CLÁSICOS DE LA RUMBA CATALANA

Rumba, clásicos del ventilador

        Con El ventilador (K Industria Cultural) se inicia la colección Rumba Classics, discos dedicados a la Rumba Catalana, que pretende recuperar antiguas e interesantes grabaciones de este género, así como también reconocer el gran talento, calidad y actualidad de los artistas que nos han inyectado su ritmo. A ésta le seguirán nuevas recopilaciones centradas, por ejemplo, en la rumba eléctrica o discos recuperados como los de Papa Cunill -“Rumba Rabbit”-, o Johnny Tarradellas. 

¿Rumba catalana o Rumba flamenca? ¿Guaracha o rock’n’roll? ¿Gitanos o morenos? ¿Chivo o bacalao? ¿Barça o Madrid? ¿Divino o humano? Ruegos y preguntas al final, gracias. 

Con todos ustedes, para deleite y goce del respetable, se presenta uno de los asuntos más formidables, uno de los grandes inventos de la humanidad, tan importante como la penicilina, una música excelente que cura el cuerpo y ahuyenta los malos presagios… 

– ¿Qué me dice, caballero?  

– Lo que oye. Con todos ustedes, ahora sí, La Rumba y el Ventilador. Únicos y originales en su género. Un acontecimiento sin par. Con denominación de origen. Un asunto, que créanlo o no, cambió la música popular de este país. 

La rumba es una y todas. Bastarda e impura. Una gracia divina. Un efervescente estado de ánimo. Una descarga furiosa. Un desplante al corazón. Del Oriente cubano al Levante español. Barrio de Gracia, El Portal y Hostafranchs. Del pintor Nonell y el escritor Vallmitjana i Colominas. Gitanas hermosas en la Plaza del Raspall y La Barceloneta. 

Mambo de Pérez Prado y rock’n’roll de Elvis. Orquestas y cabarets. Gitanos finos. Madrid trágico de Bambino. Barcelona afrocubana de El Noi. Palmas y bongó. Carmen Amaya, descalza, por la gloria bendita. Hardcore sentimental. ¿Más? ¿Mucho más? No hay rumba, señores, sin cosas como éstas. Ésta es la historia de un amor como no hay otro igual. 

Ella bailaba en las calles escondidas del Casc Antic. Ojos de cobre antiguo y cuerpo de ola. Gitana flamenca. Él tocaba la guitarra en tablaos esquinados. Moreno caribe de luna, guapo canalla de la calle de la Cera. A ella la llamaban La Rumba. A él, El Ventilador. Un amor privado nacido en una de aquellas juergas de zambra y puchero que la gitanería noble y urbana del barrio de El Portal daba los viernes por la noche. Desde principios de siglo sus padres y abuelos ya compartían negocios de compraventa de antigüedades, cuando familias enteras de gitanos arribaron a la Barcelona moderna buscando un futuro para sus hijos. Pescadores, comerciantes de tela, chatarreros y artistas.  

De Aragón, de Murcia, de Valencia. Familias que crecieron en el paisaje urbano de una ciudad sin ancla. Cerca del mar, en el secreto antiguo del tumbao cubano que aprendieron en noches bravas de cabarets mundanos. Con Armando Orefiche o Lecuona Cuban Boys. Que más da. Ni los más viejos ya lo recuerdan. Compadres con patillas de hacha y trajes de domingo sentados en torno a una copa de vino y a una guitarra flamenca. Nombres extraordinarios sacados de un retablo anónimo y mitológico. L’onclo Orelles, El Toqui, El l’onclo Polla. El Legañas, El l’onclo Mero, Fill de la Pochola o el más famoso de todos ellos, Don Antonio González, El Pescailla, rumbero fino filipino. 

Una historia de amor cuyo decorado urbano transita por bodegas y bares de filigrana, rumbera, como el popular Charco de la Pava de Escudellers, años después el New York. Lo que son las cosas. 

Frecuentado por exóticas especies de gitanos y payos, y en ocasiones, por alguno de los apellidos más rancios de la Barcelona aristocracia en busca de emociones fuertes. Bares de pedigrí rumbero y nombres hermosos como el Salchichón de la calle de la Cera, o el celebérrimo Petxina, cuna de saraos vertiginosos. Una geografía de calles y barres desde la cual se alumbró un arte insólito en clave afrocubana y compás flamenco. Un arte oral, jamás escrito y cuyo repertorio acompañó el delirio amoroso, el encuentro titánico entre La Rumba calí y el furioso Ventilador allá por los últimos años cincuenta. 

Revuelos y caracolas en fiestas autorizadas sólo para los iniciados. Palmas flamencas y guitarras tocadas, ahora sí, con la mano abierta -la llamada del rock’n’roll-, bongós ruidosos como descargas cubanas. Fue una noche rara de bulla y desconcierto cuando se comprometieron. Boda gitana. Primitiva y mágica. Días y noches de celebración y la orquesta con piano incluido poniendo la música, rompiendo la rumba. Todos en un estado de catalepsia colectiva hasta el caldo reparador de la mañana siguiente. Los afortunados que allí estuvieron, aún hoy no sabrían explicarlo con palabras. Algo serio, señores. 

