CHRISTINA ROSENVINGE 2009
Christina Rosenvinge, tres acordes y un corazón roto
Tiene mucho de regreso a las estructuras pop de sus discos de los 90, y eso sin prescindir de la complejidad y madurez de su trilogía en inglés, la de Frozen Pool (2001), Foreign Land (2002) y Continental 62 (2006). Podríamos verlo como una secuela, once años después, del ya fantástico Cerrado, con la ventaja de la experiencia, o quizá de Mi pequeño animal (1994), porque desde aquel disco no publicaba Rosenvinge un álbum completo en castellano. También podríamos decir que con Tu labio superior estamos ante el consabido disco ‘de madurez’, pero vamos a pasar de ello, porque la madurez no suele incluir tanta intensidad ni tanto vértigo.
Con una banda espléndida formada por amigos americanos -Steve Shelley (Sonic Youth) en la batería, Chris Brokaw (ex Come) en guitarras y bajo, Jeremy Wilms en bajo, contrabajo y guitarra-, junto a su inseparable hombre orquesta, Charlie Bautista, nuestra cantante-compositora más sofisticada ha grabado una obra intensa, rotunda y vulnerable, de ésas que no pueden usarse como fondo para cualquier otra acción porque se tragan toda la atención.
Fue en Hoboken, Nueva Jersey, la ciudad de Frank Sinatra y Yo La Tengo, donde Christina pudo dar las rasposas y vehementes formas que buscaba a diez temas propios y uno tomado prestado: el blues de Leroy Carr “In the Evening”, según la versión que escuchó tocar a Brokaw y Jeff Farina en el Tanned Tin del 2007. En sus manos se convierte en pop misterioso, ensoñador y atemporal, como de Julee Cruise en el bar Jack el Tuerto de Twin Peaks.
Otras canciones (“Negro cinturón”, “Anoche”, “Animales vertebrados”) suenan a cabaret berlinés, Kurt Weill, Bertolt Brecht, música para supervivientes, irónica, ligera y al tiempo brutal. En “Eclipse”, como en el inolvidable “Tok tok” de Continental 62, la voz cumple una función más rítmica que melódica y nos arrastra por el suelo en actitud humillante hasta un éxtasis a lo Gainsbourg.
Los juegos de poder entre amo y esclavo, pero también un despecho teñido de nostalgia (“La distancia adecuada”, “Nadie como tú”), el episodio de furia hormonal (“Tres minutos”), un solipsismo fatal (“Las horas”) o el caos sentimental (“Anoche”) conforman el nebuloso paisaje literario: un mundo de adultos tan dolientes y egoístas como adolescentes, de heridas y rondas nocturnas, de bajos instintos que se disfrazan de cualquier otra cosa.
Le pedimos a Christina que reflexione en voz alta sobre este disco, empezando por el primer recuerdo que le venga a la cabeza. “Son las 11´45, hace calor. Hay luciérnagas en los jardines, chicos hablando italiano en los porches, oficinistas sacando el perro, parejas besándose en los rincones oscuros y una aparente calma, una noche de verano perfecta en definitiva. Esto es Hoboken, la ciudad natal de Frank Sinatra. Esta noche me puedo quedar en la habitación encima del estudio. Mañana llegan los siguientes, unos noruegos góticos que se comerán mis restos de la nevera. Mis amigos no están, unos están de gira, otros enterrando familiares, otros persiguiendo novias o huyendo de ellas, recojo el disco duro del estudio antes de hacer la maleta”.
El nuevo disco está cantado íntegramente en castellano. “Ésta es la última vez. Llevo 20 años diciendo lo mismo. 15 canciones en castellano. No había hecho esto desde el 94. Llevaba 5 años sin pisar suelo anglosajón y he perdido el pulso de este idioma. Pero creo que estoy recuperando el pulso del otro, menos mal. Las canciones toman sus propias decisiones y uno no tiene más que seguirlas. Deciden en qué idioma quieren ser escritas, deciden si quieren vestirse de noche o de sport. Yo sólo soy una antena. De lo colectivo se pasa a lo personal, y esto es sólo una transmisión en directo. Sacudiéndome los escombros de mi vida personal sigo con lo mío, cantando fuerte, claro y con buen humor (es un decir)”.
Echemos ahora la vista a su temática. “Igual que cuando estaba embarazada veía embarazadas por todas partes, ahora sólo veo personas en proceso de deconstrucción, o reconstrucción o lo que sea. Les miro en sus vitrinas, exponiendo sus debilidades, arrebatados por una visión nebulosa de no se sabe qué, enamorados de un minuto o una noche, que es lo mismo, dolientes y egoístas como adolescentes, de flamante luto por lo destruido, a la caza de un futuro esquivo al que a su vez vuelven a esquivar, repitiendo errores como estribillos, sexo, claro. Éste es el mundo de los solitarios, heridas y rondas nocturnas, bajos instintos disfrazados de cualquier otra cosa, ejem, sangre y fuego, todo tipo de excesos, aunque las manecillas que giran en todas direcciones están bien sujetas en el centro; es idiota, es divertido a ratos, en fin, un mundo de locos, la falta absoluta de razón”.
El motivo para componer nuevas canciones, el amor. “Yo que estaba tan cómoda en la grada me encuentro de nuevo en la pista del circo haciendo cabriolas entre los trapecios. Bueno, el amor es el mejor pretexto para hacer canciones y se requiere experiencia de campo, bienvenido sea”.
