DOMINIQUE A LIVE
Hay un hombre en Europa que lo hace todo. Es francés. Puede aparecer solo, con sus pedales y su guitarra, con banda, con metales, en cuarteto… Lleva dieciocho años haciéndolo en solitario. Tiene acreditados ocho discos a su nombre sin mácula. No deja de dar conciertos. Y todo lo que hace, lo hace de forma perfecta. Así no hay quien le tosa.
Este tipo deja en ridículo a cualquiera que puedas pensar. ¿En la escena estatal? Pienso en Nacho Vegas y asombra la eternidad que los separa. Si hubiese nacido en el mundo que nos coloniza musicalmente, sería el puto amo. No es británico, ni yankee, pero ha conseguido sobreponerse a tal accidente del destino. Con sus propios medios. Bajo su propia ley. Por cojones.
Su presencia escénica lo dice todo. Tiene carisma. Está plenamente seguro sobre las tablas. Confía ciegamente en lo que hace. Si tiene respaldo, sabe guiarlos y darles un espejo en el que mirarse. Pero es que tiene las canciones, sí, y en directo las hace aun más conmovedoras. Pueden ser góticas, como él define algunas. Pueden ser amenazadoras. -Casi- alegres, incluso. Chanson, techno, rock vetusto, noise, folk, slow… En todas hay donde rascar.
Estar ahí encima no tiene porque darle privilegios. No se cree superior. No esconde lo que siente. Sabe mostrarse vulnerable. Sabe hablar y comunicar entre canciones, aunque no sea su idioma. Sabe hacer un comentario que disipa la tensión para enseguida recuperar la fiereza cuando vuelve a sonar la música. Sabe hacer que una canción crezca para cambiarla por el medio, rematándola de la forma menos obvia. Siempre.
Además, se rodea de quien es capaz de redondear un sonido inmaculado -en un teatro, en esta ocasión-. Para el conjunto, no para su propio lucimiento. Un teclista hierático, David Euverte, que ni mueve la cabeza. Un batería (Sébastien Buffet, Autour de Lucie) ajustado, milimétrico, el engranaje apropiado. Y, más que nadie, Thomas Poli (Montgomery), un músico polifacético que se sitúa a la izquierda del padre y que suple al maestro Olivier Mellano. En apariencia, el cruce perfecto entre Beck y un Thurston Moore, un auténtico robaplanos. Lleva el peso de las guitarras, teclados y ruidos varios, un superdotado.
Hay melodía en las canciones, pero entre todos las acompañan siempre con lo más imprevisible. Efectos de sonido, punteos cubistas, cables que se cruzan, voces del más allá, requiebros impensables… Todo gana con ello. No hay dos iguales. Empezando por “Revenir au monde”, “Hasta que el cuerpo aguante”, “Inmortels”, “Lentretemps”… “Nanortalik” nos vence, una vez más. “Gisor”, “Antonia” y “Le 22 bar” encaminan los bises. “Dans l’air”, “Pour la peau” y “Le courage des oiseaux” despiden la noche. Cada vez más único y accesible. Cada vez más, una leyenda. Hay un hombre en Europa que lo hace todo, y su nombre es Dominique A.
(Teatro Colón, A Coruña, 16 de enero Lleno. Ciclo Vangardas Sonoras, Promotor: Cavea Producciones-Caixa Galicia)