Amor tan fogoso no tardaría en dar durante los años siguientes una abultada prole y así el árbol genealógico de La Rumba y El Ventilador se alargaría en un ramaje frondoso y fecundo. Oro en bruto escondido tras aquellos discos de vinilo de portadas escalofriantes. La ornamentación de aquellos años estaba coloreada en blanco y negro gracias a las seiscientas veinticinco líneas de televisión. Electrodoméstico ocupado en escupir imágenes cansadas de inauguraciones de pantanos y premios a la natalidad.  

Nombres sonoros como Peret. El Noi, Chele, La Marelu, Chaco o Teresiya. Más tarde, los Amaya. Todos rumberos de postín, amamantados entre el rugido del rock’n’roll, simple y primitivo, sin cuestiones musicales preliminares, sin apenas instrumentación a lo Bo Diddley, y los trucos del mambo asilvestrado, dulce, sensual y sonoro como la caña de azúcar. Peret grabó su primer disco, sin fotos, sin reconocimientos. En río revuelto… Chacho con su piano aseguró que quien cantó es él y no Peret. Se monta el lío, pero Peret se convierte en el Rey, como Elvis. Cajas de bacalao tocadas por el gitano Colorao. Clásicos del Trópico. Baladas italianas. Esos pantalones de pata de elefante y esas camisas de solapones abiertos al viento como velas bailando en la Sala Rialto. Dos de los verdes cobró el Rey de Mataró y sus gitanos por la primera grabación.  

A mediados de los años sesenta consiguen la mayoría de edad, tienen sus credenciales en regla ante cualquier imprevisto de la autoridad competente. La prole se hace popular a cuarenta y cinco revoluciones por minuto. Y se da a conocer, tras años agazapados In the Ghetto conquistando, ahora sí, el maravilloso mundo de la canción española moderna. Rumba que tumba a todo gas. El Ventilador, se pasea en lujosos Gordinis por Francia, Alemania,….. ¡América!. Años de Tío Pepe, de paellas en la Costa Brava como soles gigantes, de turistas pálidas en bikinis yeyés, de giradiscos con “La Noche del Hawaiano” sonando entre las niñas bien del país. Cine, radio y Eurovisión. Sin el Ventilador no hay rumba, señores. 

Ya en los setenta los Amaya, músicos prodigio de la rumba eléctrica, construyen, desde la heterodoxia la banda sonora de feriantes de barrio, de los coches de choque y de las discotecas macarras de Periferia, añadiendo vapores contaminantes de soul o versiones galáctico-rumberas de grupos como The Doors. Hasta la alta sociedad baila la rumba en acomodados antros como Bocaccio. Todos ellos nos inyectan el virus, como un pacto de sangre, que aún hoy sigue vivo en nuestra memoria. 

De la jocunda rumba catalana a los dramas, que también son rumba, de Bambino o Maruja Garrido. De la batidora caribeña del alegre barrio de Gracia a los aromas del Cus Cus en el particular oasis rumbero de India Flores. Pero, caballeros, lo bueno dura poco y los fieles del asunto se repliegan a las catacumbas que tanto brillo y esplendor otorgan a los malditos. Locales como el Tabú, Las Vegas, El Chipirón del Paralelo o el inenarrable el Bombín de Meridiana, donde Chango -rumba autor-, recala durante años en heroica resistencia y en donde la enjundiosa timba se alarga -si el personal se presta a ello, que por supuesto, se presta- , hasta las mil y tantas. 

“Pero la rumba de aquí es para los que juegan y pierden antes de entregarse”. Como una tormenta sobre Barcelona, a la mejor gloria de la música popular, llega, en los últimos años setenta, Gato Pérez, El Payo Sabio, el poeta agitador que mejor explica esta historia de amor, de voluptuosidad alegre y final rotundo. Gato, forzando la máquina, entrega su frágil salud al excitante arte de la rumba y el apalanque, y reinventa el asunto como un alquimista visionario. 

La sirena de un barco entrando en el Puerto de Barcelona,  o de Madrid, o de la Habana, anuncia la promesa de seguir contaminando de Rumba la música popular por muchos años más. Artistas jóvenes y viejos, de linajes distintos y predicados dispares, la recomiendan hoy en sus dietas de adelgazamiento, y críticos e intelectuales se enganchan a la cuestión reivindicando nuevos hallazgos sociológicos. ¡Qué bien! 

Rumba nuestra que estás en las calles, santificada, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad… Sírvanse ustedes mismos, caballeros. Ya se lo anunciábamos, este asunto es un gran invento.

Xavier Valiño

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