DAVID SAAVEDRA
David Saavedra, autor de Festivales de España
España es uno de los países del mundo con más cantidad y variedad de festivales musicales, desde los más renombrados internacionalmente hasta los más especializados e insospechados. Hasta ahora no había ningún libro que diera cuenta de ellos, y David Saavedra, que se ha recorrido unos cuantos, le acaba de poner remedio con Festivales de España (Anaya).
En él cataloga sesenta eventos repartidos por toda nuestra geografía. No se centra solamente en aquellos que congregan a más cantidad de público, sino que también reivindica los pequeños festivales que poseen su valor dentro de escenas más subterráneas. Además, nos introduce en los orígenes de cada uno de ellos, nos cuenta anécdotas y curiosidades y nos proporciona interesantes consejos e información para disfrutar al máximo de su música y de su entorno. También incluye entrevistas con algunos de los artistas más significativos que han pasado por sus escenarios. La lectura del libro nos ha planteado una serie de cuestiones que él mismo se encarga de despejar.
La primera pregunta es inevitable. ¿Cómo acota uno los 900 festivales que hay en España a los 60 que se comentan en estas páginas? Entiendo que han primado al menos dos cuestiones: por un lado, los festivales grandes que todos conocen y, por otro, aquellos que aportan una experiencia extra que los distingue del resto. ¿Alguna más?
– Sí, esos dos factores que mencionas fueron importantes. No hay olvidar que, fundamentalmente, se trata de una guía de viajes, así que también tuve en cuenta, más allá de la programación musical de cada festival, el atractivo turístico del entorno en que se desarrollaban, que el visitante también pudiese contar con ese añadido, tan importante en eventos como Posidonia, Sonidos Líquidos o Sinsal San Simón. Busqué que todas las comunidades autónomas estuviesen representadas, equilibrar en cierto modo todos los territorios, y también que hubiese cierta variedad de estilos musicales. Y, como se trataba de una guía, que hubiese ciertas garantías de que se fuesen a seguir celebrando en 2022, ya que no tendría sentido comentar un festival que va a dejar de existir. También que estuviesen mínimamente consolidados, que tuviesen al menos cuatro o cinco ediciones.
Da la impresión de que los que aquí aparecen son festivales que realmente tienen amantes de la música detrás. ¿Podría ser ese el nexo común entre los 60?
– Es algo de lo que me di cuenta al investigar la historia de cada festival. Un relato que se repetía con frecuencia era el de los fans de la música que deciden montar un festival en su ciudad o pueblo para poder ver a los grupos a los que querían ver. Y, en muchos casos, aquella labor de amor acabó creciendo hasta convertirlo en un evento de proporciones inimaginables en aquellos principios. De todos modos, creo que en muchos de los festivales de creación más reciente ya no es ese el espíritu, sino que prima más el olfato empresarial, el sentido de negocio a sabiendas de que es muy lucrativo y que trata a su público como clientes, no necesariamente como amantes de la música. El Mad Cool o muchos de los festivales de la costa levantina nacidos en este milenio tienen poco que ver con el espíritu del Sonorama o el Blues Cazorla, por ejemplo.
Por cierto, en casi todos aparecen los nombres de sus responsables, algo que hasta ahora para muchos sería un dato desconocido. ¿Hubo alguna reticencia? Entiendo, además, que, si el responsable de un festival apareciese en los medios a menudo compartiendo espacio público con los artistas que tocan en él y situándose al mismo nivel, entonces se deberían encender las alarmas, ¿no?
– Intenté contactar con los responsables de todos los festivales. La mayoría contestaron y, los que no lo hicieron, fue en casi todos los casos por falta de tiempo, aunque hubo algún festival que ni siquiera contestó. En general, creo que todos valoraron la conveniencia de ser entrevistados, y otros simplemente pasaron porque estaban a otras cosas o no calibraron la promoción que esto les podía ofrecer, pero no creo que hubiese ninguna reticencia por parte de ellos.
¿Es fácil adivinar cuando un festival se diseña en un despacho, cuando los intereses detrás son otros?
– Sí. Normalmente la intuición no falla en este sentido.