Hablamos también del proceso de composición. “Hace dos inviernos empecé a escribir estas canciones durante una gira por teatritos, y las tocaba la misma noche que las acababa. Charlie iba conmigo y me ayudó a darle forma a más de una, magníficas ideas de un chico que tiene un futuro brillante como una sardina. Seguí escribiendo durante la gira con Nacho Vegas y, por supuesto, en casa por las mañanas, después de llevar a los niños al cole. En esas horas que son sólo mías, cuando la gente trabaja, compra, corre, cumple, yo me encierro a buscar algún tipo de iluminación y parece que, por un rato, tengo el control sobre algo”.
Y, cómo no, de la intención. “Quería hacer algo más sencillo de lo que había hecho últimamente, claro, clásico, bases sólidas para emociones inestables. Busqué inspiración en el cabaret berlinés, en Kurt Weill y Bertolt Brecht, música para supervivientes. Irónica, ligera, y al tiempo brutal. Cavando en esa mina topé con “Negro cinturón”, “Anoche” y “Animales vertebrados”. También seguí buscando en la veta que había descubierto con “Tok tok” en el disco anterior, el lirismo oscuro, donde la voz cumple una función rítmica más que melódica. Susurrando es más fácil ponerse por encima de una banda que me supera en kilos y experiencia; juego sucio, puede ser, pero cada uno tira con lo que puede”.
Hay diversidad de arreglos. “Eclipse” o “Alta tensión” están escritas en el piano, son las que tienen el arreglo más meditado. En “Alta tensión”, hasta el piano es eléctrico. Hay que ser consecuente con el título. Encontré una canción, “Las horas”, que empecé a escribir con Jeremy en su última visita a Madrid, acordes con varios apellidos que resultan evocadores y obsesivos, pura sofisticación para una canción que acaba hablando de auto-depuración. “La distancia adecuada” y “Nadie como tú” son, sin embargo, la vuelta a la sencillez más absoluta, tres acordes y un corazón roto”.
Se cierra el círculo por donde empezó. “Un día llamo a Steve Shelley. Tengo unas cuantas canciones que hay que grabar. Él dice, “bueno, déjame ver si podemos hacerlo en mi estudio”. Pocos días después me responde. Tenemos el fin de semana de Memorial Day. Todo el mundo está de puente. Aaron quiere hacerlo. Jeremy se apunta, Charlie también. Acabo de conocer a Chris Brokaw en el Festival Tanned Tin. Tocamos un poco, intercambiamos discos y hubo ese a-ver-si-hacemos-algo que casi nunca lleva a nada, pero al final también le apetece estar en el disco”.
La grabación se inicia en Hoboken. “Ensayamos cuatro días y grabamos en otros cuatro. 15 canciones en total. 16 pistas analógico. No hay mucha reflexión. Steve, Jeremy y Charlie están acostumbrados a mis explicaciones metafóricas y tienen paciencia infinita conmigo, así que repito ciertos adjetivos que llevo diciendo desde que surgió este proyecto, contenido, vertebrado, intemporal, ensoñador y, no sé muy bien por qué, centroeuropeo. Chris se parte de risa. Grabamos entre diez y doce horas diarias. Salimos a comer sándwiches de mozarella, café y donuts. El último día, cuando todos menos Steve se han ido, grabo voces. Ésta es una grabación sin lujos. Aún no sé quién lo va a editar. Duermo en casa de mis amigos. Cambio a menudo para no molestar mucho”.
Y continúa en Madrid. “Cuando vuelvo a Madrid hay unas cuantas cosas más por hacer. Suso sugiere que lo acabe en el estudio de Ángel Samos, en Rivas Vaciamadrid. Ángel Medina y yo nos ponemos delante de la mesa y abrimos el disco duro. En realidad hay poco que añadir a lo dicho. Cambio algunas letras y vuelvo a cantar. Otro día vienen Charlie y Aurora. Falta algo sucio aquí, algo rasposo allí, algo arrebatado allá. Charlie y Aurora ejecutan las recetas y convierten en tangibles las ideas vagas que les doy. Nacho viene un día y hace coros en “La distancia adecuada”. Suso se pasa también por el estudio, da sus bendiciones y se entretiene un rato manipulando el solo de cello-serrucho que metimos en “Anoche”, y se va por donde ha venido”.
Al final, todo encaja. “Son días largos de nuevo. Tenemos visitas en el estudio. Comidas más lujosas, porque Warner se ha decidido a publicarlo. Ja, vuelvo a una multinacional después de años de indigencia. Tengo la oportunidad de regrabar un par de canciones en el maravilloso piano de cola del estudio el último día, pero sólo hay tiempo para un par de tomas. Es la primera vez que lo hago así, a lo Nina Simone. Y por un momento me parece que he aprendido mi oficio finalmente. Todo lo que parecían piezas sueltas se juntan milagrosamente… Ah, esto era lo que andaba buscando. Toco el último acorde en el piano. Lo dejo sonar un buen rato, la silla cruje, contengo un suspiro, el magnetófono para, ya está. Entro en la sala de control. John ya está volcando. Ha mezclado mientras yo grababa. Trabajo concluido. Hora del gintonic. Perfecto. O no. Pero en todo caso es lo que hay”.