su autoría, en cada situación hay un guion disfrutado línea a línea al escribirlo a partir de textos de Stefan Zweig y, sobre todo, rodado con su autoría. Nadie más podría hacerlo de esa manera. Es su firma. En este caso, con mayor apariencia de cómic que en otras cintas suyas, más en el estilo de las películas de Jean-Pierre Jeunet como Amelie.

 

 

 

 

Todo semeja un gran guiñol, influido en este caso por Alfred Hitchcock o aquellos directores europeos (Billy Wilder, Ernst Lubitsch…) que un buen día decidieron hacer películas desde Hollywood con Europa como telón de fondo. Si visualmente su nuevo juguete es deslumbrante, con un diseño excesivo, la historia, más convencional, tampoco no le va a la zaga, a excepción de un tiroteo gratuito. Aquella época de entreguerras nunca volverá, pero Wes Anderson nos la devuelve retocada y vistosa en unos gozosos 100 minutos.

 

 

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