Empiezas el recorrido del libro en casa, con algo que conoces bastante bien, el Noroeste. ¿Pensaste en alguna otra forma de ordenar el contenido que no fuese el geográfico?
– Fue instantáneo. Visualicé un mapa de España y el inicio se me iba a Galicia inevitablemente: arriba a la izquierda. Al final, para mí acaba siendo como un recorrido personal: empieza en mi ciudad y termina en Madrid, que es donde viví más años y desarrollé con más fuerza mi carrera periodística, y concretamente en el Madrid Popfest, cuyo capítulo concluyo contando sutilmente un aspecto autobiográfico muy importante para mí. Pero, aunque parezca mentira, no fue premeditado, fue saliendo espontáneamente. Y, sí, el orden geográfico me pareció claro también. Podría haberse ordenado por estilos o por antigüedad, pero me parecía más lioso para el lector.
¿Hasta qué punto has contado con gente que conoce mejor lo que se cuece en cada Comunidad Autónoma, entendiendo que no es posible que uno pueda llegar a todo o conocerlo todo?
– Fue fundamental, claro. Escribí a gente de confianza de todas las comunidades, sobre todo las que menos controlaba, para que me diese pistas, y también a especialistas en estilos como el flamenco o la electrónica para cotejar qué festivales eran imprescindibles en esos estilos.
Desde luego, por la parte gráfica, que es sobresaliente, parece que sí has contado con ellos. Pero, ¿quién se encargó de seleccionar las fotografías? Por poner un ejemplo, después de miles de conciertos, no parece fácil que alguien pueda seleccionar cuatro o cinco fotos del Primavera Sound.
– En efecto, solicité fotos a los gabinetes de prensa de cada festival, aunque hubo algunos de los que fue imposible conseguir imágenes “oficiales”, como el caso del FIB, ya que acababa de cambiar la empresa que lo gestiona, o algún otro de gestión municipal. Les di unas cuantas directrices (tipos de imágenes que me interesaban) y ellos me enviaron una primera selección. También contactamos con dos fotógrafos de festivales con mucho archivo personal, Javier Rosa y Toni Delong, que nos pasaron sus selecciones y, a partir de ahí, ya hicimos la criba definitiva entre la editora, Laura López, y yo.
Las anécdotas o curiosidades que cuentas parecen en parte experiencias propias. ¿Algunas que te hayan llegado por otras fuentes? Si es así, ¿cómo las corroboraste?
– Sí, hubo varias que me llegaron de otras fuentes y, básicamente, me fie de ellas, porque eran ellos los protagonistas en la mayoría de los casos. En algunos que me pudiesen despertar dudas, envié el texto a los responsables del propio festival para que me confirmasen que todos los datos eran ciertos.
Queda claro desde el inicio que se trata de una guía, por lo que su formato limita tu aportación. ¿Cómo te las has ingeniado para ponerle algo de tu impronta?
– Algún compañero precisamente me recriminaba (cariñosamente) que no hubiese puesto más cosas autobiográficas, pero tampoco quería meter demasiado ego en la ecuación, no me parecía elegante. Cuando aparezco en primera persona fue realmente cuando el texto lo pedía, cuando la experiencia había sido tan visceral que veía imposible contarlo desde fuera o con objetividad. Al ser mi primer libro, metí mucho de mí mismo en dedicatorias y agradecimientos, y también me hizo gracia perpetrar un cameo fotográfico del autor en homenaje a Alfred Hitchcock.
¿Cómo te hubieras planteado el libro de no tener que adaptarte a ese formato?
– En cierto modo, el ceñirme al modelo de guía que me pedía la editorial me facilitó las cosas, me dio una estructura bastante clara. Pero es cierto que, al elaborarlo, he visto muchas otras narrativas superpuestas que también podrían haber sido las predominantes en otro libro: la historia de los festivales en España (que resumo en la introducción) y, como bien apuntó Joan Vich en la presentación que hicimos en el Monkey Weekend, al leerlo uno puede observar en paralelo cómo han evolucionado las costumbres culturales y a nivel de ocio de la juventud española o, incluso, la cultura del país. Este es -si exceptuamos el Manual del perfecto festivalero, de Gerardo Cartón y Jorge Obón-, el primer libro dedicado a los festivales de música en España, de ahí que no quisiese olvidar el componente histórico, sociológico o incluso el empresarial. Hay muchos hilos sugeridos en este libro de los que se puede tirar para contar muchas historias interesantes.
Algo que le da otra entidad al libro son las entrevistas en las que algunos músicos comentan sus experiencias en determinados festivales. ¿Cómo y cuándo llegaste a esa idea? ¿Pensaste que era un buen complemento, una forma de romper el esquema de una guía?
– La idea me la dio otro libro de Anaya Touring, la guía de la Movida Madrileña, de Jesús Ordovás y Patricia Godes, donde aparecen entrevistas a Almodóvar, Alaska y otros protagonistas de la época. Vi que era una buena idea que podía darle un valor añadido a mi libro también, y despertar mayor interés en el lector.
Por cierto, ¿se quedó alguien fuera, alguien que no quisiera participar o alguien a quien fuera imposible acceder?
– Sí, muchísima gente. Al principio tiré por lo alto y pensé en nombres internacionales de primera fila, como Björk, Radiohead, Depeche Mode, PJ Harvey, Sharon Van Etten, Laurent Garnier y así. Lo intenté con todos, pero ninguno de estos contestó, tal como ya me advertían sus agentes de prensa. Estuve a punto de conseguir a Neil Hannon, Beach House y Moderat, pero el primero de ellos me dijo que no se acordaba tanto de los festivales en que había estado, y el resto lo habrían hecho, pero no pudieron por falta de tiempo. Hubo algunos nacionales que también lo declinaron por razones diversas, Lorena Álvarez no se veía en el libro porque no se siente muy festivalera, Nacho Vegas no pudo por problemas de agenda y Mala Rodríguez, pese a haberlo intentado por diversos cauces, nunca contestó. Pese a ello, estoy muy contento con las entrevistas que aparecen y muy agradecido por la predisposición y cariño de esos artistas.
El libro no se centra en el pop-rock, y hay festivales de jazz, flamenco, músicas del mundo… Al margen de la música clásica, que no tiene representación, ¿ha quedado algún estilo fuera?
– Sí, claro. Podría haber estado el Huercasa Country Festival, que, de hecho, iba a aparecer. Estuve esperando noticias, pero llegaba el momento de cerrar el libro y la organización no me aseguraba que se fuera a celebrar este año (que era factor fundamental, ya que no tiene sentido recomendar un festival que no se vaya a hacer). Al final, sí que lo confirmaron, pero ya era tarde. Faltan festivales de música negra, como el Black Is Back Weekend y, más sintomáticamente, de hip hop o música urbana, ya que no encontré ningún festival que se haya consolidado todavía a este nivel (aunque, en el capítulo del Sónar, sugiero que ese evento es el que mejor está representando esos estilos en España ahora mismo). También faltan festivales nostálgicos, que es otro estilo en sí mismo, como el Love the 90’s o los eventos de Yo Fui a EGB, pero esos solo habrían aparecido por encima de mi cadáver.
Conozco al menos dos libros que hablan de festivales. Manual del perfecto festivalero de Gerardo Cartón y Jorge Obón, y Aquí vivía yo de Joan Vich. ¿Hay alguno más? ¿Y cómo valoras estos dos?
– El de Cartón y Obón, que mencionaba antes, lo leí en su momento y me pareció una guía simpática, sobre todo si conoces y eres fan del personaje -como es el caso-, aunque como manual me pareció demasiado centrado en cómo lo vivía Gerardo desde dentro. Por ejemplo, compara las zonas VIP de cada festival, cuando no todo el mundo puede acceder a ellas. El de Joan Vich aún no lo tengo, pero, por lo que sé, es una recopilación de anécdotas vividas por él mismo, que estuvo 25 años trabajando en el festival. Soy muy fan suyo también, así que, sin haberlo leído todavía, puedo aventurar que va a ser muy ameno, divertido y revelador. No conozco más libros sobre festivales en España.
Aún hoy resulta difícil entender el éxito de un Festival como Benicàssim, que programaba artistas que no eran para nada mayoritarios en España y que junto al Espárrago Rock sentaron las bases de los festivales que vinieron después. ¿Cómo se explica?
– A mí también me sigue costando entenderlo, pero creo que la clave fue que consiguió congregar a amantes del indie que se desplazaban desde toda España: unos pocos de cada provincia sumaban multitud. Y luego se abrió al público internacional, primero al francés y luego el británico, para quien esos artistas sí tenían más tirón popular. Hay otro factor, que es el público que va por la experiencia y le da más igual el cartel, que también suma.
Su éxito parece que provocó un efecto llamada. ¿Qué momento crees que fue decisivo para que toda España quisiera tener su festival?
– Yo diría que principios de la década del 2000, cuando el FIB y el Sónar están consolidados y batiendo récords de asistencia, nace el Primavera Sound… Las administraciones locales y los patrocinadores se dan cuenta de que los festivales aportan mucho dinero y turismo, hay retornos brutales en forma de impacto económico y, además, una convivencia pacífica con un público civilizado y consumidor y cero incidentes (que era un sambenito que se tenía por aquí de la música en directo, una rémora de la moral franquista). Por otro lado, desde finales de los 90, muchos aficionados al indie que fueron a Benicássim se inspiraron y vieron posible montar réplicas en su pueblo, como fue el caso de Contempopránea, Sonorama, Festival do Norte, Ebrovisión… En cierto modo, era una traslación al ámbito de la organización de festivales de aquello que se dice de que quienes vieron en su momento a los Sex Pistols y los Clash decidieron montar una banda porque se dieron cuenta de que ellos también podían hacerlo.
En nuestro país se da un fenómeno realmente curioso, que es pagar a los artistas cifras impensables en otros lados para tenerlos en exclusiva y evitar a la competencia. ¿Hasta qué punto condiciona eso toda la escena de festivales?
– No creo que condicione tanto la escena de festivales, que parece más bien una partida de cartas exclusiva en la que los naipes van cambiando de un lado a otro. Radiohead toca un año en el BBK, otro en el FIB, otro en el Primavera, y así siempre con los mismos nombres. Supongo que eso lleva a cuidar la letra pequeña del cartel y “compensar” el gasto excesivo de la parte alta pagando poco o nada a los grupos pequeños. Pero lo que sí condiciona de verdad es el circuito de salas y pabellones: artistas como Radiohead o PJ Harvey ya no vienen a tocar a ningún sitio que no sea festivales porque les compensa mucho más hacer eso. Y, ojo, no sucede solo con los grandes nombres. La periodista Mireia Pería decía el otro día muy acertadamente en Facebook que Einstürzende Neubauten va a tocar este año solo una hora en España (en el Primavera Sound, solapándose con otros nombres), mientras que en Portugal actúan en tres salas.
Recuerdo en su día una serie en varias entregas que Nando Cruz publicó sobre el Festival Primavera Sound, donde daba una serie de datos que sacaban a la luz unos cuantos trapos sucios. ¿Es algo que se da en los certámenes españoles? ¿En los festivales grandes? ¿Solo en algunos contados?
– No tengo datos suficientes sobre esto, pero teniendo en cuenta la corrupción sistémica que hay en España, es probable que, cuanto más dinero se mueve, más trapos sucios haya. De todos modos, no creo que sea algo exclusivo de los festivales. Yo recuerdo de siempre aquellas cosas que se contaban de los agentes de zona que firmaban contratos en los puticlubs con los concejales de fiestas de turno para colocarles a sus artistas en las fiestas patronales de su ciudad.
¿Cuáles son las tendencias que se vislumbran en los próximos años? ¿Pagar por los extras? ¿Fondos de inversión comprando festivales? ¿Hologramas? ¿Transmisión online cobrando? Algunos ya los comentas en el libro.
– Yo, ahora mismo, observo tres tendencias que me llaman la atención (y un poco contrapuestas). Por un lado, están los festivales boutique o gourmet, pensados para el público de mediana edad y familiar, en los que se prima la comodidad, la sostenibilidad y una experiencia relajada, a menudo acompañada de atractivos gastronómicos o ambientales. Luego están los festivales que yo llamo “ryanairizados”, más pensados en la gente joven, muy masificados y con reclamos como la zona de acampada y una piscina con actuaciones. Estos eventos suelen venderte entradas con un precio de salida básico muy popular, pero luego te van sumando extras por cada derecho que quieras tener. Finalmente, la tendencia que más me ha sorprendido -porque creía que, tras la COVID, iba a suceder justo lo contrario, una tendencia de decrecimiento- es la de los macrofestivales que se extienden creando sucursales en otras sedes. Justo cuando estaba terminando de elaborar el libro, se anunció una edición del Primavera Sound en Madrid para 2021 y dos nuevos festivales en la Costa del Sol, el Andalucía Big (rama andaluza del Mad Cool) y el Cala Mijas, que lo monta la promotora Last Tour. Por lo que me cuentan, hay más por anunciar. De hecho, creo que ya hay más macrofestivales que posibles cabezas de cartel, así que quizá cambie un poco el tema de las exclusividades.
¿Conoces algo que te haga desconectar más del mundo que un buen concierto y la sensación de comunidad en un festival?
– Pues creo que no. Para un fanático de la música en directo como yo, me atrevería a decir que es incluso mejor que el sexo.
¿Recuerdas cómo fue tu primera vivencia festivalera, si cubrió tus expectativas, si fue algo diferente a lo que esperabas?
– Fue el FIB de 1995. Una aventura. Me fui yo solo desde Coruña, tropecientas horas en tren. Allí quedé con una amiga musiquera a la que solo conocía epistolarmente, y flipamos con la zona de acampada. Me indignó que, por 8.000 pesetas de entonces que costaba el abono, la opción de acampar que nos ofrecieran fuera el patatal aquel a pleno sol. Lo que tampoco me esperaba era la prueba de resistencia física que suponía asistir a un festival en el Levante español, con calores altísimos y el sol achicharrándote desde las 7 de la mañana o así. Pero el ambiente del velódromo me gustó mucho, y vi todos los conciertos, del primero al último. En el mercadillo y por todos lados no dejabas de encontrarte a gente afín de todo el país, con tus mismas inquietudes y gustos. Me desconcertó que muchos conciertos durasen solo 20 minutos. Quiero decir, podían traer a El Regalo de Silvia desde Zaragoza o a Le Mans y La Buena Vida desde Donosti para tocar solo cuatro o cinco temas. Pero algo cambió en mí, porque volví las tres ediciones siguientes, también desde Coruña, planificando mis gastos vacacionales en base al FIB.
¿Cuáles han sido tus mejores experiencias en un festival y cuáles los dos o tres mejores conciertos que has vivido?
– Las experiencias en sí no sabría cómo jerarquizarlas, ha habido muchísimas, pero quizás me quedaría con la de estar también encima de un escenario, pinchando con mis amigos Álvaro y César de Inbetween DJ’s, cruzarte con grupos a los que admiras y verte por unos segundos en la posición de artista, aunque en realidad seas un farsante. ¡En un Minifestival incluso compartimos camerino con Donna Matthews! Siempre recuerdo también con mucho cariño los momentos previos al festival, cuando llegas a la ciudad, quedas con colegas que vienen de otros lugares, estudias la programación del día y comentáis lo que vais a ir a ver. La primera cerveza… Es una sensación de felicidad y adrenalina realmente estupenda. En cuanto a los conciertos, te digo los tres primeros que se me vienen a la cabeza: Björk en el FIB de 1998: fue sublime, perfecto. My Bloody Valentine en el Auditori del Primavera Sound, en 2009: los he visto en esa misma gira de reunión tres veces más al aire libre, pero en aquel recinto cerrado la experiencia sonora fue muchísimo más brutal e intensa, me creó efectos físicos y sensoriales indescriptibles, como tomar una droga muy potente o estar de verdad dentro del motor de un autobús. Por último, te diría que el de LCD Soundsystem en el Sónar Galicia de 2010. No es el mejor concierto que he visto de ellos (de hecho, por falta de tiempo se quedaron sin tocar “Losing My Edge”), pero el factor emocional se disparó por ver a mi grupo favorito del momento con mis amigos de toda la vida a escasamente 15 minutos de mi hogar familiar en Coruña. Me sentía eufórico viendo que se celebraba un Sónar justo allí. Fue una lástima que no continuara.